Sois los ángeles que deambulan por lejanos arrabales. Sois el viento encerrado en un aullido de hormigón. Sois las palabras que gritan en un muro, retorciéndose de impotencia porque nadie escucha su clamor. Sois los mensajeros que anuncian el fin de la inocencia. Os acercáis a los niños y susurráis en sus oídos que la crueldad sólo es una amapola, con miedo a respirar. Sois la casa que muere detrás de una maleza de olvidos, acunada por el rumor de viejos televisores en blanco y negro. Sois el crepúsculo de una infancia pintada de atardecer. Aún os preguntáis si es posible enterrar el sol en un vertedero y escuchar su corazón picoteado por una bandada de cuervos. Sois el adiós que abraza a una sombra y no quiere partir. Sois la penumbra que llueve sobre un espejo, apaciguando nuestra sed de existir. Sois la llave de un secreto que nadie desea desvelar. Sois esa parte de mí que me contempla desde fuera, anhelando no ser. Noto vuestras pisadas en mi sangre. Escucho vuestras hogueras, astillando mis huesos. No me esconderé detrás del poema. Mis manos son dos astros que se enfrían. Mis manos quieren ser piedra. Os espero con la luz encendida, feliz de sentir que me regalaréis la oscuridad.
No puedo reprocharos nada. Nacisteis en la hora más aciaga. Nadie os llamó. Nadie os advirtió que vuestra vida sería relámpago y destierro. Nadie os explicó que el barro y los tejados de uralita robarían vuestra niñez. Alguien deslizó una pistola en vuestras manos y apuntasteis al cielo, pensando que el sol podría rodar hasta vuestros pies, convertido en una rosa de papel. Las pistolas no escupen balas, sino insomnios y celdas diminutas, donde se escribe la locura, con su minucioso palpitar. Las pistolas son la orilla de un sueño que no cesa de morir. Las pistolas son la única caricia que conoceréis. Vuestras caras tatuadas son un madrigal que nos habla de pérdidas y desconsuelos. Vuestras caras tatuadas son los colores de un juglar que ya no recuerda ningún verso y ha decidido ahorcarse con las cuerdas de su laúd. Os llaman asesinos, pero yo creo que sois un delirio de cuchillos, huyendo de un espejo que apuñala los recuerdos de un tiempo sin agravios. Os llaman asesinos, pero la muerte se ha tumbado junto a un río y pronuncia vuestro nombre, con la voz de una madre que espera tranquila el regreso de sus hijos. Os llaman asesinos, pero yo creo que sois un caballo chillando de espanto, mientras se hunde en el cieno. Habéis viajado al amanecer de vuestras venas y habéis bebido el vino de la ira, con sus espumas negras. La ira a veces dormita bajo un suspiro, amordazada por unas palabras falsamente compasivas. La ira a veces se marcha con las nubes y se pinta el rostro de ceniza para degollar a una estrella. La ira puede ser James Cagney, con las mejillas sucias y una pistola que tiembla de ansiedad. La ira puede ser Humphrey Bogart, barriendo una ladera escarpada con una Tommy Gun. La ira no respeta las reglas de ningún juego, pues todos los juegos la cortejan, con sus cabelleras flotando sobre un descapotable azul celeste y un ocaso rojo metalizado. La ira es una niña que se ríe sobre una silla eléctrica, contemplando los ojos tristes del verdugo, demasiado viejos para accionar el interruptor y escapar de las avispas que vomitan los enchufes.
¿Se puede hacer poesía con la ira? ¿Se puede hacer poesía con la rabia? ¿Se puede hacer poesía con los ojos temblando de odio? Sois el vómito de las grandes ciudades. Sois el pecado de un mundo desalmado. Sois los supervivientes de un largo éxodo. Sois los hijos del desprecio. Sois los hijos de un tiempo sin ternura. A veces quisiera estar en vuestra carne e incendiar los corazones que os han condenado a vagar entre la furia y el hastío. A veces quisiera tener vuestras manos y sembrar el fuego en las avenidas que se ríen de vuestra desventura. A veces quisiera ser un soldado y apuntar mi fusil a las entrañas de vuestros verdugos, pero tal vez yo soy uno de ellos y me absuelvo con estas palabras. Creo que sois el futuro, la aurora que reducirá a cenizas este presente de sombras. Sois el rumor que crece hacia el centro. Sois el estrépito que acallará el desconsuelo. Sois la esperanza, con su fiereza de dios antiguo. Sois los bárbaros que nos liberarán de nuestros miedos. Algunos os temen, pero yo os espero y os abriré la puerta, pensando que tal vez mi muerte sólo es el barro de una nueva era.
RAFAEL NARBONA