El arte, como superestructura ideológica, refleja los intereses, la situación y las contradicciones de la situación y las contradicciones de la sociedad en que se produce y de la etapa en que vive. Al mismo tiempo, por sí y en sí, en tanto que la actividad del pensamiento histórico crítico el arte trasciende tal reflejo y se emancipa de sus condicionantes inmediatos: sociedad, lucha de clases, política, etcétera. El arte pues, como tal arte, sólo puede aparecer y perdurar a través de una determinación humana superior a las realidades inmediatas de la realidad social y política en la que se desenvuelve. Esta determinación humana no es otra que la libertad.
II
La libertad, como conocimiento y superación de la necesidad, se expresa y se realiza en la crítica de su objeto, o sea, en su inconformidad con éste: no se con-forma con su objeto, no se somete a la forma y al contenido de su objeto, sino que propone darle su propio contenido (imprimirle su propio movimiento como negación de la negación), y por ende, transformarlo, sustituir su forma por una forma más avanzada y superior.
III
El objeto de la libertad y del arte es uno solo para ambos: el ser del hombre, el hombre mismo. La libertad y el arte (de igual modo que la filosofía y la ciencia) no son de ninguna otra manera que como puramente humanos, inenajenables e inmediatizables. De aquí que la crítica de su objeto (la razón misma se su existencia) no pueda aparecer sino siempre y en todos los casos, como la inconformidad constante respecto al hombre concreto y a su inmediatez específica (su realidad sensorial, sensible), sea cual fuere el contexto histórico y social en que tan hombre esté situado. El arte deviene, así, en la negación dialéctica de toda sociedad y toda historia enajenadas, incluso la sociedad y la historia socialistas que preceden al establecimiento universal del comunismo, considerado éste como el inicio de la enajenación de la historia natural humana.
IV
En la organización actual de los estados contemporáneos (si, a grandes rasgos, reducimos su conjunto heterogéneo al de la existencia por una parte de un campo capitalista, y por la otra de un campo socialista), la ley de tendencia del imperialismo se dirige, de modo inexorable, hacia la negación más completa y absoluta del arte, de la ciencia, de la filosofía y de la libertad, a las que despoja de su contenido, aunque, en virtud del desarrollo desigual y contradictorio de esta ley, los derechos de aquellas se encuentran salvaguardados jurídicamente, de modo relativo, en las grandes metrópolis imperialistas. La ley de tendencia del socialismo, por el contrario, apunta hacia la realización más plena posible de la ciencia, de la filosofía, del arte y de la libertad. Empero, el carácter desigual y contradictorio (al mismo tiempo que combinado) de la ley de tendencia no se supera en el socialismo, sino que es igualmente válido tanto para éste como para el imperialismo. La coexistencia de estos dos tipos de contradicciones ha dado lugar a la paradoja histórica de que, en ninguno de los dos casos, los respectivos aspectos de la ley de tendencia se hayan podido consumar en una forma completa. Podría decirse, así, que ni el imperialismo ha logrado abolir la libertad hasta su máximo extremo, del mismo modo en que el socialismo tampoco ha logrado implantala, en la medida en que, para su propia existencia, ya resulta absolutamente indispensable su ejercicio [1]. Nos encontramos, sin duda, ante una clásica interpretación de los contrarios, entre el imperialismo y el socialismo, hecho que, por otra parte, pone al descubierto la raíz profunda de las discrepancias ideológicas que han terminado por separar en dos bandos, al parecer irreductibles, a los partidos comunistas de todos los países.
V
Hay una trayectoria histórica que arrancha desde las consecuencias stalinistas que tajo consigo la necesidad irrevocable de constituir el socialismo en un país aislado de los demás hasta la posesión de las armas nucleares y termonucleares por la Unión Soviética que –sin que esto la justifique y sin que tampoco le conceda la razón a los oponentes anticomunistas de las URSS –explica esta grave y peligrosa interpretación de contrarios a que se ha llegado (sobre todo interpenetración de contrarios a que se ha llegado (sobre todo en el aspecto de la invalidez de la libertad) entre el mundo imperialista y el mundo socialista. El hilo que hilvana las diferentes etapas de dicha trayectoria está formado por la abolición de la democracia en la sociedad, en el Estado y en el Partido; por la dogmatización como norma de la ciencia; por la mediatización del arte y por la ausencia casi completa de libertad civil. Algunos de estos aspectos se han atenuado después del XX y del XXII congresos del PCUS (aunque también en una forma cautelosamente pragmática y viciada desde un principio por la burocrática admonición de “no ir demasiado lejos”), pero el hilo no ha sido roto en la Unión Soviética, y menos aún en la China Popular, ni por supuesto en la gran mayoría, si no es que en la casi totalidad –con muy contadas excepciones- del resto de los demás partidos comunistas del mundo. En este sentido, tanto la Unión Soviética como la República Popular China contribuyen por igual a que se conserve, y más adelante se agrave, la irracional, innecesaria y antihistórica interpretación de contrarios que existe entre el imperialismo y el socialismo.
VI
El imperialismo no podrá soportar por tiempo indefinido el agobiante peso de una paz y una libertad que, por precarias que sean, agravarán cada vez más sus contradicciones internas y terminarán por volverse en su contra y hundirlo. Esto suscita el problema concomitante de que, mientras la coexistencia pacífica no esté acompañada por el establecimiento, en la forma más amplia posible, de la democracia y la libertad en los países socialistas, serán dichos países los que estén fijando la fecha para ser agredidos por el imperialismo, pues éste no puede superar de ningún otro modo que no sea mediante la guerra el peligro real que tarde o temprano representará la conservación en un grado mayor o menor, de determinadas libertades democráticas para su propio pueblo. Sin la existencia de una libertad y una democracia socialistas verdaderas (y no tan sólo por medio de la competencia económica entre capitalismo y socialismo, ni por el muy lento ascenso del nivel de vida en los países socialistas), el lado positivo de la coexistencia pacífica (el despertar de la conciencia y de la solidaridad entre los pueblos, incluso de los países imperialistas), se convertirá en su propio lado negativo: la agresión imperialista y la guerra nuclear con sus terribles consecuencias de una vuelta al comunismo primitivo –en el mejor de los casos- y de la abolición total o casi total de la libertad humana por un período de tiempo cuyo límite nadie podría precisar.
VII
El socialismo no puede reducirse a la sola socialización de los medios productivos, como tampoco el comunismo puede limitarse a la fórmula de que la sociedad reciba de cada uno conforme a sus capacidades y retribuya a cada uno conforme a sus necesidades. Desde su aparición como ciencia, la teoría del socialismo y del comunismo se plantea como la teoría de la desenajenación humana, como la teoría de la libertad real a partir de la negación del proletariado a través de su proceso de dilución en el hombre. Visto a favor de esta perspectiva y desde la experiencia histórica del socialismo contemporáneo, está comprobado el hecho de que la socialización de los medios de producción no sólo es insuficiente por sí misma para superar las contradicciones del proceso, sino que aún agrava estas contradicciones y se coloca en el riesgo de convertirlas en insuperables y hacer que lo reviertan sobre el socialismo como su propia negación recesiva. Las más importantes de estas contradicciones son las que existen:
- a) entre la clase y el estado;
- b) entre la sociedad socialista y la nación; y
- c) entre la nación y el socialismo internacional.
Todo esto, por más inconcebible que nos parezca, encierra las premisas de choques armados (que ya han ocurrido) y aun de guerras entre países socialistas. Esto resulta todavía más tangible y alarmante si se toma en cuenta la supervivencia estratégica y táctica, en los partidos comunistas, del principio –ya convertido en dogma inexpugnable- de que la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios. El socialismo como pura transformación económica, sin libertad de crítica, sin autogestión de los productores y sin democracia, constituye una nueva enajenación humana, una nueva forma de la negación del hombre.
VIII
La causa mundial del socialismo no se encuentra en un callejón sin salida, pero sí está en la encrucijada de una crisis esencial de la que dependerán ineluctablemente sus destinos. El que se haya podido llegar a este punto tiene su origen en una deformación de la conciencia socialista en el seno de los partidos comunistas, deformación que ha terminado por desplazar y sustituir a la conciencia real con el triunfo y el asentamiento del stalinismo y su desarrollo ulterior bajo nuevas formas, tanto en la Unión Soviética como en los demás países de todo el mundo. En la lucha por la transformación de las relaciones sociales y por la desenajenación de la historia, la conciencia socialista y la crítica tienen una importancia mayor que la economía. En las condiciones necesarias y forzosas de haberse visto constreñida a la clase obrera soviética a la construcción del socialismo en un país aislado, y más aún, dentro de las condiciones de una economía de escasez, la libertad en el ejercicio de la conciencia socialista y de la crítica hubiese impedido que el dogmatismo se impusiera como la tónica dominante –hasta nuestros días- en la teoría y en la práctica de casi la mayoría absoluta de los partidos comunistas de todos los países. La crisis en que se encuentra el movimiento comunista mundial sólo podrá resolverse por el camino de la vuelta al leninismo (2)., de la crítica democrática y abierta entre los partidos comunistas y entre los pensadores marxistas de todos los países, de lucha por la renuncia a los intereses nacionales y geopolíticos de los Estados socialistas y, finalmente, por el camino de la orientación, cada vez más firme y conscientemente dirigida, hacia la abolición total de la burocracia y hacia la gradual transferencia del poder del Estado, de los organismos de gobierno que lo detentan, a las organizaciones sociales dentro de cuyo seno en el Estado mismo deberá disolverse en el futuro.
IX
De igual modo en que, durante un momento histórico determinado, la crítica de la religión devino crítica de la sociedad; la crítica de la teología, crítica del derecho; la crítica del cielo, crítica de la tierra, durante la presente etapa de transición del capitalismo al socialismo, la crítica del arte (el elemento crítico que el arte representa respecto a la realidad), deviene crítica de la enajenación humana. Esto es, de crítica particular de la estética se convierte en crítica de la ética universal; de crítica universal del arte se convierte en crítica universal de la enajenación del hombre en todas sus situaciones (capitalistas o socialistas), puesto que la época de transición anticipa, en el arte, el paso “del reino de la necesidad al reino de la libertad”; es decir, el arte constituye ya este paso y se adelanta a la historia en tanto no se conforma a la transitoriedad de su objeto, en tanto supera la contradicción capitalismo-socialismo dentro del marco de su propia actividad crítica, resumiendo dicha contradicción en el ejercicio de la más irrestricta libertad del conocimiento estético.
FUENTE RECUPEDADA: Revueltas, José, “Esquema Teórico para un Ensayo Sobre las Cuestiones de Arte y Libertad”, La Palabra y el Hombre, No. 13, Enero-Marzo 1975, pp. 3 – 6.
(1) El fenómeno de que la falta de libertad termine por convertirse en un peligro real e inmediato para la existencia misma del sistema socialista no es una invención “liberal”, sino un hecho histórico, por mucho que pueda negarlo en esta condición de la burocracia usurpadora del poder en los países socialistas. No se trata de una “tendencia” pequeñoburguesa de los intelectuales, sino una necesidad que reclama la infraestructura social, es decir, que por su propio impulso exigen las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. El ejemplo más reciente ha sido el de Checoslovaquia, donde el Pleno de enero de 1968 del partido comunista reconoció el hecho y decidió imprimir un nuevo rumbo a la dirección del Estado y de la sociedad. La “fraternal” invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas y del Pacto de Varsovia, en agosto del mismo año, intentan detener desde entonces, artificialmente, este proceso, por medio de la violencia llana y simple. Esta violencia, empero, está preñada de las más explosivas cargas revolucionarias en contra de los mismos que la emplean y constituye su propia negación, como anuncio de la futura e inevitable crisis del poder que terminará por derrumbar el sistema de dominio que ejerce la burocracia en la gran mayoría de los países socialistas.
(2) Habrá que salir al paso de un nuevo dogmatismo: el de convertir a Lenin en un fetiche al que habría que reverenciar sustrayéndolo de su contexto histórico y sin atender a los fenómenos nuevos que ofrece el mundo contemporáneo. El leninismo –como todos los postulados teóricos del marxismo- constituye un método, y reducirlo a un sistema cerrado y completo no sería otra cosa que su propia negación. Hay una tarea teórica de importancia excepcional pero aún no emprendida por nadie: la de exponer, en forma positiva, todas las generalizaciones de Lenin que constituyen un enriquecimiento del marxismo. Esperemos al investigador y pensador marxista –no demasiado comprometido con la lucha diaria- que disponga de la tregua indispensable –y de la mente lúcida y crítica- para emprenderla y coronarla como una de las más bellas e importantes tareas intelectuales de nuestro tiempo.