Es necesario comprender empáticamente. Es decir, ponernos en el lugar de la mujer víctima de violencia, no importando el sitio geográfico donde tales hechos se cometan. Porque el femicida y, en general, el hombre agresor, no le pregunta a la mujer antes de quitarle la vida, si pertenece a tal o cual partido político, a tal o cual ideología, a tal o cual clase social, si tiene o no algún título universitario, si es cristiana, judía o musulmana. Tampoco lo hará antes de violarla, ni de maltratarla sico1ógica o físicamente.
Las mujeres debemos reivindicar nuestra hermandad. Somos sores, hermanas y es necesario estar unidas en la diversidad y en la adversidad. La sororidad supone respetarnos, visibilizarnos y reconocernos. Este evangelio feminista que debe amalgamar al pueblo-mujer es el lenguaje que nos permite comprender que una mujer víctima de violencia machista en Petare, en la Sierra de Perijá, en la Guajira, en Colombia, en Afganistán, en Francia, en Bolivia, en Guatemala, en China, en Pakistán, en Rusia, en España, en Cuba o en Norteamérica son victimas todas de una ideología universal: el patriarcado y de sus varias manifestaciones: el machismo, el sexismo, el androcentrismo, etc. Y nosotras, todas nosotras, todas las mujeres en todos los países estamos obligadas a hacer causa común, aglutinante, militante y universal para prevenir, sancionar, eliminar y erradicar esa guerra declarada contra nosotras que se ha posicionado como el primer problema de salud pública y de seguridad de nuestros países.
La igualdad plena, sustantiva o concreta de las mujeres y los hombres, con su correlativo inescindible que es la erradicación de la discriminación de las mujeres y de la barbarie machista es el postulado fundamental de la democracia: participativa, protagónica y paritaria. Es lo propuesto en la revolución bolivariana y si la revolución bolivariana fracasa en ese propósito, será una revolución inauténtica, inacabada. Una experiencia de medio camino que históricamente se ha experimentado tanto con las revoluciones liberales, cual fue el caso de la Revoluci6n Francesa, como con las revoluciones de izquierda (incluso comunistas), entre las cuales China y la revolución soviética pudieran servir de ejemplo.
En este propósito, los hombres no agresores tienen la misma obligación política, ética e histórica de construir con nosotras la auténtica humanidad que reclamamos. Y ello no es algo cosmético. No es moda ni eslogan, ni libreto de alguna escena teatral, lenguaje políticamente correcto, postura ante la cámara televisiva o propaganda de alguna franquicia: Es VIDA.
Es la lucha conjunta de las mujeres y los hombres por la verdadera vida, porque, tengámoslo siempre presente: “LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER, MATA”. ¿Y acaso puede existir la humanidad sin nosotras?.