Llevaba Santiago camino de ministro o quizás hasta de algo más, cuando un extraño incidente le ha hecho descarrilar, saliendo despedido automáticamente del tren de alta velocidad en el que se había acostumbrado a navegar desde su prometedora juventud en la cosa pública. Este navarro de nacimiento y madrileño de adopción y vocación ha truncado su carrera política por decisión fulminante de la mandamás del aparato de su partido, ni mas ni menos que la conocida como “La Cospe”, que lejos de protegerle, como ha sido habitual hasta ahora con todos los militantes metidos en marrones con tufo a corrupciones diversas, le ha puesto de patitas en la calle en el primer envite. Da la impresión de que la cantinela habitual de la presunción de inocencia es válida para los que juegan asegurados con la red del partido y no para los que van por libre. Todo el affaire en su conjunto es sorprendente, pero mucho más las explicaciones que el lenguaraz exdiputado está dando de lo ocurrido.
En principio, presunción de inocencia a salvo, todo parece indicar que Santi podría haber chantajeado a Asiain, exigiéndole el pago de una suma de dinero, bajo amenaza de sacar sus trapos sucios en Caja Navarra. O al menos esa es la versión del expresidente de la arruinada entidad financiera, habiendo cometido así, presuntamente, un delito de extorsión mediante precio, algo rarísimo, pues no parece normal que quien, procediendo de familia adinerada y ostentando tantos cargos públicos, esté en situación tan apurada como para tener que buscarse la vida por un método tan poco ejemplar para un diputado, y menos por 25.000 euros que, indudablemente, son una pasta pero no una fortuna como para que un personaje de ese calibre se ponga a delinquir de forma tan cutre. Pero es que además la operativa es mas curiosa aun, pues ha reconocido que se desplaza de Madrid a Iruña, para recoger lo que él califica de información, y el denunciante, «de la pasta», y lo hizo con gorro, bufanda y gafas de sol para no ser reconocido, agregando de esta forma al discurrir delictivo la agravante de disfraz que puede acarrear una importante exacerbación de la pena que eventualmente pudiera imponérsele. Aunque, desde luego, nada comparable con el supuesto de que la conducta hubiera sido calificada de terrorismo, en cuyo caso, en lugar de ser juzgado en Iruña por el juez natural, lo hubiera sido en la Audiencia Nacional y la ruina que le esperaría sería vitalicia.
Para culminar este sucedido, la recogida del botín/información se produjo en un minizulo sito en las murallas medievales, siendo sorprendido el sorprendido diputado literalmente con las manos en la masa, circunstancia esta que posibilitó su detención, pese a ser aforado. Santiago, que no calla, dice que es víctima de un tremendo engaño, y solo admite que actuó ingenuamente; claro que esa versión no se la creen ni en la taberna del partido en su barrio el popular «PPtoki».