Hay varias razones que hacen necesario que estudiemos de nuevo la historia de la revolución rusa. La primera de ellas, que nos hace falta hacerlo para dar sentido a la historia global del siglo XX. Una historia que, tal como la podemos examinar ahora, desde la perspectiva de los primeros años del siglo XXI, nos muestra un enigma difícil de explicar. Si utilizamos un indicador de la evolución social como es el de la medición de las desigualdades en la riqueza, podemos ver que el siglo XX comienza en las primeras décadas con unas sociedades muy desiguales, donde la riqueza y los ingresos se acumulan en un tramo reducido de la población. Esta situación comienza a cambiar en los años treinta y lo hace espectacularmente en los cuarenta, que inician una época en que hay un reparto mucho más equitativo de la riqueza y de los ingresos. Una situación que se mantiene estable hasta 1980: es la edad feliz en que se desarrolla en buena parte del mundo el estado del bienestar, un tiempo de salarios elevados y mejora de los niveles de vida de los trabajadores, en el que un presidente norteamericano se propone incluso iniciar un programa de guerra contra la pobreza.
Todo esto se acabó en los años ochenta, a partir de los cuales vuelven a crecer los índices de desigualdad, que superan los del inicio del siglo, hasta llegar a un punto que ha llevado a Credit Suisse a denunciar hace pocos meses que el setenta por ciento más pobre de la población del planeta no llega hoy a tener en conjunto ni el tres por ciento de la riqueza total, mientras el 8,6 por ciento de los más ricos acumulan el 85 por ciento.
¿Qué ha pasado que pueda explicar esta evolución? Thomas Piketty sostiene que la desigualdad ha sido una característica permanente de la historia humana. Os leo sus palabras: “En todas las sociedades y en todas las épocas la mitad de la población más pobre en patrimonio no posee casi nada (generalmente apenas un 5% del patrimonio total), la décima parte superior de la jerarquía de los patrimonios posee una neta mayoría del total (generalmente más de un 60% del patrimonio total, y en ocasiones hasta un 90%)”.
La desigualdad de los patrimonios, que se traduce en una desigualdad de los ingresos, marca, según Piketty, el curso entero de la historia, en la que las tasas de crecimiento de la población y de la producción no han pasado generalmente del 1% anual, mientras el “rendimiento puro” del capital se ha mantenido entre el 4% y el 5%. Estas consideraciones le llevan a una interpretación formulada rotundamente: “Durante una parte esencial de la historia de la humanidad el hecho más importante es que la tasa de rendimiento del capital ha sido siempre menos de diez a veinte veces superior a la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso. En eso se basaba, en gran medida, el fundamento mismo de la sociedad: era lo que permitía a una clase de poseedores consagrarse a algo más que a su propia subsistencia”. Que es tanto como decir que la civilización, la ciencia y el arte son hijos de la desigualdad.
Artículo completo en pdf: “¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?”: Josep Fontana