

Hasta ahora, el récord de la obra de arte más cara vendida jamás en una subasta correspondía al Desnudo, hojas verdes y busto, de Pablo Picasso, que recaudó 106,5 millones de dólares hace dos años. No obstante, en 2006 el No. 5, 1948, de Pollock, y Adele Bloch-Bauer I, de Klimt, se vendieron por 140 y 135 millones de dólares, respectivamente.
El Grito del noruego Munch tenía un valor estimado de 80 millones de dólares, y justo cuando se alcanzó esa cantidad se detuvieron las pujas. Hasta que el subastador jefe de Sotheby’s, Tobias Meyer, consiguió animar a otros dos postores. «Esto no ha sido todo», dijo entonces el alemán. Y no lo fue. El mazo sonó cuando se alcanzaron los 107 millones de dólares. «Un día histórico», dijo Meyer.
En el mercado del arte todo parece posible, y el subastador jefe, visiblemente aliviado, espetó sonriente al postor telefónico un I love you. Aunque tanto amor no sorprende, pues el desconocido comprador soltará casi 13 millones de dólares como comisión para Sotheby’s.
De momento, se desconoce el nombre del comprador ‑el cuadro podría haber sido adquirido por el emirato de Catar‑, pero sí se sabe quién era el vendedor: la obra pertenecía a Petter Olsen, cuyo padre fue una vez vecino de Edvard Munch. En 2013, con motivo del 150 aniversario del pintor noruego, un edificio de los Olsen albergará un nuevo museo en honor a Munch.
«Ahora espero que también nosotros en Noruega podamos administrar mejor la herencia de Munch», dijo su heredera Elisabeth Munch-Ellingsen. Y es que, en realidad, no se subastó El Grito, sino un Grito, una de las cuatro versiones existentes. Las otras tres cuelgan en las paredes de museos noruegos.