Semana Grande donostiarra de 1997. Matteo Maione, joven italiano que viajaba con un amigo con la idea de conocer el norte de la península ibérica, tenía previsto hacer su primera parada en Santander, pero quiso el azar que, cansados de hacer kilómetros, dieran con sus huesos en la Bella Easo.
Les gustó la ciudad y el ambiente pues, no en vano, se celebraban las fiestas estivales. Cuando de madrugada iban a buscar el coche que habían dejado aparcado, Matteo recibió el impacto de una pelota de goma que le arrancó el ojo y le destrozó toda su órbita y la nariz, quedando tuerto y su rostro desfigurado para siempre.
Los responsables de la Ertzantza, fuerza causante del desaguisado, pusieron en marcha de inmediato su ventilador especiali- zado en esparcir la mierda: que si Matteo era uno de los muchos italianos revolucionarios de extrema izquierda que en verano se desplazan a Euskal Herria para tomar parte en incidentes callejeros, que si estaba tirando piedras a los sufridos agentes que «solo» portaban sus inofensivos peloteros, que era imposible que la causante de las lesiones fuera una pelota lanzada por los policías, que estos tienen una normativa que prohíbe tirar a dar, que solo tienen que hacer disparos al aire, y en el supuesto de que no den resultado, deben disparar al suelo para que si la pelota golpea a alguien ‑sin querer, por supuesto- lo haga ya muy debilitada, resultando inofensiva…
Todo, absolutamente todo igual que en el caso de Iñigo Cabacas, con la diferencia de que, en este caso, lamentablemente, Iñigo está muerto y de que la intervención se produjo en el marco de un partido de fútbol, lo que la hace aún más incomprensible. Pero también en este caso se empezó por negar que la causa de la muerte fuera el pelotazo, aunque la autopsia lo ha confirmado, y a falta de justificación que avale una intervención tan abusiva y fuera de lugar, se habla de que la Ertzaintza busca a una banda de skins de extrema izquierda que son los malos de la película y los responsables de todo. Además, Ares destaca que los testigos presenciales, que dicen que los heridos pudieron ser muchos más a la vista de la brutalidad de la carga, mienten.
Pero ahora nos vamos enterando de que hace años que el Ararteko venía pidiendo que no se usaran esas armas, que la normativa europea las prohíbe y que se utilizaban cartuchos trucados con mas carga explosiva de la autorizada. ¿Quién pedía que se trucaran? Porque es de suponer que no es iniciativa del fabricante, al que le supone un sobrecoste.
Ahora, como entonces, se habla de investigar lo ocurrido, pero no se llegará a saber el autor del disparo, amparado por el espíritu de cuerpo, y se archivará el proceso penal y todo acabará al cabo de muchos años de pleitos ‑nueve en nuestro caso- y, si hay suerte, en una indemnización. Pero para entonces el paso de los años habrá producido su efecto inexorable y los cargos políticos habrán eludido sus responsabilidades. Al tiempo.