Una de las cuestiones más debatidas en el marxismo desde la mitad del siglo XIX es el papel del individuo en la historia, o si se quiere la dialéctica entre lo colectivo y lo individual. El elitismo –acordémonos del protofascista Pareto– que caracteriza a la sociedad burguesa habla de «líder» para nombrar a la persona que, siempre dentro del orden simbólico y material dominante, dirige desde lo alto al grupo que le obedece. El individualismo metodológico burgués tiene en el líder el vértice superior del triángulo de autoridad. Son muy profundas las raíces históricas de este método tan efectivo de dominación psicopolítica invisible de «los de abajo» por «el de arriba».
Son tan profundas estas raíces que el grueso de la intelectualidad progresista y parte de la revolucionaria son incapaces de superar el individualismo metodológico en sus análisis sobre el marxismo, centrándose casi exclusivamente en Marx como individuo en vez de en Marx como parte del colectivo comunista y del proceso histórico de la lucha de clases. Santricht –como Marx– forma parte sustantiva del muy superior horizontalismo colectivo que se basa en la praxis comunista que, por su misma esencia, es colectiva: no podemos saber el significado inhumano de la detención de Santricht si lo separamos de la heroica lucha de los pueblos trabajadores del mundo, que no sólo del colombiano.
Tampoco sabremos qué busca el imperialismo atacando a Iván Márquez, amenazando a miles de luchadoras y luchadores, y asesinando a cientos de ellos en Colombia y en Nuestra América si seguimos mentalmente atados por las cadenas del individualismo metodológico, porque caeremos en su trampa: creeríamos que la historia no la hacen las clases explotadas con sus luchas sino los líderes, los llamados «grandes hombres» –¿y las verdaderamente grandes mujeres?– que, por encima de los pueblos, iluminan nuestra ignorancia. Ahora bien, el imperialismo sabe perfectamente que Santricht no es un «líder» sino un camarada, un <em>hermano de lucha</em> como se dice en Nuestra América, que es justo lo contrario a un «líder», y es por esto por lo que quiere que se pudra en sus cárceles si es que no «lo mueren» antes.
Aquí radica el secreto de su detención: Estados Unidos y la burguesía colombiana saben que un <em>hermano de lucha</em> es infinitamente más peligroso para ellos que un «líder». ¿Cuál es la mejor forma de destruir la fuerza libertadora que surge como un torrente del sentimiento ético de <em>hermandad</em> que Santricht siembra por donde pasa? Muy sencillo: acusándole de narcotraficante. Es sabido que el narcocapitalismo va pudriendo hasta la médula a las burguesías latinoamericanas y en especial a la colombiana. Es sabido que los pueblos de Nuestra América y entre ellos el colombiano están pagando con tortura, sangre y muerte la impunidad de la burguesía que se enriquece con el narcocapitalismo.
Los mandarines de la China antigua ya sabían que la mentira repetida se convertía en «verdad». Goebbels aplicó esta táctica de manipulación a la propaganda nazi. Desde 1982-1983 la contrainsurgencia española la aplicó en Euskal Herria con el denominado Plan ZEN (Zona Especial Norte), Plan mejorado en lo sucesivo también para aplicarlo desde hace años a las clases y naciones explotadas. Se ha demostrado que la prensa imperialista mintió 935 veces para justificar la segunda invasión de Irak en 2003, pero solo en un año Donald Trump casi iguala este inmoral record al mentir no menos de 836 veces: 4,6 afirmaciones falsas al día. La casta política española no va muy detrás en este ranking mundial del embuste.
La estrategia de la mentira fue aplicada desde siempre contra la insurgencia, al margen de la forma que adquiriera en su lucha emancipadora. La acusación de narcotráfico también permitió encarcelar en Estados Unidos a Simón Trinidad aunque eran tan chapuceras que no se pudieron concretar y reforzar la represión internacional de las resistencias armadas. Mordiendo a Santricht los perros buscan al menos seis objetivos:
Uno, ocultar a los únicos responsables del narcocapitalismo, las burguesías que se enriquecen con sus gigantescos beneficios que no son solo económicos, sino también represivos y militares porque la drogodependencia es un arma de orden y de exterminio psicofísico. Mirando por encima de Colombia y del clan Uribe, la tragedia mexicana es lacerante, además de los «43 de Ayotzinapa» y de muchas más personas exterminadas, se ha sabido que entre 2013 y 2017 los cárteles han blanqueado 3,6 billones de pesos: ¿cuántos de ellos se habrán convertido, mediante grandes y prestigiosos bancos, en dólares, euros, libras… que engordan legalmente la tasa media de ganancia capitalista? Es tal el poder del narcocapitalismo que a finales de 2017 López Obrador, candidato a la presidencia de México, planteó la posibilidad de indultar a los cárteles bajo algunas condiciones. Hay muchos datos que muestran que el narcocapitalismo es una de las fuerzas que está por debajo del golpe de Estado de 2009 en Honduras y otros muchos más que demuestran la alianza entre la casta política y los cárteles en Paraguay…
Dos, separar el narcocapitalismo ilegal del narcocapitalismo legal, el que se sostiene en las industria de los fármacos, en la del vino y alcoholes, en la del tabaco… que mueve capitales casi inconmensurables y obtiene ganancias astronómicas a costa de la salud humana, especialmente la de las clases y pueblos explotados, la de la mujer trabajadora y empobrecida, y cada vez más de la infancia. Se nos hace creer que el único narcocapitalismo es el de las drogas ilegales, cuando el problema es mucho más grave. Por ejemplo, la sociedad yanqui es una sociedad enferma, drogada masivamente por los opiáceos: solo en 2016 han muerto 115 personas al día, de las cuales 80 por la ingesta de drogas legales, y alrededor de 200.000 muertes desde 1999. La barata oferta de drogas de todo tipo hace que por segundo año descienda la esperanza de vida, bajando a los 78,6 años en 2017, diez semanas de vida menos que en 2014. La prensa crítica, los colectivos progresistas y democráticos y hasta congresistas con algún sentimiento humanitario se escandalizan por la pasividad de la Agencia Antidroga estadounidense Pero esta plaga asesina también penetra ya en Nuestra América mediante la industria farmacéutica controlada por el imperialismo.
Tres, descargando las culpas en las guerrillas y extendiéndola así indirectamente a las izquierdas revolucionarias, el capitalismo logra limpiar su imagen, justificar las masacres que realiza con la excusa de la «guerra contra la droga», ampliar los recortes de libertades y derechos básicos, multiplicar la presencia policíaco-militar y los controles y vigilancias sobre cualquier colectivo o persona artificialmente acusada de ser «sospechosa», ocultar la podredumbre e interna connivencia de las fuerzas represivas con el narcotráfico ilegal y las responsabilidades de los sistemas judiciales, sanitarios, económicos, educativos, mediáticos, etcétera, privados, públicos o Estatales por su pasividad o colaboracionismo con el narcocapitalismo en su conjunto.
Cuatro, falló la acusación imperialista contra Simón Trinidad, lo intentan de nuevo contra el <em>hermano</em> Santricht y todo indica que van a por Iván Márquez y otras y otros que les seguirán. Quieren ampararse en la (in)justicia, en el aparato judicial imperialista para «demostrar» a los pueblos oprimidos que sus penalidades, que los asesinados por el narcotráfico ilegal son responsabilidad exclusiva de la guerrilla, con lo que esperan aumentar el apoyo que pueden obtener de los sectores alienados y también aumentar la pasividad, el desconcierto y la desilusión de otros sectores obreros y campesinos, de la pequeña burguesía y de las izquierdas populares: ¿quién se atreve a ayudar a la «narcoguerrilla»? Quien lo haga será objeto de especial represión. Los más golpeados serán los sectores militantes que estén de acuerdo con la línea defendida por Santricht y su grupo en el debate que sigue dentro y fuera de las FARC por el fracaso anunciado de la «paz».
Cinco, especial importancia tiene para la Administración Trump que el <em>hermano</em> Santricht sea declarado culpable de narcotráfico por la justicia imperialista. Por un lado, aumentarán las excusas yanquis para intervenir militar, política, económica y culturalmente no solo en Colombia sino en todas partes, intensificando la «guerra contra la droga». Por otro lado, el racismo yanqui, el odio a los pueblos originarios y a toda persona no blanca, se verá reforzado mediante la «verdad» judicialmente confirmada. Además y sobre esta base ganarán legitimidad reaccionaria las medidas de cierre de la frontera y otras medidas represivas internas no solo contra los latinoamericanos sino contra la totalidad de la población que no se arrodille, aunque sea blanca. Por último, la poderosa industria de la masiva drogadicción legalizada dormirá tranquila al haberse confirmado la «verdad» de que no tiene nada que ver con las decenas de miles de personas muertas y damnificadas de algún modo por la epidemia de opiáceos ya que los únicos responsables son los «narcoguerrilleros de piel sucia» que hay que aplastar sin piedad.
Y seis, los aparatos judiciales de las burguesías colaboracionistas con Estados Unidos también necesitan que el <em>hermano</em> Santricht sea declarado narcoguerrillero porque, en general, les es necesario el prestigio y el poder de sus hermanos jueces yanquis para mantener el suyo, muy dañado por la cobardía y silencio ante las atrocidades de los Estados y por el apoyo descarado de muchos de ellos a lo más duro del capitalismo, no solo a los golpes judiciales de Estado. La «verdad» dictada por la (in)justicia norteamericana, que beneficia escandalosamente a la burguesía blanca, sería un respiro para gran parte de la judicatura latinoamericana y colombiana.
Las seis razones principales que explican por qué quieren encarcelar de por vida a Santricht nos llevan directamente a la contrarrevolución que el imperialismo pretende generalizar en todas partes. El Estado es el centralizador estratégico de las múltiples tácticas, métodos y recursos de que dispone la burguesía y el que también dirige la creación de otros nuevos. La ofensiva contrarrevolucionaria actual, que supera a la lanzada por Obama con cierto disimulo, abre nuevos frentes de ataque, entre los que sobresale la abierta implicación del aparato judicial en la defensa del capitalismo. Por esto, liberar al <em>hermano</em> Santricht es ganarle una batalla al monstruo.
<em>Iñaki Gil de San Vicente</em>
Euskal Herria, 9 de mayo de 2018