En el último fin de semana de octubre tuve ocasión de visitar en Madrid dos exposiciones artísticas relacionadas con el mayor acontecimiento político del pasado siglo: la revolución proletária que dio origen a la URSS en 1917.
Mis escasas referencias sobre esas dos muestras artísticas partían del conocimiento de algunas obras de Alexandr Deineka, protagonista de la exposición presente en la Fundación Juan March desde inicios del mes de octubre hasta mediados de enero; y por la crítica negativa a la ideologización reaccionaria que caracteriza la exposición de la madrileña Casa Encendida, sobre la creación artística en la URSS entre 1917 y 1945.
En un caso y en otro, mi visita colmó mis expectativas y me sirvió para conocer directamente, a través de centenares de obras concretas, un poco mejor la produción de las dos etapas artísticas que caraterizaron la experiencia soviética: la de la vanguardia de los años 20 y la del llamado realismo socialista, a partir de 1933.
En cuanto a Deineka, artista cuya trayectoria profesional comenzó en 1917 y atravesó varias décadas de la Rusia soviética hasta su muerte en 69, la contemplación de sus grandes óleos sólo confirmó mi rendición incondicional ante la belleza monumental de su obra. La épica ilustración de episodios de la lucha revolucionaria, la representación del patrón estético del hombre y de la mujer nueva comunista, la figura colectiva de la obrera y del obrero como protagonista de su propia historia en el proceso de construción socialista, el genio nunca totalmente domado por los rígidos esquemas imperantes en las décadas de 30 y 40… mi previa atracción por su obra, que únicamente conocía a través de precarias reproducciones de sus mosaicos, óleos, posters, murales, dibujos y ilustraciones, se vio confirmada y hasta aumentada por la realidad de la contemplación directa de su obra, incluida su célebre “Defensa de Petrogrado”.
En favor de los organizadores de la exposición del pintor de Kursk, dígase que fueron bastante equilibrados y respectuosos en términos ideológicos, no sólo con la obra y trayectoria vital del artista, sino con la inteligencia del numeroso público que ya la há visitado y aún lo podrá hacer hasta inicios del año próximo en Madrid.
Lo mismo no puede decirse de la segunda exposición que visité el pasado domingo, en la Casa Encendida, instituición cultural propiedad de Caja Madrid, que organizó, con el apoyo de los gobiernos español y ruso, una significativa panorámica de la actividad cultural soviética en el periodo 1917 – 1945. La muestra toma su nombre, “La caballería roja”, del libro de relatos sobre la guerra civil escrito por Isaac Babel, publicado por primera vez en 1929, y del famoso óleo de Maliévitch, de 1930, que recibe a las personas que visitan la primera de las cinco salas que componen este recorrido artístico.
La sensación tras la visita es contraditória por varios motivos. El emocionante encuentro con la producción artística de la primera revolución proletária triunfante, con unos materiales y unas ideas que mantienen y transmiten su vitalidad vanguardista, choca inmediatamente con el reaccionário discurso ideológico de la guía y de buena parte del catálogo de la exposición. La reducción al absurdo aplicada a la riquíssima actividad creadora de aquellos intensos años difícilmente resiste el juicio crítico de cualquier persona que visite esta amplia muestra artística.
Referencias constantes al «régimen», a la supuesta falta de libertad creadora en los artistas, incluso a un inventado desprecio por parte de Lenin en relación al arte, cuyo exclusivo interés sería servir para la deformación de las masas… burdas confusiones temporales entre los productos del culto a la personalidad estalinista y las audaces creaciones vanguardistas de la década anterior, tam revolucionarias como libres.
Sin embargo, las graves acusaciones en función del contenido ideológico del arte soviético son finalmente fácilmente desmontables con tan sólo observar los tintes ideológicos de los realizadores de esta exposición. No existe mirada neutral ni en la produción ni en la crítica artística ‑en realidade, en ninguna actividad humana‑, siendo la perspectiva paternalista y los aires de superioridad de sus organizadores una buena muestra de la falsa neutralidad ideológica capitalista.
Mientras escuchaba la narrativa nada objetiva con que la guía nos conducía por el suprematismo de Maliévitch y por el fotomontaje inaugurado en los carteles de Klucis, a través del constructivismo de Rodchenko y Stepánova, hasta el teatro de Meyerhold y los figurines de los hermanos Stenberg, el arte analítico de Filónov y la experimentación sonora de Avraámov y Sholpo… no podía dejar de preguntarme quien habría dotado a Caja Madrid de la autoridad con que juzga, a partir de las formas posmodernas del capitalismo decadente actual, la gran explosión creativa que durante años fue catalizada por la revolución soviética.
La respuesta es simple: la posición de poder permite aún hoy que, frente al protagonismo que 1917 atribuyó la una arte colectivo y ajeno al mercado, los patrones del supuesto mercado libre continua imponiendo lo que es bueno y malo y a manipular la historia sin pudor. Después de todo, ellos forman parte de las mismas clases dominantes que protagonizan los stencils críticos con que Mayakovski adornó las vitrinas de la ROSTA, dentro de la marea de denuncia artística, revolucionaria y de masas que siguió a la victoria bolchevique.
Pero el encuentro entre sensaciones contradictórias no afectó sólo al discurso ideológico anticomunista que empapa la exposición, lo que por otra parte era perfectamente previsible en función de los promotores de la iniciativa. Impresiona más conocer el final de una parte importante de los artífices del nuevo arte soviético que iluminó el mundo en los años diez y veinte del siglo pasado: un final paralelo a la degeneración progresiva del impulso revolucionario en las décadas siguientes. Fue ese, sin duda, un triste e imerecido final para una corriente artística y para un proyecto liberador de la humanidad que, sin embargo, sirve aún hoy como referencia fundamental para la conquista de la nueva civilización con que todas y todos ellos soñaban.
Como simple expectador y junto a los centenares de visitantes, concluyo la doble visita a las salas de exposiciones madrileñas con ganas de recomendar la asistencia y convencido de que el sueño de aquella geración puede alimentar, en partes iguales, el arte y la lucha de los pueblos en esta época de grande barbárie capitalista. La superación del capitalismo sigue siendo hoy, como en 1917, el mayor desafío al que la humanidad se enfrenta.
Em duas exposiçons de arte soviética em Madrid
Maurício Castro
No último fim de semana de outubro tivem ocasiom de visitar em Madrid duas exposiçons artísticas relacionadas com o maior acontecimento político do passado século: a revoluçom proletária que deu origem à URSS em 1917.
As minhas escassas referências sobre essas duas mostras artísticas partiam do conhecimento de algumhas obras de Alexandr Deineka, protagonista da exposiçom patente na Fundación Juan March desde inícios do mês de outubro até meados de janeiro; e pola crítica negativa à ideologizaçom reacionária que envolve a exposiçom da madrilena Casa Encendida, sobre a criaçom artística na URSS entre 1917 e 1945.
Num caso e noutro, a minha visita colmatou as minhas expetativas e serviu-me para conhecer diretamente, através de centenas de obras concretas, um pouco melhor a produçom das duas etapas artísticas que caraterizárom a experiência soviética: a da vanguarda dos anos 20 e a do chamado realismo socialista, a partir de 1933.
Quanto a Deineka, artista cuja trajetória profissional começou em 1917 e atravessou várias décadas da Rússia soviética até a sua morte em 69, a contemplaçom dos seus grandes óleos só confirmou a minha rendiçom incondicional perante a beleza monumental da sua obra. A épica ilustraçom de episódios da luita revolucionária, a representaçom do padrom estético do homem e da mulher nova comunista, a figura coletiva da operária e do operário como protagonista da sua própria história no processo de construçom socialista, o génio nunca totalmente domado polos rígidos esquemas imperantes nas décadas de 30 e 40… a minha prévia atraçom pola sua obra, que só conhecia através de precárias reproduçons dos seus mosaicos, óleos, posters, murais, desenhos e gravuras, viu-se confirmada e ainda ultrapassada pola realidade da contemplaçom direta da sua obra, incluída a sua célebre “Defesa de Petrogrado”.
Em favor dos promotores da exposiçom do pintor de Kursk, diga-se que fôrom bastante equilibrados e respeitosos em termos ideológicos, nom só com a obra e trajetória vital do artista, mas com a inteligência do numeroso público que já a visitou e ainda a poderá fazê-lo até inícios do ano próximo em Madrid.
O mesmo nom pode dizer-se da segunda exposiçom que visitei no passado domingo, na Casa Encendida, instituiçom cultural propriedade de Caja Madrid, que organizou, com o apoio dos governos espanhol e russo, umha significativa panorámica da atividade cultural soviética no período 1917 – 1945. A mostra toma o seu nome, “A cavalaria vermelha”, do livro de relatos sobre a guerra civil escrito por Isaac Babel, publicado pola primeira vez em 1929, e do famoso óleo de Maliévitch, de 1930, que recebe as pessoas que visitam a primeira das cinco salas que componhem o percurso artístico.
A sensaçom depois da visita é contraditória por vários motivos. O emocionante encontro com a produçom artística da primeira revoluçom proletária triunfante, com uns materiais e umhas ideias que mantenhem e transmitem a sua vitalidade vanguardista, bate logo com o reacionário discurso ideológico da guia e de boa parte do catálogo da exposiçom. A reduçom ao absurdo aplicada à riquíssima atividade criadora daqueles intensos anos dificilmente resiste o juízo crítico de qualquer pessoa que visite esta ampla mostra artística.
Referências constantes ao «regime», à suposta falta de liberdade criadora nos artistas, inclusive a um inventado desprezo por parte de Lenine em relaçom à arte, cujo exclusivo interesse seria servir para a deformaçom das massas… burdas confusons temporárias entre os produtos do culto à personalidade estalinista e as audazes criaçons vanguardistas da década anterior, tam revolucionárias como livres.
Porém, as graves acusaçons em funçom do conteúdo ideológico da arte soviética som afinal facilmente desmontáveis só com observar os tintes ideológicos dos realizadores desta exposiçom. Nom existe olhar neutral nem na produçom nem na crítica artística –na verdade, em nengumha atividade humana – , sendo a perspetiva paternalista e os ares de superioridade dos seus organizadores umha boa mostra da falsa neutralidade ideológica capitalista.
Enquanto escuitava a narrativa nada objetiva com que a guia nos conduzia polo suprematismo de Maliévitch e pola fotomontagem inaugurada nos cartazes de Klucis, através do construtivismo de Rodchenko e Stepánova, até o teatro de Meyerhold e os figurinos dos irmaos Stenberg, a arte analítica de Filónov e a experimentaçom sonora de Avraámov e Sholpo… nom podia deixar de perguntar a mim próprio quem teria empossado Caja Madrid da autoridade com que julga, a partir dos moldes posmodernos do capitalismo decadente atual, a grande explosom criativa que durante anos foi catalisada pola revoluçom soviética.
A resposta é simples: a posiçom de poder permite ainda hoje que, frente ao protagonismo que 1917 atribuiu a umha arte coletiva e alheia ao mercado, os padrons do dito mercado livre continuem a impor o que é bom e mau e a manipular a história sem pudor. Depois de todo, eles fam parte das mesmas classes dominantes que protagonizam os stencils críticos com que Maiakovski enfeitou as vitrinas da ROSTA, dentro da maré de denúncia artística, revolucionária e de massas que se seguiu à vitória bolchevique.
Mas o encontro entre sensaçons contraditórias nom se referiu só ao discurso ideológico anticomunista que empapa a exposiçom, o que por outra parte era perfeitamente previsível em funçom dos promotores da iniciativa. Impressiona mais conhecer o final de umha parte importante dos artífices da nova arte soviética que iluminou o mundo nos anos dez e vinte do século passado: um final paralelo à degeneraçom progressiva do impulso revolucionário nas décadas seguintes. Foi esse, sem dúvida, um triste e imerecido final para umha corrente artística e para um projeto libertador da humanidade que, no entanto, serve ainda hoje como referência fundamental para a conquista da nova civilizaçom com que todas e todos eles sonhavam.
Como simples expectador e junto a centenas de visitantes, concluo a dupla visita às salas de exposiçons madrilenas com vontade de recomendar a assistência e convencido de que o sonho daquela geraçom pode alimentar, em partes iguais, a arte e a luita dos povos nesta época de grande barbárie capitalista. A superaçom do capitalismo continua a ser hoje, como em 1917, o maior desafio que a humanidade enfrenta.