Louise Michel nació en Haute-Marne (Francia) en 1830. Hija de una sirvienta y de un terrateniente, recibió una buena educación basada en principios liberales.
Quería ser maestra, por lo que ingresó en una academia en Chaumont, en la que se diplomó, aunque no puedo llegar a ejercer en la escuela pública por negarse a prestar juramento a Napoleón III.
Trabajó como profesora en varias academias privadas, siendo criticada por los padres de algunos alumnos por su método alternativo de enseñanza: llevaba a sus alumnos a dar clases al aire libre para disfrutar de la naturaleza y les enseñaba a cantar la Marsellesa (en una época en la que estaba prohibido). Prohibía los castigos e insistía en el sentido de la responsabilidad y en la participación activa del alumnado.
Más tarde abre otra escuela privada en Millieres, donde enseña durante dos años, hasta que se traslada a Paris, en 1856. Una vez allí comienza a asistir a reuniones políticas y se introduce en ambientes revolucionarios, donde traba amistad con Eugène Varlin, Raoul Rigault y Emile Eudes, entre otros, y comienza a escribir con frecuencia en periódicos de la oposición como “Le cri du peuple” (El grito del pueblo).
En 1869 es secretaria de la “sociedad Democrática de Moralización”, cuyo objetivo era ayudar a las trabajadoras obreras.
Tras la proclamación de la III República, mientras el ejército prusiano marcha hacia Paris, Louise Michel entra a formar parte del Comité de Vigilancia del barrio de Montmartre, una de las asociaciones vecinales que se crearon para organizar la defensa de la ciudad.
La Comuna de Paris
Tras participar en numerosas manifestaciones durante los meses previos al comienzo de la Comuna, juega un papel clave en los acontecimientos que marcan el inicio de la Comuna, encontrándose en primera fila, disparando. Cuando el gobierno de Versalles envía sus tropas para apoderarse de los cañones de la Guardia Nacional, Luoise Michel, que en ese momento es Presidenta del Comité de Vigilancia del distrito XVIII de Paris, lidera una manifestación de mujeres que impidió al ejército hacerse con los cañones, y consiguiendo que los soldados confraternicen con los guardias nacionales y el pueblo parisino.
Desarrolla una labor social y militante destacada durante los dos meses que dura la Comuna. Anima el “Club de la Revolución” de la iglesia Saint Bernard de la Chapelle, en el distrito XVIII, y consigue la creación de comedores para los niños y niñas del barrio. Organiza un servicio de guarderías infantiles en toda la ciudad y apoya ideas muy novedosas como la creación de escuelas profesionales y de orfanatos laicos.
Combate, fusil en mano, en las barricadas de Clamart, Neuilly e Issy-les-Moulineaux, y también colabora como enfermera, recogiendo y atendiendo a los heridos, y recluta a mujeres para conducir las ambulancias.
Como guardia del batallón 61 de Montmartre, lideró un batallón femenino cuyo coraje destacó especialmente durante la últimas batallas de la Comuna.
Aunque ella consiguió escapar, más tarde se entregó a las autoridades de Versalles para evitar que fusilaran a su madre, que había sido arrestada.
Tras ser encarcelada durante unos meses, es llevada ante un Consejo de Guerra que la condena a diez años de destierro a Nueva Caledonia. Una vez allí, entra en contacto con la población local, a quienes enseña a leer y escribir y simpatiza con los nativos que luchan por la independencia de la colonia francesa, con quienes colabora. Aunque anteriormente simpatizaba con la corriente socialista del blanquismo, durante el exilio se aproxima al anarquismo.
Al cabo de nueve años de destierro es amnistiada, regresando de nuevo a Paris en 1880, donde es recibida por 10.000 personas.
Tras su regreso interviene en numerosos mítines en Francia y en otros países europeos, donde habla acerca de su lucha por la revolución social y sobre el anarquismo. El cobrar entrada en esos actos a las personas asistentes lo ve como una forma de que las clases medias contribuyan a apoyar a las trabajadoras.
En 1883, tras participar en una manifestación de desempleados que termina con el saqueo de varias panaderías y en enfrentamientos con la policía, vuelve a ser condenada a varios años de prisión y encarcelada, negándose posteriormente a ser amnistiada, aunque acaba saliendo de la cárcel al cabo de tres años.
Al año siguiente, en 1887, durante una reunión de militantes un anciano monje le dispara hiriéndole en el oído y quedando una bala alojada en su cabeza, lo que posteriormente le ocasionará fuertes dolores. A pesar de ello, durante el juicio Luoise pidió indulgencia para su agresor.
Los últimos años de su vida los pasa entre mítines y en prisión hasta que se exilia a Londres para evitar ser ingresada en un psiquiátrico.
Las incendiarias
Luoise no fue la única mujer que tuvo un papel destacado durante la Comuna de Paris, sino que hubo cientos de ellas que participaron activamente, tanto en las barricadas como en el ámbito político, creando cooperativas de trabajadoras y sindicatos específicos para mujeres, participando activamente en clubes políticos y creando organizaciones revolucionarias propias, como el Comité de Mujeres para la Vigilancia, el Club de la Revolución Social o el Club de la Revolución, entre otros.
Muchas de esas mujeres desafiaron el rol que tenían establecido en esa época, combatiendo en primera línea y reivindicando sus derechos. Los medios de la época hablaban de su combatividad y las denominaba las “pétroleuses” o incendiarias, extendiendo el rumor falso de que prendían fuego a edificios públicos durante la última semana de la Comuna.