Hablar de la epidemia del Ébola es hablar de una epidemia como otras que surgieron, surgen y surgirán por motivos universales. Aunque sus orígenes adquieren una importancia cualitativamente mayor tras la revolución neolítica debido al asentamiento de las poblaciones humanas, su mayor concentración y la convivencia con animales y cultivos; estos hechos cambian los nichos ecológicos que hacen emergen desde entonces zoonosis y epidemias varias en humanos.
El análisis de una epidemia, sea cual sea, requiere de considerar todos los contextos internos y externos del problema. No es motivo de este escrito detallar las causas que han hecho prender la epidemia que nos ocupa, una infección emergente (el primer brote notificado fue en el año 1976 en la República Democrática de Congo en una época convulsa por los intentos de independencia real de la zona) donde el reservorio animal (varias especies de murciélagos frugívoros) se encuentra en determinados hábitats del África occidental (en selvas y zonas boscosas) y que ha podido saltar entre especies, transmitirse a los seres humanos. Su gravedad depende de dos factores fundamentales: 1) la agresividad del virus, su capacidad virulenta por afectar a la coagulación de la sangre provocando hemorragias generalizadas y disfunción renal y, 2) la capacidad de defensa del huésped, su inmunidad que al ser más o menos resistente provoca una gravedad, y letalidad, variable. A las características del germen (en este caso un virus) y de la resistencia del huésped humano se une el mecanismo de transmisión. El mecanismo de transmisión son los medios a partir del cual la infección del virus se propaga de unas personas a otras (fómites o productos biológicos ‑o no biológicos- del enfermo; el contacto directo con la persona enferma a través de vías respiratorias, cutánea, etcétera).
Una vez que el germen afecta a seres humanos, las medidas fundamentales y urgentes, cuando se constata que la gravedad y propagación de la infección es alta, es cortar los mecanismos de transmisión y reforzar la inmunidad de la población.
Esto se consigue, dicho muy sintéticamente, con un buen soporte vital de los síntomas más graves para evitar que se agrave la enfermedad y la muerte de la persona que padece la infección, y el aislamiento de los cuidadores y sanitarios (mediante el uso de batas, guantes, mascarilla, gafas, correcta eliminación de fómites o material desechable, etcs), para atajar este primer problema (cortar la vía de transmisión). Y para intervenir sobre el segundo problema, es necesario reforzar los cuidados alimentarios e higiénicos de la población del área afectada. Todos nos estaremos preguntando al leer estas líneas que, en países tan empobrecidos como los afectados por la epidemia del Ébola (Guinea Conakry, Liberia, Sierra Leona y, ahora, Nigeria), no pueden disponer de los medios necesarios para implementar todas estas medidas. En estos casos, como en otras emergencias sanitarias, las organizaciones internacionales de salud, y por nombrar la más conocida y la que se arroga la autoridad mundial en estos temas, la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la máxima responsable de llevarlas a cabo en coordinación con los gobiernos de los países afectados.
La siguiente pregunta será, ¿qué se ha hecho cuando se detectaron los primeros casos?, ¿como se han coordinado las intervenciones de todas las partes afectadas con las organizaciones sanitarias internacionales?. Mientras no nos contesten, con el detalle que se merece la gravedad de los acontecimientos, a estas esenciales preguntas no tenemos más remedio que dudar de que dichas medidas urgentes y necesarias se llevaran a cabo. La epidemia se declaró, al menos oficialmente a través de los medios de comunicación, en febrero de 2014, hace el inaceptable tiempo de casi seis meses, ya que la alerta internacional fue declarada por la OMS el pasado día 7 de agosto.
Pero más allá de los contextos internos que afectan a la epidemia, la llamada cadena epidemiológica compuesta por los tres eslabones clásicos: germen-huésped-mecanismo de transmisión, tenemos que tener en cuenta que dicha cadena epidemiológica siempre está en íntima relación con otros contextos más externos que en el momento político actual cobran suma importancia en el análisis. Lo primero una crisis del sistema capitalista que quiere ‑y no puede- salir del atolladero para seguir con el control de recursos esenciales como el energético, así como de materias primas básicas para la alimentación y producción industrial, entre otros. Un control que consigue o intenta conseguir mediante el sometimiento de los países y zonas geoestratégicas a través de la violencia visible o invisible (descarada o hipócrita) necesaria. Lo segundo, una crisis de credibilidad en aspectos fundamentales como la coherencia en sus declaraciones y acciones, el conocimiento científico o la ética de cara a las poblaciones a nivel mundial.
Y la epidemia de Ébola es una muestra más de esta grave crisis mundial. Pongamos tres ejemplos significativos y dramáticos de suma actualidad: 1) El genocidio del pueblo palestino por el estado de Israel con la connivencia de las potencias capitalistas más enriquecidas, como la Unión Europea con Estados Unidos a la cabeza; 2) Estas mismas potencias crean «monstruos» que se vuelven contra ellos, como los terroristas que asolan Irak, a los que armaron y apoyaron para derrocar infructuosamente al gobierno Sirio; y 3) El derrocamiento ilegal del gobierno ucraniano por un régimen neonazi ‑ahupado por los mismos países ya nombrados- que está masacrando a la población del este del país que no quieren seguir bajo el yugo de un gobierno títere de las potencias imperialistas. Sin poder poner más ejemplos como Colombia, Afganistán, Libia, etc., la realidad es que estos gobiernos, lo más reaccionarios del mundo, están sufriendo no solo derrotas militares y políticas sino una falta de credibilidad que es esencial para su subsistencia. Solo cuando la epidemia hace peligrar los intereses y personal de estos países, como poco, aparecen nuevos medicamentos y vacunas que rápidamente se están investigando para atajar el problema en sus blindados territorios y, por supuesto, para sacar suculentos beneficios económicos de la epidemia. No debemos olvidar la «pandemia» de la gripe porcina, el nuevos virus que se originó en una multinacional porcina estadounidense afincada en México, que fue la que originó la nueva cepa del virus gripal y que fue aprovechado para que un antivirus (Tamiflu) fuera publicitado para su administración masiva con pocos efectos beneficiosos para la salud y grandes beneficios para los intereses económicos.
Ni que decir tiene que todas las medidas deben ser tomadas, incluidas la investigación de medicamentos y vacunas adecuadas, pero en un contexto que incluya las medidas urgentes y necesarias que se han comentado y que en lo fundamental son similares en cualquier tipo de epidemia. Recientemente se publicó un escrito titulado, «la verdad es siempre revolucionaria», célebre frase que popularizó el excepcional comunista italiano Antonio Gramsci. Porque la verdad, o mejor, la búsqueda de la verdad hasta sus últimas consecuencias es el mejor acto de honestidad que podemos practicar en cualquiera de los «terrenos que pisemos». Y el del conocimiento es, y no poco importante, uno de ellos. Porque llegar a la raíz del problema es analizar sin miedo todas las contradicciones que se mueven en su interior y todos los factores externos que continuamente los influyen para bien y para mal. Analizar sin miedo y actuar con la celeridad que lo requiera el problema y sin cortapisas. Eso es lo que debemos hacer en asuntos como la epidemia que estamos comentando y otras que puedan surgir en el futuro.
África Pineda
Sevilla, 16 de agosto de 2014