Intrducción
La inflación en el mes de agosto fue del 3,9%; el acumulado del año es 24,3%, y de agosto de 2017 a agosto de 2018 la inflación fue 34,4% (Indec). Las subas salariales en 2018, y hasta agosto, habrían rondado el 20% (los datos del Indec sobre salario son hasta junio). La inflación pronosticada para septiembre estaría entre el 5 y 6%. Para el año, la inflación estaría por encima del 42%. Todo indica que los salarios, en el curso de 2018, crecerán muy por debajo de esa cifra. Y en todo caso, si la lucha de clases arranca aumentos salariales, lo más probable es que sigan subiendo los precios y el dólar. O sea, la respuesta del capital y el Gobierno apunta a derrotar a la clase obrera amenazando –además del desempleo con una espiral de subas de precios y del tipo de cambio.
Pero en ese caso la perspectiva es que la moneda nacional progresivamente deje de actuar como medida de valor, medio de pago e incluso medio de cambio (y de hecho, ya ha dejado de ser reserva de valor, o medio de atesoramiento). De ahí la propuesta de que Argentina vuelva a establecer una caja de conversión (o convertibilidad), adelantada por Larry Kudlow, presidente del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, y por la editorialista del Wall Street Journal, Mary O’ Grady. Si bien todo indica que no existen condiciones políticas –tampoco económicas– para la dolarización completa de la economía, el reclamo sustancial es por una moneda fuerte, necesaria para restablecer la disciplina de la ley del mercado. Es que en alta inflación (o hiperinflación) la constricción de la ley del valor se debilita, ya que el dinero deja de encarnar tiempo de trabajo, y no hay forma de comparar productividades y valores. Por eso, en alta inflación, tampoco hay manera de que el capital se determine como valor en proceso de autovalorización. La caída de los salarios reales vía alta inflación (o hiperinflación) tiene esta limitación. En consecuencia, restablecer la constricción monetaria equivale a restablecer el poder disciplinador del mercado –de la ley del valor– sobre el trabajo y en beneficio del capital de conjunto. En este punto es conveniente recordar que el dinero en manos del capitalista es la forma de existencia en que el capital inicia su proceso de valorización, y como tal, es poder social sobre la clase obrera.
Sin embargo, y dado que no existen condiciones políticas y económicas para la dolarización, todo indica que el gobierno de Cambiemos apuesta a anclar el dólar alrededor de los $40, y contener la suba nominal de salarios. Pero por ahora pierde reservas sin detener la suba de la divisa. Solo en la última semana el dólar aumentó 7,2%, para volver a superar los $40, a pesar de que el Banco Central vendió 395 millones de dólares. Y nadie puede asegurar que se mantenga en ese precio en las próximas semanas. Tampoco que los precios no sigan subiendo en espiral. La crisis evoluciona con una dinámica caótica, de manera que es imposible prever sus ritmos y formas.
Es necesaria una alternativa socialista
La crisis cambiaria y la suba de precios se desarrollan en un marco de ventas en caída, ruptura de la cadena de pagos, freno de las inversiones y desplome del consumo. Desaparecen las horas extras; se extienden las suspensiones y los despidos; y el cierre de talleres y comercios. Lo cual deprime más la demanda e intensifica la recesión. En este contexto el mensaje de los capitalistas y gobernantes es: «si los trabajadores pelean por recuperar salarios habrá más desocupación». Y también: «si no resignan conquistas laborales, no habrá inversión».
De manera que las subas del tipo de cambio y de precios, por un lado; y el desempleo (o la amenaza de desempleo), por el otro, atenazan a la clase trabajadora. Por eso, es necesario luchar, pero también ser conscientes de que la fuga de capitales, el aumento de precios, los despidos y suspensiones, no se paran con simples movilizaciones sindicales, ni con las tantas veces mentada «relación de fuerzas». Las luchas reivindicativas pueden arrancar paliativos, pero no bastan para superar las contradicciones de la sociedad capitalista. Tampoco se arreglan las cosas con medidas del tipo «imprimir dinero hasta acabar con el desempleo». Ni cambiando las figuritas de las altas esferas del Estado; o prohibiendo, por ley, las crisis, la desocupación y los aumentos de precios. El cretinismo parlamentario y el curanderismo social burgués solo refuerzan la ideología de la clase dominante, y llevan a las masas trabajadoras a la frustración y el desánimo. Es necesario discutir un programa integral, que abra una perspectiva socialista. Lo cual implica plantear el enfrentamiento en términos de la lucha de clases.
Pero además, es necesario aprender de la historia. Frente a las crisis de 1975, 1981 – 1982, 1989 – 1991, 2001 – 2002 (profundas devaluaciones, alta inflación, caída dramática de los salarios y empeoramiento de las condiciones laborales), los programas reformistas burgueses y pequeño burgueses a los que adhirió (y adhiere) el movimiento obrero, no constituyeron solución ni alternativa. Y con la actual crisis el resultado no va a ser muy distinto, en tanto subsista el poder del capital, y la clase obrera no oponga una alternativa radical de cambio social.
Rolando Astarita
15 de septiembre de 2018