Con el fallecimiento de Iker Gallastegi puede afirmarse sin lugar a dudas que se marcha un auténtico guerrero vasco. No por casualidad era uno de los hijos de Eli Gallastegi, al que apodaban «Gudari» (soldado o guerrillero), quien había liderado la fracción más rebelde del independentismo dentro del Partido Nacionalista Vasco (PNV) hasta que decidió romper con el mismo por sus posiciones claudicantes.
En 1959, se fundó ETA y fue en ese mismo año durante una redada policial contra la organización juvenil del PNV, Euzko Gaztedi (EGI), en la que se practicaron varias detenciones, cuando Iker logró eludir a los uniformados y pasar la frontera hacia el Estado francés. Tiempo después, cuando la organización juvenil se incorpora a ETA, Iker da también ese paso decisivo que iba a marcar toda su vida.
Al igual que su hermano Lander, otro abertzale consecuente, Iker reivindicó las enseñanzas de su padre en cuanto a fogonear la lucha por la independencia de su pueblo y de otras naciones sin Estado similares, como es el caso de los republicanos irlandeses que también recorrieron el camino de la rebelión armada. Desde Paris, sentenciaba en 1962, en pleno auge de la dictadura franquista: «Utilizaremos la razón para quienes quieran razonar. Pero ante un gobierno armado, solo puede prevalecer el patriotismo que empuña las armas».
Corrían, como casi siempre, tiempos duros para la militancia revolucionaria vasca, pero Iker no se amilanó y puso sus ideales de la liberación nacional por encima de todo. Como gran parte de su familia tuvo que soportar persecuciones, malos tratos y un correlato represivo brutal por parte del poder imperial español. Sin embargo, los y las Gallastegi, representan el arquetipo de esas familias vascas, reivindicadores de sus costumbres ancestrales, defensores de la ikurriña, militantes de su lengua, el euskera y duros como el roble de Guernica. En ese contexto Iker también incluyó a la música e impulsó y dirigió hasta poco antes de partir varios coros en los que los cantos tradicionales se entrelazaban con versos que enaltecían la lucha.
La represión lo golpeó en varias ocasiones, como cuando fue enviada a prisión una de sus hijas, o cuando sintió como propios los zarpazos que arrancaron del entorno familiar, para condenar a penas prolongadas a sus sobrinos Irantzu y Lexuri y Orkatz, quienes aún permanecen en cárceles españolas.
En 2009, él mismo debió comparecer ante ese tribunal de excepción franquista que es la Audiencia Nacional española por haber formulado declaraciones en un documental de un canal televisivo. Allí lo interrogaron sobre un tema que casi siempre está en danza en los países con fuerte andamiaje represivo y que desean ocultar la memoria: el perdón. Gallastegi, acusado por varias ONGs derechistas de hacer «enaltecimiento al terrorismo», alegó que en el film se había limitado a explicar las opiniones de los militantes de ETA sobre su accionar armado, pero se negó a retractarse. «Yo no tengo que pedir perdón. A los vascos nunca les han pedido perdón por los 40 años de dictadura franquista en la que se mataron a miles de personas y se las enterró en cunetas y en tumbas colectivas, algo que se está aclarando ahora. A los vascos nunca les han pedido perdón por el GAL, nadie pide perdón en los conflictos armados», declaró antes que lo condenaran a un año y tres meses de cárcel, cuando ya había superado los 80 años de edad.
Puede afirmarse que se marchó como vivió, indoblegable y coherente, con su risa bonachona y las convicciones a flor de piel, pero seguramente también con la enorme pena de saber que la tan ansiada amnistía para los presos y presas, aún no ha podido concretarse. Y tampoco la patria independiente y socialista por la que tanto peleó. Sin embargo, ahora que está sembrado en las entrañas de su querida Euskal Herria, sus ideas, como las de «Gudari», Lander y otros tantos patriotas seguirán floreciendo e iluminarán futuras luchas.
<em>Carlos Aznárez</em>
14 de febrero de 2018