Es el cerdo un animal hosco, silencioso, gruñón, escasamente limpio y poco dado a las amistades si éstas no son de conveniencia. El cerdo se come a sus propias crías y no tiene empacho alguno en comerse también las crías de los demás. Es individualista en grado extremo salvo cuando forma piara, y todos van a la montanera. Claro que las mejores bellotas las comen aquellos que tienen los colmillos más retorcidos.
El cerdo se agrupa para atacar a quien ponga en peligro su desyava (caldo asqueroso hecho de restos de otras comidas) y no le hace ascos a rebañar lo que quede, siempre con el fin de mantenerse a costa de no trabajar, pues nada hace en provecho de los demás. No soporta que le limpien la pocilga y ataca a quien lo intenta.
Hay distintas razas de cerdos. Los hay que se mantienen agazapados durante años a la sombra de una encina (en alguna cámara); otros gruñen cuanto pueden para que en la dehesa donde pastan admiren su virilidad (suele ser un gruñido local); otros, cuya mezquindad es tan elevada que pasan inadvertidos para la piara, pero no han cejado en su empeño de destruir la cosecha del vecino, pues no se conforman con comer a costa del trabajo de otro, sino que destrozan toda la huerta donde han entrado a hozar sin permiso, ellos no lo necesitan porque tienen los colmillos de otros cerdos cuyo tamaño asusta a todos, a propios y extraños. Éstos son los que guardan la pocilga, y cuando salen al campo cuidan de que nadie les moleste en su ese caminar cansino. Dentro de la piara vigilan atentamente que nadie le dispute la comida al jefe, pues dependen del grado de satisfacción de éste para mantener ellos mismos su acceso al duernu (comedero de cerdos).
Tienen larga vida, y van engordando con el paso del tiempo, y cuando llega la montanera, se arremolinan y se juntan gruñendo todos a la vez. Nadie sabe qué significan esos gruñidos, si satisfacción o venganza. Si se les observa detenidamente veremos que a ratos es de satisfacción, a ratos es de odio y venganza hacia aquellos que no les permitieron comer a placer en los últimos años. Aunque hay que decir que algunos compartieron mesa y mantel con otros cerdos más lustrosos, pues muchos lustros hace que acuden al duernu llevándose las mejores tajadas. Les gusta la música que los ensalza y la música sorda que emiten cuando caminan.
Hay cerdos adultos, viejos, demasiado viejos, gordos, con bigotes canosos. Los hay jovencitos, que apenas han dejado de ser lechones e imitan magníficamente a sus antecesores. Uno de ellos ha dejado de ser lechón, ya tiene las patas curtidas de las patadas que ha dado en el camino, y por más que quiera imitar a un ser humano cada vez que abre su hocico es para emporcarlo todo. Propio de sus especie. Los seres humanos no pueden convivir con semejantes individuos, así que dado que son legión, lo mejor es esperarlos tranquilamente. Acaban de subir el valor del duernu, es más: tienen cuatro duernos de grandes dimensiones, y la comida que devorarán será –no la que ellos obtienen con su trabajo, ya hemos dicho que no trabajan- la que expropien a la comunidad de los humanos.
No olvidemos que estos elementos son omnívoros. No distinga usted entre hembras y machos, pues ambos devoran a sus propios hijos. No tenga conmiseración con una cerda preñada de ambición, son peligrosas, tanto como el macho enfurecido. En un tres por cuatro le arrancan una pierna o lo dejan seco de una dentellada. Así que cúidese de que no le devoren. Mire siempre atentamente en su derredor, no les permita que se acerquen a su casa, ni a su cuenta corriente, haga como que no les ha visto, pero mantenga siempre preparado el cuchillo corón, pues al final habrá que hacerles un sanmartín.
Por último, recordemos lo que decían los abuelos: el que nace lechón, muere cochino.