Qué más si no quisiéramos la paz. Sobre todo, quienes nacimos y crecimos y hemos llegado a la cumbre de los años en circunstancias de una nación caracterizada por el más alto índice de criminalidad del Estado, agenciada por los facinerosos partidos políticos de una oligarquía lumpen, genocida, socia lacaya de los intereses imperialistas de los Estados Unidos de Norte América, de Canadá y de Europa. Nos quedamos sin Patria. Como me dijera en el exterior un ilustre colombiano, profesor y defensor de los Derechos Humanos: Eduardo Umaña Luna, ya fallecido y del que tuve el alto privilegio de ser compañero suyo en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional, como profesor, donde él desempeñaba la Decanatura, y en la defensa de presos políticos y sociales: «Convéncete, no tenemos Patria, nos han robado la Patria»
De Colombia se ha apoderado ahora un frenesí de paz a toda costa, de retorno a las vías políticas «democráticas» que se habían tornado y reconocido anteriormente impotentes para detener el enorme caudal de sangre, la terrible sangría de las clases populares, particularmente en el campo y que por eso mismo levantó en armas, en guerra justa, a miles de compatriotas para defender la dignidad, la vida, los bienes, la libertad … y «recuperar la Patria». Forma parte de lo mejor de la historia del Pueblo colombiano. De su dignidad y su valerosa disposición a entregar la vida por los altos valores de la Humanidad.
El día de la firma solemne de los acuerdos de Paz, vestido de blanco riguroso, impecable, el carnicero Presidente de Colombia, gestor de los «falsos positivos», exclamó, tendiendo cínicamente los brazos a sus antiguos enemigos: «bienvenidos a la democracia»
Mientras tanto, desafiantes aviones bombarderos, sin respeto a la solemnidad de compromisos de tal magnitud, sobrevolando el espacio donde se celebraba el acto-festejo de los Acuerdos, súbitamente y por fuera de las intervenciones programadas irrumpieron, en un ejercicio y demostración de fuerza, queriendo advertir con sus ruidos infernales de guerra su vocación inalterable de continuar reprimiendo con sangre cualquier alteración de su falso orden democrático-burgués. Con esa su manera peculiar, venían a sumarse al :» bien venidos a la democracia», desvelando , desafiantes, el sentido cínico e hipócrita de la invitación del siniestro Presidente envuelto en su disfraz de blanca paloma. Es que, acurrucado, en un trocito de su corazón ocupa espacio su otro Yo: el canalla expresidente Uribe Vélez.
No son conjeturas. En la vida y con mayor razón en la política cuentan los hechos. Las palabras, se ha dicho siempre, se las lleva el viento. Por sus frutos los conoceréis, decía el profeta; y siempre: «obras son amores y no buenas razones». El papel puede con todo dice un adagio popular. Ese mismo día del acto solemne de la refrendación de los acuerdos el ejército reprimía con fuerza brutal una protesta de campesinos. Esa era la noticia que nos llegaba. Luego ha seguido lo que todos conocemos por la vía débil de la información alternativa: tras los Acuerdos: asesinados dirigentes campesinos, indígenas, afrodescendientes, defensores de los derechos humanos, hombres acabados de salir de la cárcel favorecidos por la amnistía, guerrilleros de las Farc y hasta familiares suyos.
Peor aún, siguen avanzando sin contención alguna y con la complicidad del Estado y de las Fuerzas Armadas del Régimen las hordas mercenarias narco-paramilitares en las zonas que han sido abandonadas militarmente por las Farc-EP en cumplimiento de esos Acuerdos, y en donde continúan tomándose violentamente los poblados, amedrentando y asesinando selectivamente a sus habitantes , despojándolos de la tierra y de sus recursos vitales; expulsándolos, en la estrategia criminal de expandir el latifundio, consolidar la usurpación territorial el poder y el terror de los terratenientes, así como la de tender puentes para el aterrizaje depredador de las gigantescas compañías económicas capitalistas multinacionales en esas zonas de un a riqueza minera, hídrica y agrícola incalculables.
También, a la par, esas mismas regiones continúan siendo sacudidas por la represión violenta del ejército contra el campesinado.
Solo para muestra un botón: la Defensoría del Pueblo da cuenta del asesinato de 187 líderes y liderezas asesinadas desde marzo de 2016 hasta marzo de 2017. Además de 6 miembros de las Farc y 9 de sus familiares. A mediados del mes de agosto de este año, el Estado Mayor de las Farc denunció que «en los últimos días habían sido asesinados por lo menos 32 de sus miembros y familiares de éstos». Desde mayo pasado más de 320 familias han salido huyendo de sus territorios en el Bajo Atrato Chocoano «cuando la toma del poder por los grupos paramilitares». En las cárceles se sigue reprimiendo y maltratando a los presos políticos, negándoseles inclusive sus derechos a los tratamientos médico- sanitarios y prolongando su encarcelamiento injustificadamente, contraviniéndose así los acuerdos establecidos de amnistía. Los presos políticos han debido acudir a la Huelga de Hambre para que se dé cumplimiento a los compromisos acordados en la Habana.
Ante este espantoso panorama de criminalidad, cuya responsabilidad recae principalmente por acción u omisión en el Estado colombiano, la Unión Europea , España por supuesto, sus instituciones, partidos políticos y prensa callan y lo ocultan vergonzosamente a sus conciudadanos, evitando una confrontación publica, en la medida en que también a ellos les cabe responsabilidad por la sucia manera como manejan sus intereses políticos y económicos con los gobiernos oligárquicos de turno colombianos.
No existe la paz en Colombia. Su instauración por la vía de la justicia social que proclaman las clases populares en Colombia, encuentra poderosas fuerzas plutocráticas internacionales y nacionales adversas, dado los costos económicos elevados que para ellas comportaría, Estas fuerzas imperialistas y sus socias criollas estarían y están dispuestas a arrastrar al país a una hecatombe de miseria e inseguridad todavía mayor con tal de salvaguardar y acrecentar sus beneficios. Y, sin embargo, ese postulado de paz con justicia social, ungido con la sangre de heroicos compatriotas a lo largo de décadas, es irrenunciable para nosotros. Sin justicia social no concebimos la paz, que es dignidad, libertad, techo, pan, educación, salud, cultura, libre autodeterminación , derechos que le han sido negados con las más inverosímiles violencias, inmemorialmente, al Pueblo colombiano.
La justicia social que nos niegan los poderosos, tarde o temprano la impondrá el Pueblo. Y siempre por las vías que le dicta su sabiduría, su experiencia histórica y su dignidad mancillada.
Hugo Gómez
13 de septiembre de 2017
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