Los últimos y lamentables hechos acontecidos en el espacio post-soviético ponen de manifiesto que la voracidad imperialista no conoce límites. De igual modo, el trato que la prensa occidental ha dado al golpe de estado en Ucrania confirma la impresionante maquinaria bélico-propagandística (sin ningún tipo de ética, ni de humanismo, ni el más mínimo escrúpulo) a la que tendremos que hacer frente en futuras luchas.
El reciente golpe de estado contra Ucrania no se enmarca en una simple, de las tantas campañas (Femen, Pussy Riot, “derechos humanos”, supuestos derechos de los colectivos gays”, Greenpeace y el Ártico, Sochi 2014, etc) y frentes internacionales de debilitamiento, desgaste y hostigamiento contra Rusia (normalmente contra aliados estratégicos y/o regionales), sino que además constituye una vergonzosa y frontal agresión imperialista contra la soberanía de Ucrania, su pueblo, su legítimo gobierno e incluso un atentando contra la democracia (parlamentaria y burguesa). Un episodio que nos lleva a uno de los capítulos más vergonzosos de terrorismo encubierto, esta vez impulsado desde las “democráticas” instituciones de Bruselas.
Cabe destacar que son numerosos los analistas internacionales, partidos políticos, medios de comunicación “alternativos” y demás progres del falso neo-”antifascismo” europeísta que han intentado vender el golpe de estado como un “simple” choque de intereses geopolíticos entre Rusia y la Unión Europea, sin hacer mención ni tan siquiera a la palabra golpe de estado (término utilizado para designar el cambio de gobierno en Egipto por ejemplo) llevado a cabo por fascistas y colaboracionistas durante la ocupación nazi y en la agresión militar contra la URSS soberana, socialista e independiente durante la segunda guerra mundial.
Si bien es cierto que las empresas rusas, como por ejemplo la gasística estatal rusa Gazprom, siempre han tenido intereses en la zona (así es el modelo neoliberal mundial) decir que Yanukovich es un monigote ruso en Ucrania es totalmente falso y constituye una manipulación dantesca en pos de la justificación bélica. Cabe recordar que fue la misma oposición que se manifestaba en el Euromaidan y entonces gobernaba (con Julia Timoshenko entonces a la cabeza) quien firmó contratos multimillonarios de abastecimiento con Gazprom, y los que, casualmente, ahora acusan sin ninguna vergüenza a Rusia de interferir en los asuntos internos ucranianos. Lo cierto es que quien afirma que el conflicto geopolítico ucraniano es un “simple” choque de intereses entre Rusia y la Unión Europea (omitiendo el carácter fascista de la “revuelta” y la imposición por parte de la UE de la firma de dicho tratado) no es que esté equivocado, sino que más lo afirma de manera categórica y realmente tendenciosa, sin ningún tipo de vergüenza ni escrúpulo ético, con el fin de justificar lo injustificable: un golpe de estado filofascista y filoeuropeísta y negar al mismo tiempo el derecho a la soberanía del pueblo ucraniano y el respeto a su derecho a la libre determinación (en este caso la no-adhesión al tratado criminal de saqueo que le ofrecía la UE). Relejo de esta injerencia es la presencia de John McCain, Catherine Ashton o Mikheil Saakashvili en las protestas del Euromaidan. ¿que pintan allí semenjantes personajes o Henry Lévy? Por el contrario no hay constancia de la presencia de políticos rusos, ni de su ministro de asuntos exteriores Serguei Lavrov interfiriendo (como por activa y pasiva se ha repetido) en las calles de Kiev.
Nada nuevo en Ucrania si tenemos en cuenta que no es la primera vez que la interferencia imperialista directa provoca un cambio de gobierno. En 2004, mediante métodos “no-violentos” (diseñados desde el extranjero), el criminal Timoshenko accedía al poder entre vítores de los “demócratas occidentales” y gracias al silencio cómplice de parte de la izquierda (no tan) “revolucionaria”, también conocida en el argot popular como Izquierda OTANista.
Sea como fuere, tras la vuelta al poder del Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich, el hambriento perro imperialista se ha dedicado a esperar (y acelerar) las condiciones idóneas para lanzarse a por su presa. El reciente golpe de estado en Ucrania estaba planeado ya desde 2008 y fue ideado tras el estrepitoso fracaso de la agresión imperialista de la coalición yanqui-georgiana contra el pequeño enclave independiente caucásico de Osetia del Sur (en un día de bombardeos un 3% de la población oseta perdió la vida). La contundente respuesta militar rusa hizo que el imperialismo, al igual que en Corea, playa Girón y en la heroica Vietnam, volviese a morder el polvo.
La Agencia de Inteligencia Norteamericana se vio obligada entonces a cambiar de táctica a través de un renovado plan “pacífico, democrático, no-violento e integrador” que consiste en ofrecer tratados de libre adhesión con la UE. Este nuevo “modus operandi”, combinado con la colocación de escudos anti-misiles, es la nueva modalidad “democrática” para disuadir (y agredir) a la “peligrosísima” Rusia.
Nuevas formas de guerra fría y de guerra (económica) encubierta, que como en el caso de la cruzada alemana contra Grecia, preveen un derramamiento de sangre mínimo en el nuevo escenario. Según archivos del Executive Intelligence Review (EIR) la firma de tratados debía materializarse con países aliados del imperio en el Caúcaso sur como Azerbayán, Armenia y Georgia por una parte y activar el cerco ruso desde el Oeste por otra, obligando a la firma de tratados de adhesión a la UE a países históricamente cercanos a la esfera soviética y partidarios de la unión comercial con la Rusia actual como Ucrania, Bielorrusia o Moldavia. Este último caso precedido además por un golpe de estado encubierto contra el Partido Comunista que gobernaba en 2009, a través de la conocida como “revolución de Twitter” siguiendo el modelo corporativista de “revoluciones de colores y resistencia no-violenta” diseñada desde los despachos norteamericanos y probada con eficiencia anteriormente por el movimiento OTPOR en Serbia o en la misma Ucrania. A diferencia de Ucrania (rechazada la firma por oposición gubernamental pero también social), la firma del tratado de adhesión a la UE fue materializada en noviembre de 2013. No sin protestas. En medio de airadas protestas de la oposición comunista y de la mayoría del pueblo moldavo que se oponía a la firma de dicho acuerdo, y de las cuales los mass-media mundiales (también los “progres”) no recogieron testimonio alguno, ni noticia alguna, ni tan siquiera se dignaron a informar sobre el carácter represivo y violento del gobierno títere moldavo. Estos evidentes paralelismos entre la situación moldava y ucrania, no hacen más que evidenciar el auténtico carácter golpista y criminal de la Unión Europea y el total beneplácito de los medios de comunicación para con tan criminal causa. Destacar que sin la injerencia extranjera, apoyada sobre el terreno por el paramilitarismo nazi-fascista (también conocido como “activismo de oposición” en la prensa occidental) en el caso ucraniano, el legítimo gobierno de Yanukovich no hubiera sido derrocado o al menos no con esa facilidad. Estamos pues, repito, ante un golpe de estado en toda regla, donde las metralletas y los ejércitos han sido sustituidos por “opositores”, “pacíficos manifestantes” “soñadores e idealistas” y “revolucionarios” guiados por un siempre justificable “descontento popular contra la corrupción” del gobierno. ¿Os imagináis si en 1937 se hubiese utilizado semejantes terminología para describir a la legión cóndor?
Con el gobierno Yanukovich derrocado, el Tribunal Penal Internacional pidiendo su cabeza (evidencia de a quien sirve dicho tribunal) y los nazis ocupando puestos de poder en el gobierno provisional, el futuro de Ucrania es bastante incierto. La posibilidad de una guerra civil planea sobre este país hoy destrozado. La extrema derecha y las nuevas autoridades no han tardado en hacer una declaración de guerra y de intenciones contra judíos (han quemado una importante sinagoga al oeste de Kiev), musulmanes (las nuevas autoridades han ejecutado y enterrado en fosas comunes a decenas de Tártaros de Crimea que se dirigían a una manifestación contra el EuroMaidan), rumanos, rusos y el resto de minorías autóctonas (unas 120), ucraninas de nacionalidad que viven en el país. Estamos seguramente ante una repetición del esquema racista utilizado ya en Kosovo contra serbios, goranis, turcos y otras minorías, y que consiste en impulsar un proceso donde estas minorías sean declaradas constitucionalmente como “extranjeras” o incluso “invasoras” para poder justificar así una limpieza étnica de “guante blanco”, made in EU.
Igual de grave resulta el hecho de que el Partido Comunista Ucraniano haya sido ilegalizado. Los antifascistas ucranianos, reagrupados en la Región Autónoma de Crimea (con estatus de República Autónoma Socialista Soviética en la antigua URSS) han comenzado a organizar la resistencia armada mediante milicias, con el objetivo de hacer frente, disuadir y defender a la población local de los ataques de escuadristas filoeuropeistas que amenazan con represalias en esta península. Fueron precisamente las zonas mayoritariamente rusófonas del país (Crimea y los Óblast de Donets y Luganks, ‑también la región de Odessa y otras-) las que más resistencia opusieron al avance del nazismo y los colaboracionistas ucranianos durante la segunda guerra mundial, además de ser un feudo contrario al cambio de sistema político de economía planificada por el neoliberalismo en el referéndum de 1991. Un 60% de la población total ucraniana se mostró favorable a seguir perteneciendo a la URSS frente a una Ucrania neoliberal, con porcentuales aplastantes en las zonas rusófonas, históricamente partidarias de la hermandad con Rusia, derivada de una perspectiva más cultural pro-soviética que étnica. Vemos aquí un enfrentamiento entre dos concepciones de la nacionalidad ucraniana (una constante desde la independencia de Ucrania en 1991, pero que nunca se había manifestado con tanta violencia). Ucrania, fundado como Estado por la Revolución de Octubre, dentro del Estado multinacional de la URSS, desde su independencia en 1991 no ha conseguido crear un relato compartido entre Este y Oeste, dos mundos ideológicamente contrapuestos, ambos ucranianos, pero con una concepciones antagónicas sobre la historia del país. La concepción oriental, partidaria del acercamiento con Rusia, que ha ganado las elecciones repetidamente desde 2004, corre el riesgo (otra vez, como sucedió en la Revolución Naranja) de verse arrinconada y expulsada (los derribos de las estatuas de Lenin o del Ejército Rojo así lo muestran).
Ante tan delicada situación también la OTAN, como es habitual, ha querido hacer su aportación a la paz mundial, advirtiendo y amenazando a crimeanos y rusos de las terribles consecuencias que podría acarrear la puesta en marcha de un “proceso secesionista” tanto en la península como en las zonas rusófilas del país, arrinconadas por la concepción excluyente del nuevo orden ucraniano. No deja de ser elocuente la hipocresía occidental frente al “derecho de autodeterminación” . Ahí tenemos a las vecinas repúblicas de Abkhazia, Transnistria y Osetia, países de facto independientes y que siguen, veinte años después, sin ningún tipo de reconocimiento internacional (solo Rusia, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y algún otro país las han reconocido como estados independientes) y por lo tanto sin ningún estatus oficial. No deja de ser curioso además, que sea la propia Unión Europea quien niegue de manera tan rotunda y descarada el derecho de autodeterminación (recogido como un derecho universal) a un pueblo que al contrario que Kosovo o Taiwán si cumple la definición objetiva de una nación o pueblo. Los Tártaros de Crimea ‑que por diferentes motivos han perdido peso demográfico representan hoy día el 12% de la población peninsular- si constituirían una etnia/nación con lengua y religión propia diferenciada de los ucranianos. Es curioso también que las potencias occidentales, con su cinismo habitual, hablen del respeto a la “integridad territorial y soberanía” de Ucrania, olvidando no solo que han sido ellos quienes han provocado la situación en el país ‑debido a su injerencia‑, sino que además fueron y son ellos los únicos que violaron, violan y violarán ese derecho a la “integridad territorial y soberanía”, no sólo en Ucrania sino también en los Balcanes, en Siria, en Libia o en cualquier parte del globo terráqueo.