El nuevo tiempo político ha supuesto para la izquierda soberanista en su globalidad, y para la izquierda abertzale en particular, un aldabonazo que nos puede hacer pensar que, en un periodo breve de tiempo, la fuerza social y política mayoritaria de Hegoalde en representación electoral pase a manos de las coaliciones soberanistas de izquierda.
No es algo que nos haya tomado por sorpresa: escondidos en la abstención unas/os, agotadas/os por las décadas de sufrimiento otras/os, desmovilizadas/os otras/os por las ilegalizaciones, desencantadas/os por la partidocracia…miles y miles de personas estaban esperando un nuevo tiempo político en el que se pudiera participar activamente, en la seguridad de que la acumulación de voluntades posibilitada por un nuevo contexto podría provocar cambios significativos.
En el contexto internacional tenemos la desgracia de estar padeciendo un auténtico golpe de Estado de los mercados contra los sistemas parlamentarios de representación partidista. Dicho contexto está llevando a muchas personas a plantearse el sistema político y económico de la última mitad de siglo XX y estos primeros años del XXI: ante el ocaso del capitalismo “amable” de la socialdemocracia europea, la oposición política se va organizando en torno a coaliciones plurales que se están preparando para presentar una alternativa al capitalismo. Una alternativa viable, socialista, participativa y con calado de cambio revolucionario, frente a unos partidos de derechas europeos que van a tomar, cada vez más, un carácter neofascista. En Euskal Herria, con el componente transversal que nos da ser un pueblo sometido nacional, social, cultural y económicamente, esta oposición se ha aglutinado principalmente en Bildu y Amaiur.
Pero el éxito electoral se puede transformar en efímero si esa gran masa numérica no va transformándose en una masa crítica, organizada, consciente, informada y activa. Organizada pueblo a pueblo, autocrítica, viva, rebelde, desde la participación, la transparencia y el compromiso.
Con temas inflados mediáticamente, como el conflicto en el tema del “puerta a puerta”, ya se deja vislumbrar que la derecha global (PSOE, PNV, UPN, PP) de Hegoalde está empezando a funcionar como un auténtico Bloque Sistémico en defensa de sus intereses corporativos y personales. En tesituras así, poco les estorba la pretendida incompatibilidad que exhiben en el debate identitario. El reparto del pastel sobre el control de los ingresos públicos y sus consabidas clientelas están en peligro ante un avance exponencial de la izquierda vasca unida en una oferta electoral común.
No es únicamente en los temas socioeconómicos donde el Bloque Sistémico está ya coordinando una unidad de acción. Así, en la gestión de la desmilitarización del conflicto político entre Euskal Herria y los Estados, y ante la perspectiva de que la unilateralidad del proceso acentué la extensión y la profundidad del cambio social y político, los cuatro partidos han firmado un acuerdo en Madrid que penaliza criminalmente la disidencia contra la Constitución española, y da nueva carnaza a la Audiencia nacional española, a la vez que proponen nuevos obstáculos al proceso en aquellos aspectos más sensibles como son la repatriación y excarcelación de los presos y militantes políticos.
Ya a nadie puede extrañar que, ante un eventual nuevo éxito electoral de las coaliciones soberanistas de izquierdas, esta vez al Parlamento de Gasteiz, el Bloque Sistémico responda con un acuerdo PP-PNV o PNV-PSOE (sea éste tácito o expreso), o bien con un macroacuerdo de adoración a San Mercado y La Santa Constitución acompañado de una moción de censura en la Diputación de Gipuzkoa, para parar la alternativa en el ámbito institucional, a la vez que bloqueen con “Vias Langraitz” o similares una salida breve y digna en la resolución de las consecuencias del conflicto armado.
Es posible que se vuelva a dar un paso más en representación institucional, incluso que la coalición soberanista sea la que más parlamentarias/os obtenga en Gasteiz. El éxito electoral y el acceso al gobierno de instituciones importantes son positivos y necesarios para ir demostrando que se tienen proyectos alternativos en lo social, económico, cultural y nacional; pero es imprescindible acompañarlos de la activación de la masa social que apoya el cambio. De nada sirve ser la fuerza más votada si no se va más allá del éxito electoral y no se pone en marcha una estrategia que, atendiendo a la realidad de la correlación de fuerzas, acelere la construcción de alternativas viables y esté preparada para una confrontación política de proyectos que se va a agudizar y que hay que agudizar.
Una verdadera estrategia socialista de cambio social y político que pretenda liderar un cambio de marco jurídico-político para alcanzar la soberanía, y que se proponga hacer realidad un sistema socioeconómico verdaderamente democrático frente a la dictadura de los mercados, necesita de organizaciones sociales, culturales, sindicales y políticas populares, participativas y co-creadoras del proyecto de emancipación nacional y social.
En definitiva, vemos la necesidad de organizar una Unidad Popular de organizaciones sociales, sindicales y políticas que, desde la autonomía de cada organización y sector, sepa coordinar una estrategia común (tanto en su definición como en su implementación), haga de la pluralidad la herramienta que permita llegar a mayorías alternativas y acuda directamente a los pueblos y barrios, es decir, a la base rebelde, sin necesidad de contar con la “autocreada” casta dirigente de los partidos tradicionales, una casta burocrática corrupta, antidemocrática y antirevolucionaria.