Tras el fracaso del “socialismo real” en la URSS y en los países de Europa Oriental, los voceros del capital propalaron a los cuatro vientos el fin del comunismo, de las utopías y hasta de la historia. La Revolución de Octubre de 1917 fue un intento de establecer una sociedad igualitaria y autodeterminada, una organización socialista de las relaciones humanas y de la economía, heraldo de la sociedad comunista del futuro.
Las dificultades externas de semejante empeño son bien conocidas: agresiones militares, bloqueos, acoso material y espiritual, etc. Con ese derrumbe se hundió también la experiencia de proporcionar trabajo, educación, asistencia sanitaria, alimentación y vivienda para todos.
Sin embargo, fue incapaz de superar sus dificultades internas, esto es, el socialismo de cuartel impuesto por una burocracia más interesada en su propio poder que en el bienestar y el autogobierno de sus pueblos, en su emancipación material y espiritual.
Karl Marx parece haber previsto ya este tipo de dificultades. Sin apenas experiencias prácticas, salvo el breve intento de la Comuna de París (18 de marzo a 28 de mayo de 1871) escribía ya lo siguiente en 1842 : “Tenemos el firme convencimiento de que no es en el intento práctico, sino en el desarrollo teórico de las ideas comunistas donde está el verdadero peligro, pues los intentos prácticos, aunque sean intentos en masa, cuando se reputan peligrosos, se pueden contestar con los cañones, pero las ideas que se adueñan de nuestra mente, que conquistan nuestra convicción y en las que el intelecto forja nuestra conciencia, son las cadenas a las que no es posible sustraerse sin desgarrar nuestro corazón.” (MEW, I, p. 108. Subrayado de Marx).
Alfonso Sastre, conocedor ya de las experiencias del socialismo burocrático del siglo XX se enfrenta al pesimismo y abandono dominantes. Es imposible, proclaman por todas partes y por todos los medios los voceros “bien pensantes”, y bien cebados, del capitalismo. Lasciate ogni speranza, afirman con el Dante. Pero Sastre defiende la utopía comunista, esto es, la utopía de una sociedad igualitaria y autodeterminada. No es que sea imposible, como claman los voceros del capital, sino que la imposibilitan entre unos y otros. No es lo mismo una autoderterminación imposible que una imposibilitada, dificultada por las trabas impuestas por la heterodeterminación.
Todo movimiento emancipatorio, de autodeterminación económica, política y cultural que se ha dado en la historia ha conocido estas dificultades y ha sido combatido a muerte. De ahí que para Sastre el comunismo contenga “una carga enorme de liberación”.
Bertolt Brecht, que vivió críticamente las dificultades de la construcción del socialismo en la República Democrática Alemana. Termina su Loa al comunismo con estas palabras: “Es lo sencillo, tan difícil de hacer”. Toda su obra, como es bien sabido, está encaminada al esclarecimiento de esas dificultades para así superarlas.
Hermann Kant, otro excelente escritor alemán, también tomó parte activa en la construcción del socialismo en la RDA. Cuando habla de las dificultades que semejante empeño implica se refiere, sobre todo, a las internas. En su alocución a los jóvenes Kommen und Gehen les advierte de que la tarea no es nada fácil. ¡Ahí es nada, cambiar toda una sociedad! Con todo su aparataje material y espiritual: sus medios de producción, de transporte, los alimentos, las formas de vida, los comportamientos, las maneras de pensar, y los hábitos. Estos son precisamente lo más difícil. Entre ellos, por ejemplo, el hábito de distinguir y juzgar a las personas por su manera de vestir. O el de equiparar el grosor de sus carteras con el de sus cuerpos. O la costumbre de avanzar abriéndose paso con los codos. Menuda hazaña abandonar los hábitos que se denominan con los términos de envidia, indiferencia, ansia de dominio, servilismo, etc.
Sí, el comunista es un outsider del sistema. Está interesado en las cosas que están fuera de él. Y todas sus soluciones contienen tareas. Los valores que él defiende son contrapuestos a los vigentes. Frente al individualismo imperante, defiende que la felicidad está en la cooperación y la solidaridad. Para él la peor desgracia es la soledad. Está convencido de que la autodeterminación empieza con el reconocimiento de la heterodeterminación, Por eso llama ladrones a los munícipes venales, blasfemos a los curas, pirómano al latifundista, farsantes a los académicos que reprimen el pensamiento crítico e impiden que acceda a los centros de enseñanza.
Ha vivido todo lo que se puede vivir, la marginación, la humillación y el acoso laboral y social. Se le ha reconocido como causa del mal. Por eso, lo mejor es no acercarse a él. Algunos “bienpensantes”, eso es, bien situados, intentan convencerlo de que sus ideas son anticuadas, de que las desigualdades y la explotación de unos seres humanos por otros forma parte de la condición humana, que es algo natural. Pero él comunista sabe que esa resignación no es satisfactoria, que la vida estimulante es divertida, bella, refrescante… Por eso no acepta como natural todo lo que se presenta como tal, en particular lo bueno y lo malo. La frase de que las cosas son y han sido siempre así proviene de los tiempos en los que los seres humanos se veían obligados a decir tonterías para salvar el pellejo.
Lo que el comunista genuino propugna es una vida llena de aventuras, un trabajo que nadie quiera cambiar por otro, una escuela cuyo final no se considere una redención. Desea abrir los oídos a los rumores más finos que anuncien el cambio. Y templar los nervios más fuertes para que no se rompan cuando la tierra brame. Tener valor para decirles la verdad a los amigos, y coraje para decírsela también a los enemigos, o, si llega el caso, para no decirles ni una palabra. Y, sobre todo, valor para pensar.
Sí, lejos del carácter totalitario y opresor que interesadamente le atribuyen sus detractores, el comunismo genuino es la expresión máxima de libertad y dignidad humanas. Es la utopía posible, tan fácil de entender pero tan difícil de realizar.