Uno
En la primera entrega de esta serie insistiamos en la importancia clave de la crítica filosófica del pragmatismo anglosajón, aceptado como método epistemológico por EH Bildu. Vimos cómo el pragmatismo desprecia el conocimiento teórico profundo de la sociedad, las lecciones que pueden extraerse mediante el estudio sistemático de la práctica. Vimos que el pragmatismo valora sobre todo la cuestión de cómo obtener resultados positivos inmediatos menospreciando la totalidad de los problemas y los efectos colaterales a largo plazo. Mediante esta ideología pragmática de intelectuales norteamericanos de finales del siglo XIX, EH Bildu y el soberanismo reformista han justificado la entrega de las armas al Estado opresor, etc.
En la segunda entrega analizamos que el concepto de ciudadanía, pueblo, etc., que estructura el modelo de EH Bildu está restringido exclusivamente a la ideología burguesa del trabajo, es decir, para EH Bildu «son vascas todas las personas que viven y trabajan en Euskal Herria». Vimos que esta definición está hueca, vacía de conceptos porque es, como el pragmatismo, una parte de la actual ideología burguesa que borra cualquier existencia de las clases sociales explotadoras y explotadas, de su lucha permanente, del proceso entero de la producción de plusvalía y de la dictadura del salario…
Vimos que la definición del independentismo socialista es la contraria: vasca es la persona que vende su fuerza de trabajo en Euskal Herria. Es decir, toda persona explotada socialmente porque, en el capitalismo, el salario, o sea el precio de la fuerza de trabajo, es una de las bases de la explotación que vertebra la sociedad en su conjunto y, por ello mismo, define el concepto de pueblo trabajador, que se basa en la objetividad de que la mayoría de la población solo puede vivir –malvivir si tenemos en cuenta el potencial productivo desaprovechado por el irracionalismo global burgués– vendiendo su fuerza de trabajo por un salario que nunca, jamás, llegará a ser «justo» y mucho menos «digno». La expresión de Marx de «nación trabajadora» viene a decir exactamente lo mismo pero con el añadido de que el pueblo trabajador ya ha asumido la necesidad de construir su Estado, su poder comunal. En esta tercera entrega vamos a desarrollar este proceso contrastándolo con el documento de EH Bildu.
Dos
Avisábamos al finalizar la segunda entrega que en esta, en la tercera, desarrollaríamos el concepto de «nación trabajadora» empleado por Marx y los medios políticos que debe practicar para la toma del poder, sobre las interrelaciones entre la lucha de clases económica, antipatriarcal, popular, democrática, lingüística y cultura, socioecológica… e institucional. Lo vamos a hacer explicando por qué es necesario actualizar la Alternativa KAS de 1978 para luchar contra el capitalismo que nos oprime nacional, patriarcal y socialmente. En la cuarta y última entrega hablaremos sobre el pacifismo, la rendición de ETA y adelantaremos una propuesta de Alternativa KAS para el debate.
La fuerza decisiva de emancipación es la clase obrera que dota de centralidad al pueblo trabajador. La diferencia entre este y la nación trabajadora no es otra que el nivel de desarrollo de la autoorganización, del contrapoder y situaciones de doble poder generadas en la lucha diaria de liberación nacional, es decir, el grado de autoorganización material de la conciencia subjetiva explotada: la nación trabajadora se va autoconstituyendo en la medida en que empieza a disputar materialmente poderes a la burguesía autonomista y al Estado opresor, hasta dar el salto al poder popular y al Estado propio. Se trata de un proceso complejo, multifacético, incierto y siempre supeditado a los vaivenes de la lucha de liberación: la clase obrera se constituye en pueblo trabajador y este, si el proceso avanza, puede llegar a ser la nación trabajadora dotada de su propio poder.
Lo que recorre internamente a las fases y lo que mide su fuerza o debilidad es el avance o retroceso de la confrontación entre la propiedad capitalista y la propiedad socialista. O si se quiere, la respuesta a la pregunta ¿de quién es la nación vasca: de ella misma o del capital financiero? La Alternativa táctica, el programa de transición y la Alternativa estratégica expresan, miden y orientan ese avance.
El movimiento revolucionario internacional comenzó muy pronto a presentar de manera resumida y muy asequible sus objetivos al pueblo en forma de Alternativa táctica que explicase los objetivos históricos dentro de una Alternativa estratégica, es decir, la interrelación entre lo táctico y lo estratégico. Una muestra casi perfecta de alternativa en las condiciones de 1848 fue el decálogo de reivindicaciones que proponía el Manifiesto comunista y que mantiene una vigencia sorprendente en su esencia y hasta en alguna de sus formas. De este modo se llenaba el vacío de la lucha teórica de divulgación de los objetivos comunistas, sobre todo en un contexto de crisis total, de revolución en ciernes.
Pareciera que se había encontrado la manera perfecta de divulgar los objetivos revolucionarios entre los sectores menos concienciados de las clases trabajadoras. Sin embargo, ya desde 1850 se vio la necesidad de enriquecer ese método que conectaba lo táctico con lo estratégico mediante una propuesta de transición concreta en momentos de gran complejidad social. Los errores de la Comuna de 1871 demostraron la necesidad de una intensa preparación anterior, lo mismo que en 1905. La crisis desatada por la Primera Guerra Mundial volvió a demostrar la urgencia de relacionar permanentemente las formas concretas de transición entre lo táctico y lo estratégico. La Tercera Internacional demostró en sus primeros cuatro congresos celebrados hasta 1922 cómo podía y debía buscarse la prefiguración de los objetivos históricos y la estrategia correspondiente en las tácticas aplicadas en cada circunstancia: los programas de transición enlazaban uno y otro polo.
Para entonces la Segunda Internacional había impuesto definitivamente un mecanicismo ciego en la política: había que esperar a que se creasen las «condiciones objetivas» mediante acuerdos y pactos con la burguesía para crear una mayoría electoral que facilitase el segundo paso: el tránsito pacífico y gradual a lo que entendía por «socialismo». La Tercera Internacional, por su parte, fue abandonando desde el V Congreso en 1924 las lecciones anteriores y en 1935, en el VII y último Congreso, desarrollo una versión «marxista» del etapismo: hay que convencer a la «burguesía nacional», «democrática», para avanzar junto con ella a la «primera fase» y, luego, conquistada esta, avanzar a la «segunda fase». Este esquema no se ha cumplido nunca en la historia real por varias razones, entre las que destacan que la «burguesía democrática» nunca ha querido aliarse con el pueblo a pesar de la moderación de este, o que le ha traicionado casi desde el primer momento, o que han sido tantas las cesiones de la izquierda que ella misma se ha desmoralizado internamente… Las experiencias europeas de Syriza, 5 Estrellas, Podemos, EH Bildu, el estancamiento del procés català, etc., son concluyentes a pesar de la espuma electoral; pero también lo son las del «socialismo del siglo XXI» en América Latina.
Tres
Es imposible reelaborar y actualizar la Alternativa desde el pragmatismo y la ideología interclasista de EH Bildu que hemos analizado en las dos entregas anteriores. El pragmatismo es irreconciliable con el método político basado en la necesidad de la interacción entre lo táctico, lo transicional y lo estratégico, método que necesita la prefiguración de los objetivos en las luchas presentes en la medida de lo posible en cada circunstancia. Prefigurar en lo posible en cada táctica los objetivos por los que se lucha es esencial porque puede visualizar materialmente lo que se consigue con el esfuerzo militante. Prefigurar no es fácil, requiere una formación política y teórica siempre en enriquecimiento y, sobre todo, una coherencia autocrítica indoblegable lo que explica que prefiguración y pragmatismo sean inconciliables.
No puede sostenerse que se avanza hacia la independencia aceptando el marco constitucional español y europeo, tal cual lo recoge el documento de EH Bildu. Y eso sin hablar en absoluto de socialismo, huyendo de todo lo que pudiera recordar la lucha de clases y la socialización de la propiedad capitalista. Las constituciones burguesas son los cepos de acero que solo las revoluciones sociales pueden destruir. La ligereza y vacuidad ideológica le lleva a EH Bildu a decir lo que sigue sin preocuparse por la realidad:
Apartado dos sobre el derecho a decidir 2. La soberanía del Pueblo Vasco, que se expresa por medio del derecho a decidir de su ciudadanía, se fundamenta en el principio democrático, y puede ser reconocida por el Estado español en el marco de los principios y derechos históricos amparados constitucionalmente.
Leamos también:
3. Junto con la posibilidad de establecer un listado propio de derechos, la Comunidad Estatal Vasca deberá contar con la capacidad normativa para desarrollar libremente los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución española, la Convención Europea de Derechos Humanos, la Carta Europea de Derechos fundamentales y demás tratados internacionales en la materia, limitando para ello la capacidad de incidencia de la normativa orgánica española.
Y esto otro:
Capítulo 8 sobre el procedimiento de reforma estatutaria. 5. Una vez aprobado dicho texto, se procederá a dar cauce a una primera manifestación de la democracia directa –mediante una consulta habilitante no vinculante jurídicamente–, que ofrezca a la ciudadanía vasca la oportunidad de validar y legitimar la propuesta articulada de nuevo estatus, y refuerce la posición vasca en la fase de negociación con el Estado español.
EH Bildu no solo se ha puesto el cepo de acero constitucional en su cuello, como la argolla de los esclavos, sino que además hace una grosera trampa ética y política al decir que la primera práctica de «democracia directa» –tema que trataremos en la cuarta y última entrega– no tendrá carácter vinculante, es decir, no va a servir para nada práctico. El pragmatismo riza el rizo: quiere contentar a tirios y troyanos pero beneficiando a los primeros.
Cuatro
Como hemos dicho, el pragmatismo es inconciliable con la Alternativa, pero también lo es la ideología interclasista que niega la explotación de clase, según veíamos en la segunda entrega. Verdad es que la debilidad de la Alternativa de 1978 con respecto a «lo social» se ha transformado en ausencia absoluta en EH Bildu y en agujero negro en el reformismo abertzale. Elaborar o re-elaborar otra Alternativa debe empezar por llenar ese agujero, por saber cómo es el capitalismo que nos oprime nacional, social y patriarcalmente, qué límites de clase insuperables hacen que la mediana burguesía y gran parte de la pequeña burguesía opten por «sentirse cómodos» en España, cómo es el nacionalismo español –y francés– tan anclados en partes de la sociedad vasca…
Un ejemplo, el Informe Anual 2016 del gobiernillo vascongado indica que la productividad del trabajo estaba en la media de la Unión Europea, con 41 euros/hora, siendo la alemana de 45 euros/hora y la española de 36 euros/hora. Y para entender qué es la decisiva productividad del trabajo hay que utilizar los conceptos de fuerza de trabajo, plusvalía, salario… es decir, clase social y lucha de clases en una nación oprimida que, como también dijimos, permanece en la media de la división de clases del capitalismo europeo: 81% de la población explotada que vive directa o indirectamente del salario y el 19% que vive de la explotación de la fuerza de trabajo ajena, o también y para centrarnos en recientes estudios sobre la media del Estado: el 90% sufre la explotación asalariada contra el 10% que goza con su propiedad de las fuerzas productivas. Los informes muy serios de Elkartzen nos aportan datos terribles sobre el empobrecimiento real de nuestro pueblo trabajador.
Frente a esta realidad ¿sobre qué formas de propiedad colectiva se sustenta el soberanismo de EH Bildu? Entre el páramo, el desierto conceptual que es el texto solo hemos podido encontrar lo que sigue:
9. Se considera imprescindible la protección específica de los bienes comunes y la consagración de instrumentos de control público (estatal y/o social) de recursos productivos, financieros y energéticos clave.
Se nos dirá que EH Bildu, en cuanto marca electoral interclasista, debe mantener un «perfil bajo» para no espantar a la pequeña y mediana burguesa, y que por eso no puede hablar ni de lucha de clases ni menos aún de socialización de las fuerzas productivas; se nos dirá que ya se hablará de eso una vez que llegue el momento. Aquí radica una de las trampas. Vayamos por partes.
Primero, el término «bien común» puede ser definido de muchas formas, contradictorias incluso entre ellas, si no se especifican los derechos concretos y los medios de propiedad colectiva, social –patriarcal, nacional y de clase– que definen a ese bien común: en una sociedad basada en la explotación hablar en abstracto de «bienes comunes» es posponer al infinito el debate para llegar a la raíz del problema. Por ejemplo, la presión creciente contra los gaztetxes y toda forma de recuperación popular y obrera de bienes privatizados por la burguesía. Los movimientos populares, sobre todo el juvenil y el feminista, pueden ridiculizar si quieren la metafísica de EH Bildu al respecto.
Segundo, las contradicciones de EH Bildu se agudizan más si profundizamos en el contenido socioeconómico fuerte de los «bienes comunes» en lo que hace al territorio, a la geografía, a la planificación urbanística, al poder omnipotente de la empresa privada en el turismo y en los servicios de transporte y de subsistencia en una sociedad estructurada por la lógica del beneficio empresarial. Más todavía si nos preguntamos sobre la degradación de los hospitales públicos, de las pensiones y jubilaciones, de las asistencias sociales, de los salarios: ¿Acaso la salud no es el fundamental bien público? La vacuidad pomposa de EH Bildu solo sirve para ocultar estas sangrantes realidades. El movimiento obrero puede hundir en el ridículo si lo desea a EH Bildu por su posicionamiento de facto en el lado de la propiedad burguesa.
Tercero, no sirve de nada, excepto para confundir y generar falsas expectativas, hablar de «instrumentos de control público (estatal y/o social) de recursos productivos, financieros y energéticos clave» pero sin especificar si ese «control público» implica «propiedad pública» o no. Controlar una cosa no quiere decir ser propietaria de ella. En los años dorados del keynesianismo socialdemócrata y laborista hubo un altísimo «control público» de la economía, pero la propiedad de las fuerzas productivas siguió en manos del capital privado, de modo que cuando la burguesía decidió pasar al contraataque desde la mitad de la década de 1970, el «control público» fue dejando paso a las privatizaciones. En 2008 el gobierno de Estados Unidos controló grandes empresas en crisis, confirmando que el mito neoliberal de la «desaparición del Estado» es otra mentira: atenuada la crisis, el «control» desapareció. Son las contradicciones sociales y económicas, o sea, la lucha de clases, las que determinan la efectividad del «control público» y su suerte última. Pero estos conceptos –contradicción, lucha de clases…– no existen en EH Bildu.
Cuarto, tampoco sirve de nada reivindicar un abstracto «control público» sin hablar del poder de clase, del poder popular autoorganizado y dotado de capacidad de autodefensa. No sirve de nada incluso aunque no se plantee aún la cuestión crítica de la propiedad. Si el «control público» no es realizado por colectivos, organizaciones y movimientos del pueblo trabajador, sino solo o fundamentalmente por la burocracia estatal y reformista, por esa cosa indefinible que llaman «cuarto poder social-ciudadano», lo positivo que tiene el «control público» apenas será defendido por el pueblo porque no lo interiorizará como suyo, como propio, porque no habrá aprendido en su experiencia diaria que el «control público» puede ser un arma muy importante hacia el socialismo si está dentro de una Alternativa revolucionaria. Entonces, ¿por qué lo reivindica EH Bildu?
La respuesta es simple: esta frase cumple la misma función, pero en la deriva de EH Bildu, que la consigna de la «nacionalización de los sectores básicos» que tenía la socialdemocracia de los años 50, la «cogestión obrera» de una parte del Partido Socialista Francés en esos años, el «golpe a los monopolios», la «nacionalización de la banca, de industrias básicas…», de «intervención de los trabajadores en todos los aspectos de la vida económica…» del programa de 1960 del Partido Comunista Español supeditado a la estrategia de la «reconciliación nacional», etcétera. Pero con una diferencia cualitativa que marca el retroceso de EH Bildu: la coalición vasca no habla para nada de la propiedad privada capitalista, sino de «recursos». Ha retrocedido más allá que estos grandes referentes del reformismo histórico, como se aprecia en el apartado 7 sobre el Ámbito Competencial de la Comunidad Estatal Vasca y en especial en las dieciséis políticas propias que se presentan en el punto 4, porque están absolutamente descontextualizados.
Cinco, cada uno de los dieciséis planes atañen a los «recursos» que deben «controlarse». Pero, como hemos dicho, el «control social» no tiene por qué significar propiedad social, propiedad colectiva, es decir la expropiación de esos «recursos» de propiedad capitalistas. La sociología de los «managers», de la tecnocracia que «controla» los negocios pero que no es propietaria de ellos a pesar de su poder, porque estos siguen perteneciendo a los grandes burgueses individuales, cuadra perfectamente con el proyecto de EH Bildu y tranquiliza a la pequeña y mediana burguesía que, en lo básico, no ve peligrar sus intereses aunque surjan disputas matrimoniales sobre detalles particulares.
Y seis, la ambigüedad e indefinición que caracteriza a EH Bildu es extremadamente inquietante a la luz de la aplastante experiencia histórica sobre la burocratización de las organizaciones que fueron de izquierda. La «adaptación» al institucionalismo del poder dominante, la conversión al pacifismo y el pragmatismo oportunista concluyen más temprano que tarde en la burocratización. Si no existen dos contrapesos fundamentales, es prácticamente imposible contener la burocratización. Los contrapesos son: una militancia crítica, muy formada teórica y políticamente, que no se deje engañar con cantos de sirena; y un poderoso movimiento obrero y popular exterior a la organización que vigile desde fuera la burocratización inherente al pragmatismo pacifista e institucional. La deriva reformista del abertzalismo oficial hizo todo lo posible por eliminar ambos contrapesos que en realidad son otras tantas expresiones del poder popular.
Cinco
Como vemos, las seis críticas nos conducen al problema del poder en sus dos expresiones antagónicas, el poder opresor y el precario contrapoder y doble poder puntual que crea la nación trabajadora en su resistencia a la nación burguesa. Siempre que se avanza en alguna forma de autoorganización obrera y popular, de mujeres trabajadoras, gaztes, etc., la cuestión del poder recobra su papel central: una empresa recuperada, un gaztetxe, un local vecinal, un parque público, una huelga bien organizada, movilizaciones sostenidas, acción reivindicativas dentro de las instituciones, etc., en avances así siempre chocamos con el poder opresor porque topamos con la propiedad privada, con el poder del capital, con su Estado, que nunca lo comparte en lo decisivo con las clases oprimidas.
El pueblo catalán lo ha redescubierto a golpes, si es que no lo sabía o se le había olvidado: el capitalismo español no está dispuesto a perder a Catalunya como propiedad suya, a permitir que Catalunya sea propiedad colectiva de la nación trabajadora catalana. Tenemos que ir bajando de las grandes reivindicaciones populares a las más pequeñas para ver cómo la burguesía solo empieza a ceder en las reivindicaciones más anodinas, las que no le suponen grandes pérdidas.
Aceptando la mentira burguesa de la supuesta división de poderes –legislativo, ejecutivo y judicial–, EH Bildu dice en el apartado 6 sobre los derechos sociales:
2. Se propone la institucionalización de un cuarto poder social-ciudadano que permita vehiculizar propuestas de la ciudadanía, monitorizar el desempeño institucional y evaluar las políticas públicas impulsadas por la Comunidad Estatal vasca.
9. Se arbitrarán vías para descentralizar el funcionamiento de las Juntas Generales de los Territorios Históricos, e impulsar la participación ciudadana en el diseño de las políticas públicas a través de las comarcas y los valles.
11. El nuevo estatus político configurará a los municipios vascos como verdaderos poderes territoriales vascos, con autonomía política y financiera, subsanando la omisión actual en el Estatuto vigente.
12. El principio de autonomía local garantizará a las entidades locales su participación en todas aquellas cuestiones que afecten directamente a los intereses de los vecinos y vecinas, más allá de su concepción como meros entes prestadores de servicios públicos o el resultado de una simple descentralización administrativa. El municipio ocupará un lugar propio en la estructura institucional derivada del modelo de reparto interno del poder político vasco.
Formas de «democracia municipal» muy parecidas a esta tan difusamente presentada son típicas del socialismo utópico antiguo y contemporáneo, y son perfectamente compatibles con el poder capitalista por la sencilla razón de que se mueven fuera del problema crucial de la propiedad, de la producción y del núcleo del poder estatal. Como vemos, la cuestión decisiva que no es otra que el poder de clase del pueblo trabajador dotado de medios de autodefensa e imposición, no aparece por lado alguno. Quitando el flatus vocis sobre el «cuarto poder social-ciudadano» que podría ser aceptado como pócima milagrosa hasta por sectores fascistas, solo se referencia a las «políticas públicas», a la vida vecinal y a los municipios como «verdaderos poderes territoriales», nada más.
¿Cómo se relaciona la administración de los «bienes comunes» que hemos visto antes con esto el «poder social-ciudadano» en municipios y vecindades? Para responder, antes debemos fijarnos en que el texto solo habla de «políticas públicas», con lo que surgen dudas irresolubles ¿Y las políticas impuestas por la Unión Europea y el capital financiero mundial? ¿Y las políticas impuestas por el Estado español? ¿Y las políticas impuestas por la burguesía, o «políticas privadas»? ¿Y la OTAN? Pero estas dudas generales se concretan en otras más próximas: ¿qué relación existe entre el municipio y el movimiento obrero, ecologista, euskaltzale, feminista, etc., que por sí mismas desbordan el municipio, sobre todo si llegan a sostener duros enfrentamientos con la burguesía? Más todavía ¿no existe la lucha política entre corrientes progresistas y reaccionarias en los ayuntamientos, con sus relaciones con otras fuerzas externas e internacionales…?
Si los municipios deben ser «verdaderos poderes territoriales» ¿qué fuerza coercitiva tendrán para hacerse respetar como «verdaderos poderes»? ¿O serán «verdaderos poderes» sin poder práctico, sin fuerza material, coercitiva, que atemorice lo suficiente al capital? ¿Qué ocurrirá si unas «vecinas trabajadoras» se enfrenten al «vecino empresario» que tiene a su favor el poder del capital y de su representante autonómico? El trozo de poder que toque al municipio una vez repartida entre las instituciones la tarta negociada con España ¿podrá extender los «bienes comunales» recortando la propiedad burguesa? ¿Podrá hacer de «propiedad municipal» bienes privados para mejorar la calidad de vida del vecindario sin indemnizar a los burgueses damnificados más allá de la cantidad para vivir según el nivel medio alcanzado por el pueblo?
Ninguna de las preguntas que nos hagamos sobre qué relaciones tiene que haber entre los múltiples componentes de la lucha de clases y las formas básicas de «autonomía local» obtendrán respuesta porque en el documento de EH Bildu no existen ni las clases, ni la propiedad, ni el poder armado de la burguesía… Fantaseando, imaginemos que tuviera alguna parte de razón la tesis que dice que por pragmatismo oportunista electoral, EH Bildu debe evitar toda referencia a las contradicciones sociales, es decir, a la realidad, y centrarse solo en un mundo idílico y más incoloro que el rosa y el morado, y entonces surge la pregunta ¿no debieran hacer esa tarea Sortu, LAB, Ernai…? ¿No debieran LAB y Ernai superar el perfil casi plano de sus denuncias moralistas de la «injusticia social» para elaborar una Alternativa revolucionaria que vaya más allá del «cambio social»? Hemos fantaseado… ni siquiera LAB piensa ya en lucha de clases en su documento El cambio social de febrero de 2018 en que limita el «derecho a decidir» solo a la CAV.
Concluimos aquí esta tercera entrega de la crítica del documento de EH Bildu De la autonomía a la soberanía. En la cuarta y última expondremos algunas propuestas concretas sobre la Alternativa a la luz de la crítica al pacifismo y a la rendición de ETA.
Petri Rekabarren
14 de junio de 2018
19 respuestas
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