«Criticar es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; desvelar lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas por su nombre. Es una actividad que implica riesgos porque el ser humano (autor también de las obras criticadas) es un ser contradictorio y orgulloso que construye, inventa y progresa, pero teme los juicios que puedan descubrir sus errores y debilidades. La crítica es, por naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos. Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre necesarios, en las obras y en los seres humanos. De ahí que lo normal es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de ocultar la crítica […] Ser crítico no es fácil. Por eso no existen cursos ni recetas para formar críticos como sí los hay para evaluadores. Tampoco hay o se pueden construir instrumentos para hacer crítica como sí hay cuestionarios, escalas y técnicas para hacer investigaciones. Y es poco probable que una institución o persona se arriesgue a proporcionar recursos para desarrollar una crítica de sí misma, pero muy probable que sí lo haga para criticar al enemigo.»1
Naciones oprimidas estudian El Capital
El título de este librito surge del desarrollo del tercer capítulo del borrador sobre «La urgencia de la praxis política de El Capital», que estaba en proceso de elaboración final tras una larga fase de discusión colectiva sostenida en Catalunya, en Euskal Herria y en Galiza a finales de 2018. Ahora lo presentamos en forma digital a la espera de que más adelante se publique en formato libro con un añadido en el que se analizarán los acontecimientos acaecidos entre ambos momentos.
Fijémonos en algo que puede pasar desapercibido: los debates se han realizado y se realizan en naciones oprimidas. Colectivos de trabajadoras y trabajadores con niveles de conciencia nacional no española han visto la necesidad de una lectura política de El Capital, una lectura no determinada previamente por el molde ideológico del estatalismo centralista y nacionalista de la izquierda española. ¿Cómo explicarlo?
Una de las características de la lectura política de cualquier obra, y sobre todo de las marxistas, es la exigencia de conectarla siempre con otras obras del mismo autor o autora realizadas en ese contexto. Esta exigencia metodológica es tanto más estricta cuanto que se relaciona con problemáticas como «política», «economía» y «opresión nacional», y otros conceptos imprescindibles para mostrar la concatenación tanto entre ellos como con el de «Estado». La evolución teórica de Marx y Engels hacia El Capital, tuvo uno de sus inicios en la defensa del joven Engels, de enero de 1841, de una nación alemana independiente y unificada, libre en todos los sentidos, porque esa sería la única garantía para la conquista de «todos los progresos políticos y sociales»2. Dos años después Marx loaría el potencial emancipador que contiene el «sentimiento de vergüenza nacional»3 de los pueblos oprimidos que les lanza hacia adelante como lo hace un león herido.
Los avances claros en su crítica del capitalismo, que ahora obviamos, le permitieron a Marx, siempre en unión con su compañera Jenny y con Engels, elaborar la nunca suficientemente ponderada obra El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de diciembre de 1851 y marzo de 1852, en la que detalla incluso con brillantez literaria cómo durante las crisis se agudiza la lucha entre la burguesía y su concepto de «nación» y la «nación trabajadora»4. Hemos recurrido a esta obra porque muestra perfectamente la dialéctica entre política, economía, cuestión nacional y Estado, en la que las contradicciones «endógenas» del capitalismo determinan a medio y largo plazo a las demás. A. Nervo Codato ha estudiado precisamente cómo en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte abre y sintetiza un largo período entre 1852 y 1859 en el que Marx y Engels perfeccionan el método que interconecta los múltiples niveles de la realidad, pero desde el movimiento interno de las contradicciones del capital5, mostrando cómo es imposible separar el Marx «económico» del «político», aun reconociendo los diversos ritmos y niveles de ambas problemáticas dentro de su unidad superior.
Mientras redactaba los Grundrisse en 1857 – 1858, decisivos para escribir luego El Capital, firmaba con Engels demoledoras críticas del colonialismo y de la explotación de los pueblos, y Engels escribió un impactante artículo sobre la lucha desesperada del pueblo argelino contra los franceses6, país que nunca olvidarían y al que volvería Marx poco antes de morir. A la vez, Marx analiza en los Grundrisse la mentalidad ganadora del ya entonces «pueblo en su apogeo industrial», el yanqui, frente a los ingleses; exponiendo la importancia relativa que tienen las «predisposiciones raciales», el clima, la fertilidad del suelo, etc., para el desarrollo de la economía y, más adelante, al estudiar las condiciones históricas generales del origen de la economía y de la propiedad, cita en primer lugar al «conquistador que vive del tributo»7, es decir a la primera forma estable de explotación de un pueblo conquistado que debe pagar un tributo a la potencia ocupante.
Cuando avanzaba en El Capital, militaba intensamente en la Primera Internacional fundada en 1864. F. Lessner8 escribió cómo en 1865 Marx insistía en las reuniones del Consejo General sobre la decisiva importancia de la independencia de Polonia para impulsar la política revolucionaria en Europa. A finales de 1865 Marx escribió al menos dos cartas a Engels denunciando las brutalidades británicas al reprimir la rebelión de los jornaleros y pequeños campesinos de Jamaica, relacionando la opresión de Jamaica con la de Irlanda9. En el mismo año de la publicación del libro I, Marx le escribía a Engels sobre la opresión irlandesa preguntándose «¿qué aconsejaremos nosotros a los obreros ingleses?». La respuesta fue: los obreros ingleses deben luchar por «la disolución de la Unión» y los obreros irlandeses deben crear: «1) Gobierno propio e independiente de Inglaterra. 2) Una revolución agraria. 3) Tarifas aduaneras proteccionistas contra Inglaterra»10.
La opresión nacional tanto en Europa como en los continentes aplastados por el saqueo colonial era una de las grandes preocupaciones de Marx y Engels en su larga militancia 11, en los años de redacción de El Capital y, posteriormente, hasta poco antes de su muerte. Los debates en el movimiento obrero europeo sobre la opresión de Polonia y la guerra civil norteamericana en la que se jugaba, entre otras, la liberación de la esclavitud y, en el fondo, el problema etno-nacional y etno-cultural múltiple que ello implicaba, estaban a flor de piel poco antes de fundarse la Primera Internacional12, justo cuando Marx escribía los borradores de El Capital. En sus artículos, Marx sostiene, por ejemplo, que no se puede permitir que «veinte millones de hombres libres» se dejen dominar por una oligarquía de trescientos mil esclavistas y que en realidad es un problema que atañe a la «política nacional de la Unión»13. En otro artículo sostiene que esa oligarquía utiliza a los esclavos para avasallar la independencia de comunidades libres que se rigen por leyes que todavía no están bajo el control esclavista14.
La lógica de la opresión nacional aparece expuesta en el caso irlandés nada menos que en las páginas dedicadas a la decisiva «ley general de la acumulación del capital»15, a la que volveremos por su importancia. Y la complejidad de las distintas formas de opresión etno-nacional aparece en El Capital en la referencia directa a las contradicciones de clase dentro de la lucha nacional escocesa: «Pero los bravos escoceses habrían de pagar todavía más cara aquella idolatría romántica de montañeses por los “caudillos” de sus clanes» que traicionaron la independencia de Escocia negociando con la industria inglesa de la pesca, con lo que: «los escoceses fueron arrojados de sus casas por segunda vez»16. Su crítica a los «caudillos» escoceses demuestra el seguimiento permanente que hacía de las luchas de los pueblos e indica cómo siempre las analizaba desde sus contradicciones sociales internas: la venta de los derechos nacionales al invasor que hacían y hacen sus clases propietarias para mantener sus privilegios aumentando sus propiedades si fuese posible a costa del empobrecimiento de sus connacionales.
Un estudio sin las gafas de plomo del dogmatismo estatalista permite descubrir esa inquietud permanente por debajo de la forma externa de redacción. Hay partes en el libro I en el que la opresión nacional es abiertamente perceptible, como en el capítulo XXV sobre la colonización17 en el que se analiza el proceso de expropiación de la tierra al pueblo colonizado para enriquecer a la metrópoli capitalista. De una forma subterránea, la explotación de los pueblos está presente en las seis medidas principales que contrarrestan la también decisiva «ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia»18. Y si buceamos un poco más en las relaciones entre opresión nacional, Estado, acumulación, legislación fabril, maquinismo, etcétera, desde la vía de investigación abierta por Labica19, descubriremos argumentos subterráneos peligrosos para el capital y el reformismo porque muestran la opresión nacional como parte esencial de la acumulación capitalista.
Por lo que es comprensible que, dada la agudización de la crisis estructural del Estado español y el ahondamiento de sus problemas nacionales internos, colectivos catalanes, vascos y galegos quieran independizarse también teóricamente haciendo una lectura política no dependiente de las ataduras ideológicas estatalistas. Esto también explica que, si bien en las discusiones iniciales el capítulo tercero del borrador llevaba el título de «El Capital, un libro que asusta al capital», luego lo precisaremos más. Durante este recorrido, en nuestra particular espiral del conocimiento, hemos comprendido que debemos ampliar el título, que ahora es: «El Capital, un libro que asusta al capital… y al reformismo». ¿Por qué?
Odio imperialista a El Capital
La razón es fácil de entender: El Capital también asusta al reformismo por dos razones; una, porque demuestra la inutilidad reaccionaria de sus ensoñaciones; y, otra, porque el reformismo de los Estados opresores de pueblos asume la ideología nacionalista de la burguesía que oprime a esos pueblos. Para este reformismo nacionalmente opresor es inaceptable la lectura política de El Capital porque descubre que la opresión de pueblos que ejerce su Estado es reforzada por la ideología nacionalista que el reformismo asume, convirtiéndose en agente legitimador de la opresión nacional. Incluso se llega a casos en los que la llamada izquierda del Estado niega el derecho de autodeterminación de los pueblos trabajadores que luchan por su independencia de clase, socialista. Para esta «izquierda» la lectura política de El Capital es inaceptable.
Marx insistió varias veces en la finalidad político-práctica de su obra. Antes de publicar El Capital, advirtió que sus investigaciones sintetizadas en la Contribución a la crítica de la economía política, de comienzos de 1859, buscaban destruir la influencia del socialismo proudhoniano en el movimiento obrero, a la vez que explicaba a Weydemeyer las «razones políticas» que justificaban retrasar el tercer capítulo, precisamente «sobre “el capital”»20. La lucha práctica y política contra el reformismo proudhoniano ya estaba presente antes de este libro, como se comprueba en el borrador de 1857 – 1858 o Grundrisse21.
Dejando por conocidas otras declaraciones suyas al respecto, como las carta a Klings de finales de 1864 y a Becker de comienzos de 1867 en las que habla de golpes y de misiles contra la burguesía, sí es conveniente recordar lo que responde a S. Meyer sobre por qué no le había contestado antes a su carta, Marx le explica que ha dedicado su vida y su salud, y la de su familia, a escribir el libro y añade: «Si uno resolviera ser un buey, podría, desde luego, dar la espalda a las agonías de la humanidad y mirar por su propio pellejo»22.
Era muy consciente –también Engels– de que su objetivo revolucionario se enfrentaba a muerte con los de la burguesía, que protegía con mucho celo su dominación ideológica: «En economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado. La venerable Iglesia anglicana, por ejemplo, perdona de mejor grado que se nieguen 38 de sus 39 artículos de fe que el que le priven de un 1⁄39 de sus ingresos pecuniarios»23. La Iglesia anglicana era una fuerza política decisiva en la legitimación del colonialismo británico, por lo que los ataques a la Iglesia enfurecían a la clase dominante.
Marx y Engels eran muy conscientes, por tanto, del odio que la burguesía sentía hacia ellos. En una carta a Marx de 11 de abril de 1867, Engels hablaba de la «canalla literaria, de cuyo odio concienzudo contra nosotros tenemos sobradas pruebas». En su correspondencia de septiembre de 1867 opinan sobre la posibilidad de que El Capital fuera prohibido en Prusia24 por su contenido revolucionario. Engels sabía que El Capital era el centro de la diana de los ataques burgueses, fueran o no reformistas, contra el movimiento revolucionario. En 1893, Engels escribió a Sorge sobre el reformismo de los fabianos británicos en sus trapicheos con los liberales, pero: «En medio de toda clase de basura han hecho algunos buenos escritos de propaganda, en realidad lo mejor en su tipo es de los ingleses. Pero en cuanto aplican su táctica específica de ocultar la lucha de clases, todo se torna podrido. De aquí también su odio sectario contra Marx y todos nosotros: debido a la lucha de clases»25. El odio sectario no ha desaparecido en más de un siglo: recientemente ha vuelto a ser golpeada a martillazos la tumba de Marx en Londres26.
Por eso dedicó en 1894 el Prólogo del libro III a mostrar, además de la ignorancia de Achilles Loria, sobre todo su finalidad política, ya que, como advirtió Engels desde el principio: «En nuestra agitada época ocurre como en el siglo XVI: en las materias relacionadas con los intereses públicos solo existen teóricos puros en el campo de la reacción y eso es lo que explica que estos señores no sean tampoco verdaderos teóricos, sino simples apologistas de la reacción»27.
Los «teóricos puros» no eran otra cosa que la encarnación en casta intelectual de la ideología abstracta que Marx criticara implacablemente desde sus inicios revolucionarios y que dejaría concretada en las Tesis sobre Feuerbach. D. Harvey sostiene que los intelectuales burgueses, sean reaccionarios o reformistas, los economistas liberales:
Odian las contradicciones. No encaja con su cosmovisión. A los economistas les encanta enfrentar lo que llaman problemas, porque los problemas tienen soluciones. Las contradicciones no […] los economistas no tienen idea de cómo enfrentar estas contradicciones. Mientras tanto Marx nos recuerda que esta contradicción está en la naturaleza de la acumulación de capital. Y esta contradicción produce las crisis periódicas, que cobran vidas y crean miseria. Estos tipos de fenómenos deben ser abordados. Y la economía tradicional ni siquiera tiene los instrumentos teóricos que expliquen las crisis28.
Veamos rápidamente tres razones que explican ese odio de clase y esa incapacidad para estudiar las contradicciones. La primera, la que nos remite al contenido revolucionario de la dialéctica, que: «Reducida a su forma racional, provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces rutinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada»29.
La segunda, un año después de la primera edición de El Capital, Marx dice a Engels que «solo sustituyendo los dogmas en controversia por los hechos en conflicto y las contradicciones reales que forman su fundamento oculto, podemos transformar la economía política en una ciencia positiva»30.
Y la tercera, explicando la opinión de Marx sobre la rara e improbable posibilidad de que la revolución social fuese pacífica al menos en Inglaterra, Engels termina insistiendo que Marx «claro está que tampoco se olvidaba nunca de añadir que no era de esperar que la clase dominante inglesa se sometiese a esta revolución pacífica y legal sin una “proslavery rebellion”, sin una “rebelión proesclavista”»31. Tendremos que memorizar estas palabras porque volveremos a ellas al final.
Recordemos cómo Marx había advertido en 1867 de que la «venerable» Iglesia anglicana no toleraría que se le expropiase siquiera el 1⁄39 de sus riquezas, y cuando veinte años después Engels analiza la remota posibilidad de que el socialismo se instaurase pacíficamente –cuestión a la que volvería Lenin en 1917 – , de inmediato nos recuerda que Marx sostenía «que no era de esperar» tal cosa, sino que lo más probable era que antes el capital organizase una contrarrevolución.
Tengamos en cuenta que estas reflexiones sobre el odio de clase al marxismo, el poder reaccionario de la Iglesia y su imbricación con el Estado, la contrarrevolución, la crítica radical inherente a la dialéctica, etcétera, son internas a El Capital, una de cuyas características consiste en afirmar que el pensamiento supera los dogmas solo mediante la lucha de contrarios en el interior de los «hechos en conflicto», que forman el «fundamento oculto» de la realidad. Estas y otras declaraciones de Marx y Engels sobre la dialéctica han dado pie a debates permanentes que, por la paradoja de la misma identidad de lucha de contrarios del capitalismo, no se extinguirá nunca porque los debates ideológicos y teóricos, además de ser siempre políticos, responden en su autonomía relativa a la objetividad de la lucha de clases como totalidad. Para facilitar una comprensión plural de los debates, ofrecemos algunos textos32.
No puede negarse que, visto lo visto, el método de El Capital es inconciliable con el método vulgar, formalista, de la ideología burguesa. Entonces, la pregunta es: ¿qué caracteriza al marxismo para unir «ciencia» y lucha de clases dando como resultado una praxis que asusta al capital y a sus siervos?
Antes de detallar más la respuesta veamos varias pistas dadas por Engels y Marx. Una es muy conocida porque fue dicha en el funeral de Marx en 1883: la ciencia es una fuerza revolucionaria. La otra está extraída de una larga carta de 1890 en la que después de repasar sucesivos mitos y creencias, y los inicios de conocimiento, dice que: «La historia de la ciencia es la historia de la eliminación gradual de estos disparates o de su reemplazo por nuevos pero ya menos absurdos disparates»33. La tercera es de 1894, pero solo se entiende desde la que acabamos de presentar, y dice así: «También Marx cometió errores de cálculo y a pesar de ello tiene razón en lo fundamental»34. Lo decisivo es descubrir el núcleo del problema, lo fundamental, e ir agrandándolo aunque se cometan errores de cálculo. Más adelante volveremos a esta cuestión: los errores de Marx eran secundarios y pasajeros, siendo prioritario el método en descubrir la identidad y continuidad del capitalismo.
Se ha criticado a Engels por cierta intoxicación positivista por estas y otras ideas, pero además de que hay que contextualizar siempre cualquier debate, en el caso de Engels es necesario recordar que a finales de 1891 afirmó que:
Es imposible prescindir de Hegel […] lo principal es la doctrina de la esencia: la solución de las contradicciones abstractas en su propia inestabilidad, en que apenas uno se atiene a uno solo de los lados, este se transforma imperceptiblemente en el otro, etc. […] Recuerdo cuánto me preocupaba al principio esta misma inseparabilidad de identidad y diferencia, si bien nunca podemos dar un paso sin tropezar con ella […] La dialéctica de Hegel está invertida porque supone ser el «autodesarrollo del pensamiento», del cual la dialéctica de los hechos es por tanto solo un reflejo; mientras que en realidad la dialéctica de nuestra cabeza solo es un reflejo del desarrollo real que se cumple en el mundo de la naturaleza y de la historia humana siguiendo formas dialécticas. […] Ahí tiene usted la construcción abstracta, en las que las ideas más brillantes y las transmutaciones con frecuencia muy importantes, como la de calidad en cantidad y viceversa, son reducidas al aparente autodesarrollo de un concepto a partir de otro35.
Sobre este mismo asunto, R. Piedra Arencibia explicó que Engels se hubiera enfrentado sin contemplaciones a la degeneración burocrática de Stalin, en especial sobre la minusvaloración de la libertad humana y de la política en la ciencia, en el devenir social, etc., debido a la preeminencia de las fuerzas productivas: «Engels, ante tal absurda idea, formulaba con ironía la pregunta retórica: “¿Por qué luchamos pues por la dictadura política del proletariado si el poder político es económicamente impotente”? En verdad, incluso cuando escribía sobre los temas más “especulativos” de la dialéctica natural, “el pensamiento de Engels siempre estuvo animado por un programa revolucionario, por un deseo de alcanzar la emancipación de toda la humanidad”»36.
Estas ideas refuerzan y confirman las de Marx desde su juventud hasta su vejez. En 1843 dijo: «Exigimos de la crítica sobre todo que se comporte de manera crítica respecto de sí misma y que no pase por alto las dificultades de su objeto»37. La crítica exige libertad de movimientos para demostrar los límites del conocimiento, la impotencia del dogmatismo, las servidumbres de la burocracia tecnocientífica a la lógica del beneficio capitalista… Pero la crítica marxista tiene su ética. El 1 de abril de 1865, en plena redacción de los manuscritos de El Capital, dejó escrito el núcleo de su visión ética en forma de respuestas lacónicas a una entrevista, que estamos citando38, sobre la duda metódica, Espartaco y Kepler. Marx no ocultaba su machismo: la debilidad era su cualidad más preferida en las mujeres y la fuerza en los hombres, mientras que la sencillez le era la más apreciada en general. Pero asumía valores decisivos: la unidad de objetivos, como rasgo característico; el servilismo como defecto más detestado, la lucha como ideal de felicidad, la sumisión como idea de desgracia y la credulidad como el defecto que mejor toleraba; su máxima favorita: nada de lo humano me es ajeno; su color preferido: el rojo; su profeta preferido: Esquilo, Shakespeare, Goethe; su prosista preferido: Diderot…
Este era el sistema de valores, normas y moralidad sobre la desgracia de la sumisión, el servilismo como defecto detestable, la lucha como ideal de felicidad, la solidaridad humana como máxima de vida… que regían su praxis vital, sus valores centrales. Sin ellos y sin la libertad que sostienen, el método crítico, científico, no puede desarrollarse, se asfixia en la parálisis impuesta. En 1870 se debatía en algunos medios intelectuales sobre el método de Marx que había sorprendido por su efectividad. Un crítico reconoció que el autor de El Capital se movía con «la más rara libertad» en el terreno empírico, mérito que Marx atribuyó al «método dialéctico»39.
Sin embargo, el sistema tecnocientífico que ha construido el capitalismo se basa, según A. Rush, en siete restricciones al libre movimiento de la crítica: 1) disgregar y separar las investigaciones, romper la integralidad del pensamiento, para supeditar los avances aislados a las necesidades del beneficio empresarial; 2) privatizar la ciencia y extender el secreto de investigación, de los resultados; 3) primar el individualismo y la desunión entre trabajadores de la ciencia en un contexto de creciente desempleo; 4) jerarquía vertical y empresarial entre la minoría dirigente muy bien pagada y el «“proletariado científico” y docente mal pagado»; 5) especialización en disciplinas diferenciadas para aumentar los beneficios y el control social, combatiendo la visión teórica; y 6) difusión del idealismo, del pragmatismo, del postmodernismo en contra del materialismo y la dialéctica40.
Además, y sobre todo, esta maquinaria tecnocientífica está en función de garantizar la explotación patriarcal construyendo «mentiras» científicas, como han demostrado S. García Dauder y Eulalia Pérez Sedeño41 a lo largo de una impresionante investigación que debe ser estudiada y divulgada masivamente. Son muchos los obstáculos que impiden a la mujer que trabaja en la tecnociencia desarrollar una crítica radical de sus raíces sociales e históricas profundas, muros de contención que se banalizan con el tópico de «techo de cristal» y que va más allá de la actual «transformación neoliberal de la ciencia»42. El poder censor de las revistas pseudocientíficas, «publicaciones predadoras»43, refuerza los intereses de la industria farmacéutica, intervienen en la competencia entre ellas y las estructuras de poder internas a la explotación asalariada en la tecnociencia. El capital farmacéutico tiene tanto poder que logra que sea el Estado el que sufrague el 62% de los costos de la investigación, quedándose la farmaindustria con los beneficios: nueve de las diez empresas más financiadas entre 2010 y 2016 son farmacéuticas44.
A pesar de todo esto, la ciencia en su sentido radical es una fuerza revolucionaria porque, bien dirigida, puede reducir el sufrimiento humano que tiene su raíz en la propiedad privada, demostrando a diario que, guiada por el poder popular, la ciencia aceleraría exponencialmente la liberación humana. Pero en manos de la burguesía la ciencia es una parte del capital constante para intensificar la acumulación ampliada y, a la vez, debilitar al movimiento obrero. En esta contradicción entre el método de pensamiento científico-crítico y la tecnociencia capitalista, las personas cometen errores, pero a la larga y aunque muy tarde muchas veces, la objetividad de la praxis social valida de una forma u otra la «gota de verdad» que hay en esos «errores de cálculo».
Podemos pasar ahora a tres respuestas más detalladas. Una consiste en los cinco puntos de R. Levins sobre cómo debería ser la ciencia, con especial interés en el primero porque engarza directamente con lo dicho por Engels en 1894: «1) sería francamente partidista. Proponemos la hipótesis de que son erróneas todas las teorías que promuevan, justifiquen o toleren la injusticia. El error puede estar en los datos, en su interpretación o en su aplicación, pero si indagamos lo que es erróneo, ello nos conducirá a la verdad». Los otros cuatro puntos son: 2) la ciencia sería democrática; 3) la ciencia prospera cuando se une a las clases trabajadoras y «movimientos alternativos»; 4) la ciencia tiene que ser dialéctica; y 5) la ciencia tiene que ser autorreflexiva, que se autocritica. Y Levins concluye: «Este es un programa que va en contra de las tendencias prevalecientes en la ciencia, la educación y la tecnología, no es solo un reto intelectual sino también uno de índole política, que exige de nosotros resistir las presiones del nuevo orden del mundo»45.
En otro texto, este mismo autor expone la «proposición contradictoria» que consiste en reconocer que, por un lado, existe la ciencia en cuanto método de encontrar «verdades reales sobre el mundo» y, por otro lado, la ciencia como aparato de dominación imperialista, señalando que «las contradicciones no se resuelven. Ciertamente no se puede establecer un constructo verbal que elimine esa contradicción, porque en la vida las contradicciones no se resuelven con fórmulas intelectuales. La solución de la contradicción entre la ciencia como crecimiento del conocimiento humano y la ciencia como ideología de la opresión, solo se logra con la revolución política»46 y más adelante sostiene que las naciones oprimidas que se independizan necesitan desarrollar su propia ciencia: «hacer innovaciones, ir en una dirección diferente en la organización social de la ciencia, en la forma de resolver problemas, en la metodología que se emplea»47.
La segunda nos la ofrece Zeleny al sintetizar en cinco puntos el método de Marx: 1) caducidad histórica de todo lo existente; 2) condicionamiento recíproco y recíproca penetración de las categorías lógicas que no están aisladas ni fijadas; 3) relativización de la contraposición de lo relativo y lo absoluto; 4) destrucción de la validez absoluta de determinadas formas del pensamiento premarxista; y 5) captación de la dependencia de las categorías y formas lógicas respecto a las formas de existencia de la sociedad, en evolución histórica48. Y la tercera es de Dussel también en otros cinco puntos: 1) la crítica de toda economía; 2) el desarrollo del concepto de trabajo vivo y de trabajo objetivado como capital; 3) la construcción de categorías nuevas que surgen de las contradicciones; 4) la aclaración ética de toda economía posible; y 5) la conciencia del proletariado, su función práctico-política revolucionaria, objetiva49.
Lo básico de este método ya se insinuaba en los textos iniciales de la década de 1840 con una radicalidad crítica que afectaba no solo a las disquisiciones epistemológicas de la burguesía sino incluso al concepto de «verdad», a la ontología, al conocimiento de la realidad. En 1845 Engels dice que «la burguesía no debe decir la verdad, pues de otro modo pronunciaría su propia condena»50. Acertaba de pleno porque desde la mitad de la década de 1790 la burguesía británica endureció la represión contra quienes divulgasen el contenido crítico latente en la teoría de A. Smith, incluido el destierro a Australia51. El capitalismo británico tenía pánico al contagio de la revolución burguesa francesa de 1789 y tomaba medidas para protegerse; comprendía que la teoría del valor de A. Smith, pese a sus límites de clase, podría ayudar a la radicalización social52 y, por tanto, debía prohibir el conocimiento de su potencial crítico latente. Según N. Davidson:
La burguesía iba adquiriendo experiencia en la ocultación de huellas y en distraer la atención desviándola hacia rastros falsos, al menos allí donde ya dominaba el capitalismo, reescribiendo la historia de su propio ascenso revolucionario al poder de forma que cada momento concreto pareciera una revolución política más que social. Con otras palabras, en la época en que Marx y Engels comenzaron a estudiar la cuestión, el pensamiento burgués había comenzado a reinterpretar las grandes revoluciones en términos que daban énfasis a la «libertad» o a la consecución de un gobierno constitucional, que a la «propiedad» o a la eliminación de trabas para el establecimiento de un nuevo orden económico53.
Las revoluciones burguesas con visos de triunfo se iniciaron a la par de la llamada «revolución científica» en la que muchas personas tuvieron que enfrentarse al terror inquisitorial, siendo asesinadas bastantes de ellas tras tormentos realizados en nombre del dios católico, y sufriendo otras más severas medidas represivas. Por ejemplo, Kepler, admirado por Marx como veremos, podría ser definido ahora como «militante» por la libertad científica y social, teniendo que superar duras situaciones que hubieran desanimado a cualquiera, lo que crea «veneración, por la personalidad, la perseverancia y el talento de Kepler»54. J. D. Bernal parte del principio según el cual: «No existe rama de la actividad humana que dependa más del mantenimiento de la libertad que la ciencia. Para otras ocupaciones, la libertad es una ventaja; para la ciencia, es una necesidad indispensable»55. El autor avanza a la demostración histórica:
La creación de la ciencia, tal como la conocemos ahora, es obra del Renacimiento y coincide con el momento en que se rompen las ligaduras de las restricciones clericales y feudales en todas las esferas. Los campeones de la nueva ciencia –Bruno, Servet, Galileo– fueron también reformadores sociales y religiosos. La lucha por la libertad intelectual era tan política como científica»56, y también ética, añadimos nosotros: «Es exacto, por otra parte, que Galileo no fue torturado, solamente le fueron mostrados los instrumentos de tortura»57.
Aunque Galileo claudicó, sin embargo siguió haciendo ciencia en una especie de «clandestinidad intelectual» tan frecuente en muchas personas que, bajo regímenes de terror, prosiguen con su titánico esfuerzo. Aquella ciencia inicial anunciaba a pesar de sus limitaciones y dependencias, una nueva praxis de la libertad que ha llegado a ser antagónica con el capitalismo. Durante esta resistencia, el movimiento radical demostró con luchas concretas los efectos negativos que acarrea «el control de la ciencia por el capitalismo […] En cada uno de los casos, quienes sacaban partido de la ciencia eran los ricos y, a menudo, eran los pobres y oprimidos o los países del Tercer Mundo los que lo sufrían como consecuencia»58. Debemos leer a Lina Rosenbaum cuando nos convoca a resistir los intentos de la Administración Trump orientados hacia «supresión de la ciencia»59 y su suplantación por idealismos, por creencias esotéricas y mistéricas, por exotismos religiosos… porque, como asegura Emily Holden, la política de Trump está ganando la batalla a la ciencia60.
En la involución reaccionaria y anticientífica del pensamiento burgués, la dialéctica reforzada con El Capital –cuyo método es antagónico al de la «ciencia enajenada»61– muestra que la autonomía real de la ciencia siempre tiene, pese a todo, un anclaje en la lucha de clases. Este imbricación con la totalidad de las contradicciones del sistema es más o menos directa o indirecta según qué contradicciones sean, pero siempre existe. Tal dependencia hacia la materialidad siempre en movimiento de lo objetivo destroza todo dogmatismo, toda quietud y toda excusa de neutralidad cínicamente a‑política.
E. Renault lo explica así: «la crítica de la economía política no admite ni métodos predeterminados […] ni esquema teórico organizativo […] sino que recurre a diferentes operadores lógicos y críticos exigidos por el desarrollo de su investigación científica y por la búsqueda de sus objetivos políticos»62. Si leemos a Marx y Engels con apriorismos predeterminados no comprenderemos por qué en el libro I de El Capital la «política» está apenas presente y por qué tenemos que leerlo como parte de la totalidad. Aun así, en el libro I tomado en aislado la política está presente en su sentido marxista, Según F. Jameson:
Pero la fuerza y el logro construccional de El Capital consisten precisamente en evidenciar que las «injusticias y desigualdades» forman parte estructural de este sistema total, con lo cual nunca pueden ser reformadas. En un sistema en el que lo económico y lo político se han fusionado, las tácticas tales como las que se implementan en la regulación gubernamental son meras construcciones verbales y retórica ideológica, puesto que por definición su función y propósito consisten en ayudar a que el sistema funcione mejor. El argumento en favor de la regulación es un argumento en favor de un control más eficiente del sistema económico, con el objeto de prevenir o evitar su colapso. Tal como lo anunció hace mucho tiempo Stanley Aronowitz, la vocación de la socialdemocracia, como opuesta a una diversidad de partidos facciosos, consiste en tener siempre presentes los intereses totales del capitalismo y mantener su funcionamiento general63.
Si el libro I es el menos «político» de los tres, ello es debido a la lógica del método empleado que exige avanzar en el interior del problema, en este caso el capitalismo, siempre al ritmo del movimiento de sus contradicciones, empezando por la forma inmediatamente perceptible, la mercancía, para penetrar en sus profundidades. Como explica, W. F. Haug, el método científico marxista debe proceder en la misma dirección que el proceso que investiga; nunca esperar a que este haya concluido para pensarlo a posteriori, sino en la misma dinámica interna. Este autor sostiene que en la dialéctica marxista hay dos componentes unidos, el objetivo que se desarrolla en la «reconstrucción genética» del proceso que se investiga en su mismo desarrollo, y el subjetivo, que no es otro que la «filosofía práctica del marxismo», de modo que las luchas sociales y políticas como la forma de vivir la vida forman una unidad que nos remite al «arte de vivir»64, que consiste en la capacidad de impulsar las tendencias revolucionarias que existen en la unidad y lucha de contrarios.
El «arte de vivir» es central en la visión marxista, significa lo mismo que la «filosofía de la praxis» tan bien descrita por Sánchez Vázquez que sintetizamos en esta frase: «la práctica como fin de la teoría»65, y a la que volveremos al final de este texto cuando nos enfrentemos a la realidad objetiva de las violencias, en plural. La prioridad última y definitiva de la práctica sobre la teoría es incuestionable en el marxismo porque la lección de la historia muestra que el reformismo, el utopismo y el teoricismo se sustentan en el desprecio de la práctica. Como veremos al final, las aportaciones de Sánchez Vázquez cuando profundiza hasta la cultura griega clásica para explicar la prioridad de la práctica66 como garantía última de la objetividad, negada de una u otra forma por el teoricismo, el utopismo y el reformismo. Esto nos lleva al mismo concepto materialista de la dialéctica desde sus orígenes en la filosofía, cuestión vital para el marxismo y para la vida y la libertad humana, como veremos al concluir este texto.
Una de las acepciones del inicial término de dialéctica en la filosofía presocrática era la de libertad, opción en momentos críticos, acción común, de lucha, etc., en momentos de crisis extrema, cuando la incertidumbre surge porque el choque de contrarios aún no ha cerrado todas las opciones, imponiendo solo una. Lo entendemos mejor leyendo la pregunta que se hace V. Fay y la respuesta que él mismo ofrece:
¿Es que el propio Marx ha considerado como invariables y rígidas las leyes económicas? Por el contrario, Marx siempre subrayó su carácter relativo, definiéndolas como leyes «tendenciales» de alcance limitado […] Algunos dogmáticos que se dicen seguidores de Marx olvidan fácilmente que, para él, no existen leyes absolutas, como tampoco existe certidumbre absoluta de la autodestrucción del capitalismo67.
El automatismo mecanicista de algunas izquierdas y del reformismo buscan amparo en la creencia determinista de que el capitalismo ni siquiera implosionará por sus contradicciones, sino que fenecerá en una senectud pacífica dando paso al socialismo sin violencia alguna. A lo sumo se podía acelerar su envejecimiento mediante reformas paulatinas más o menos suaves. Pero no existe la certidumbre absoluta de la autodestrucción del capitalismo. La incertidumbre relativa sobre el resultado último de la praxis es consustancial al marxismo y se expresa en la divisa preferida de Marx: De ómnibus dubitandum68 (Hay que dudar de todo), lo que nos lleva al concepto de «verdad» –dialéctica entre lo concreto, lo objetivo, lo relativo y lo absoluto – , que no podemos desarrollar ahora. Lo fundamental es que este debate solo se resuelve, en última instancia, mediante la práctica social. La praxis incide en la múltiple interacción entre lo relativo y lo absoluto que se libra en la pugna entre certidumbre e incertidumbre, en donde la casualidad, el azar, la contingencia… intervienen incluso decisivamente a corto plazo:
Desde luego, sería muy cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiera emprender solo en condiciones infaliblemente favorables. De otra parte, la historia tendría un carácter muy místico si las «casualidades» no desempeñaran ningún papel. Como es natural, las casualidades forman parte del curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Pero la aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de esas «casualidades», entre las que figura el carácter de los hombres que encabezan el movimiento al iniciarse este69.
Llegamos así al sempiterno misterio de la necesidad, el determinismo, la causalidad y la libertad, también del indeterminismo, la incerteza, el azar, la casualidad… categorías que luchan entre sí porque lo hacen sus antagónicas concepciones ético-políticas. Según El Capital va desenvolviendo en un proceso que no tiene fin la madeja de la producción, de la circulación y de la crisis, y conforme ese avance teórico se sostiene en y es reforzado por otros textos simultáneos que destripan la política feroz y sangrienta de la burguesía, en este viaje a los hornos profundos del capital vamos descubriendo cómo el misterio de la libertad –y el del mal: mysterium iniquitatis– se resuelve mediante la lucha de clases. El mal, la iniquidad, no es un misterio insoluble sino de praxis revolucionaria. De la misma forma en que es la lucha política revolucionaria la que resuelve en la práctica la contradicción entre la ciencia como medio de libertad y la ciencia imperialista, también es la lucha política la que resuelve en definitiva el problema del mal.
Los juicios de valor sobre lo «bueno», los normativos sobre lo «justo» y los morales sobre el «deber», así como el rechazo o la aceptación del fetichismo de la mercancía, son parte activa en la lucha a favor o contra el comunismo70. No podemos extendernos ahora en las diferencias y similitudes entre la evolución de la ética y de la moral, con sus juicios sobre lo «bueno», lo «justo», el «deber», etc., y el surgimiento y evolución de la categoría valor, del dinero, de la mercancía y del valor de cambio. El materialismo histórico se fue creando mediante la lucha contra la explotación y contra la ética de la explotación, y simultáneamente elaboraba la crítica teórica del valor, que es central porque se preocupa de las relaciones que las personas establecen entre ellas mismas, o sea las relaciones entre las clases antagónicas, que son las fundamentales mientras que no lo son las relaciones técnicas o las medidas de economía de medios. Marx tampoco se preocupa en hacer una «teoría de los precios», etc., no buscó estos objetivos porque:
Marx fue un científico social crítico cuyo trabajo rebasa y rechaza las barreras que separan a las disciplinas académicas. Las cuestiones cruciales para Marx conciernen a la estructura interna y a las fuentes de estabilidad y crisis del capitalismo, y a cómo el deseo de cambiarlas puede desarrollarse en forma de una actividad (revolucionaria) transformativa exitosa. Estas cuestiones continúan siendo válidas en el siglo XXI71.
Veremos al final del presente texto cómo las cuestiones que plantearon Marx y Engels son más cruciales ahora que a finales del siglo XIX. Precisamente es esto lo que confirma que El Capital es lo que se denomina «praxeología» –«Ni teoría pura, pues, ni mero programa político»72 – , espiral inacabable de la práctica que se piensa críticamente así misma en su autodesarrollo. Desde esta visión, El Capital es una obra-proceso que niega la lógica formal en algo básico: no tiene «fin», o mejor, su «fin» solo llegará con el final del capitalismo. Esto es lo que aprecia positivamente Engels en su comentario sobre Werner Sombart: «Es la primera vez que un profesor universitario alemán consigue ver en las obras de Marx, en general, lo que Marx realmente dijo; la primera vez que declara que la crítica del sistema marxista no puede consistir en refutarlo –esto es “bueno para el arribismo político” – , sino solo en desarrollarlo para superarlo»73. Si bien Engels recalca las debilidades de las tesis de Sombart y sostiene que Marx habría detallado más sus ideas si hubiese tenido tiempo.
En un apéndice a este Complemento al prólogo escrito en 1895, poco antes de su muerte, Engels seguía desarrollando El Capital en un articulito de innegable actualidad –La Bolsa– en el que sigue la expansión del capital-dinero, en concreto la Bolsa que en 1865 era un «elemento secundario» y que, tres décadas después:
[…] tiende a concentrar toda la producción, tanto la industrial como la agrícola, y todo el comercio, lo mismo los medios de comunicación que la función del cambio, en manos de los elementos bursátiles. Haciendo de la Bolsa la representante más destacada de la producción capitalista […] Además, la colonización. Esta es, hoy, una simple sucursal de la Bolsa al servicio de la cual las potencias europeas se han repartido África hace un par de años y los franceses han conquistado Túnez y Tonkín. África, arrendada directamente a compañías (Níger, Sud-áfrica, el África alemana del Sudoeste y del Este) y Maschonaland y Natadland ocupadas por la Bolsa de Rodas74.
En La Bolsa, Engels repasa el desarrollo capitalista en el último tercio del siglo XIX, confirmando la valía del método interno de El Capital, siendo en sí una parte más de esta obra porque avanza en el interior de la agudización de las contradicciones del capitalismo. De hecho, adelanta contenidos básicos del debate sobre el imperialismo que comenzaría con Hobson en 1902. Necesitaríamos varias páginas para mostrar cómo se presentan en 2019 los siete apartados muy sintéticamente resumidos por Engels, de los cuales solo hemos transcrito el séptimo y último, dada su sobrecogedora vigencia. La omnipotencia de la Bolsa en la actualidad se ha visto confirmada por el neo-colonialismo sobre una Grecia formalmente independiente75 pero saqueada por la Bolsa euroalemana. H. Houben ha aportado una excelente investigación sobre las transformaciones del capital financiero a lo largo de la historia capitalista, demostrando que, a pesar de la financiarización, sigue siendo el mismo modo de producción capitalista76.
Crítica del valor y socialismo
El Capital se sustenta en la teoría del valor que es incomprensible sin la teoría del fetichismo, como ha demostrado Néstor Kohan, especialmente en la dimensión cuantitativa-cualitativa del valor, ya que el decisivo lado cualitativo descubre la «cosificación, enajenación y reificación de las relaciones sociales originadas en un tipo de socialidad indirecta del trabajo humano global mediado por el intercambio de mercado y el equivalente general»77. Sobre este poder fetichizante de la dimensión cualitativa del valor se levantan de inmediato las relaciones de poder opresivo que controla la lucha de clases dentro de los parámetros impuestos por el Estado del capital, que dirige la «violencia como potencia económica»78 hacia la inhumanidad de la acumulación ampliada del capital, etcétera. Más aún, la dimensión cualitativa del valor nos descubre también una de las causas sociales del reformismo y de las «metafísicas “post”», de Bernstein a Holloway, de Althusser al eurocomunismo79.
La teoría del valor y la teoría del fetichismo tienen un innegable contenido político en el que nos extenderemos luego, pero ahora sí necesitamos seguir recurriendo a N. Kohan para completar este tema:
Todas las categorías de la economía política, como ciencia social, son relaciones. La teoría de Marx demuestra que son consideradas «cosas» por el proceso fetichista que se explica a su vez por sus raíces sociales y objetivas. Para no caer en el fetichismo, y por lo tanto en la ahistoricidad, Marx necesita construir políticamente una nueva lógica de relaciones (apoyándose en la tradición relacional dialéctica de Heráclito y Hegel), distinta de la lógica sustancial atributiva aristotélico-leibniziana («cosa»-característica de esta «cosa»; es decir: sujeto-predicado)80.
Debemos saber que: «El concepto de valor en Marx es el más controvertido de todo su pensamiento»81, porque, como explica A. Jappe: «La crítica del valor ha roto radicalmente con la dicotomía entre base y superestructura; no en nombre de una supuesta “pluralidad” de factores, sino apoyándose en la crítica marxiana del fetichismo. El fetichismo de la mercancía no es una falsa conciencia, una mistificación, sino una forma de existencia social total, que se sitúa por encima de toda separación entre reproducción material y factores mentales porque determina las propias formas de pensar y de actuar. Comparte estos rasgos con otras formas de fetichismo, tal como la conciencia religiosa. Podría por eso ser caracterizado como un a priori; que, sin embargo, no es ontológico, como en Kant, sino histórico y sujeto a la evolución. Esta indagación sobre los códigos generales de cada época histórica salvaguarda al mismo tiempo, contra la fragmentación introducida por el enfoque posestructuralista y posmoderno, una perspectiva unitaria»82.
En otro texto, Jappe dice:
el valor, incluso en la forma que parece más inocente –a saber, «veinte metros de tela tienen el valor de un traje» – , es ya la causa y la consecuencia de una formación social en la que los hombres no regulan conscientemente sus relaciones de producción […] Allí donde este intercambio no está mediatizado por la actividad social consciente, sino por el automovimiento del valor, es necesario hablar de una alienación del vínculo social. El valor mismo, en la forma visible del dinero, se ha convertido en una forma social de organización; sus leyes se han transformado en las leyes de la mediación social.
Y A. Jappe cita al Marx de los Grudrisse: «El dinero mismo es la comunidad y no puede soportar otra superior a él»83.
Que la humanidad tome en sus manos conscientes y libres su propio destino exige por tanto destruir la «comunidad del dinero», destruir el valor porque va «contra la comunidad humana [… (Porque)…] la vida social misma se vuelve abstracta»84. La crítica marxista del capitalismo explica que existe una «imposibilidad objetiva» de resolver la contradicción entre la naturaleza social del trabajo y la apropiación privada de su producto que se expresa en la forma elemental del valor, contradicción irresoluble, una antinomia, asumida como tal por el marxismo, lo que explica que «El único método real de resolución de esta antinomia es una revolución socialista, eliminando la naturaleza privada de la apropiación del producto del trabajo social, la apropiación mediante el mercado de mercancías»85. Es el propio autor, E. V. Ilyenkov, el que remarca con letra negrilla esta decisiva cita. Este autor no duda en llamar «rebelión marxista» a su crítica de la economía capitalista, expresada así en términos filosóficos:
En la teoría de Marx, no solo la sustancia del valor, el trabajo, fue entendida (Ricardo también alcanzó este entendimiento); sino que, por primera vez, el valor fue simultáneamente entendido como el sujeto de todo desarrollo; esto es, una realidad desarrollándose por medio de sus contradicciones internas en un sistema completo de formas económicas. Ricardo falló al entender este último punto. Para alcanzar tal entendimiento, se tiene que tener el punto de vista del materialismo dialéctico conciente […] El análisis de Marx descubre en el valor en sí, en la categoría básica del desarrollo teórico, la posibilidad de aquellas contradicciones, las cuales surgen en una forma explícita sobre la superficie del capitalismo desarrollado, como crisis destructiva de sobreproducción, como un más agudo antagonismo entre el exceso de riqueza en un polo de la sociedad y pobreza insoportable, por el otro; como una lucha de clases directa, finalmente resuelta a través de la revolución86.
En el corazón del imperialismo y en plena ofensiva llamada neoliberal, desde finales de los años setenta, resurgió la necesidad de la lectura política de El Capital desarrollando las aportaciones anteriores. Harry Cleaver estudió cómo la lucha contra el valor en su forma de valor de cambio entre consumidores, ecologistas, trabajadoras y trabajadores precarizados, grupos contra el hambre y el empobrecimiento, etcétera, mediante «robos» –recuperaciones– en tiendas, impago y otras formas de resistencia87 que no son nuevas en la historia de la lucha de clases y que siempre reaparecen en las crisis. El autor demuestra que el valor de uso y el valor de cambio son pensados y vividos de forma antagónica entre el trabajo y el capital:
Estos dos aspectos muestran también la contradicción doble característica de las relaciones de clase en el capitalismo. El valor de uso y el valor de cambio se oponen en una unidad contradictoria en la misma forma que la clase capitalista y la clase trabajadora están opuestas y unidas […] los dos aspectos sugieren dos perspectivas de clase diferentes. Más fundamentalmente, la visión de la mercancía como valor de uso es la perspectiva de la clase trabajadora […] El capital contempla estas mismas mercancías primordialmente como valores de cambio: meros medios para el fin de incrementarse a sí mismo y a su control social por la vía de la realización de plusvalía y ganancia88.
El análisis del valor, el contenido político subyacente al trabajo abstracto, etcétera, descubre las maniobras del capital para romper la unidad de la clase proletaria y, a la vez, las dificultades de esta para reconstruirla mediante el acercamiento paulatino de las diversas luchas concretas que solo se va logrando mediante la «interacción política de luchas diferentes, no resumiendo una lucha en otra»89. Una de las virtudes de la lectura política de El Capital es su insistencia en la extrema complejidad del proletariado, su crítica del «marxismo unilateral […] con poca relación con los movimientos reales en la sociedad»90: la riqueza polifacética de la lucha de clases está ausente, separada de El Capital que en realidad es una «totalidad».
M. A. Lebowitz sostiene que el «marxismo unilateral» solo piensa en un «proletariado abstracto», lo que imposibilita descubrir el potencial político de las luchas de clases concretas. E. Barot viene a decir lo mismo cuando plantea la necesidad de «no hacer del proletariado un concepto rígido»91 sino que, por un lado, exige el empleo de la dialéctica entre lo general, o sea, el proletariado como la clase social mayoritaria en el capitalismo mundial porque es la población que tiene que vender su fuerza de trabajo por un salario para sobrevivir; y, por otro lado, las expresiones particulares, concretas que esa clase proletaria adquiere en cada país, circunstancia, período, según su específica historia nacional, estatal e internacional de lucha de clases socioeconómica, política, cultural…
Sin extendernos demasiado y recordando por nuestra parte lo dicho arriba por G. Labica sobre el papel del Estado en El Capital, K. H. Roth y A. Ebbinghaus publicaron su celebérrimo estudio sobre la interacción entre la lucha de clases y la contraofensiva burguesa alemana durante casi un siglo92, mostrando la dialéctica entre economía, política y lucha de clases. Años más tarde, y desde una perspectiva algo diferente, A. Shaikh también insiste en el papel del Estado y de la competencia entre capitalistas como dos de los factores que pueden facilitar la recuperación de la crisis93. Insistir en los efectos del cainismo burgués, de la competencia entre empresarios, es otra forma directa de introducir la política en la economía mediante el papel del Estado como «capitalista colectivo» que, empero, tiende a defender los intereses de la fracción burguesa más poderosa.
Al poco de estallar la crisis de 2007, y ante el absoluto desconcierto de la economía política burguesa y de sus instituciones, Suzanne de Brunhoff se permitió el lujo de una pequeña «venganza intelectual», muy justificada por demás, ante las idioteces engreídas e ignorantes de la casta intelectual antimarxista. De Brunhoff94 simplemente recordó lo muy actual de lo dicho por Marx sobre la dialéctica entre el capital financiero, los Estados y el capitalismo en su conjunto, insistiendo en la permanente movilidad contradictoria de estos componentes pero haciendo especial hincapié en el nudo gordiano: la explotación asalariada, el capital financiero y el Estado, es decir, el corazón político imperialista para, mediante la explotación de la humanidad trabajadora, ampliar la acumulación y centralización del capital.
La única lectura posible de El Capital es por tanto la lectura política, es decir, la que se desenvuelve siempre dentro de los parámetros conceptuales determinados por la realidad de la lucha de clases que nos remite siempre a la teoría del valor. Más aún, como explica M. R. Krátke, la única forma de desarrollar y resolver las cuestiones inacabadas –por inacabables– que dejó Marx en El Capital es introduciendo lo político y lo histórico en esos problemas95, superando el dogma neoclásico –y neoliberal– que excluye la política de la economía, calificándola de «exógena». Pero, en primer lugar, ¿qué es la política? Lenin dijo que la política es la economía concentrada, y tiene toda la razón. La política, al ser economía concentrada, refleja todas las contradicciones sociales en su desenvolvimiento desigual y combinado, en sus partes y en su todo, y siempre pone el acento decisivo en el secreto de la economía capitalista: la explotación social y la propiedad burguesa. A. Callinicos explica que el concepto marxista de «política»96 rompe, niega y supera el concepto burgués basado en la total separación de las diversas partes de la realidad capitalista. Y, en segundo lugar, ¿qué es una «lectura política» de El Capital?
Cédric Durant nos da la respuesta en su estudio sobre el capital ficticio al demostrar el contenido político de los beneficios financieros: «[…] beneficios políticos que derivan de un flujo de ingresos hacia las finanzas mediado por las instituciones públicas. Estos beneficios políticos se desdoblan, a su vez, en dos categorías. Por una parte, los flujos de intereses en el caso de la deuda pública; por otra parte, aquellos productos políticos de estabilidad financiera»97. Los beneficios políticos que produce el capital ficticio generan también «la lógica propia de los beneficios de alienación que se deriva principalmente de la relación de endeudamiento de los hogares asalariados»98. Extendiendo este estudio político del capital ficticio al concepto de desposesión, el autor concluye:
Engloba las diversas modalidades mediante las que el sector financiero extrae ingresos de la población, ya sea indirectamente, a través de los beneficios políticos, ya sea directamente, mediante los beneficios de alienación. El concepto de parasitismo remite aquí a los ingresos extraídos de los beneficios empresariales por entidades a todas luces ajenas al proceso de producción […] La cuestión del intercambio desigual remite a la capacidad de las empresas del Norte para remunerar los actores financieros gracias a las ganancias precedentes de relaciones mercantiles asimétricas con respecto a sus proveedores, en particular, los de los países del Sur. Innovación, desposesión y parasitismo, tales son las lógicas sociales que subyacen en los beneficios financieros99.
Recordemos que C. Durant explica «cómo las finanzas se apropian de nuestro futuro», es decir, cómo la forma parasitaria del capital, las finanzas y en especial su forma ficticia, expropian el futuro de las clases trabajadoras mediante el desarrollo del contenido político subyacente a la lógica capitalista. Por tanto, impedir que nos quiten el futuro, o mejor dicho construir nosotros nuestro futuro solo es posible acabando con el capital ficticio y por tanto con el capitalismo en sí. Esto nos lleva directamente al problema de la praxis revolucionaria ahora que todas las contradicciones están agudizadas al máximo.
Savas Michael-Matsas ha seguido los esfuerzos de la intelectualidad burguesa más reaccionaria e influyente que en verano de 2018 opinaba sobre la actualidad de El Capital en diarios tales como New York Times, Economist, Financial Times, etc.: desconcierto y miedo ante el poder teórico de Marx y sus efectos políticos. Lo primero porque esa potencia analítica y sintética no cuadra en sus esquemas estáticos, formales; y lo segundo, el miedo, porque es una política orientada al futuro que late en la unidad y lucha de contrarios antagónicos desvelada en la teoría del valor. Por eso, Michael-Matsas escribe:
Sin una crítica de la teoría del valor trabajo de la economía política clásica, como Marx alcanzó en su obra máxima, Das Kapital, es imposible tener una concepción científica de las mediaciones entre valor, dinero, capital dinero, crédito y finanzas. Por esta razón, Marx es más actual que nunca antes como la brújula teórica y guía metodológica indispensable en la crisis de hoy, histórica, estructural y sistémica del capital globalizado. […] Es el declive histórico de la relación de valor misma como principio regulador de la vida socio-económica bajo el capitalismo que se manifiesta a sí mismo en el impasse financiero-económico presente con todas sus implicaciones catastróficas. La globalización capitalista de las últimas tres décadas que llevó a la implosión de 2007 ha impulsado a sus extremos este conflicto en marcha en la relación invertida entre medio y propósito. La sobreacumulación de capital exacerbada por la liberalización y la globalización de las finanzas alcanzaron un punto crucial de incompatibilidad irreconciliable con las demandas acuciantes, ilimitadas de lo que Marx llama el proceso vivo –Lebensprozess– de la sociedad, incluyendo la naturaleza viva. Contra toda forma de distorsiones economicistas del pseudo-marxismo mecánico de la Segunda Internacional y el estalinismo, tenemos que comprender de nuevo que la vida es la categoría central de la teoría revolucionaria de Marx100.
Ahora, en el capitalismo del siglo XXI, el «proceso vivo» está sometido a tales presiones que la posibilidad de desastre puede dar el salto a probabilidad de destrucción101. La vida, como «categoría central», está en cuestión por la irracionalidad inherente al valor. Y es en estas situaciones-límite cuando, de nuevo, apreciamos la lógica de la libertad que une el marxismo con todas las resistencias humanas contra la opresión. Marx admiraba a Espartaco y a Kepler102, dos referentes revolucionarios en apariencia incompatibles –un esclavo de los siglos ‑II y ‑I, y un científico de los siglos XVI-XVII, del que hemos hablado arriba– pero que practicaban la esencia de la vida como opción por la libertad en momentos críticos, como veremos.
Crítica de la mercancía y socialismo
La respuesta burguesa en su sentido puro, reaccionario, a la aparición y ascenso de la praxis marxista, había surgido en la década de 1870 antes de la obra magna de Bernstein en 1899, cuando asustada por el auge de la lucha de clases comprende que la teoría económica clásica, la de Smith, Ricardo, etc., tan admirada por Marx y Engels, se podía volver en parte contra el capitalismo. Hemos visto arriba cómo la clase dominante, asustada por que una lectura abierta de A. Smith podía ayudar a la radicalización social, impuso su prohibición con duras penas. De hecho, eso ya estaba sucediendo con la influencia de y las críticas a David Ricardo de la izquierda británica del primer cuarto del siglo XIX, que adelantaron ideas valiosas sobre la definición del valor-trabajo, etc., como Ch. Hall, W. Thompson, J. Gray, Th. Hodgskin, J. F. Bray y otros103.
La corriente marginalista o neoclásica, aunque es más correcto llamarla «economía vulgar» si la comparamos con los clásicos antes citados, surge de la necesidad de combatir la lucha de clases en el último tercio del siglo XIX. La economía vulgar coincide con la clásica, con la de Smith y otros, en el rechazo liberal del intervencionismo del Estado cuando supone alguna mejora para el proletariado. En este sentido tan actual, el marginalismo asume la inhumanidad de la escuela de Malthus104 pero la refuerza con un abandono explícito de cualquier estudio científico del capitalismo porque intenta explicarlo solo según los gustos individuales de consumo, ahorro, enriquecimiento…, es la tesis de la «preferencia subjetiva» que anula toda realidad objetiva. El llamado «neoliberalismo» implementado definitivamente por Gran Bretaña y Estados Unidos en 1979 – 1980105 se basa en una sopa ecléctica de tesis de estas escuelas austríacas, alemanas y norteamericanas que buscan una pátina de cientificidad a la sombra de la «escuela matemática»106.
Como vemos, El Capital y la totalidad de la crítica marxista de la economía política era atacada por la pinza reaccionaria-reformista, aproximadamente en la misma época, porque desde 1879 autores socialdemócratas como Höchberg, Schramm, Bernstein y otros habían empezado la demolición. Lo más significativo era que los dos extremos de la tenaza se basaban en filosofías que nos remiten a Kant, a Mach y a escuelas positivistas con un rechazo sin paliativos de la dialéctica. Con matices y con diferentes focos de atención, esta postura reaparece periódicamente con fuerza cuando la lucha de clases amenaza al poder burgués.
El grueso del socialismo utópico y del reformismo, por ejemplo, huían de la cuestión crítica de la destrucción del poder y planteaban el gradualismo pacífico mediante, por ejemplo, la lenta transición impulsada por las cooperativas, etc. Bernstein lo pregonaba abiertamente107. B. Gustafsson ha seguido el proceso de surgimiento del revisionismo y ha marcado tres áreas en las que este y el marxismo chocaron y siguen chocando ahora: la teoría del valor y de la plusvalía; la filosofía como elemento de la praxis y el papel decisivo de la dialéctica en su interior; y la concepción materialista de la historia108. La cuestión del Estado y de la democracia burguesa aparece una y otra vez a lo largo de su investigación. Para contextualizar lo que realmente estaba en lucha en aquellos años es conveniente saber que, en 1909, el todopoderoso empresario alemán W. Rathenau dijo que «trescientas personas, que se conocen muy bien entre sí, dirigen los destinos económicos del continente»109.
La ideología reformista en cualquiera de sus formas siente pánico al método de El Capital porque le demuestra que el evolucionismo lineal y gradualista refuerza a la burguesía. Según Rosdolsky, la estructura de El Capital es «esencialmente dialéctica», en ella tienen una gran función «los conceptos metodológicos tomados de Hegel»110. En otro texto mucho más extenso, Rosdolsky insiste en el decisivo papel de la dialéctica en la obra de Marx y añade una precisión vital para entender el enfrentamiento entre el reformismo y El Capital: «Según Marx era la barrera de clases de la economía de Smith y Ricardo el elemento del cual derivaba, en última instancia, la “falta de sentido teórico para la concepción de las diferencias formales de las relaciones económicas” que le es propia»111, lo que les llevaba a menospreciar la dialéctica entre forma y contenido, su interacción mutua.
Poco después, Rosdolsky explica que, para Marx, Ricardo comete el error de creer que las formas sociales de la economía burguesa son las «formas dadas»112, eternas, inamovibles, mientras de lo que se trata es de captar su movimiento interno, su cambio permanente, su historicidad y su caducidad. Ricardo se queda en el análisis de lo externo, Marx profundiza a la génesis de lo interno. Son, entonces, «barreras de clases» las que condicionan las formas de pensamiento, el empleo de la dialéctica o su desprecio y negación. No es de extrañar por tanto que Bernstein, el teórico por antonomasia del reformismo, atacara en 1899 a la dialéctica acusándola de violenta en el sentido blanquista y hasta hegeliano, sosteniendo que la ley de la contradicción no tiene sentido, que el «voluntarismo» violento de la dialéctica no es socialista, que se puede y debe avanzar al socialismo sin revoluciones violentas113. E. Mandel se refiere a la larga serie de ideólogos burgueses que, desde Bernstein hasta Popper y economistas burgueses, se obstinan en decir que la dialéctica es «metafísica», «mistificadora», «inútil»114… No es difícil descubrir este intento de romper toda conexión entre Marx y Hegel desde el althusserismo115 y el eurocomunismo hasta reformismos más recientes.
La tergiversación reformista de El Capital busca también desactivar la contradicción explosiva que da contenido y forma a la mercancía. Podemos decir que la mercancía, con todo lo que implica, es el gozne sobre el que giran las dos pinzas del alicate reaccionario-reformista que pretende aplastar el potencial crítico de El Capital. Un gozne que sí exige, al menos, una aclaración suficiente de la tan odiada dialéctica. Por ejemplo, W. Fritz Haug ha tenido que dedicar dieciocho páginas a la explicación pedagógica de la mercancía para hacer comprensible este párrafo a quienes no dominan lo básico de la dialéctica:
En adelante habrá que distinguir claramente, siempre que se mencione la mercancía, si se habla de la mercancía como valor de uso o como valor de cambio o como unidad del valor de uso y del valor de cambio. Pues la mercancía es tanto lo uno como lo otro como también ambas cosas a la vez116.
Carecemos de espacio para dedicar dieciocho páginas a la explicación de la mercancía, así que lo intentaremos hacer solo con siete ejemplos sobre el poder opresivo inserto en la mercancía que es, entre otras cosas, el «mundo de la apariencia». V. Rieser tiene escrito un brillante artículo sobre la manera con la que el capitalismo genera y regenera una «apariencia» que suplanta a la realidad, que impide que esta se vea fácilmente, que obliga a un esfuerzo de praxis sin el cual la «apariencia» sigue pareciendo la realidad objetiva misma para la mayoría de la clase trabajadora y de la sociedad en su conjunto:
La realidad social capitalista está estructurada de modo tal que pone de relieve algunas características, excluyendo otras que están en las raíces de las primeras y que son las únicas que pueden explicarlas. La primeras constituyen la «apariencia» del sistema: son características objetivas, reales, pero al mismo tiempo conducen a una interpretación del sistema que se funda solo sobre ellas y que no tiene en cuenta otras características fundamentales que constituyen la esencia del sistema y son por tanto indispensables para su definición117.
V. Rieser detalla los mecanismos que generan y regeneran la «apariencia», empezando por «el primero y más celebre» de ellos, el de la mercancía, siguiendo por el de la producción y circulación, por el del salario, por el de la famosa «fórmula trinitaria» y terminando con el de la producción de valor en la fábrica y el uso capitalista de las máquinas; sobre esta base, puede afirmar que: «la dimensión común de las distintas “apariencias” del sistema consiste, en efecto, en enmascarar los “confines históricos” del capitalismo y en presentar sus leyes como leyes eternas del funcionamiento de toda economía, de toda sociedad»118.
V. Rieser se extiende luego más extensamente sobre el papel de la economía política en la producción de la «apariencia» capitalista, insistiendo en el papel de la teoría del valor-trabajo y su aplicación integral «a todo el funcionamiento del sistema capitalista, es decir, en la elaboración de una teoría de la plusvalía como producto de la explotación de la fuerza de trabajo obrera»119. Llegamos así definitivamente al contenido político de la teoría y del método marxista: la dialéctica entre la lucha de clases, la plusvalía y la teoría del valor-trabajo. V. Rieser profundiza en esta cuestión central: «el concepto de “apariencia” no fue elaborado por Marx con una finalidad específicamente sociológica […] la importancia social de la “apariencia” permanecía, en el fondo de este análisis, como un problema de importancia crucial para Marx, no solo en el plano científico, sino en el político»120.
Develar la «apariencia» es una tarea política porque es científico-crítica, y viceversa. Tenemos por ejemplo el caso de la democracia abstracta, que es la apariencia externa de la democracia-burguesa, que a su vez es la apariencia que oculta la dictadura de clase del capital sobre el trabajo, que se oculta a su vez en el fetichismo de la mercancía. J. Harrison escribió lo que sigue a finales de la década de 1970, palabras premonitorias viendo la eficacia con la que la democracia aparente ha ocultado la brutalidad neoliberal:
El mundo legal, por tanto, es un mundo de mercancías. Santifica y regula los principio del mercado […] En la sociedad capitalista, las instituciones políticas que se consideran normales –o que al menos se presentan como el ideal por el que hay que luchar– también reflejan las actividades del mercado. La democracia parlamentaria es un reflejo del intercambio de mercancías. Con elecciones realizadas en base al sufragio universal existe un sistema de libertad e igualdad individual en el nivel de la elección, o del cambio, de un gobierno. Los individuos votan de forma individual y aislada […] Bajo el capitalismo, los trabajadores no tienen ningún control del proceso real de gobierno. Una vez que se ha elegido un gobierno, toda la autoridad está en sus manos. No existe ninguna implicación democrática en la ejecución del poder estatal […] Incluso las áreas de la vida consideradas privadas y personales están estructuradas por los principios del mercado121.
El autor analiza cómo las relaciones sexuales y afectivas, familiares, se mueven dentro de la dictadura del mercado, cómo están mercantilizadas, y afirma que el fetichismo de la mercancía logra «el encubrimiento de la explotación»122.
Destruir las apariencias
Sabiendo que la mercancía es el primero y más importante medio de producción de la «apariencia» que necesita imperiosamente el capital para ocultar su esencia explotadora y sus contradicciones, debemos empezar por intentar aclarar los borrosos inicios de la mercancía en los modos de producción precapitalistas. La explotación de la mujer puede ser definida como la primera mercancía humana en la historia porque tenía un valor de uso sexo-económico innegable y un valor de cambio en las transacciones entre clanes, tribus y sociedades, mercado que giraba –y gira– entre otras cosas alrededor del valor simbólico y el precio sexo-económico de la virginidad123 como sello de garantía de propiedad patriarcal. Según J. Attali:
La apropiación de mujeres, como cualquier otra forma de posesión, no siempre se realiza respetando un ritual, sino que se hace a menudo por la guerra y por la fuerza. Así, a fines del IV milenio a. de J. C., cuando los proto-indio-arios, expulsados por la invasión de los mongoles nómadas, se organizan en pueblos poderosos que tienen algo que defender y se dotan con carros de combate y con escudos, tal vez los primeros. Casi por todas partes, las jefaturas guerreras afirman la superioridad de los hombres y se apoderan de las mujeres de otros clanes que se convierten en cosas, en bienes muebles, en objetos de tráfico y de acumulación. Por eso, en sánscrito, la palabra vivâha, que significa «matrimonio», deriva de vivah, que significa «raptar»124.
Este comercio humano surge, a grandes rasgos, con los embriones de la ley del valor que, según la información que tenía Engels en 1894, se remontaba a hace 5.000 o 6.000 años y que investigaciones recientes tienden a atrasar incluso más, época larga de triunfo definitivo del patriarcado. En el tránsito del trabajo libre al trabajo explotado y de este al trabajo asalariado en su forma capitalista, se va gestando lo que afirma Federici sobre que, para la mujer, la sexualidad siempre ha sido un trabajo125, sin valorar ahora otras tesis de la autora. Por lo que sabemos hasta ahora, tiene razón Mónica Zas Marco cuando dice que «La Odisea fue el primer manifiesto de dominación masculina sobre la libertad de expresión de la mujer»126. El feminismo socialista –Flora Tristán, por ejemplo– siempre ha ido muy por delante con respecto al feminismo burgués y reformista. Marx y Engels, y Jenny, dijeron que:
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte de la socialización. No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción […] Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ella se deriva, es decir, la prostitución oficial y no oficial127.
Los feminismos reformistas necesitan negar el hecho histórico de que solo el marxismo y, en concreto, la revolución bolchevique y todas las que le han seguido han acertado en las causas de la explotación patriarcal y la han combatido radicalmente en la medida de sus posibilidades: la producción/reproducción de la fuerza de trabajo128, como demuestra Tithi Bhattacharya. Por su parte, P. Chattopadhyay ha rastreado la impresionante abundancia de referencias directas de Marx a la opresión y explotación de la mujer, obviando las indirectas, esparcidas por su obra, y eso sin contar a Engels. El problema surge, como siempre, de que la mayoría inmensa de comentaristas de Marx desconocen o rechazan su método dialéctico, lo que les lleva a errores de bulto como el de la creencia de un Marx indiferente a la explotación patriarcal, por no decir, de un Marx directamente patriarcal.
De la minuciosa investigación realizada por P. Chattopadhyay, aquí y ahora, nos quedamos con esta cita: «Marx valoraba la necesidad de existencia de organizaciones independientes de mujeres para defender sus derechos específicos»129. Una organización independiente exige una política de liberación independiente de la política opresora: encontramos de nuevo el contenido político de la teoría marxista sobre la emancipación de la mujer, algo inaceptable por el feminismo reformista130.
Desde esta raíz histórica avanzamos al segundo ejemplo, el de la totalidad en la que se desenvuelven conceptos como «capital» y «mercancía», siempre desde la visión política de El Capital:
El Capital se ocupa del capital. ¿Pero qué es el capital? En la concepción de Marx, el capital era sobre todo una relación social, más específicamente una relación social de lucha entre las clases de una sociedad burguesa: la clase capitalista y la clase trabajadora […] Para aclarar esta relación debe entenderse que la lucha de clases se refiere a la forma en que la clase capitalista impone la forma mercancía a la masa de la población, obligando a la gente a vender una parte de su vida como fuerza de trabajo en forma mercantil para sobrevivir y ganar algún acceso a la riqueza social. En otras palabras, la gran mayoría de la gente se ve colocada en una situación en la que está obligada a trabajar para no morirse de hambre […] mediante la forma mercancía, el trabajo en la forma alienada, «muerta» de los productos y del valor que crea se denomina a sí mismo («trabajo viviente») como capital. En este sentido, podemos ver también al capital dentro del trabajo como una clase particular de distorsión social en la que una clase muy específica de actividad social –el trabajo– asume una existencia espectral en su forma muerta y domina toda la actividad social imponiendo cada vez más trabajo. En efecto, podemos definir el capital como un sistema social basado en la imposición del trabajo a través de la forma mercancía131.
Seguimos, en el tercer ejemplo, analizando el «mundo esquizofrénico» al que se refiere D. Bensaïd cuando detalla la impotencia del formalismo ante la unidad de contrarios que bulle en la mercancía como célula de la sociedad burguesa:
En el principio era la mercancía. En su aparente banalidad, la más pequeña mesa, el más minúsculo reloj, el plato más pequeño, la nuez que contiene, en cuanto mercancía, todo el mundo dentro de ella: noches, planicies, ríos y montañas, y un ejército de soldados armados […] Basta abrirla para que salga de ella, como el pañuelo y el conejo del sombrero del mago, una serie de categorías que ven su par: valor de uso y valor de cambio; trabajo concreto y abstracto; capital constante y capital variable; capital fijo y capital circulante. Un mundo esquizofrénico, perpetuamente desdoblado entre cantidad y cualidad; privado y público; hombre y ciudadano […] el gran prodigio del dinero que, parece, crea dinero: en el principio de la riqueza estaba el crimen de la extorsión de la plusvalía, o sea, ¡el robo del tiempo de trabajo forzado no pagado al obrero!132
El cuarto ejemplo es la explicación de R. Vega Cantor también sobre la mercancía:
Como la mercancía es la célula económica y social del capitalismo, su análisis y comprensión es esencial para entender fenómenos tan diversos como las guerras contemporáneas (tras las cuales asoma el control del petróleo, un producto natural convertido en mercancía), las crisis económicas (con la sobreproducción y no realización de las mercancías), los desastres hidrogeológicos de nuestros días (por la mercantilización, entre otras, de las selvas, bosques, ríos y sistemas ecológicos del mundo), la crisis de los Estados nacionales (obligados a plegarse al «libre comercio», un eufemismo para dejar entrar y salir mercancías), el hambre en el mundo (ya que los alimentos se han transformado en bienes mercantiles y quien no tiene como comprarlos no es un «ciudadano solvente» que la mejor contribución que puede hacerle a la «civilización capitalista» es morirse de hambre) y así sucesivamente133.
El quinto ejemplo, sobre el poder opresor de la mercancía, está sintetizado por estas palabras de D. Tabarovsky: «El poder ya entiende la lengua como una mercancía […] el conocimiento íntimo de la lengua no consiste en aplicar el diccionario, en ser lingüista en el sentido normativo, sino en entender cómo opera el poder en la lengua»134. Esta visión nos permite comprender tanto la utilización patriarcal de la lengua como poder de opresión de la mujer trabajadora, como a su vez la utilización de la lengua como poder de opresión nacional de los pueblos, especialmente contra la mujer trabajadora nacionalmente oprimida.
El sexto y último ejemplo trata sobre la mercantilización de la naturaleza, sobre la catástrofe socioecológica que se avecina a pasos agigantados. Se ha convertido en un tópico decir que Marx y Engels no tuvieron en cuenta esta problemática. En realidad y siguiendo a M. Husson, en su larga obra podemos encontrar una compleja evolución en tres fases que en momentos se entremezclan: la prometeica, la productivista y la metabólica, más desarrollada en El Capital. Una razón fundamental de sus dificultades y ambigüedades iniciales es que dependían de los progresivos avances científicos de modo que, teniendo en cuenta el estado de la ciencia de la época, debemos decir que eran «ecologistas prematuros»135, que aun así avanzaron mucho más de lo que se cree a simple vista, como han demostrado D. Tagliavini e I. Sabbatella136.
Un repaso rápido solo de El Capital, sin analizar otras obras, demuestra que la concepción marxista de la naturaleza y de la especie humana como parte de ella es cualitativamente superior a la del ecologismo reformista. Términos claves como «sostenibilidad», «fractura metabólica», etc., forman el esqueleto conceptual de la teoría de Marx y Engels137 y no solo de El Capital.
El libro I de El Capital hace una impresionante crítica de los efectos del maquinismo contra la clase obrera, crítica incuestionable en lo teórico y validada con el tiempo al haberse multiplicado la «depauperación moral» y la «degeneración intelectual»138. Para el marxismo, la crisis es socioecológica y no meramente ecológica porque además de tener su origen en la irracionalidad capitalista, también y sobre todo destroza a la humanidad trabajadora explotada139. Por esto, Marx insiste:
Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consigan a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya en un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo. Por tanto, la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre140.
Antes de pasar al núcleo político del ecocomunismo, e incidiendo en lo dicho arriba, Marx añade: «La gran propiedad de la tierra mina la fuerza de trabajo en la última región a que va a refugiarse su energía natural y donde se acumula como fondo de reserva para la renovación de la energía vital de las naciones: en la tierra misma […] el sistema industrial acaba robando también las energías de los trabajadores del campo, a la par que la industria y el comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la tierra»141. Ahora sí podemos abrir las compuertas del ecocomunismo: «Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias y a trasmitirla mejorada a las futuras generaciones»142.
La naturaleza y la especie humana, en metabolismo con ella, no son una mercancía en propiedad del capitalismo: no son propiedad privada de nadie sino de las «futuras generaciones». Es decir, dado que por «futuras generaciones» debemos entender el horizonte visible pero nunca alcanzable, la naturaleza y la especie humana deben ser propietarias de ellas mismas de este mismo instante, desde ya. Quiere esto decir que la estrategia comunista debe integrar desde hoy mismo en sus tácticas presentes la lucha por la socialización de naturaleza, directamente contra cualquier forma de propiedad privada que la mercantilice. En 1872, Marx lo dice así en 1872:
La propiedad de la tierra es la fuente original de toda riqueza y se ha convertido en el gran problema de cuya solución depende el porvenir de la clase obrera […] Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado. […] La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y, al fin y a la postre, acabará por entero con el modo capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura. Entonces desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base económica en la que descansan. La vida a costa de trabajo ajeno será cosa del pasado. ¡No habrá más Gobierno ni Estado separado de la sociedad! La agricultura, la minería, la industria, en fin, todas las ramas de la producción se organizarán gradualmente de la forma más adecuada. La centralización nacional de los medios de producción será la base nacional de una sociedad compuesta de la unión de productores libres e iguale, dedicados a un trabajo social con arreglo a un plan general y racional. Tal es la meta humana a la que tiende el gran movimiento económico del siglo XIX143.
Una manera muy bien resumida de concluir este apartado es citando a David Pilling que sintetiza la irracional y criminal esencia del capitalismo en una definición demoledora y concisa de lo que sus economistas denominan Producto Interior Bruto: «Al PIB le gusta la contaminación, el delito y las guerras»144.
Crisis y derrumbe o revolución
Marx y Engels entendieron siempre que las leyes sociales son tendenciales, que dependen de la lucha de clases y que esta es más intrincada de lo que parece a simple vista. Una de las características del método marxista que más desorientan al formalismo, y que este más rechaza, es su insistencia en la historicidad del pensamiento que va unida a la tendencialidad, tal como hemos remarcado desde el principio. Desde siempre se ha dicho que El Capital está equivocado en su mismo proyecto interno porque Marx no pudo acabarlo, lo que demostraría que el error anidaba en el mismo proyecto inicial, que partía de bases falsas, indemostrables y de ahí la imposibilidad de su autor para «acabar» la obra. Pero este argumento se vuelve contra la casta intelectual porque confirma que el pensamiento va por detrás de las contradicciones en movimiento.
M. A. Lebowitz insiste con sus propias cursivas que «el capital no es simplemente un momento de la comprensión de la totalidad, del capitalismo como un todo; es también un momento en la lucha revolucionaria de los trabajadores para ir más allá del capital»145. Tanto en el momento específico de la comprensión de la totalidad capitalista, como en el de la totalidad de la lucha revolucionaria, en ambos momentos que forman una unidad dialéctica, el método que los estudia ha de estar también en movimiento y, por tanto, no puede ser un método «cerrado», «acabado», sino en autopoiesis.
Ahora bien, dado que El Capital es un momento dentro de un proceso de lucha de clases, es una especie de libro-proceso, la pregunta que surge es ¿cómo fue tomando cuerpo? Según Mandel, entre octubre de 1842 y el comienzo de sus estudios en París en 1844 «se intercalan dos años durante los cuales el joven Marx hará el balance de dos movimientos –la filosofía hegeliana y el socialismo utópico– que superará para formular su doctrina de una forma definitiva. El término “superar” debe entenderse aquí en sentido hegeliano, dialéctico, que implica que todo lo que es válido de las posiciones superadas queda conservado en las nuevas posiciones»146. Se trata de un desarrollo permanente de las contradicciones, lo que hace que la teoría no encuentre nunca su fin, mientras que el sistema exista.
M. Postone lo expresa así: «La dinámica histórica del capitalismo produce constantemente lo nuevo, al tiempo que reproduce lo idéntico»147. Entramos de lleno en las diferencias entre la lógica formal y la lógica dialéctica. La primera no está capacitada para captar el desarrollo de lo nuevo en lo general, en lo que identifica a procesos en apariencia diferentes pero idénticos en su esencia, en lo que les es común en su interior, por debajo de sus expresiones externas148. El desarrollo constante de lo nuevo refuerza la resistencia de la identidad de la explotación capitalista si la praxis revolucionaria no lograr demostrar la unidad interna de ambos. Descubrir esa unidad exige un permanente estudio crítico, interno al movimiento permanente de las contradicciones. Es por esto que Olga Fernández Ríos define a El Capital como a la vez: «punto de llegada y de continuidad»149.
La continuidad de fondo en la dinámica de las contradicciones, con sus formas nuevas, impacta en los vaivenes de la lucha de clases, lo que se muestra fehacientemente en el avance, el estancamiento de la redacción de los borradores de El Capital, e incluso el cambio de dirección, abriendo otras vías y dejando en segundo lugar las anteriores. Pero nada de lo valioso ya descubierto era abandonado, desechado. Dussel lo explica así:
La unidad dialéctica del desarrollo del concepto de capital exigía a Marx saber el resultado claramente para poder comprender la exposición del comienzo –¡era una obra articulada dialécticamente!– Pero en cada final (en 1858, 1863 y 1865), Marx nuevamente se encontraba inconforme con los logros alcanzados. Esto le condujo a escribir en cuatro ocasiones El Capital, y la última quedó definitivamente inconclusa […] Aunque las cosas se complicaron práctica y teóricamente para Marx, la obra esencial había ido a la conciencia de los oprimidos en esta edad del mundo. Lo demás es responsabilidad de muchos que deberán continuar en el futuro la tarea emprendida y también en el presente latinoamericano. No fue un fracaso: fue un triunfal inicio150.
La inconclusión de El Capital es una realidad admitida desde finales del siglo XIX. No es nada nuevo y no contradice en nada a las teorías del concepto y de la verdad de la dialéctica, sino que confirma que el conocimiento es una espiral expansiva socialmente determinada. G. Carchedi en su discusión con M. Heinrich, P. Murray, etc., está de acuerdo con el primero en que El Capital está «incompleto», es el resultado de un «largo proceso de auto clarificación, y puede interpretarse de diferentes maneras», pero añade que esto: «[…] no implica necesariamente que sea internamente contradictorio o ambivalente, en especial en cuestiones de fundamental importancia […] el punto es si una interpretación está presente que unifique declaraciones aparentemente contradictorias en un todo coherente»151.
¿Cómo pueden unificarse tesis aparentemente contradictorias en un todo coherente? Volvemos a la lógica dialéctica. G. Carchedi se había adelantado a esta pregunta al decir sobre M. Heinrich y otros miembros de esa corriente que lo que les falta:
[…] es la visión dialéctica de Marx de la realidad social, la visión de la realidad social como un flujo temporal de fenómenos contradictorios que pasan de ser determinantes a ser determinados, y viceversa, y que emergen continuamente de un estado potencial para hacerse realizados, y luego regresar al estado potencial. Lo que les falta es la visión de los fenómenos sociales como realizados y potenciales, así como determinantes y determinados, sujetos a constante movimiento y cambio […] Es en este sentido que producción y distribución forman una unidad, una contradictoria unidad en determinación […] [la teoría de Marx] se basa en la relación dialéctica entre producción y reproducción152.
Las contradicciones en su flujo temporal, en su tránsito de una forma a otra y viceversa, obligan a la praxis al permanente estudio de esa unidad y lucha de contrarios. Esto hace que el pensamiento nunca pueda darse por cerrado definitivamente, nunca concluye ni nunca queda «completado» en su forma absoluta y estática. Muchas personas asumieron la responsabilidad de profundizar en lo que ni Marx ni Engels pudieron hacer por lo que acabamos de ver. Podríamos decir incluso que, de alguna forma, no tuvieron más remedio que acometer esa tarea porque les obligaba el movimiento de las contradicciones del capitalismo, los ataques del reformismo y de la burguesía, es decir, las necesidades de la lucha revolucionaria. Este fue el caso, por ejemplo, del estudio del imperialismo, término que no aparece en los escritos de Marx y Engels aunque sus «elementos constitutivos»153 se encontraban ya en estos autores, siendo desarrollados posteriormente, avance que a su vez llevará al surgimiento de otra corriente, la teoría de la dependencia154, que también se sustenta en parte en los debates sobre el imperialismo.
Pero a modo de ejemplo vamos a seguir a grandes rasgos la elaboración de uno de los componentes básicos de la teoría marxista de la crisis: el llamado debate «derrumbe o revolución»155: ¿Hay que esperar a que el capitalismo se hunda por sí mismo o por la paciente reforma pacífica que vaya borrando sus vicios y desarrollando sus virtudes, o hay que destruirlo mediante la revolución? Este interrogante nos guiará en lo que falta de texto. La respuesta aparece en los primeros textos de Marx y Engels y llega a presentarse de forma cruda en Filosofía de la miseria de 1847: «¿Hay que asombrarse de que una sociedad, fundada sobre la oposición de clase, termine en contradicción brutal, en un choque cuerpo a cuerpo como desenlace final?»156.
En el Manifiesto comunista de 1848, se dice: «opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna»157. Y más adelante:
Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros […] Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial le han privado de todos los medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. […] y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la sociedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas158.
Debe decirse que el núcleo del marxismo es la teoría de las crisis del capital, tanto en sus formas cortas como en sus momentos de explosión estructural, sistémica, de civilización o como queramos denominarlas ahora mismo, porque todas las formas e intensidades de las crisis y sus respectivos procesos cíclicos, de fases o de hondas de incubación y estallido, nos remiten más temprano que tarde a la crítica marxista. M. Roberts159 ha detallado en unas brillantes páginas, que no podemos sintetizar ahora, la interacción sinérgica de las sub-crisis y de las crisis en sus estallidos volcánicos como totalidad que las subsume e integra en período de extrema agudización de la lucha de clases:
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre una época de revolución social. […] Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de ese antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana160.
Si bien la obra entera de Marx y Engels trata directa o indirectamente sobre las crisis y de la revolución, es sobre todo en dos capítulos claves de El Capital donde aparece expuesta en su base: uno es la «ley general de la acumulación capitalista» y, otro, la «ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», ya citados arriba. Volveremos al terminar este texto al potencial revolucionario que se concentra en estos capítulos a la hora de pasar a la acción. Como veremos, el sentido mismo del término «dialéctica» es inseparable desde su origen del momento de optar por la espera pasiva o la acción para cambiar su rumbo; recordemos que existe una conexión interna entre «dialéctica» y «crisis», sobre todo en su forma extrema, la guerra. Recordemos que en 1874 Engels «profetizó» la Primera Guerra Mundial:
Para Prusia-Alemania no hay posibilidad de hacer otra guerra que no sea mundial. Y sería una guerra mundial de magnitud desconocida hasta ahora, de una potencia inusitada. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, además, se engullirá toda Europa, dejándola tan devastada, como jamás lo habían hecho las nubes de langosta. La devastación producida por la Guerra de los Treinta Años condensada en tres o cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias, el embrutecimiento de las tropas y también de las masas populares, provocados por la aguda necesidad, el desquiciamiento insalvable de nuestros mecanismo artificial en el comercio, la industria y el crédito; todo ello termina con la bancarrota general; el derrumbe de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria –una quiebra de tal magnitud, que las coronas estarán tiradas a docenas por el pavimento y no se encontrará a nadie que las levante – ; una imposibilidad absoluta de prever cómo terminará todo esto y quién saldrá vencedor de la lucha. Solo un resultado no deja lugar a dudas: el agotamiento total y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera161.
En 1874 Engels y Marx estaban aún digiriendo las lecciones de la Comuna de 1871 y en 1875 Marx escribiría el decisivo borrador Crítica del Gotha. En 1877 Engels empezó a publicar en fascículos el Anti-Dühring en donde leemos: «La moderna nave de combate no es solo un producto de la gran industria moderna, sino hasta una muestra de la misma; es una fábrica flotante –aunque ciertamente, una fábrica destinada sobre todo a dilapidar dinero»162. Como ha sucedido con otras muchas tesis de ambos amigos, esta ha empezado a ser plenamente entendida una vez que se ha certificado el fracaso del keynesianismo y, en especial en su forma militar.
Pero las palabras de Engels tienen un alcance más profundo para nuestro objetivo porque muestran la estructura represiva entera a la que se enfrenta la revolución: un todo con sus partes económicas, políticas y militares, además de culturales, que funciona como una «fábrica», es decir, que, por un lado, existe para producir valor y plusvalía al margen de los cambios formales permanentes del modo de producción capitalista; y, por otro lado, una «fábrica» que dilapida dinero, merma la tasa de beneficio y agudiza con ello las contradicciones del capital facilitando el resurgimiento periódico de las crisis. Se debate sobre si Kautsky se basó de algún modo en estas y otras tesis para, en 1892, introducir la siguiente frase en el programa de Erfurt: «debemos avanzar hacia el socialismo o caer de nuevo en la barbarie», idea que Rosa Luxemburg presentaría como «avance al socialismo o regresión a la barbarie»163, en el Folleto de Junius de 1915.
Rosa no tuvo una especie de inspiración súbita para recuperar en plena guerra mundial el principio de la acción revolucionaria. Su evolución militante le llevaba a ello, sobre todo mientras escribía La acumulación del capital, obra que la burocracia del partido retrasó todo lo que pudo, hasta invierno de 1912164, porque chocaba frontalmente con sus intereses de circunscribir la acción política al marco parlamentario, relegando la lucha de clases. Aunque la parte más debatida de La acumulación del capital ha sido la que trata sobre los esquemas de reproducción expuestos por Marx en el libro II de El Capital, en el fondo, y relacionado con ello, había otras dos cuestiones inaceptables para la burocracia: la crítica de la pasividad parlamentarista basada en la ineluctabilidad del «derrumbe» pacífico del capitalismo, lo que anulaba la necesidad de la lucha revolucionaria según la burocracia, y el ascenso imparable del militarismo, lo que exigía según Rosa ampliar e intensificar la lucha revolucionaria.
En realidad, lo que estaba en juego en el interior de tantos matices más o menos acertados sobre los esquemas de reproducción era la decisiva teoría de la crisis165 y el papel de la lucha revolucionaria en ella. El nombre del debate: «derrumbe o revolución» nos da una idea muy clara de la interrogante: ¿hay que esperar a que el sistema implosione por sí mismo, o hay que hacerlo explotar con la mecha de la lucha revolucionaria aprovechando su caos y debilidad? En agosto 1914 parecía haber desaparecido para siempre toda posibilidad no la de la derrota de la burguesía sino ni siquiera de parar la guerra. En abril de 1915, mes en el que Rosa redacta el Folleto de Junius, el futuro se ve todavía más lejano. Pero en solo un año aparece el malestar en las tropas, luego algunos motines y las revoluciones de febrero octubre de 1917 en Rusia.
En 1919, Preobrazhenski y Bujarin profundizaron aún más en este debate con el eslogan «caos o comunismo»166: de 1915 a 1919 se había multiplicado la letalidad de la Primera Guerra Mundial, había estallado la oleada revolucionaria de 1917 y el capital financiero mostraba sin tapujos su odio antisocialista. En degeneración socialdemócrata, el «socialismo» salvó a la burguesía desde 1914 y en especial desde 1917, por lo que había llegado el momento, pensaban los bolcheviques, de avanzar de la consigna «socialismo o barbarie» a la de «comunismo o caos». La oleada de lucha de clases prerrevolucionarias y revolucionarias del momento –Alemania, Italia, Hungría, Finlandia, Estado español…– fue contenida o derrotada gracias entre otras cosas al fascismo y al militarismo, y a la Segunda Internacional. El debate sobre «derrumbe o revolución» tenía por tanto un vital contenido político. En 1929, H. Grossmann optó por la dialéctica entre la lucha de clases que, con sus conquistas reduce la tasa de beneficio y la acumulación de capital, y la propia dinámica interna de tendencia al aumento de composición orgánica del capital167.
La burocratización de la URSS y ascenso del fascismo desde los años veinte cerraron el debate. El nazismo y la Segunda Guerra Mundial le dieron la puntilla. Tuvo que venir la crisis de finales de los años sesenta para que se divulgara, los avances intelectuales que grupos marxistas habían realizado en aquellas penosas condiciones. Así en 197, V. Fay sostenía que cada época estudiaba El Capital «desde una luz diferente»168 y enumera cinco cuestiones debatidas hasta ese año.
Una, hacia 1888 el debate radicaba en la auto destrucción del capitalismo. Dos, a raíz de la crisis de 1929 se debatió sobre todo «la falsa teoría de la crisis general del capitalismo que debía conducir al hundimiento del sistema. Tres, el debate que se mantuvo antes de 1939 sobre los beneficios diferenciales ha adquirido actualidad por su importancia para entender el imperialismo en los años sesenta. Cuatro, la crítica de que El Capital está desfasado precisamente por los cambios monopolistas habidos hasta 1972, sin darse cuenta lo críticos que Marx ya había teorizado sobre los monopolios en 1846 – 1847. Y cinco, los «muy numerosos» ataques porque erró en sus «previsiones “catastróficas”», en especial sobre el empobrecimiento inevitable, sin tener en cuenta que Marx ya corrigió esta laguna inicial en 1864, dos años antes de la publicación del libro I de El Capital.
La brusca agudización de la crisis en 1973 replanteó los debates sobre el final del capitalismo. Terminaban los llamados «treinta gloriosos», nombre que ocultaba una realidad más sombría ya que durante esos años la burguesía occidental solo se había dedicado a «huir hacia delante»169, de modo que las contradicciones volvieron a estallar incluso con más fuerza en esa mitad de los años setenta.
Debemos contextualizar un poco este resurgimiento del debate teórico para comprender su profundidad y lo que realmente estaba en juego. El agravamiento del contexto mundial desde mediados de los años setenta, que era parte de la estrategia económica y político-militar desatada definitivamente por el imperialismo con la dictadura de Pinochet en Chile, generó una situación que bordeaba la guerra nuclear y con ella actualizaba totalmente el dilema «comunismo o caos».
La incertidumbre ante el futuro llegó a niveles superiores a los de la «crisis de los misiles» en la Cuba de 1963. El imperialismo tomó medidas como la denunciada por Eugenio del Río: el riesgo de guerra en Europa justificaba drásticos recortes de los derechos sociales incluso en sociedades democrático-burguesas como la sueca, en donde se supo que en 1981 el ejército se entrenaba para diversos objetivos, entre ellos el de reprimir a los socialdemócratas y a los comunistas170 en caso de guerra con la URSS. La verborrea propagandística sobre el «desarme»171 ocultaba la militarización imparable del capitalismo en su interior y también contra la URSS, como única alternativa a la crisis de beneficios que se arrastraba desde hacía unos años172. Ciñéndonos a Europa occidental entre 1968 y 1985, fueron saliendo a la luz pública algunas de las puntas del gigantesco iceberg de los ejércitos secretos de la OTAN y otros aparatos de terror y provocación fascista: Suecia, Italia, Estado español, Alemania Federal, Bélgica, Dinamarca, Turquía, Noruega, Suiza, etcétera173.
Por la misma época, junto a la militarización y al terror de los servicios secretos, la Comisión Trilateral publicaba sus informes sobre el deterioro de la «democracia occidental» a la vez que, sin luz ni publicidad, intervenía sobre los pueblos rebeldes; así en 1973 lanzó una campaña sobre los límites, deficiencias y peligros para la «democracia» en Europa174 que sentaba las bases para la posterior contraofensiva mal llamada neoliberal. También se impulsaba el postmodernismo como ideología que negaba tanto la existencia de las contradicciones capitalistas como la posibilidad de la revolución: Lyotard, Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari, Barthes, Vattimo… fueron aupados a las superventas de libros pero, en comparación al rigor teórico marxista, el postmodernismo fue un retroceso intelectual bajo la superficialidad demagógica muy perniciosa para la izquierda175, manipulando frecuentemente la ciencia por autores como Lacan, Kristeva, Irigaray, Baudrillard, Virilio… que desarrollaron una «forma antirracionalista de pensamiento» con claros contenidos políticos176.
Una de las tareas políticas del postmodernismo era locultar la inhumanidad neoliberal: Margaret Thatcher era llamada «la ladrona de leche, ya que había intentado retirar este alimento de los comedores escolares públicos»177. Para lograr este objetivo, la CIA y otros aparatos imperialistas tenían frentes de intervención en la guerra cultural en los que no vamos a extendernos por ser ya muy conocidos, aunque no podemos dejar de recordar a intelectuales de «izquierda» como Lacan178 y otros que cumplieron un papel excelentemente remunerado.
Desde finales de los años sesenta, además, la deriva reformista se reforzaba en los partidos comunistas oficiales, antes de la oficialización del eurocomunismo. La moda estructuralista terminó por disolver en mero gradualismo la dogmática estalinista. E. Albamonte y M. Maiello han detallado este proceso poniendo en relieve, entre otras cosas, cómo «la discutible solidez» de las tesis de Althusser sobre los aparatos ideológicos de Estado conducen a una peligrosa ambivalencia: no discernir entre democracia burguesa y fascismo, y creer que el Estado burgués puede ser conquistado por el proletariado «por partes»179.
A esta evanescencia se le añadió al ácido disolvente de la historia como «proceso sin sujeto», es decir, la reducción de las clases sociales activas en la lucha de clases y en las guerras de liberación nacional de clase, a meros guiñoles manipulados por la «objetividad» de las fuerzas productivas. El efecto sinérgico de tantos errores sobre la estrategia revolucionaria fue demoledor, a pesar de que militantes como G. Mury, criticando duramente la moda estructuralista y reivindicando el sujeto revolucionario, sostuvieran con harta razón que «el marxismo es una filosofía del hombre. Pero del hombre combativo y no de la víctima dolorosa. Una filosofía del enfrentamiento, no de la resignación, frente al sufrimiento propio y ajeno»180.
Es en este contexto cuando en 1976 que, en el libro arriba citado sobre las disputas acerca de El Capital, Mandel profundiza en la tendencia hacia la cuasi absoluta mecanización de la producción capitalista, Mandel sostenía que la sustitución de fuerza de trabajo humana por máquinas ocasionará a la larga una caída de la producción total de valor, aunque no de forma «inmediata» porque la alta productividad de las máquinas puede compensar durante un tiempo ese descenso. Sin embargo, explica Mandel, a la larga mantener los beneficios y la producción de valor exige exprimir los salarios y las condiciones de vida al máximo, cosa imposible porque existe un límite biológico de necesidades vitales objetivas:
De manera que la extensión de la automatización más allá de un dintel determinado lleva, primero, a una reducción del volumen global del valor producido y, luego, a una reducción del volumen global del plusvalor producido. Esto a su vez desencadena una «crisis de derrumbe» cuádruple combinada: una enorme crisis de baja de la tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento de la productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de valores de uso producidos en proporción aún mayor que la proporción en que reduce los salarios reales, y una creciente parte de esos valores de uso resulta invendible); una enorme crisis social; y una enorme crisis de «reconversión» (o dicho de otro modo, de la capacidad del capitalismo para adaptar) a través de la desvaloriación, las formas específicas de destrucción que amenazan no solo a la supervivencia de la civilización humana sino hasta la supervivencia física de la humanidad o de la vida en el planeta181.
Mandel prosigue exponiendo los destructivos efectos del irracionalismo capitalista: desempleo y paro, marginación, autoritarismo, restricción de derechos democráticos y de libertades, crisis multiformes, lo que plantea de forma cada vez más aguda que «la barbarie, como un resultado posible del derrumbe del sistema, es una perspectiva mucho más concreta y precisa hoy que en los años veinte y treinta […] En tales circunstancias, la lucha por un desenlace socialista adquiere la significación de una lucha por la supervivencia misma de la civilización y de la raza humana»182.
Después, el autor explica el orden temático de El Capital: «Si el libro primero de El Capital es el más famoso y difundido, y el segundo el desconocido, el tercero es el más controvertido»183. Tales contrastes nos dan una idea muy aproximada de los entremezclamientos en los debates sobre El Capital, que nunca cesarán porque las contradicciones que saca a la luz siempre están en movimiento, agudizándose cada vez más. El libro III es el más controvertido por una razón elemental: porque trata de la crisis, de las perspectivas históricas del capitalismo, aunque el I y el II «tienen una tremenda cantidad de dinamita intelectual dirigida contra la sociedad burguesa y su ideología dominante»183.
El primero se centra en la exigencia objetiva de producción creciente de plusvalor explicando que a la vez y por eso mismo la burguesía crea simultáneamente al proletariado como unidad y lucha de contrarios. El segundo, se centra en la imposibilidad del capitalismo para garantizar definitivamente y para siempre su reproducción ampliada. Y el tercero, según Mandel, Marx:
[…] intenta responder a la pregunta «¿Adónde va el capitalismo?» Se propone mostrar que las crisis son partes intrínsecas («inmanente») del sistema; que ni los esfuerzos de capitalistas individuales ni los de las autoridades públicas pueden evitar que estallen crisis. Intenta mostrar que mecanismos intrínsecos, que no es posible superar ni abolir la propiedad privada, la competencia, la ganancia y la producción de mercancías (la economía de mercado), llevan necesariamente a un derrumbe final. No hace falta subrayar que este veredicto es intolerable para los capitalistas y sus defensores184.
Queda así asentado que la cuestión de la crisis es la más negada por la burguesía sea contrarrevolucionaria o reformista, lo que se demostraba en la virulencia de sus ataques al marxismo. En respuesta, en 1979 G. Tula recurrió a la periodización que Marramao hace de tres fases del debate sobre la teoría del «derrumbe» del capitalismo, en su Prólogo al libro de H. Grossmann. Según Marramao, hasta 1978, la primera fase, que es la «clásica» se desarrolla en la década de 1890 y tiene su tesis fuerte en el «catastrofismo» inevitable defendido por H. Cunow. La segunda fase empieza en 1905 sobre el papel de la huelga de masas en el «nuevo» sistema imperialista y se mantendría hasta 1924. La tercera fase y última, según el límite temporal de 1978, comienzo de la segunda mitad de los años veinte en el momento de mayor auge del «catastrofismo»185 de la Tercera Internacional que marca todo un período.
No es casual que en 1979 se reeditara el texto de Grossmann: el golpe de Pinochet en 1973 y el terror subsiguiente anunció lo que se avecinaba; el monetarismo aplicado por la socialdemocracia alemana desde 1975, el mismo año en el que se publicaba el siniestro y amenazador informe de la Comisión Trilateral sobre los riesgos que amenazaban a la «democracia», todo anunciaba el neoliberalismo desde 1979: el imperialismo iniciaba la «contrarrevolución conservadora»186. Es entonces cuando D. Harvey estudió en 1982 esta ofensiva relacionándola con los límites del capitalismo, con el papel del imperialismo, de los Estados y consiguientemente de las guerras, en concreto de la tendencia a la «guerra total como la forma final de devaluación»187, de destrucción de valor.
En las mismas fechas, E. Thompson conmocionó la placidez intelectual burguesa y reformista con su teoría del exterminismo como «último estadio de la civilización»188. Probablemente, la civilización no fue exterminada entonces porque la burocracia rusa comenzó su giro al capitalismo. Recordemos que la reina Isabel II de Gran Bretaña tenía gravado en 1983 un discurso oficial anunciando el estallido de la Tercera Guerra Mundial. Recordemos también que en 1987 sucedió el devastador «lunes negro» del 19 de octubre en el que la Bolsa mundial se pulverizó casi tanto como en 1929. e sucedió la no menos devastadora «crisis del tequila» de 1994 en México… Así las cosas, en ese mismo año J. M. Vidal Villa indicaba que el capitalismo estaba entrando en una nueva fase, más brutal y mundializada, que demostraba «las falacias de los paradigmas neoclásicos»189.
Con el peligro de holocausto nuclear transitoriamente superado por la desaparición de la URSS, en 1996 se encorajinó el choque teórico-político entre la ideología burguesa y el marxismo acerca de la crisis. Resumiéndolo mucho, en ese año un grupo de autores reformistas admitían que la teoría económica «no es ciencia neutra y técnica sin más […] La sociedad capitalista se caracteriza por la desigualdad y la diferencia social y no existen, por tanto, medidas de política económica que favorezcan a todos por igual […] La incapacidad es más evidente en las llamadas nuevas teorías que emergen de los años setenta (monetarismo, expectativas racionales, economías de oferta) aunque en realidad se sostienen en viejos supuestos neoclásicos»190. Y más adelante:
Hay que partir de la base de que, desde el punto de vista económico y ecológico, tasas de crecimiento como las habidas en la edad de oro del mundo desarrollado no serán factibles en el futuro. Para combatir el desempleo, el subdesarrollo y la pobreza, no cabe otra solución que distribuir la riqueza y la renta entre las naciones y dentro de ellas […] la ciencia económica ha dado suficientes muestras a lo largo de su existencia de equivocarse en la predicción, ya que se encuentra limitada en su capacidad predictiva, por ser una ciencia social y encontrarse sujeta a acontecimientos que no solo dependen de los hechos económicos, sino de propuestas políticas y de acciones de los seres humanos191.
Como vemos, en 1996 asumían que el crecimiento sería menguante, que la teoría económica sufría limitaciones internas provenientes de su misma esencial social que le hace dependiente de la acción humana social y política, pero no citaban ni la lucha de clases ni las crisis capitalistas: solo pedían, imploraban más bien, que se distribuyese la riqueza y la renta sin tocar para nada la propiedad burguesa. Pero en ese 1996 L. Gill dedicaba las cincuenta y dos páginas del capítulo XII de su extenso e imprescindible libro a la «Crisis». Repasó las más importantes tesis al respecto diferentes u opuestas a la de Marx, así como los debates y las críticas que esta ha recibido hasta el año desde la izquierda, el reformismo y la burguesía, y también dedica unas páginas a la teoría de las ondas o fases largas en la evolución del capitalismo. Y afirmaba que:
Las crisis no son accidentes coyunturales atribuibles a causas exteriores o a «choques aleatorios», o incluso a una mala gestión de la economía, lo que dejaría entender que serían evitables. Por el contrario, son momentos inevitables de la acumulación del capital, de la carrera contrarreloj entre la baja tendencial de la tasa de ganancia y el aumento de la tasa de plusvalía y la composición orgánica del capital. La crisis es la expresión periódica de una valoración insuficiente del capital […] Marcan una detención o una ralentización de la acumulación, un momento necesario cuya función es restablecer las condiciones para una suficiente rentabilidad del capital y permitir la reanudación de la acumulación […] las crisis no son solamente posibles, sino necesarias. Su necesidad surge doblemente: de su inevitabilidad y de su indispensabilidad. Son necesarias, en primer lugar, en el sentido de que el curso normal de la acumulación conduce a ellas necesariamente o de manera inevitable; al ser el resultado de la valoración insuficiente del capital y de la caída de la tasa de ganancia que implica el aumento de la productividad, expresan así periódicamente un bloqueo inevitable de la acumulación. Son necesarias, en segundo lugar, en el sentido de la función indispensable de saneamiento que llevan a cabo por la destrucción de valores y la restauración de la rentabilidad que de ellas se desprende, haciendo posible la reanudación de la acumulación192.
Los hechos inmediatamente posteriores confirmaron sus palabras: en 1997 se hundieron los famosos «tigres asiáticos» –Tailandia, Corea del Sur, Indonesia y Malasia – , ejemplo del «nuevo capitalismo sin crisis». Mientras, Japón, entonces la segunda economía del mundo, se estancaba desde hacía varios años. En el año 2000, dos autores marxistas advirtieron que se aproximaba otra «gran depresión» porque el capitalismo era una «máquina averiada»193 gripada por deudas crecientes, retroceso de la actividad y tendencia a la baja. Después vino el estallido de la burbuja.com y el corralito de Argentina en 2001 que interactuando sinérgicamente con otras crisis menores como el «pánico bursátil» de septiembre de 2001, confluyeron en el caos sorpresivo y desconcertante ya que: «antes de 2007, ninguna estrategia oficial de política económica predijo una crisis»194.
Los grandes Estados imperialistas se volcaron con todos sus medios para detener la caída y reactivar las ganancias. La tosca propaganda neoliberal de que el Estado había dejado de ser útil para la economía globalizada, saltó hecha añicos. Volvió a demostrarse que la definición del Estado como «forma política del capital»195 es tan válida y correcta como la de que el Estado es la «máquina de la obediencia»196. De hecho, según sostiene L. Panitch, sin los Estados no hubiera podido imponerse la globalización197 que ha estallado con la crisis, en la que esos mismos Estados endurecen sus ataques al proletariado. La definición de Marx de que el Estado es la fuerza concentrada y organizada de la sociedad burguesa, a la que deberemos volver más adelante, es permanentemente verificada.
Aprovechando los duros golpes a los derechos democráticos a raíz del 11 de septiembre de 2001, la burguesía yanqui recortó aún más los ya débiles derechos sociales para transferir a capitalistas privados masas gigantescas de bienes públicos, y otro tanto sucedió en el resto de Estados. Nada más que esta transfusión de sangre trabajadora al vampiro burgués empezó a reactivar un poco el capitalismo, su prensa sobredimensionó al máximo la pequeña recuperación, que confirmaba además la teoría marxista de la crisis, que contraatacó afirmando en 2011 que: «la realidad de seis décadas de políticas económicas destinadas a evitar los períodos de crisis no parece respaldar de ninguna forma la idea de que pueda eliminarse el ciclo comercial y, con él, los períodos correspondientes de crisis y desempleo masivo»198.
Para 2013 M. Husson había descubierto cuatro grandes contradicciones agudizadas desde 2007: 1) Dilema del reparto: ¿restablecimiento de la rentabilidad o empleo? 2) Dilema de la globalización: ¿reabsorción de los desequilibrios o crecimiento mundial. 3) Dilema presupuestario: ¿reabsorción de los déficits o gastos sociales. 4) Dilema europeo: ¿cada cual por su lado o coordinación? Y concluye: «El conjunto de estos dilemas dibuja una “regulación caótica” que corresponde al avance a tientas del capitalismo entre dos imposibilidades: imposibilidad (y rechazo) de volver al capitalismo relativamente regulado de los «treinta gloriosos»; imposibilidad de restablecer las condiciones de funcionamiento del modelo neoliberal, porque este se basaba en la huida hacia adelante hoy acabada»199.
¿Qué fuerza irracional causa la «regulación caótica» que según M. Husson caracteriza al capitalismo sobre todo desde 2007? Una respuesta válida nos la ofreció en 2014 X. Arrizabalo que realiza un seguimiento de la historia del capitalismo, centrándose en cómo las contradicciones del capital estallan en luchas de clases feroces que, frecuentemente, dan paso a guerras que aniquilan masas ingentes de valor, o en otros casos a fascismo y regímenes militaristas y dictatoriales. Ello es debido a que el capitalismo se mueve por el impulso de tres contradicciones:
En primer lugar, la concentración y centralización del capital, con su corolario de oligopolización de los mercados. En segundo lugar, su internacionalización comercial financiera y productiva. En tercer lugar, el desarrollo desigual y combinado al que dan lugar (único marco en el que se puede entender el fenómeno de la dependencia y subdesarrollo de determinadas regiones). Finalmente y como tendencia que marca a todas las demás, ligada directamente al descenso tendencial de la tasa de ganancia, el proceso de acumulación capitalista presenta inevitablemente una trayectoria fluctuante e irregular en el curso de su reproducción, cuya principal concreción son las crisis, y que exige una tendencia constante al aumento de la tasa de plusvalía: es decir, de la explotación200.
Sobre esta base, el autor está en condiciones de responder a la interrogante que él mismo formula: «¿Desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo del siglo XX o inevitabilidad de una destrucción cada vez mayor?». Es una pregunta crucial:
Bajo el predominio de las relaciones de producción capitalistas, las contradicciones no van a dejar de acrecentarse. El aumento de la productividad que se puede esperar del aumento de la cualificación de la fuerza de trabajo, que se apoya en los avances científicos y técnicos que ella misma hace posible, supone de forma automática la posibilidad de mayor producción de valores de uso. Pero se trata solamente de una posibilidad que, además, no podrá materializarse porque el objetivo del capital es su valoración, no la producción de valores de uso. Y dicha valoración se enfrenta a dificultades crecientes que fundamentan la ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia, de modo que para tratar de contrarrestarlas se requiere de una explotación cada vez en aumento, «restaurar la relación correcta entre el trabajo necesario y el plustrabajo, sobre la cual en última instancia se fundamenta todo». [Cita de Marx.]201
La necesidad imperiosa de aumentar la explotación nos remite siempre al problema de la praxis revolucionaria contra esa explotación o, dicho de otro modo, al debate sobre «derrumbe o revolución». G. Caligaris202 hizo un repaso de su historia hasta el presente, desde sus primeros pasos en la Rusia de finales del siglo XIX; pasando por las disputas, en la Alemania entre 1898 y 1902 más específicamente sobre la «teoría del derrumbe»; el debate con Rosa Luxemburg que se prolongó hasta 1924, más allá de su asesinato a comienzos de 1919; el debate de Grossmann en el que participaron, hasta 1934, autores como Mattik, Pannekoek y Korsch, principalmente. Como resumen, el autor propone recuperar la dialéctica de la totalidad para superar los errores que se derivan de la separación entre las mal llamadas contradicciones «internas», o también «endógenas», y mal llamadas contradicciones «externas» o «exógenas».
Para no extendernos ahora en esta cuestión a la que volveremos al final, solamente citamos la respuesta de M. Roberts a la pregunta que plantea él mismo: «¿Ha caducado el capitalismo?»:
El capitalismo no se extinguirá por sí mismo. Las crisis e incluso un derrumbe son inherentes al sistema, por la contradicción principal a este modo de producción, que es la acumulación por obtener beneficios en vez de para satisfacer necesidades. Pero, por otro lado, el capitalismo puede recuperarse y volver a empezar «endógenamente» cuando una cantidad suficiente de capital viejo haya sido destruida (en valor, o a veces físicamente) para permitir un nuevo período de rentabilidad creciente.
El capitalismo solo puede ser reemplazado por un nuevo sistema de organización social mediante la acción consciente de los seres humanos y, en concreto, de la mayoría de la humanidad (la clase trabajadora global). Sin esa acción consciente, el capitalismo puede seguir avanzando a trompicones, o puede que la sociedad acabe sumiéndose de nuevo en la barbarie. Y con «barbarie» me refiero a una caída drástica de la productividad del trabajo y de las condiciones de vida hasta niveles precapitalistas203.
Contradicciones explosivas y crisis
Solo la acción consciente de la clase trabajadora global puede impedir que caigamos en la barbarie o en un caos sistémico. Al final del tercer capítulo veíamos que la vida corre ahora el mayor peligro potencial que nunca antes y citábamos a un alto militar yanqui que decía que estaba dispuesto a emplear el arsenal nuclear donde hiciera falta. La experiencia muestra que la destrucción de fuerzas productiva, de valor, de bienes y, sobre todo, de personas, es la forma de salida habitual de las crisis capitalistas204, y cuanto más duras y salvajes son estas más salvajes y duras son las «soluciones» burguesas. R. Carcanholo estudió esta dinámica integrando las aportaciones de autores como Duménil y Levy, F. Chesnais, Virginia Fontes y M. Hussom. Su conclusión es que en base a la «teoría dialéctica del valor» puede decirse que: «no hay posibilidad de retorno a un capitalismo menos violento del que sufrimos hoy. Suponer lo contrario es vivir en un mundo de ilusiones»205.
G. Carchedi ha detallado con minuciosidad la tendencia a la baja de la tasa media de ganancia pese a la implementación de las contra-tendencias que deberían detener la caída e iniciar la recuperación de la ganancia. En base a su investigación el autor adelantó a finales de 2016 los tres fundamentales catalizadores que agravarán la crisis mundial: la guerra comercial, las guerras convencionales locales sobre todo en busca de recursos, y el ascenso de la extrema derecha206. Cada vez más analistas sostienen algo parecido a que «el colapso acecha»207. En una de sus últimas investigaciones sobre la deriva mundial, J. Beinstein volvió a demostrar la declinación tendencial de la tasa de ganancia que, por mil vericuetos no lineales ni automáticos, tendenciales, conduce a nuevas crisis y a la «decadencia de la civilización burguesa»208.
Andrés Piqueras nos recuerda un componente más de la crisis estructural muy importante: los profundos efectos desestabilizadores y de debilitamiento de los medios de integración del capital al disminuir imparablemente la llamada «clase media». En 1998, antes de la Larga Crisis que sorprendió totalmente a la economía ortodoxa, la «clase media» real era solo el 6,7% de la población aunque su alienante influencia ideológica era mucho mayor. La devastación social destroza ese colchón amortiguador del mito de la «clase media» como escalera de ascenso social; de este modo, el antagonismo de clase es cada día más visible en todo el mundo y el capitalismo no puede ocultar su extenuación209.
Desde una perspectiva más general, un informe reciente confirma lo expuesto por A. Piqueras: la «clase media» del Estado español ha perdido 10 puntos de renta desde el año 2000, son las mujeres y las niñas las más empobrecidas y un burgués disfruta de 11 años más de vida que una proletaria210. El antagonismo capital-vida, ya teorizado en la segunda mitad del siglo XIX, se agudiza al extremo. En 2018, los veintiséis hombres más ricos del mundo poseían más riquezas que 3.800 millones de personas: una confirmación inhumana de la veracidad de la ley general de la acumulación expuesta en el libro I de El Capital.
F. Louçã, por su parte, nombra tres grandes riesgos para 2019: el incremento de la desregulación financiera, el crecimiento de la deuda global y «la pandilla de gobernantes del mundo»211. F. Louçã se está refiriendo a un problema que puede llegar a ser crucial: la incapacidad política de la fracción burguesa imperialista hegemónica para aglutinar alrededor de ella al grueso de la burguesía occidental para evitar mayores tensiones o, por el contrario, para forzarles a obedecer a la estrategia de la Administración Trump en su creciente militarismo212 para reforzar el cerco total a la alianza euroasiática. Las disquisiciones sobre si Trump será echado de la Casa Blanca213 por las presiones de un heterogéneo bloque de fuerzas sociopolíticas, muestran el grado de tensiones intraburguesas. Otro ejemplo clamoroso de la crisis de dirección política lo tenemos en la impotencia del Brexit, en la que no nos extendemos por obvia.
Pero no se trata solo de debilidad política sino también de desconcierto cultural, como se aprecia en las recientes declaraciones a favor del «socialismo» de Fukuyama, hasta anteayer defensor fanático del neoliberalismo. En su comentario a las declaraciones de Fukuyama, A. Woods sostiene que:
El capitalismo significa guerra. Podría decirse que el mundo nunca ha estado en una situación tan inestable. De hecho, mientras la URSS existió, había una relativa estabilidad, reflejando el relativo equilibrio de poder entre Rusia y los Estados Unidos. Pero el orden del Viejo Mundo se ha derrumbado y no hay nada que lo reemplace […] Esta crisis está destinada a durar bastante tiempo. Sobre la base del capitalismo, no hay solución. Los gobiernos subirán y bajarán y los péndulos oscilarán de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, reflejando una búsqueda cada vez más desesperada de las masas por encontrar una salida a la crisis. […] Una cosa está muy clara. La burguesía no tiene idea de cómo salir de esta crisis. Sus representantes políticos y económicos muestran todos los rasgos de confusión y desorientación propios de una clase que ha sobrevivido a su vida útil histórica, una clase que no tiene futuro y que es poco consciente de ello214.
Para M. Roberts las contradicciones del capitalismo del siglo XXI, son: 1) Desigualdad creciente. 2) Crecimiento de la productividad, a la baja. 3) ¿Estancamiento permanente? 4) Rentabilidad: el indicador de salud. 5) ¿El capitalismo en fase terminal? 6) Robot, IA y fuerza laboral. 7) Cambio climático y capitalismo. Y, 8) ¿Crisis o derrumbe?215. Fijémonos en que utiliza las interrogantes cuando plantea las tres decisivas, las que dependen de la acción revolucionaria. Partiendo de este análisis más adelante se atrevió a pronosticar que: «La desaceleración del crecimiento de los beneficios y un aumento del coste de la deuda (corporativa), junto con todos los factores político-económica de una guerra comercial internacional entre China y Estados Unidos, sugieren que la probabilidad de una recesión global en 2019 nunca ha sido mayor desde el final de la Gran Recesión en 2009»216.
Volvamos a fijarnos en que en esta cita no asegura doctrinaria y tajantemente que se producirá una recesión global sino que la hace depender de la dialéctica de la totalidad mundial, en la que inciden las luchas político-económicas. Muchos representantes de la alta burguesía opinan que la economía ha llegado al límite del crecimiento: así lo dice nada menos que Janet Henry217. Scholz, ministro alemán de Finanzas asegura que se ha acabado la época de las vacas gordas218, mientras que China registra la tasa de crecimiento más baja desde 1990. Gran parte de la dirección burguesa retoma la tesis del estancamiento secular ideada en la crisis de 1929 en Estados Unidos: así se pretendía separar totalmente la mala marcha de la economía de las contradicciones del capitalismo. Hay que tener en cuenta que para la economía convencional un aumento del PIB de entre 2,5% y 3% es ya una «recesión técnica»219 que confirma el título del informe del Banco Mundial: «Los cielos se oscurecen». Paula Bach220, sin embargo, desmontó punto a punto la tesis del estancamiento demostrando que el capitalismo nunca estaba «quieto» sino que ampliaba sus contradicciones, provocaba guerras, aumentaba la explotación, tensionaba los conflictos internacionales, lo que exigía separar nítidamente el reformismo del marxismo e incrementar la lucha revolucionaria.
Las contradicciones de todo tipo son azuzadas por varios problemas estructurales muy comentados ya por su agravamiento diario. Acceder y apropiarse de los recursos cada vez más escasos es uno de los detonantes más incontrolables221 porque nos enfrentamos al agotamiento de los recursos materiales, no solo de los energéticos. La investigación de W. Dierckxsens de hace unos años es aún más alarmante porque el panorama no ha hecho más que empeorar:
El posible fin mineral del planeta Tierra constituye una relativa novedad científica internacional de alarmantes consecuencias. Antes de enfrentar una crisis energética, la humanidad enfrentará una crisis de escasez generalizada de minerales. En pocas décadas, nuestra civilización habrá consumido los combustibles fósiles y dispersado los mejores materiales por el planeta sin posibilidad real de recuperación. El colapso sistémico es cada vez más evidente, a menos que se gestione de forma radicalmente distinta el recurso mineral. El proceso de reciclaje podrá posponer el pico pero no lo evitará. De los 57 minerales existentes, 11 (casi el 20%) ya llegaron a su máxima extracción: mercurio (1962), telurio (1984), plomo (1986), cadmio (1989), potasio (1989), fosfato (1989), talio (1995), selenio (1994), zirconio (1994), renio (1998) y galio (2002). Y más de la mitad de los minerales llegarán a su punto máximo de extracción en los próximos treinta años222.
También en 2011, R. Fernández Durán bosquejó las características elementales de la quiebra que estaba sufriendo el capitalismo desde el siglo XXI. No analiza tanto como W. Dierckxsens el agotamiento de las materias primas básicas e insustituibles, que hemos visto arriba, pero sí analiza el agotamiento del crudo de petróleo y del carbón, en un mundo que exige cada día consumos energéticos más altos, más irracionales. Sostiene que se llegará al «caos sistémico» y a la proliferación de las guerras para saquear los recursos cada vez más escasos y encarecidos223 por la acumulación sinérgica del «triángulo diabólico» –crisis energética, calentamiento o cambio climático y colapso ecológico – , más la deuda mundial en ascenso y la fragilidad financiera abocada a un derrumbe, etcétera.
El «triángulo diabólico» no es reciente, no surgió únicamente con la mal llamada «era industrial» sino en los albores del capitalismo. La burguesía quiere hacernos creer que es el «hombre» abstracto e intemporal el culpable, y algunos de sus ideólogos ha inventado el término de «antropoceno», pero F. Chesnais entre otras muchas personas críticas ha demostrado que el verdadero culpable, el capitaloceno, se inició con los albores del colonialismo mercantil, con la trata de esclavos y con la economía de plantación224. No desarrollamos más esta cuestión porque la hemos tratado en uno de los temas en el capítulo quinto, aunque sí queremos recalcar que, ante las dificultades crecientes que frenan la acumulación de capital, las burguesías multiplican la destrucción de la vida: para 2012 el deshielo de Groenlandia era casi cuatro veces más rápido que en 2003225.
La profundización de la crisis iniciada en 2007 está multiplicando los conflictos226 de toda índole, agudizados por la huida hacia adelante227 del imperialismo en su desesperación por abrir una nueva fase expansiva. Si el siglo XX fue denominado el de las guerras porque «para el capitalismo, la guerra es la continuación del mercado por otros medios»228, lo que llevamos de siglo XXI lo supera ya con creces. Peor, todo sugiere que la burguesía yanqui está asumiendo que «Estados Unidos debe prepararse para una guerra “terrible” y “devastadora” con Rusia y China»229, reforzando lo visto anteriormente sobre la predisposición del responsable militar norteamericano a arrojar «la bomba» cuando hiciera falta.
La investigadora Nadia Belén Bustos ha analizado el papel de la guerra permanente en la actualidad, insistiendo en que su causa primera es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia porque el capital constante crece más que el capital variable, lo que le obliga a aplicar múltiples estrategias «para relanzar las condiciones de acumulación», entre las que la autora destaca los desarrollos actuales de las contramedidas citadas por Marx que pueden contrarrestar la ley tendencial de la caída de la ganancia230. Más adelante presenta un gráfico en el que se aprecia cómo en 1980 había un índice de 5 en los enfrentamientos y cómo ha llegado a uno de 15 en 2017, estando su pico más alto en 2000 – 2001 con un índice de 18, siguiéndole 2008 – 2009 con uno de 17: en la mayoría de estas guerras Estados Unidos intervino con tropas, o bombardeos, o dinero, o entrenamiento o invasión directa231.
Además, las bases norteamericanas y el número de tropas en el extranjero han aumentado de 900 y 188.100 en 2010 a 1.054 y 300.000 en 2017, sin contar las aproximadamente 6.000 tropas estacionadas en Centroáfrica que pueden ascender a 7.500 en 2018, aunque se trata de cifras estimadas por ser información «sensible»232. Este incremento de la presencia militar yanqui en Centroáfrica responde a razones obvias: los recursos vitales para las nuevas tecnologías, parar el acceso de China a la región, etc. Pero lo decisivo es que la pugna con China Popular y con Rusia, además de la cuestión de la energía y de las materias primas, también se centra en industrias clave como la automotriz, la química y la siderúrgica, lo que también afecta a Alemania. En suma:
La guerra aparece como punto culminante de la exacerbación de la competencia entre las distintas fracciones burguesas, que buscan mejorar la acumulación de capital. Es decir, existe una tendencia al crecimiento de los conflictos en el mundo, fundamentalmente porque el avance de la crisis en el último tiempo impulsó la descomposición de los Estados más débiles y por lo tanto un aumento de los enfrentamientos a nivel mundial. El epicentro de estos conflictos son los Estados de Oriente Medio y África. Frente a esta situación, diversas potencias intervienen para disputar el control del territorio y recursos clave. Estados Unidos es el principal actor interviniente, pero no el único. Estados Unidos ya no conserva la hegemonía imperialista mundial, ya que este poder se ve disputado por el imperialismo alemán y chino233.
Dejando ahora de lado a China Popular, la prepotencia norteamericana en Europa y en Alemania ha llegado a tales niveles que el excanciller Gerhard Schroder llegó a afirmar que Estados Unidos trata a su país como «un país ocupado»234, y más recientemente M. Maier ha escrito que: «Al embajador estadounidense en Alemania, Richard Grenell, le gusta creerse colonizador y su comportamiento revela las verdaderas intenciones de Washington en Europa»235. Aquí debemos recordar lo dicho más arriba de que los debates que asentaron la teoría del imperialismo se desarrollaban sobre ideas raizales ya presentes en El Capital y en otros textos. Hemos visto que la ley tendencial de descenso de la tasa de ganancia, expuesta en su libro III, es la razón primera de la crisis y de la militarización imperialista, del endurecimiento de las pugnas interimperialistas y de los crecientes peligros de guerra.
El patente enfado de las grandes potencias europeas con respecto a Estados Unidos, puede transformarse en malestar236 si los yanquis intensifican su militarización neofascista en la frontera Este con Rusia y su nuevo rearme nuclear y convencional destinado a una guerra nuclear localizada en Europa pero no en Estados Unidos. Pero las tensiones interimperialistas occidentales que ya emergen nunca llegarán a ser contradicciones antagónicas político-militares porque la supremacía yanqui es abrumadora. La verdadera amenaza radica en que el llamado «Reloj del Apocalipsis», panel de seguimiento del peligro de guerra mundial calculando los minutos que faltan para el holocausto a las 0 horas del día, afirma que: «Desde 2011 no ha dejado de aproximarse a la medianoche. Las 23h55 en 2014, las 23h57 en 2015, las 23h57 y 30 segundos en 2017»237.
¿Cómo impedir que el capitalismo se precipite a la catástrofe? Muy simple y a la vez muy complejo pero urgentemente necesario: F. Chesnais nos propone sembrar la cólera obrera y popular: «Sembrar los gérmenes de la cólera –siempre que esté dirigida contra el capitalismo realmente existente– y apoyarla cuando estalla en los muchos terrenos en que las desigualdades provocan indignación es, mientras se espera que el horizonte se aclare, una tarea política cotidiana. Nunca se me hubiera ocurrido, en otros tiempos, terminar un artículo político de esta manera. Pero así estamos»238.
La propuesta de Chesnais es muy valiosa y también lo es la de María Jesús Izquierdo en lo referente a cómo combatir al sistema patriarco-burgués que educa a la mujer en la pasividad, en la docilidad, la educa para dar pena y producir compasión, cuando de lo que se trata es que la mujer aprenda a dar miedo239 al hombre, la única forma realmente decisiva de hacerse respetar. Esta propuesta es esencialmente idéntica a la marxista y a las de todos los movimientos revolucionarios. Veremos cómo en 1881, dos años antes de su fallecimiento, Marx afirmaba que había que asustar a la burguesía.
Los fracasos del reformismo
Parece que F. Chesnais está sorprendido por el tensionamiento que están adquiriendo los antagonismos sociales en los últimos años, tanto que se ha convencido de la necesidad de que las clases y pueblos explotados se organicen para extender e intensificas la cólera, la ira contra la opresión. La propuesta de Mª J. Izquierdo tiene también este fondo porque la dinámica de dar miedo termina frecuentemente generando situaciones de extrema tensión. Por esto sus llamamientos a la resistencia dura son tanto más valiosos porque se realizan en medio de un dominio cuasi absoluto de la ideología reformista y pacifista, que vamos a resumir ahora con algunos ejemplos significativos por su actualidad.
Durante los años más insoportables de la crisis, dos libros masivamente difundidos divulgaron la pasividad conformista: uno de 2011 exponía 115 medidas keynesianas y posteurocomunista que abarcaban desde la nº 1 que era nada menos que movilizarse para instaurar un «gobierno mundial que permitiera compensar y reducir el poder de los grupos privados internacionales, así como facilitar la instauración de un mundo diferente», hasta la nº 115 que pedía la «reforma constitucional que haga que todos los cargos públicos que tengan función de representatividad sean electos y que impidan el carácter heredable de los puestos representativos»240. Las 115 propuestas son un gélido engrudo de socialismo utópico, keynesianismo elemental, post-eurocomunismo, ciudadanismo blando y republicanismo vergonzante, etc., que en modo alguno pretende atacar los pilares del capital y del Estado español que le sostiene.
En 2013 se publicó una larga conversación entre dos representantes del reformismo duro y blando. Sin extendernos en los puntos en común –ausencia del socialismo y de la necesidad de socializar las fuerzas productivas, ausencia del derecho de autodeterminación, etc. – , solo apreciamos dos diferencias: una, Julio Anguita defendía la necesidad de salirse de la Unión Europea mientras que J. C. Monedero defendía la necesidad de permanecer dentro241; y otra, J. Anguita defendía el derecho de rebelión y J. C. Monedero el pacifismo.
Pero Julio Anguita defendía el derecho de rebelión desde la ideología de los derechos humanos burgueses, que él asume en su forma oficial y abstracta de la Declaración Universal de la ONU24224339 sin referirse en ningún momento a los derechos concretos socialistas. Las referencias históricas que hace Julio Anguita al derecho de rebelión corresponden a las tesis tomitas, a escolásticos como Suárez, a los ideólogos burgueses del siglo XVII como Locke y a las revoluciones burguesas del siglo XVIII243. Oculta la extensa y profunda teoría marxista de la violencia, y menos aún profundiza en cómo organizar la rebelión para que sea lo más efectiva posible con el menor daño posible. Se trata, por tanto, de una simple divagación democraticista que rehuye cualquier aproximación a la realidad, por no hablar de la práctica.
Ambos libros eran parte del universo ideológico reformista que en la primera década del siglo XXI tenía una de sus expresiones más sutiles en T. Negri. Anselm Jappe incluye la obra Imperio de Hardt y Negri en lo que él define como «la última mascarada del marxismo tradicional», porque, según Jappe, ambos autores terminan aceptando la lógica del capital, no combaten sus relaciones de propiedad: «El límite del capitalismo reside para Negri y Hardt en la subjetividad de los explotados y no en las contradicciones internas del capitalismo». Más aún, esta subjetividad es, sobre todo, la del llamado «trabajo inmaterial», lo que explica que:
Imperio se dirige a un público muy preciso en términos sociológicos: sugiere a las nuevas capas medias que se ganan el pan en el sector «creativo» –informática, publicidad, industria cultural– que ellas representan el nuevo sujeto de transformación de la sociedad. El comunismo será hecho realidad por un micro ejército de emprendedores de la informática244.
Pues bien, de manera parecida como Hart y Negri intentaron dar otra imagen menos brutal del imperialismo, más benevolente, Holloway propagó la fantasía de que era posible hacer la revolución sin tomar el poder. Sin entrar aquí en esos delirios245, avanzamos hasta 2014 cuando irrumpió T. Pikkety intentando lavar la cara del capitalismo asumiendo algunos sus devastadores efectos pero silenciando sus raíces profundas, sus causas irracionales e incontrolables. Pero: «Thomas Piketty es una variante de demócrata social-bienestarista moldeado, y por mucho, por el New Deal norteamericano»246. Poco antes, Paula Bach había incluido a Piketty en el rebaño del reformismo, desde Bernstein hasta Podemos, precisando que:
La línea divisoria entre reformismo y marxismo es si ante estas condiciones estructurales es admisible imaginar un escenario reformista de largo plazo o si ese anhelo amenaza transformarse en una nueva trampa que impondrá al movimiento obrero y a las masas pobres nuevos sufrimientos e infinitas penurias. El riesgo no consiste en sostener, por supuesto, que el desarrollo de la lucha de clases podrá conseguir nuevas conquistas. El peligro es creer que puedan conseguirse, a largo plazo, bajo el modo de producción capitalista. Siryza, Podemos y los gobiernos posneoliberales de América Latina han trabajado y trabajan para amilanar al movimiento de masas postulándose como los redentores del capital. Su acción es perversa porque lejos de «empoderarlas», militan para que dejen de confiar en sus propias fuerzas247.
También en 2014 salió al mercado una propuesta de alternativa global para crear otra sociedad posterior al fin del crecimiento capitalista. R. Heinberg reúne una impresionante masa de datos sobre el agotamiento de recursos pero también sobre el declive económico desde la década de 1970 en adelante que, con altibajos, se mantiene: para intentar contener esa caída surgió un «“sistema bancario en la sombra” básicamente sin regulación»248, que se ha convertido en poder fáctico superior a la mayoría de los Estados. Pues bien, tras una apisonadora de datos, el autor echa marcha atrás y en vez de llevar la lógica de su método hasta el final –por ejemplo, ¿cómo acabar con la «banca en la sombra»? ¿Socializándolo como banco público bajo poder obrero? – , retrocede al reformismo más insípido con su propuesta de que hay que «gestionar la contradicción, redefinir el progreso»249.
Las contradicciones no se gestionan: se hacen estallar agudizando su lucha de contrarios interna. El progreso no se redefine sino que gracias al estallido de la contradicción surge otro desarrollo social cualitativamente mejor. Pero este salto exige la destrucción del poder de la burguesía, de su «banca en la sombra»… lo que a su vez exige una estrategia revolucionaria de autoorganización popular apoyada por organizaciones proletarias. ¿Qué propone el autor que no utiliza los conceptos marxistas sino la ideología dominante en una versión progre? Por de pronto, desarrollar grupos ciudadanos que sean pacientes porque, según el genetista P. C. Whybrow, citado por el autor, los norteamericanos tienen un fuerte instinto consumista y emprendedor porque «son descendientes de inmigrantes con una alta frecuencia del “alelo explorador y buscador de la novedad D4‑7” en el sistema receptor de dopamina»250, textual.
Los grupos ciudadanos deben asumir esta peculiaridad genética de la burguesía yanqui y, con paciencia, ir «adaptándola» porque no solo existen límites en nuestro «cerebro individual» sino también en la «psicología de las organizaciones»:
Las organizaciones políticas, por ejemplo, tienden a fomentar una cultura en la que los que están dentro (los políticos) son animados a decir a los que están fuera (la gente) lo que estos últimos quieren oír, reteniendo al mismo tiempo la información sobre problemas que no se pueden solucionar sin un sacrificio sustancial, o problemas de los que no se puede echar la culpa a otros políticos competidores251.
Superar estas barreras psicológicas y genéticas exige mucho tiempo porque justo ahora estamos entrando en la quinta y última fase de la evolución humana, la de una sociedad en «estado estacionarios, sostenible y renovable». Las anteriores han sido: la conquista del fuego, el desarrollo del lenguaje, la agricultura y la industrialización basada en el carbón y el petróleo252. Como se aprecia, es una visión tecnologicista y lineal de la historia en la que no cabe la dialéctica. Este evolucionismo que rechaza la contradicción sustenta la táctica que propone el autor:
Los economistas alternativos argumentan que el genuino beneficio de las empresas (su capacidad de reunir capital para conseguir propósitos socialmente útiles) se podría conseguir mejor mediante cooperativas –que tienen una larga historia de éxitos. Las cooperativas de ahorro y crédito son bancos cooperativos; algunas empresas de servicio público operan como cooperativas; y hay también cooperativas de viviendas, industriales y agrícolas. Los siguientes siete principios son centrales para el movimiento cooperativo:
1) Membresía voluntaria y abierta. 2) Control democrático de los miembros. 3) Participación económica de los miembros. 4) Autonomía e independencia. 5) Educación, formación e información. 6) Cooperación entre cooperativas y 7) Preocupación por la comunidad.
Las cooperativas tienen el potencial de evitar la sobreexplotación de los recursos al colocar otros valores, incluidos los intereses de las generaciones futuras por encima de los beneficios253.
Marx dijo que las cooperativas demuestran que la clase obrera no necesita patrones, es decir que la economía puede funcionar sin la clase burguesa. Para que no se extienda esta verdad, el reformismo y la burguesía imponen al cooperativismo objetivos muy limitados por leyes que le obligan a moverse siempre dentro del capitalismo, como en este caso, anulando así su potencial emancipador. Desde luego que R. Heinberg ofrece más propuestas como las de limitar las ganancias obtenibles en la extracción de recursos, gravar los gastos de contaminación y consumo energético, limitar la desigualdad de ingresos, flexibilidad de jornada y favorecer a los países con economías sostenibles para que mantengan la competitividad con los que no aplican medidas sostenibles254, etc. Pero al igual que con el cooperativismo reformista, el resto de propuestas nunca se dirigen a las problemas cruciales de la propiedad privada de las fuerzas productivas, al Estado y sus medios, a la democracia burguesa y sus límites, a la plusvalía y explotación social, a la planificación colectiva o a la burguesa…
Acercándonos al presente, en 2015, se publicó un extenso pero vacío libro con el sugerente título de Común que nos recuerda la autocrítica de Engels en 1875 cuando dijo que él y Marx deberían haber utilizado el término de Comuna en vez del de Estado porque el primero refleja mucho mejor la esencia del comunismo que el segundo. Pero en el libro que ahora tratamos no es así ni mucho menos, pese a haber sido presentado como la panacea definitiva para llegar al bien común generalizado evitando la revolución comunista. El núcleo del libro aparece en el decálogo del apartado «Instituir lo inapropiable» y sobre todo en el punto nº 8 que transcribimos íntegro:
Como principio político, el común tiene vocación de prevalecer tanto en la esfera social como en la esfera política pública. No se trata, por tanto, de limitar por adelantado la primacía de esta última esfera abandonando toda la esfera de la producción y de los intercambios a la guerra de los intereses privados o al monopolio del Estado. Pero, debido a su carácter de principio político, el común tampoco constituye un nuevo «modo de producción», ni un «tercero» que se interponga entre el mercado y el Estado para formar un tercer sector de la economía junto a lo privado y lo público. Al no implicar la primacía del común la supresión de la propiedad privada, a fortiori no impone la supresión del mercado. Lo que impone, por el contrario, es su subordinación a los comunes y, en este sentido, la limitación del derecho de propiedad y del mercado, no simplemente sustrayendo ciertas cosas del intercambio comercial para reservarlas al uso común, sino suprimiendo el derecho de abusar (ius abutendi), en virtud del cual una cosa queda enteramente librada a la voluntad egoísta de su propietario255.
Que el imperialismo no se inquiete, puede dormir tranquilo porque el «común» no busca ser el futuro modo de producción comunista; por lo tanto, no quiete acabar con el mercado y con la propiedad privada, ni mucho menos destruir el Estado burgués y crear un Estado obrero en proceso de autoextinción que, mediante la democracia socialista, acelere la extinción del valor, del trabajo abstracto, de la mercancía, del dinero, etcétera. Es más, los conceptos marxistas apenas aparecen en las casi setecientas páginas. El «común» quiere que los propietarios de «cosas» no abusen egoístamente de sus riquezas, que respeten el «común». Pero ¿qué es lo común? Leamos:
Nos autorizamos a hablar de los comunes para designar, no aquello que es común, sino aquello que es tomado a cargo por una actividad de puesta en común, esto es, lo que por ella es convertido en común. Ninguna cosa es común por sí o por naturaleza, solo las prácticas colectivas deciden en última instancia en cuanto al carácter común de una cosa o de un conjunto de cosas256.
Ocurre que la clase trabajadora, el campesinado, el estudiantado… recuperan las empresas, los campos, las escuelas y universidades; ocurre que las mujeres explotadas se movilizan en todas partes y junto con su vecindario ocupan parques, tiendas, cortan autopistas, crean centros sociales; ocurre que las naciones oprimidas luchan para echar a los invasores y liberar su país… No se enfrentan a la represión, al despido laboral y al empobrecimiento por las huelgas para lograr que «cosas» sean comunes, sino para recuperar la propiedad colectiva, común y comunal de las fuerzas productivas, de la Banca, de la naturaleza privatizada, de la salud y la cultura, de la propia nación. Ocurre que el pueblo trabajador quiere disolver las fuerzas represivas y el ejército, hacer justicia socialista contra jueces y torturadores, y organizar el pueblo es armas puestas en «común»: no son «cosas», es autodefensa para aplastar la contrarrevolución.
La cuestión de las luchas populares por la defensa de los bienes comunes recorre la historia de la lucha de clases y la historia de los socialismos, y tiene relaciones directas con los debates sobre el cooperativismo, problemática que no podemos desarrollar aquí. La naturaleza reformista de la mayoría del movimiento hacia lo «común» ha sido de nuevo convalidada por las declaraciones de Toni Negri. Después de explicar por qué hay que mantener la Unión Europea ya que «si cae Europa, las potencias que están por encima no tardarán en comérsela. Se merendarán cada uno de nuestros países como la Troika se ha merendado a Grecia», sostiene que:
Para encontrar una unidad hay que reanudar un discurso de reformismo duro y radical en Europa. Este es el único camino que podemos recorrer. […] una justicia fiscal radical –no puede ser que los patronos no paguen impuestos– que implique una progresividad altísima de los impuestos; una elevación del salario medio y de las rentas del trabajo y la introducción de una renta básica de ciudadanía. […] El comunismo consiste en poner en común esas formas de vida en las que nos encontramos cooperando, en hacerlas capaces de un esfuerzo, de una lucha y de una construcción. Porque hoy el problema es el de la construcción del común. Cuando hoy trabajas en red, sabes perfectamente lo que es el común. ¿Cómo se gobierna esa red? Los patronos la gobiernan individualizando, se trata de gobernarla comunalizándola. Y este es un problema que parece difícil, pero en realidad no lo es tanto, pero pasa por una toma de conciencia. El común en sí ya existe, el común para sí hay que inventarlo o mejor dicho, hay que inventar el pasaje de uno a otro257.
En el marxismo, el avance de la conciencia-en-sí a la conciencia-para-sí requiere de una simultaneidad de luchas, fuerzas organizadas y estrategias de toma del poder y de destrucción del Estado del capital que no podemos exponer ahora. T. Negri retrocede al evolucionismo premarxista cuando cree que puede llegarse al comunismo simplemente «comunalizando» la red sin citar el problema crítico de la propiedad privada.
Otra línea de ataque fue la moda del llamado «postcapitalismo», divulgada por P. Mason que se esforzó en desacreditar con sibilino y suave vitriolo cualquier alternativa socialista, pero sobre la base de una tremenda ignorancia –¿o mala fe?– que se comprueba, entre muchos ejemplos, en esta frase: «El marxismo, por su insistencia en el proletariado como motor de la transformación, tendió a ignorar la cuestión de cómo tendrían que cambiar los seres humanos para que surgiera el postcapitalismo»258. A la pregunta sobre en qué consiste realmente el «postcapitalismo» en lo que respecta a la propiedad privada, a la ley del valor, a la plusvalía, al Estado, al imperialismo, etc., el autor responde con el silencio diciendo que para llegar al postcapitalismo «necesitamos soluciones estructurales y no solo económicas» pero que tal cosa debe estar dentro del «reformismo revolucionario»259.
Llegados a este punto vienen al recuerdo los debates marxistas sobre el papel de las conquistas sociales que mejoran las condiciones del pueblo, le crean consciencia y esperanza y fortalecen sus organizaciones, conquistas «reformistas» guiadas por la estrategia revolucionaria, pero las «reformas revolucionarias» de Mason no van por ahí, se guían por esta quíntuple estrategia: 1) entender las limitaciones de la voluntad humana de poder; 2) sostenibilidad ecológica; 3) transición no solamente económica. Tendrá que ser una transición humana; 4) atacar el problema desde todos los ángulos; y 5) maximizar el poder de la información260.
Veamos: las «limitaciones de la voluntad humana de poder» no son abstractas, dependen del contexto sociohistórico. La sostenibilidad ecológica depende de medidas políticas y económicas que afectan a clases sociales antagónicas y a Estados imperialistas y pueblos dominados. Vista a escala mundial, la «transición humana» realizada por los países que han intentado romper con el capitalismo y avanzar al socialismo no tiene punto de comparación por sus logros concretos y palpables con la brutalidad del capitalismo realmente existente. Una de las características de la dialéctica marxista es «atacar el problema desde todos los ángulos»: el llamado «holismo» por los dialécticos de la Grecia Antigua. Y llevar el poder de la información al máximo es lo mismo que la democracia directa, soviética, consejista, basada en la propiedad socialista de los medios de información. ¿Entonces?
Sin embargo, para Mason y el postcapitalismo, todo se puede decir con un globo hinchable lleno de abstracciones polisémicas que nunca en ensucian con la lucha de clases en el capitalismo actual; por ejemplo: para ir reduciendo la deuda «bajo la dirección de un gobierno que se adhiriera al postcapitalismo, se podría hacer que el Estado, el sector de la gran empresa privada y las grandes corporaciones empresariales públicas persiguieran fines radicalmente diferentes de los actuales y sin necesidad de aplicar cambios costosos, pues estos podrían incidir básicamente en el ámbito de la regulación e ir acompañados (y fortalecidos) por un programa radical dirigido a aminorar la deuda»261. Ante esta maravilla de programa solo balbuceamos una duda: ¿y dónde queda la realidad?
Según Mason el mercado «no tiene por qué ser el enemigo» en una sociedad «muy interconectada en red». O también: «No existe razón alguna para abolir los mercados por decreto siempre y cuando, claro está, abolamos también los desequilibrios de poder que se ocultan bajo el concepto de “libre mercado” […] Pero para controlar la transición tendríamos que enviar señales claras al sector privado. Una de las más importantes sería la siguiente: que la ganancia se deriva del emprendimiento no de las rentas»261. Tras leer esto se comprende definitivamente por qué hablábamos de la tremenda ignorancia de Mason con respecto al marxismo: su ideología integra la propaganda reaccionaria sobre el «emprendimiento» que oculta la dinámica clasista del capitalismo y legitima al empresariado y un neokeynesianismo que suprima lo «malo» del mercado y desarrolle lo «bueno».
Son muy abundantes las conferencias, artículos y libros que intentan argumentar que es factible volver al llamado «Estado del bienestar», rejuveneciéndolo262. Son propuestas que si bien pueden frenar un poco el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de las clases explotadas, en modo alguno pretenden arrancar las raíces profundas del capitalismo. Los reformismos varios necesitan agarrarse como sea al mito keynesiano, reinterpretándolo para sostener sus programas. En estas páginas estamos viendo cómo en la praxis confluyen e influyen los valores humanos, la ética, la vida cotidiana, etc., con las teorías o ideologías que se tienen.
Keynes era, en los valores y accionar diario, lo antagónico a la praxis marxista. En lo político era un furibundo anticomunista y en lo teórico su obsesión fue crear una vacuna que salvase al imperialismo y en especial a su admirada monarquía británica. Su tesis del Estado regulador tenía esa función263 que, sin embargo, no le ha servido al capital para terminar definitivamente con sus crisis aunque sí para exprimir a la humanidad trabajadora. Para ser relativamente efectivo el keynesianismo exige la alienación consumista del proletariado y la vigilancia-control de la izquierda revolucionaria264, la pasividad sumisa de los pueblos saqueados por el imperialismo y la militarización capitalista. No es casualidad que los famosos «treinta gloriosos», paradigma del keynesianismo, fueran inseparables de la OTAN, de la mal llamada «guerra fría», de las atroces dictaduras anticomunistas.
Estos son algunos de los requisitos que, unidos a medidas fiscales, etc., pueden contener durante un tiempo la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia. Todo ello es imposible sin «paz social» en la metrópolis imperialista y sin una violencia sistemática contra los pueblos saqueados. El reformismo oculta esta ensangrentada lección histórica y por eso su apología del estricto pacifismo es «sumamente inmoral»265. Sin embargo, A. García Linera opina que no, que la «nueva izquierda» debe asumir la ideología democrático-burguesa:
[…] todo gobierno progresista es, por lo general, de corta duración. Excepcionalmente podrá durar un poco más, pero no hay que temer eso porque la otra opción es la fuerza. Pero eso sería violentar lo que es una conquista de las izquierdas actuales: la recuperación de las libertades asociativas, de pensamiento, de opinión… Las llamadas libertades burguesas forman parte del patrimonio de las nuevas izquierdas, que llegan al poder con elecciones y lo pierden con elecciones. Eso es muy interesante. Antes se decía que había que llegar al gobierno como fuera, con lucha armada, y luego no perderlo nunca aunque hubiera que pasar por encima de las cabezas de muchos opositores266.
La tesis de García Linera tiene una contradicción interna que la anula totalmente: por un lado dice que la «nueva izquierda» asume las libertades burguesas, pero por otro lado renuncia al derecho de defensa violenta ante la injusticia, el derecho de rebelión, que era una de las bases de los derechos burgueses267: decapitar al rey, a la nobleza, a los obispos268… expropiarles sus bienes para enriquecer a la burguesía revolucionaria. García Linera debe responder a estas preguntas: ¿Se equivocó la burguesía holandesa, inglesa, yanqui y francesa, por citar solo a estos países, cuando luchó con ferocidad sangrienta contra el absolutismo? ¿Por qué estas burguesías tenían derecho a la rebelión y la «nueva izquierda» rechaza ese derecho? ¿Debía la revolución cubana haber devuelto el poder a la burguesía proyanqui? ¿Se equivocó Allende cuando se negó a armar al proletariado y pretendió desarmar a las organizaciones revolucionarias, aun cuando le advirtieron de la inminencia del golpe militar de Pinochet? ¿Debía resistir Siria el ataque imperialista? ¿Debe el presidente venezolano ceder a las amenazas fascistas?
Se nos dirá que García Linera no plantea estas cuestiones porque se ciñe solo a los casos en los que los gobiernos «progresistas» pierden las elecciones gubernamentales. Pero aquí radica la ceguera histórica, el retroceso de la «nueva izquierda» en la época de Bernstein, o incluso en la época del Marx joven. En efecto, existe un hilo rojo que enlaza al Marx de comienzos de la década de 1840 con todas las resistencias populares, campesinas y obreras en defensa de los bienes comunes y, por tanto, con la Bolivia de 2019. Justo con 24 años de edad, Marx quedó impresionado por la represión feroz que sufrían las niñas y niños, las personas empobrecidas que «robaban» leña y otros recursos en las tierras que hacía poco habían sido comunales pero que ya estaban privatizadas. Ni precavido ni miedoso, definió a la policía como un cuerpo represivo cuyo «deber profesional es la brutalidad»269 y luego añadía adelantándose más de un siglo a Foucault:
Esta lógica, que transforma a los servidores del propietario foral en autoridades del Estado, transforma a las autoridades del Estado en servidores del propietario forestal. La división del Estado, la función de cada uno de los funcionarios administrativos, todo tiene que salirse de quicio para que todo se rebaje a un medio del propietario forestal y su interés aparece como el alma que determina todo el mecanismo. Todos los órganos del Estado se transforman en oídos, brazos y piernas con los que el interés del propietario forestal oye, espía, calcula, protege, coge y corre270.
Marx se refiere al proceso que hace que la brutalidad se aplique como último recurso del Estado, que emplea sus medios de control, vigilancia y represión para defender el interés del capitalismo, en este caso en la privatización de bienes comunales. Lo que nos interesa ahora, además, es que en aquellos años Marx había sentado una de las bases teóricas que luego serían siempre confirmadas: al margen de si había y hay que expropiar montes comunales o aplicar «golpes blandos»271 para derrotar «democráticamente» a gobiernos legales, al margen de ello, una función esencial del Estado del capital es la de, primero, impedir que triunfen los gobiernos «progresistas»; segundo, si han triunfado, cooptarlos, integrarlos, amedrentarlos… y, tercero, derrocarlos a poder ser «democráticamente» o mediante cualquier otro medio por salvaje que sea. El permanente choque frontal entre, por un lado, los intentos de integración latinoamericana y, por el lado contrario, la política sistemática de Estados Unidos para desintegrar Nuestramérica272 sin reparar en brutalidades, da la razón a Marx y se la niega a García Linera.
La vieja «nueva izquierda» pacifista de siempre, y con ella García Linera, debieran extraer las lecciones pertinentes del impresionante libro de V. Acosta sobre la historia de Estados Unidos y, sobre todo, del final de su capítulo V en donde sintetiza su historia desde finales del siglo XIX hasta la Administración Trump: la incompatibilidad entre democracia socialista e imperialismo yanqui se muestra en la doctrina del «Destino Manifiesto» que a su vez se sostiene ideológicamente en el fundamentalismo calvinista y maniqueo273. Debieran reflexionar sobre estas palabras de V. Acosta:
Como cualquier otro imperio del pasado, los Estados Unidos se niegan a aceptar su lenta decadencia porque aún son una economía grande y poderosa y capaz de amenazar a todo rival real o posible con la única respuesta que conocen: con la agresividad y la amenaza militar; porque se siguen considerando la primera potencial militar del mundo, la nación indispensable y el nuevo y definitivo pueblo elegido […] El mundo tendrá que buscar la forma de enfrentarlo e impedirlo274.
La vieja y siempre fracasada «nueva izquierda» pacifista no quiere ni puede enfrentarse al imperialismo para demostrarle que debe asumir su derrota. García Linera nos quiere convencer que podemos llegar al socialismo mediante la construcción colectiva de opinión, de modo que, al igual que aseguraban los viejos reformismos, la burguesía terminará auto convenciéndose que le resulta más rentable ceder su propiedad privada a cambio de una pacífica «jubilación» como clase explotadora. Pero la realidad destroza esta fantasía.
Las violencias y El Capital
En su estudio sobre cómo El Capital descubre las contradicciones sociales, H. Kowalzik y H. Malorny afirman que: «La desaparición del capitalismo no sucede en su propio curso, no en la forma de un derrumbamiento automático, sino por medio de la lucha organizada de la clase obrera […] Las experiencias de la historia corroboran la demostración teórica de Marx de que es imposible crecer paulatina y pacíficamente hacia el interior en el socialismo sin eliminar el capitalismo por vías revolucionarias […] Solo la revolución socialista y la construcción de la sociedad socialista pueden eliminar las contradicciones capitalistas»275.
Ambos autores actualizan la larga experiencia histórica ya enunciada en forma pre-teórica con diversos niveles de concreción en textos anteriores al marxismo. Los cambios acaecidos entre finales del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XIX se plasmaron por ejemplo en los anarquismos y, sobre todo, en la grandeza heroica y en los límites del blanquismo y del comunismo utópico276. La revolución de 1848 confirmó las lecciones de las luchas de 1830 y añadió nuevas experiencias. Sin duda, la más decisiva de todas ellas es la que hemos apuntado brevemente arriba sobre la teoría de la crisis, del final del capitalismo, de su derrumbe automático o de la necesidad de la revolución socialista para acelerar y dirigir las crisis y los derrumbes transitorios hacia el comunismo, o sea, el problema del papel de la praxis revolucionaria en sus momentos decisivos: la violencia organizada para destruir el Estado burgués. Hay que partir de los hechos:
La aparición y desarrollo de la violencia en las relaciones sociales se haya vinculada a factores objetivos –el imperio de la propiedad privada y la división de la sociedad en clases– que han hecho imposible hasta ahora la solución de las contradicciones fundamentales por vía pacífica. La lucha de clases se desarrolla históricamente con un coeficiente mayor o menor de violencia, pero la experiencia histórica demuestra que cuando se halla en peligro la existencia de la clase dominante, esta no vacila en recurrir a las formas violentas más extremas, incluso al terror masivo, pues ninguna clase social está dispuesta a abandonar voluntariamente el escenario de la historia277.
Como hemos dicho, para mediados del siglo XIX, por ejemplo en el Manifiesto comunista, esta experiencia histórica ya estaba fusionada en el interior de la teoría marxista. Según las problemáticas, su presencia es pública y abierta, como en el cada día más actual Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de 1850, pero casi siempre ocultado:
Es evidente que en los futuros conflictos sangrientos, al igual que en todos los anteriores, serán sobre todo los obreros los que tendrán que conquistar la victoria con su valor, resolución y espíritu de sacrificio. En esta lucha, al igual que en las anteriores, la masa pequeñoburguesa mantendrá una actitud de espera, de irresolución e inactividad tanto tiempo como le sea posible, con el propósito de que, en cuanto quede asegurada la victoria, utilizarla en beneficio propio, invitar a los obreros a que permanezcan tranquilos y retornen al trabajo, evitar los llamados excesos y despojar al proletariado de los frutos de la victoria. No está en manos de los obreros impedir que la pequeña burguesía democrática proceda de este modo, pero sí está en su poder dificultar la posibilidad de imponerse al proletariado en armas y dictarles unas condiciones bajo las cuales la dominación de los demócratas burgueses lleve desde el principio el germen de su caída, facilitando así considerablemente su ulterior sustitución por el poder del proletariado. Durante el conflicto e inmediatamente después de terminada la lucha, los obreros deben procurar, ante todo y en cuanto sea posible, contrarrestar los intentos contemporizadores de la burguesía y obligar a los demócratas a llevar a la práctica sus actuales frases terroristas. Deben actuar de tal manera que la excitación revolucionaria no sea reprimida de nuevo inmediatamente después de la victoria. Por el contrario, han de intentar mantenerla tanto tiempo como sea posible. Los obreros no solo no deben oponerse a los llamados excesos, a los actos de venganza popular contra individuos odiados o contra edificios públicos que el pueblo solo puede recordar con odio, no solo deben tolerar tales actos, sino que deben asumir la dirección de los mismos278.
Y un poco después:
Se procederá inmediatamente a armar a todo el proletariado con fusiles, carabinas, cañones y municiones; es preciso oponerse al resurgimiento de la vieja milicia burguesa dirigida contra los obreros. Donde no puedan ser tomadas estas medidas, los obreros deben tratar de organizarse independientemente como guardia proletaria, con jefes y un Estado Mayor Central elegido por ellos mismos, y ponerse a las órdenes no del Gobierno, sino de los consejos municipales revolucionarios creados por los mismos obreros. Donde los obreros trabajen en empresas del Estado, deberán procurar su armamento y organización en cuerpos especiales con mandos elegidos por ellos mismos o bien como unidades que formen parte de la guardia proletaria. Bajo ningún pretexto entregarán sus armas y municiones; todo intento de desarme será rechazado, en caso de necesidad, por la fuerza de las armas. Destrucción de la influencia de los demócratas burgueses sobre los obreros; formación inmediata de una organización independiente y armada de la clase obrera; creación de unas condiciones que, en la medida de lo posible, sean lo más duras y comprometedoras para la dominación temporal e inevitable de la democracia burguesa: tales son los puntos principales que el proletariado, y por tanto la Liga, deben tener presentes durante la próxima insurrección y después de ella279.
Marx y Engels escribieron esto cuando aún pensaban que la oleada revolucionaria de 1848 podía entrar en una segunda y decisiva fase. El que ocurriera lo contrario al activarse una expansión económica haciendo retroceder a la clase obrera, no les hizo rechazar la estrategia político-militar del Mensaje sino, al contrario, estudiar las razones profundas de una recuperación económica que había salvado al capitalismo fortaleciendo su poder280. De esos estudios surgió El Capital tal cual lo pudieron redactar.
Resulta esclarecedor que quienes aseguran que el marxismo no dispone de una teoría del poder, silencien, olviden u oculten el Mensaje de 1850 y la totalidad de la obra de ambos amigos. En El Capital la teoría del poder en su esencia aparece de manera contundente en el capítulo dedicado a la jornada de trabajo: «Nos encontramos, pues, ante una antinomia, ante dos derechos encontrados, sancionados y acuñados por la ley que rige el cambio de mercancías. Entre derechos iguales y contrarios, decide la fuerza»281. ¿Y qué decir de la definición del capital como «régimen coactivo»282 que Marx hace cuando analiza la plusvalía absoluta? Coacción y fuerza en el mismo núcleo de la vida del capital. Fuerza y coacción que no podrían existir sin el Estado, sin su política y violencia para sostener una dictadura de clase que tiene una de sus anclas de sujeción en el marcado de trabajo283 y en la tríada de empobrecimiento, violencia y miedo284. Es cierto que la dictadura de clase se difumina tras la democracia burguesa, sobre todo por el fetichismo de la mercancía, etc., pero nunca desaparece en los tiempos de «paz» y siempre reaparece cuando surgen problemas que ralentizan o frenan los beneficios.
En el impresionante capítulo XIII dedicado a la maquinaria y a la gran industria, se citan pilares del Estado en cuanto tal desde su origen histórico, pilares que hemos visto anteriormente como la coacción y la obediencia: Marx cita en la nota 7 las medidas represivas en la Edad Media alemana consistentes en el disco de madera que se ponía a los siervos alrededor del cuello para que no pudieran llevarse harina a la boca mientras molían el grano del señor285. «Robar» harina al patrón era lucha de clases, tanto entonces como ahora, y el poder estatal feudal –diferente al burgués– aplicaba esas medidas coactivas, del mismo modo en que el Estado burgués prusiano –diferente al feudal– de la década de 1830 reprimía el «robo» de leña por los campesinos ateridos de frío en los bosques que habían sido comunales antes de ser privatizados, como denunció el joven Marx286, según hemos visto arriba.
En realidad, cuando las clases explotadas «roban» al patrón están recuperando lo que les pertenece: una violencia justa contra la injusta, choque mediatizado por le acción política, represiva e ideológica del Estado dominante. Unas páginas más adelante, Marx expone el proceso de surgimiento de la conciencia nacional irlandesa en respuesta a la opresión británica: «Con la acumulación de rentas en Irlanda progresa la acumulación de irlandeses en Norteamérica. El irlandés, desalojado de su tierra por las ovejas y los bueyes, reaparece al otro lado del océano convertido en feniano»287, es decir, en un movimiento clandestino de resistencia armada que preparaba una insurrección nacional. Los irlandeses vuelven a su país para destruir con su violencia la violencia del Estado ocupante: la razón sustantiva hay que buscarla en la acumulación de capital rentista británico. No se trata de un caso aislado y menos único. Es la dinámica interna del capital en expansión la que la genera desde el surgimiento de este modo de producción.
Según Marx:
Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, por orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como ocurre con el sistema colonial, en la más avasalladora de las fuerzas. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos. La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por eso mismo, una potencia económica288.
Marx enumera las formas, fases y métodos sucesivos para el desarrollo capitalista en los que la violencia del Estado ha sido decisiva: colonialismo, deuda pública, tributación y proteccionismo, que desarrolla después, como el de la deuda pública y a una de sus expresiones que es la «deuda nacional» que contrae la burguesía. Lo que ahora nos interesa sobre todo es el sorprendente significado actual de estas palabras suyas: «Desde el momento mismo de nacer, los grandes bancos, adornados con títulos nacionales, no fueron más que sociedades de especuladores privados que cooperaban con los gobiernos y que, gracias a los privilegios que estos les otorgaban, estaban en condiciones de adelantarles dinero»289.
E. Toussaint ha estudiado en profundidad cómo la deuda pública era un instrumento de dominación internacional ya cuando Marx escribía las palabras anteriores. En aquella época imperios como el zarista, el otomano y el chino estaban perdiendo su soberanía debido a las crecientes deudas contraídas con el capital bancario del momento. Las presiones de los acreedores eran tan salvajes que fueron uno de los detonantes de la revolución política en Turquía y de las revoluciones sociales en Rusia y China. Toussaint dice: «La crisis de la década de 1870 conllevó a Venezuela a un verdadero enfrentamiento con los imperialistas norteamericanos, alemanes, ingleses y franceses. Estas potencias mandaron en 1902 a Venezuela una flota marítima multidimensional de guerra. Esta armada bloqueó el puerto de Caracas para lograr un acuerdo sobre el reembolso de la deuda contraía por Venezuela. Este país acabó con los últimos pagos en 1843»290.
Durante casi medio siglo, la independencia de Venezuela formalmente reconocida estuvo restringida por las exigencias del capital financiero internacional. La dinámica de fondo de este avasallamiento está explicada en El Capital variando sus formas con los años, pero no su naturaleza y menos aún sus terribles efectos: véase Grecia o Argentina291, por citar solo dos casos. Describiendo muy gráficamente los imprescindibles estudios de E. Toussaint sobre la deuda pública, F. Córdoba Iturregui explica que los pueblos endeudados por sus burguesías malviven atrapados «entre buitres y garras»292. Son los Estados imperialistas los que con la totalidad de sus fuerzas de manipulación, alienación, chantaje y violencia hacen que el capital financiero sujete entre sus garras de buitre especulador a los pueblos que explota.
Antes de responder a la pregunta de cómo acabar con los buitres y sus garras, debemos concretar más lo que verdaderamente está en juego con la deuda pública y con la entera dinámica de explotación capitalista, que no es otra cosa que transcender la propiedad privada burguesa instaurando la propiedad comunista. Aquí, en esta decisiva cuestión, Marx vuelve a recordarnos la valía de la dialéctica y dice:
El sistema de apropiación capitalista que brota del régimen capitalista de producción y, por tanto, la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual, basada en el propio trabajo. Pero la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso natural, su primera negación. Es la negación de la negación. Esta no restaura la propiedad privada ya destruida, sino una propiedad individual que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo293.
La ley de la negación de la negación explica el proceso por el que partes de lo viejo se mantienen subsumidas en lo nuevo. La propiedad colectiva de la tierra y de las fuerzas productivas son la negación de la propiedad burguesa, que a su vez es la negación de la propiedad comunal en la que existía la propiedad individual basada en el propio trabajo. La ley de la negación de la negación, esencial en la dialéctica, es por ello mismo combatida a muerte por la burguesía –aunque confirmada por la ciencia– ya que, además de otras razones, también en lo social muestra el papel de la violencia, bien para impedir el tránsito cualitativo de la propiedad burguesa a la comunista, bien para acelerarlo. El Mensaje o Circular de 1850, del que hemos extractado unos trozos, es una confirmación del papel creativo de la violencia en la negación de la negación: «Para nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar los antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad existente, sino establecer una nueva»294.
El colonialismo, la deuda pública, la tributación y el proteccionismo se impusieron negando con desquiciante violencia estatal los sistemas comunales de producción, el modo esclavista y el feudal. La negación revolucionaria del capitalismo abre la puerta para recuperar formas comunales en un mundo sin colonialismo, sin deuda pública, si tributación y sin leyes proteccionistas del imperialismo contra la humanidad empobrecida. Son las contradicciones internas de la propiedad capitalista las que facilitan ese salto. Por ello mismo, la burguesía intenta actuar sobre esas contradicciones para abortar con la violencia inhumana el parto de la nueva sociedad, del comunismo.
Una demostración más, de entre los millares disponibles del potencial heurístico de El Capital, aparece en su libro III. Marx se da el gustazo de resolverles a los burgueses sus dudas de por qué no se ha hundido aún la tasa de beneficio: los economistas no podían resolver el enigma de por qué habiendo crecido tanto el capital fijo en las tres últimas décadas –de mediados de los años treinta a mediados de los sesenta – , sin embargo no se había desplomado la ganancia por el lastre plomizo creciente del capital fijo. Marx les explica que «ello se debe, indudablemente, al juego de influencias que contrarrestan y neutralizan los efectos de esta ley general, dándole simplemente el carácter de una tendencia». Y les cita las seis más importantes: «1) Aumento del grado de explotación del trabajo. 2) Reducción del salario por debajo de su valor. 3) Abaratamiento de los elementos que forman el capital constante. 4) La superpoblación relativa. 5) El comercio exterior. Y 6) Aumento del capital-acciones»295.
Como hemos visto, en 1895 y poco antes de morir, en su obrita La Bolsa Engels llamó la atención sobre el espectacular incremento del capital-acciones, según el término empleado por Marx, y su creciente e imparable poder en forma de capital financiero. En 1991, en medio de la implosión de la URSS, P. Albarracín recuperó el prestigio de la crítica marxista demostrando la naturaleza irracional del capitalismo. Explicó cómo la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia demuestra por qué sobreviene «a largo plazo el desastre» ya que surge de «una tendencia que expresa un conjunto de relaciones entre la acumulación de capital, el crecimiento de su composición orgánica y el progreso de la productividad del trabajo y de la explotación»296.
Tarde o temprano surge o resurge la resistencia a la explotación. La clase burguesa lo sabe por experiencia propia e histórica, contraatacando con muchas medidas siendo las seis más importantes a finales del siglo XIX las expuestas en El Capital. En su libro, P. Albarracín presentó las cuatro medidas más importantes a finales del siglo XX para reactivar la tasa media de ganancia: a) el aumento de la tasa de explotación de la humanidad trabajadora por la burguesía; b) ahondar en el avance del imperialismo para reducir el precio del capital constante y de las materias primas, aumentar la transferencia de valor al centro imperialista e incrementar el comercio exterior con los países explotados; c) el aumento de la rotación del capital reduciendo el tiempo necesario para la realización del beneficio; y d) aumentar la intervención del Estado en beneficio de la burguesía y en detrimento del proletariado297.
A pesar de haber transcurrido casi siglo y medio entre ambos libros, no existen diferencias sustanciales sobre las contramedidas burguesas, del mismo modo en que estas no han variado en el tercio de siglo reciente. De hecho, sigue actuando el viejo topo que orada los cimientos del capitalismo. El accionar de la ley general de la acumulación de capital y de la ley de la caída tendencial de la tasa media de ganancia es incuestionable a estas alturas, por mucho que le pese al reformismo. M. Roberts lo demuestra haciendo hincapié en dos contradicciones elementales del capitalismo: la depauperación y la catástrofe socio ecológica298. La triple explotación de la mujer trabajadora299 también lo confirma. Otra confirmación la tenemos en el hecho de que la desesperada liberalización financiera lanzada sin vuelta atrás desde mediados de los años ochenta no ha logrado insuflar nueva vida al capitalismo, sino alargar los problemas de su senilidad, de manera que la Comisión Europea sostiene que el retroceso económico augurado para este 2019 es debido también a la «tensión política y social»300, es decir, a la lucha de clases.
A. Casanova y R. Herrera ya habían adelantado en 2016 una correcta y acertada explicación de las tendencias fuertes del capitalismo actual:
La crisis apela a la guerra, que se integra al ciclo económico como forma extrema de destrucción del capital, pero también políticamente, como medio para reproducir las condiciones de mando de las altas finanzas sobre el conjunto del sistema […] El complejo militar-industrial continúa desempeñando un papel clave, pero colocado ahora bajo el control de las altas finanzas, cuya influencia sobre las empresas de armamento crece y se manifiesta en la toma del control de la estructura de propiedad de su capital por inversores institucionales que están a la vez dominados por los oligopolios financieros. […] Para lograr el relanzamiento de un ciclo de expansión en el centro del sistema mundial, la crisis que sufrimos debería destruir gigantescos montos de capital ficticio, ampliamente parasitario. No obstante, como lo hemos señalado, las contradicciones son hoy día bastante difíciles de resolver por el capital, porque una desvaloración semejante lo pondría en riesgo de derrumbe total. La actual situación parece ser el inicio de un largo proceso de degeneración del estado actual del sistema capitalista, oligopólico y financiarizado; un proceso que amplía la perspectiva de transición, con la lucha de clases complejizándose y endureciéndose aún más301.
Llegados a este punto, debemos recordar el largo debate sobre derrumbe o revolución y, más exactamente, sobre la fase exterminista, sobre los dilemas comunismo o caos y socialismo o barbarie, sobre el militarismo imparable, sobre el brujo que no puede dominar los males desatados con sus conjuros, o sobre la mutua destrucción de las clases en lucha… Debemos recordarlos porque surgen en respuesta a la ley general de acumulación y a la ley de la caída tendencial, porque son estas contradicciones las que han llevado al mundo a la crisis descrita en la cita anterior y porque nos enfrentan al momento decisivo de extender la praxis revolucionaria según el dicho de que «para evitar lo impensable, comprometámonos a hacer lo imposible»302, con el matiz de que lo impensable ya es pensable y que es ya posible lo imposible.
Estrategia político-militar y El Capital
Dos de las corrientes subterráneas que alimentaron el proceso inacabable de redacción de El Capital fueron la cultura griega clásica y la estrategia militar estudiadas ambas críticamente, desde la perspectiva del comunismo marxista que se estaba formando. Carecemos de espacio para analizar el papel de la guerra en la cultura griega clásica y en el modo esclavista de producción. En Grecia, guerra y cultura formaban una unidad sobre todo en lo referente a la obtención de esclavas303 y junto con Roma eran «sociedades guerreras» en las que el papel de las mujeres era el de «criadoras de futuros soldados»304. G. Novack nos ofrece esta interesante descripción de Atenas en aquella época:
Lo característico de la sociedad ateniense no era la calma, sino la lucha. Las prolongadas y victoriosas guerras de defensa nacional elevaron el orgullo, la confianza en sí mismos y la autoestima de los atenienses; las intrigas y las guerras imperialistas con las ciudades-estado rivales les impulsaron a aprovechar, cuando no a agotar, todas sus energías; las vastas ramificaciones de sus empresas comerciales y colonizadoras, las disputas de los litigantes ante los tribunales, las contiendas electorales, las luchas fraccionales y las revueltas civiles, significaban una convulsión constante. Un mensajero de los corintios decía a los lacedemonios que los atenienses «llegaban al mundo y no se concedían ningún descanso a sí mismos ni se lo concedían a los demás»305.
El joven Marx aprendió que el fundamento de la cultura de la rebelión se encontraba en Epicuro. De forma más sistemática en su brillante exposición de B. Farrington del significado perenne de este filósofo griego que vivió entre los siglos ‑IV y ‑III, del cual nos ofrece esta cita: «Vana es la palabra del filósofo que no sabe aliviar al hombre que sufre»306. La palabra como arma de liberación, o según B. Farrington, Epicuro: «En toda circunstancia, descartó la autoridad avasalladora del legislador en favor del principio del asentamiento voluntario»307.
Para sobrevivir en ese contexto de simultánea guerra social y convencional que los mismos griegos habían ayudado a crear, no tuvieron más remedio que dar un salto cualitativo en contenido y forma de la disciplina. Según G. Parker, la disciplina era la principal ventaja y característica de los ejércitos occidentales, que hacían una guerra feroz, atroz, breve e implacable, a diferencia de la de otros muchos pueblos que más que soldados eran guerreros. Además de la disciplina, también jugaron a favor de los griegos y de occidente en general la tecnología, la agresividad, la innovación y la financiación308. Parece que G. Parker se refiere a las características del capitalismo, de hecho algo en esencia parecido al capital bancario ya existía en la Grecia clásica como reconocían Marx y Engels, aunque no se había impuesto el modo capitalista de producción.
Marx y muchos marxistas estudiaban minuciosamente todas las facetas y relaciones de la guerra309: hemos visto la genial equiparación de un acorazado con una fábrica, la esencia de la civilización del capital. Pero incluso años antes, en 1849, había escrito lo siguiente de la guerra por la independencia de Italia:
Desde un principio los piamonteses han cometido un error enorme al no oponer a los austríacos más que el ejército regular y al querer llevar una guerra ordinaria, solo conveniente desde el punto de vista burgués, honesto. Un pueblo que quiere conquistar su independencia no debe limitarse a los medios ordinarios de guerra. La sublevación en masa, la guerra revolucionaria y la guerrilla por todas partes: esos son los medios que pueden permitir a un pueblo pequeño vencer a uno grande; solo de ese modo un ejército débil puede mantener erguida la cabeza ante otro más fuerte y mejor organizado […] Esta desventaja no tendría ningún alcance si inmediatamente después de la batalla perdida, hubiera estallado una guerra auténticamente revolucionaria, si la parte del ejército italiano que se halla intacta se hubiera proclamado acto seguido como nudo de una sublevación nacional de las masas, si la guerra estratégica honesta de los ejércitos se hubiera convertido en una verdadera guerra del pueblo310.
En sus estudios, como vemos, fueron sentando las bases de la unidad entre política y arte militar, y marcando las contradicciones antagónicas entre la praxis militar del pueblo explotado y la de la burguesía, como se muestra muy esclarecedoramente en este análisis sobre la guerra prusiana contra Napoleón en la que el pueblo demostró una heroica capacidad creativa: «[…] los inmensos recursos que extrae el país conquistado de la enérgica resistencia popular causaron un impresión tan grande en Gneisenau, que durante varios años estudió cómo organizar mejor esa resistencia»; luego, describiendo los sistemas de encuadramiento de los voluntarios guerrilleros en el sistema del Landsturn, establecido en abril de 1813, escribe: «A fin de prepararse para la lucha sagrada de la autodefensa, en la que todos los medios se justifican», y concluye: «Por suerte para Napoleón I, esa ley apenas se cumplía. El rey estaba asustado de su propia obra. No correspondía en absoluto al espíritu prusiano permitir que el propio pueblo combatiese al margen de las órdenes reales. Gneisenau se enfureció, pero al final tuvo que arreglárselas sin el Landsturns»311.
Engels explica aquí las diversas estrategias político-militares de la burguesía prusiana a comienzos del siglo XIX. Las clases explotadas aún no habían desarrollado su estrategia propia, pero la fracción más conservadora de la burguesía prusiana sí sabía por experiencia e historia que debía impedir por cualquier medio la independencia político-militar del pueblo, ya en ciernes en el Landsturn. Todas las clases dominantes se han preocupado por impedirlo desde, por poner una fecha, los antiguos persas312, hasta el presente, pasando por la Edad Media cuando en el II Concilio de Letrán de 1139 se prohibió al pueblo el uso de la ballesta –arma democrática por su bajo precio y letalidad313– bajo pena de excomunión.
El reformismo comprendió al instante que el avance del marxismo conllevaba una estrategia político-militar inconciliable con el pacifismo. El embrión del partido socialdemócrata alemán estaba vigilado políticamente por los servicios secretos de Bismarck que habían infiltrado al pintor Eichler nada menos que en el cargo de presidente del comité organizador314 del primer Partido Socialista alemán en 1863. Este agente infiltrado propagó la idea de que el Estado era un instrumento neutral que podía y quería ayudar al proletariado a mejorar su suerte por medio del cooperativismo y otros métodos, de manera que la instauración de la «justicia social» se realizaría pacífica y normalmente.
Comprendemos así la ira de Engels:
Liebknecht me acaba de hacer una jugarreta. Ha cogido de mi introducción de los artículos de Marx sobre la Francia de 1848 – 1850 todo lo que podía servirle para sostener la táctica pacífica y anti violenta a cualquier precio que predica desde hace tiempo. Pero esta táctica yo no la predico más que para la Alemania de hoy y aun con reservas. Pero en Francia, Bélgica, Italia, Austria, esta táctica no debería seguirse en su conjunto y para Alemania puede convertirse en inaplicable mañana315.
Hemos citado también a Engels cuando en 1886 volvía sobre el debate de Marx con los pacifistas, recordando que: «Claro está que tampoco se olvidaba nunca de añadir que no era de esperar que la clase dominante inglesa se sometiese a esta revolución pacífica y legal sin una “proslavery rebellion”, sin una “rebelión proesclavista”»316. Sabemos también que la socialdemocracia alemana censuró y ocultó ideas de Engels sobre la posibilidad y necesidad de las insurrecciones sociales violentas a finales del siglo XIX en las grandes ciudades317 para desautorizar la violencia revolucionaria. Sin embargo, el veredicto de la historia ha vuelto a dar la razón a Engels: las insurrecciones siguen siendo posibles, como se demostró en 1905, desde 1917, en la Segunda Guerra Mundial y después, pero también vuelven a dar visos de agitación en la nueva oleada de movilizaciones que hacen de lo urbano un «campo de batalla»318 desde finales del siglo XX y especialmente desde 2011, siempre en las sociedades imperialistas.
Por su valor teórico hay que citar al menos dos veces a Rosa Luxemburg; una, cuando explica en 1906 la dialéctica entre violencia obrera y el parlamentarismo socialdemócrata:
El terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y burguesía. Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia violencia al poder. Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera. Los amantes del realismo, que subrayan los «positivos éxitos» de la actividad parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos éxitos, por más ínfimos que sean, solo pueden ser considerados como los productos del efecto invisible y latente de la violencia319.
Y otra cuando argumenta, también en 1906, que ya se ha superado la fase histórica de la revolución burguesa y se ha iniciado la fase de la dictadura del proletariado en Alemania:
Precisamente porque el orden legal burgués ha existido tanto tiempo en Alemania, porque ha tenido tiempo de agotarse y de llegar a su fin, porque la democracia y el liberalismo burgués han tenido tiempo de morir, aquí ya ni se puede hablar de revolución burguesa. Por eso, en el período de luchas políticas populares en Alemania, el objetivo último históricamente necesario no puede ser sino la dictadura del proletariado […] esta tarea no puede realizarse de golpe; se consumará en una etapa de gigantescas luchas sociales320.
Estas reflexiones de Rosa Luxemburg como las restantes, por ejemplo las de Lenin sobre el arte de la insurrección a raíz de la revolución de 1905, o las de Trotsky sobre la revolución permanente en esta época, etc., responden al simple hecho de que la dinámica capitalista evolucionaba dentro de los parámetros generales expuestos en El Capital y en cualquier obra marxista hasta finales del siglo XIX, como hemos visto arriba con la «profecía» de Engels sobre una próxima y terrible guerra mundial. El tránsito muy convulso de la fase colonial a la fase imperialista implicaba nuevas contradicciones que, a su vez, provocaban nuevos debates: revolución permanente, imperialismo y capital financiero, opresión nacional y colonialismo «bueno», materialismo y filosofía de la ciencia, teoría de la organización y expontaneísmo, reforma o revolución, papel de la juventud trabajadora revolucionaria, opresión de la mujer y socialismo… Por ejemplo, el texto de Karl Liebknecht sobre militarismo de comienzos de 1907 empieza sacando a la luz una conversación privada de Bismarck en 1892 en la que decía:
La cuestión socialdemócrata es una cuestión militar […] ¿Qué sucederá si estas tropas se niegan a disparar contra sus padres y hermanos, tal como lo ha ordenado el Kaiser? […] Nos encontramos con algo parecido a la Comuna de París. El Kaiser se amedrentó. Me dijo que no quería que le llamaran «Príncipe metralla» como a su abuelo y menos aún al principio de su reinado, «estar hundido en sangre hasta la rodilla». Yo le contesté entonces: «¡Su Majestad deberá hundirse todavía más profundamente si retrocede ahora!»321.
Bismarck –Canciller de Hierro– tenía razón: es mejor ametrallar a tiempo que enfrentarse más tarde a revoluciones como las alemanas de 1918 – 1921 y 1923, y tener que recurrir al nazismo en 1933 para aplastar esa fase de lucha de clases. Liebknecht completa la frase de Bismarck con sus propias cursivas: «La cuestión socialdemócrata –en tanto en cuanto cuestión política– es, en última instancia, una cuestión militar»322. Más adelante dice: «el militarismo se ha convertido en el eje alrededor del cual gira cada vez más nuestra vida política, social y económica, y cómo es el instigador oculto que hace bailar a las marionetas de la comedia capitalista alrededor del dinero, su punto central»323. Sobre esta base muestra cómo el derecho del sable, del fusil y de los cañones actúa contra la lucha política del proletariado324.
No podemos extendernos en estos y otros debates interrelacionados, pero del mismo modo que las revoluciones y guerras generaron avances en el marxismo, la guerra mundial de 1914 – 1918 fue decisiva hasta ese momento ya que, en lo relacionado con El Capital y la estrategia político-militar, los estudios de Lenin abrieron una fase nueva. R. Dunayevskaya sostiene que uno de sus méritos fue el de aplicar la negación de la negación como núcleo de su método dialéctico, método decisivo sin el cual no hubiera elaborado sus teorías del imperialismo, de la opresión nacional, del Estado, de la filosofía revolucionaria, etc., desde 1914 hasta su Testamento325 y hasta la teoría de la «organización»326, todo ello inseparable de sus también decisivas aportaciones sobre la estrategia político-militar. Recordemos que en El Capital Marx también recurre a la ley dialéctica de la negación de la negación, como hemos visto. O. Braun sostiene que «sin duda lo primero que atrajo a Lenin fueron los elementos dialécticos presentes en el interior del pensamiento de Clausewitz»327.
E. Albamonte y M. Maiello han seguido el avance en concreción de la estrategia militar en las diversas corrientes socialistas y en el marxismo, hasta llegar a 1915, cuando irrumpe Lenin con su lectura crítica de Clausewitz desde y para las contradicciones añadidas por el imperialismo y la guerra de 1914, más agudas que las que estudiaron Marx y Engels. Ambos autores tienen toda la razón cuando actualizan a Lenin: la guerra sigue siendo un medio para un fin político, el postmodernismo –Foucault y otros escritores– niega la estrategia, las situaciones revolucionarias no caen del cielo, una política sin estrategia es una miseria, la estrategia también es el arte de «crear poder» y la victoria es una tarea estratégica328.
J. Salem sostiene lo mismo sobre Lenin. La primera de sus seis tesis sobre Lenin es concluyente: «La revolución es una guerra y la política es, de manera general, comparable al arte militar» y pone como ejemplos muchos textos en los que Lenin habla de perder espacio para ganar tiempo, transformar la guerra interimperialista en guerra civil, la dialéctica política de la continuidad entre paz-guerra-paz y guerra-paz-guerra, la explicación de la NEP como «línea de retirada» y sobre todo: «Lenin, cuando habla del partido obrero, recurre frecuentemente a metáforas militares. Porque los partidos socialistas nos son clubes de discusión, sino organizaciones del proletariado en lucha»329.
La tercera tesis dice así: «Una revolución está hecha por una “serie” de batallas; corresponde al partido de vanguardia facilitar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él incumbe reconocer el “momento oportuno” de la insurrección»330. Y en la quinta, después de hablar del papel de las reformas y de los incumplimientos de la burguesía de las reformas pactadas porque con ellas mantiene su poder, dice que: «los ejércitos derrotados aprenden mucho», y añade: «Marx dijo en 1848 y en 1871 que hay momentos en la revolución en que el hecho de abandonar sin combate una posición al enemigo, desmoraliza más a las masas que una derrota sufrida en combate»331.
Una de las disputas inconciliables entre reformismo y marxismo en lo que concierne a la estrategia político-militar es la de la viabilidad histórica del pacifismo. Lenin no huyó del problema: «En Rusia, por condiciones excepcionales, puede desarrollarse pacíficamente la revolución […] Solo hay en todo el mundo un país –y ese país es Rusia– que puede hoy, en un terreno de clase, contra los capitalistas, dar los pasos necesarios para poner fin a las guerras imperialistas, sin necesidad de una revolución sangrienta»332. Lenin defendió esta posibilidad abierta en varios textos hasta que se cercioró de que esa posibilidad había concluido333. Convencido ya de que la revolución no podía ser pacífica, de que debía recurrir a la violencia, en su debate con Kautsky contextualizó la tesis de Marx de que en Inglaterra y Norteamérica era posible el triunfo pacífico entre 1870 y 1880, demostrando que las condiciones sociales de 1918 eran totalmente diferentes por tres razones en el borrador que estaba preparando: «En primer lugar, incluso en aquel momento, Marx consideraba excepcional esta posibilidad; en segundo lugar, entonces no existía el capitalismo monopolista, es decir, el imperialismo; en tercer lugar, allí, en Inglaterra y Norteamérica, no existían –como existen ahora– camarillas militares como aparato fundamental de la máquina burguesa del Estado»334; y en el texto oficial, lo expresa así: «la dictadura revolucionaria del proletariado es violencia contra la burguesía; esta violencia se hace particularmente necesaria, según lo han explicado con todo detalle y múltiples veces Marx y Engels (particularmente en La guerra civil en Francia y en la introducción a esta obra), por la existencia del militarismo y de la burocracia. ¡Estas instituciones precisamente, en Inglaterra y en Norteamérica precisamente, y precisamente en la década de los setenta del siglo XIX, cuando Marx hizo su observación, no existían! (Aunque ahora existen tanto en uno como en el otro país.)»335
D. Fernbach es de la opinión de que, si bien Marx pensaba que había algunas posibilidades pacíficas, eran «casos excepcionales a la regla general»336. Ya hemos visto la respuesta de Lenin a Kautsky marcando las diferencias contextuales entre el momento de Marx y el de 1917. Por su parte, S. Moore tras estudiar sistemáticamente a Marx, Engels y Lenin en todo lo relacionado con la democracia, las violencias y la transición pacífica al socialismo, sostiene con total razón que:
El punto en cuestión no es la posibilidad de una transición pacífica al socialismo en cualquier circunstancia histórica, sino su posibilidad bajo las circunstancias normales de la democracia capitalista. Los reformistas sostienen la posibilidad de la transición pacífica bajo circunstancias normales. Lenin arguye su imposibilidad bajo dichas circunstancias; pero insiste en que el desarrollo concreto de los estados individuales crea circunstancias agudamente divergentes de las normales, y reconoce que existen circunstancias excepcionales en que puede ser factible la transición pacífica. Admitir la posibilidad de la transición pacífica no es reformismo sino marxismo. Es reformismo proclamar esa posibilidad abstrayéndola de las condiciones concretas, económicas y políticas, que la determinan. Es reformismo aplicar afirmaciones ciertas para situaciones históricas particulares a situaciones decisivamente diferentes, bajo cobertura de las trivialidades liberales sobre el sufragio universal337.
Las condiciones concretas enseñan que, hasta ahora, la transición pacífica al socialismo no se ha logrado en ninguna parte, aunque en casi todos esos procesos ha habido fugaces momentos en los que la ilusión pacifista parecía ser factible, esfumándose al instante. Las causas del fracaso del pacifismo y del reformismo pudimos leerlas en las últimas citas de El Capital que hemos ofrecido, que enseñan en forma de teoría «dura», lo que verdaderamente se decide cuando chocan a muerte la propiedad burguesa y la propiedad proletaria. Veamos ahora cinco bloques de explicaciones más pedagógicas de la misma enseñanza histórica realizadas al fragor de la lucha revolucionaria.
El primero: poco más de un mes antes de ser asesinado junto con Rosa Luxemburg, en enero de 1919 por la alianza militarista entre socialdemócratas y proto nazis, Karl Liebknecht publicó un impactante artículo titulado Armas para la revolución en el que además de advertir sobre el furibundo «odio antibolchevique» que impulsaba a esa alianza, proponía una serie de medidas urgentes que de hecho instauraban una dictadura del proletariado, del pueblo en armas:
Las masas proletarias deben ser armadas de inmediato para que la revolución se halle convenientemente armada para poder resistir cualquier ataque y para realizar todas sus tareas. Deben estar equipadas militarmente.
Las siguientes medidas deben ser adaptadas de inmediato.
Apartar de los consejos de soldados a todos los oficiales y demás miembros de las clases dominantes, sustituyéndolos por soldados revolucionarios probados.
Supresión inmediata del poder de mando y su sustitución por una organización democrática del ejército, también y sobre todo, entre las tropas del frente con eliminación de todos los oficiales contrarrevolucionarios.
Propaganda enérgica e inmediata entre las masas de soldados, particularmente entre las tropas del frente, en favor de la revolución social.
Entrega inmediata de armas a los trabajadores revolucionarios y soldados proletarios, constitución de una milicia obrera y, a partir de su sector más activo, una guardia roja; también el desarme de todo elemento no proletario-revolucionario.
Si el gobierno persiste en el olvido de sus deberes, las masas se verán obligadas a actuar por sí mismas338.
Antes de pasar al segundo, de Lenin, es necesario contextualizar el momento en el que se hizo, no solo por la apurada situación de la revolución bolchevique sometida a invasión de fuerzas internacionales en apoyo de la contrarrevolución, sino también en la Alemania en lucha en la que estaban siendo asesinadas miles de mujeres y hombres, entre ellas Rosa y Liebknecht, por la alianza entre los militares de extrema derecha y los pacifistas socialdemócratas. G. Badia demostró que los «mayoritarios», los pacifistas, prepararon meticulosamente la masacre de los revolucionarios «minoritarios», los violentos, mediante una ataque militar «ampliamente deseado» por los pacifistas o «mayoritarios»339.
El segundo es de Lenin, meses después de los asesinatos de Rosa y Karl, presentada mediante preguntas que envía a los obreros de la República de los Consejos de Baviera de 27 de abril de 1919, interesándose por si:
[…] han formado los Consejos de los obreros y sirvientes por sectores de la ciudad, si han armado a los obreros, si han desarmado a la burguesía, si han aprovechado los almacenes de ropa y de otros artículos y productos para ayudar inmediata y ampliamente a los obreros, sobre todo a los braceros y a los campesinos pobres, si han expropiado las fábricas y las riquezas a los capitalistas en Múnich, asimismo las haciendas agrícolas capitalistas de sus alrededores, si han abolido las hipotecas y el pago de arriendo para los pequeños campesinos, si han duplicado o triplicado los salarios a los braceros y a los peones, si han confiscado todo el papel y todas las imprentas con el objeto de editar octavillas populares y periódicos para las masas, si han implantado la jornada de seis horas para que los obreros dediquen otras dos o tres a la gestión pública, si han estrechado a la burguesía de Múnich para alojar inmediatamente a los obreros en casas ricas, si han tomado en sus manos todos los bancos, si han tomado rehenes de la burguesía, si han fijado una ración de comestibles más elevada para los obreros que para la burguesía, si han movilizado totalmente a los obreros para la defensa y para hacer propaganda ideológica por las aldeas de los contornos. La aplicación, con la mayor prontitud posible y en la mayor escala, de estas y otras medidas semejantes, conservando los Consejos de los obreros y de los braceros y, en organismos aparte, los de los pequeños campesinos, su iniciativa propia, deben reforzar la situación de ustedes. Es necesario establecer un impuesto extraordinario para la burguesía y conceder a los obreros, a los braceros y a los pequeños campesinos, en seguida y a toda costa, una mejoría real de su situación340.
El tercero son dos citas de Trotsky quien con otras palabras, pero también en un momento crítico, une en la práctica la propuesta de Liebknecht sobre el pueblo en armas y las preguntas de Lenin a los consejos obreros. Una, «Si la dirección de la guerra no es el fuerte del proletariado y si la Internacional obrera no vale más que para las épocas pacíficas, hay que despedirse de la revolución y el socialismo, pues la guerra es uno de los fuertes del gobierno capitalista, que, con toda seguridad no permitirá que el proletariado conquiste el poder sin guerrear […] La guerra no era el punto fuerte de la Comuna. Por esta razón fue aplastada. ¡Y cuán despiadadamente!»341. Y la otra es la arenga del creador del Ejército Rojo a los combatientes poco antes de una decisiva batalla por el control de un nudo de comunicaciones estratégico muestra cómo y por qué la lucha revolucionaria se libra por objetivos muy materiales:
[…] se trata de saber a quién pertenecerán las casas, los palacios, las ciudades, el sol, el cielo: si pertenecerán a las gentes del trabajo, a los obreros, a los campesinos, los pobres, o a la burguesía y los terratenientes, los cuales han intentado de nuevo, dominando el Volga y el Ural, dominar al pueblo obrero342.
El Ejército Rojo ganó la batalla y aseguró que el sol y el cielo serían propiedad del pueblo obrero. Devolvió a la clase trabajadora, al campesinado, a las mujeres explotadas lo que era suyo, lo que habían creado con su esfuerzo siempre al borde del agotamiento. Poco después, en un país mucho más industrializado que Rusia, el movimiento obrero se lanzó a conquistar y dirigir las fábricas mediante su democracia de consejos y así llegamos al cuarto con dos citas de Gramsci sobre las tareas de los grupos comunistas, de verano-otoño de 1920:
El Partido, en cuanto compuesto por obreros revolucionarios, lucha junto con la masa, se encuentra inmerso en la realidad de fuego que es la lucha revolucionaria; pero como encarna la doctrina marxista, la lucha es para los obreros del partido lucha consciente de un fin preciso y determinado, voluntad clara, disciplina preformada en las consciencias y en las voluntades. Los obreros del partido son así en el Estado obrero una vanguardia industrial, del mismo modo que son una vanguardia revolucionaria en el período de la lucha por la instauración del poder proletario: el entusiasmo revolucionario se traslada ahora al campo de la producción […] a través de los grupos de fábrica, el nuevo modo de trabajo y de producción, único que puede definitivamente sofocar el capitalismo y que representa, por tanto, la culminación de la lucha de clases revolucionaria empezada con la toma del poder político y con el control del trabajo y de la producción343.
Se trata de «definitivamente sofocar el capitalismo» asfixiándolo en su propia respiración, en su corazón explotador de la fuerza de trabajo para obtener plusvalía y ganancia, y hacerlo «con la toma del poder político y con el control del trabajo y de la producción». Para el capital, esto es la dictadura del proletariado; para la humanidad explotada es la democracia socialista. ¿Cómo? Gramsci responde: creando el Estado de la clase obrera, e inmediatamente precisa: «Solo el proletariado es capaz de crear un Estado fuerte y temido […] mediante un nuevo órgano de derecho público, el sistema de los soviets»344. Un Estado obrero fuerte y temido por la burguesía, sostenido en el poder de los soviets.
El quinto bloque está formado por dos citas de Mao. En mayo de 1938 dijo que «el principio básico de la guerra es conservar las fuerzas propias y destruir las del enemigo»345, por ser inconciliable con el pacifismo. Y a finales de 1938 Mao insistía en que «la popularización de los conocimientos militares es una tarea urgente. De ahora en adelante, debemos prestar atención a todas estas cosas y la teoría de la guerra y de la estrategia es la base de todo estudio militar. Estimo necesario despertar el interés por el estudio de la teoría militar y llamar a todos los militantes del Partido a prestar atención al estudio de los problemas militares»346.
Llegados aquí es conveniente volver al Manifiesto comunista de 1848 cuando propone a las clases trabajadoras la utilización de su fuerza estatal obrera para aplicar una política revolucionaria que dinamite las estructuras capitalistas:
El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción347.
Con esta lectura descubriremos una coherencia histórica que se profundiza teóricamente en El Capital, y que se mantiene hasta el último Marx, como se aprecia en la carta escrita dos años antes de su muerte: «Un gobierno socialista no puede ponerse a la cabeza de un país si no existen las condiciones necesarias para que pueda tomar inmediatamente las medidas acertadas y asustar a la burguesía lo bastante para conquistar las primeras condiciones de una victoria consecuente»348. Hay que asustar a la burguesía, según el último Marx de 1881, que mantiene la lógica revolucionaria de cuarenta años antes. Ya conocemos las censuras que sufrió Engels a manos de la socialdemocracia por mantener sus ideas revolucionarias.
La continuidad de medio siglo sería más adelante desarrollada por revolucionarias y revolucionarios como R. Luxemburg, Liebknecht, Lenin, Trotsky, Gramsci, Mao… Una constante que les identifica es la certidumbre de que el pacifismo es incompatible con la libertad y con la ética, que no cabe en una estrategia revolucionaria que por ello mismo es político-militar. Lo que estaba y está en juego, desde los cielos y el sol hasta las casas, fábricas y palacios, sin olvidarnos de las armas, era y es la vida misma. El capital no se va a rendir pacíficamente a las «gentes del trabajo», suicidándose como clase nucleada por veintiséis hombres que poseen más riquezas que las que poseen 3.800 millones de personas349. Antes morirá matando. Esta es la validez de la estrategia político-militar.
Fue en este contexto que la Internacional Comunista editó en 1928 un libro firmado con el pseudónimo de Neuberg en el que expertos político-militares estudiaban la experiencia insurreccional en Estonia, Hamburgo, Cantón y Shanghai, y a partir de ahí y de otras luchas, extraían lecciones muy valiosas sobre el arte de la insurrección:
La insurrección armada, como una de las formas de la lucha de clase del proletariado, está en el centro del sistema de Marx y Engels […] Negar la necesidad y la fatalidad de la insurrección armada y, en general, de la lucha armada del proletariado contra las clases dominantes, es negar forzosamente la lucha de clases en su conjunto, negar la dictadura del proletariado y, como consecuencia, adulterar los fundamentos mismos del marxismo revolucionario, reducirlo a una doctrina repugnante de la no resistencia […] La experiencia de la guerra y del período de posguerra demuestra, sin que haya lugar a duda, que los líderes de la socialdemocracia alemana están dispuestos a hacer toda clase de sacrificios por defender la república burguesa contra el proletariado revolucionario. Aceptan con gran entusiasmo el cargo de cancerberos y lo desempeñan con el mayor celo350.
En 1937, poco antes de estallar la guerra mundial Trotsky escribió sobre y contra el pacifismo:
Las llamadas organizaciones pacifistas, incluidas las organizaciones obreras, no constituyen el menor obstáculo para la guerra […] El único factor que impide hoy el estallido de la guerra es el temor que sienten los gobiernos ante la revolución social. El propio Hitler lo ha dicho muchas veces. […] cuanto más revolucionaria es la clase obrera, más se opone a la clase dominante imperialista, más le impide realizar su designio de hacer una nueva división del mundo mediante la fuerza armada […] De parte de Japón es una guerra de rapiña y de parte de China es una guerra de defensa nacional […] Es por eso que no podemos sentir sino lástima u odio por quienes, ante la guerra chino-japonesa, declaran que están contra todas las guerras […] Al participar en la legítima y progresiva guerra nacional contra la invasión japonesa, las organizaciones obreras deben mantener su independencia política del gobierno de Chiang Kai-shek […] el remedio no consiste en que las organizaciones obreras se pronuncien «contra todas las guerras» y se crucen de brazos en actitud de traición pasiva, sino en que participen en la guerra, ayudando material y moralmente al pueblo chino y educando simultáneamente a las masas de campesinos y obreros en el espíritu de la independencia total del Kuomintang y su gobierno […] Un pacifista que mantiene la misma actitud hacia China que hacia Japón en esta horrible guerra, es igual al que identifica un lock-out con una huelga. La clase obrera está en contra del lock-out de los explotadores y a favor de la huelga de los explotados351.
La independencia política de la clase trabajadora es la única garantía de que, si no comete otros errores, no sea al final derrotada por su burguesía en alianza con el imperialismo. La independencia política consiste en no supeditarse a los intereses de la burguesía, en no obedecer sus órdenes de desmovilización y de sumisión de las nuevas leyes burguesas. La historia enseña que:
La mayoría de las nuevas naciones que desmovilizaron y desarmaron a sus poblaciones acabaron siendo presa de intervenciones militares impulsadas a menudo por la presión imperialista. A comienzos de la década de 1950, el gobierno estadounidense empezó a asumir la responsabilidad de la defensa de los intereses empresariales frente a los intentos de nacionalización de la producción emprendidos por las nuevas naciones352.
La estrategia político-militar tiene la ventaja, entre otras, que analiza estas derrotas como «batallas» perdidas dentro de la inacabable «guerra de clases». Clausewitz afirmaba que «la derrota nunca es absoluta»353, verdad tanto más cierta para las derrotas que sufre el proletariado, porque su condición de existencia no es otra que la explotación de por vida debido a que su malvivencia es la base de vida de la burguesía: por ello, tras cada hundimiento tarde o temprano resurge como el ave Fénix. La rapidez de recuperación depende en buena medida de que la conciencia subjetiva del proletariado sea una fuerza objetiva materialmente organizada capaz de superar la «pequeña política» tacticista del reformismo y expandir la «gran política» y la «gran estrategia» sostenida en una base teórica contrastada y autocrítica354 dirigidas a la destrucción del Estado burgués y la construcción del poder obrero.
Cólera, ira, odio y dialéctica
Cuando Chesnais llama a activar el sentimiento de cólera contra la injusticia lo hace porque es un sentimiento bastante más profundo y poderoso que la simple indignación. Cuando Mª J. Izquierdo llama a meter miedo al sistema patriarco-burgués lo hace porque sabe que, en los momentos decisivos, solo el miedo paraliza al opresor. No es nada nuevo en la historia revolucionaria, que frecuentemente ha reivindicado la necesidad de la ira, la cólera y el odio contra el opresor, hacer que este sienta miedo de la explotada. como fuerzas psicológicas liberadoras, así como que siempre ha denunciado implacablemente el odio de clase que la burguesa tiene hacia el proletariado como hemos visto al comienzo de este texto. Hemos visto hasta ahora bastantes expresiones revolucionarias de cólera y odio. Podemos aumentarlas cuanto queramos: de la ira y de la cólera contra la opresión, aplaudiendo el odio a los invasores franceses del pueblo argelino355; o afirmando en la Alemania de 1875 que «el odio es más necesario que el amor –al menos por el momento»356.
Citemos, por ejemplo, a Lenin: «El Partido Obrero Socialdemócrata Letón (sección del POSDR) publica normalmente su periódico con una tirada de 30.000 ejemplares. En la sección oficial se insertan las listas de espías, cuya supresión es deber para cada persona honrada. Los que ayudan a la policía son declarados “enemigos de la revolución” que deben ser ejecutados y responder, además, con sus bienes»357. Leamos al Che:
El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles y aun dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre: hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo. Se hará más bestial todavía, pero se notarán los signos del decaimiento que asoma358.
Deliberadamente hemos recurrido a la experiencia de la praxis decisiva para contrastar el marxismo con el reformismo de forma radical. La estrategia histórica del movimiento revolucionario hace de la subjetividad encolerizada una lúcida fuerza material objetiva que va actuando en cada conflicto por insignificante que fuere, penetrando en sus más hondas contradicciones y radicalizándolas hacia la toma del poder. La izquierda no inventa aquí nada cualitativamente nuevo.
Clausewitz elevó al rango de verdad teórica la larga experiencia de la guerra en la que el odio del pueblo al enemigo359 que le oprime es uno de los componentes de la «maravillosa trinidad» que recorre internamente a muchas guerras a pesar de sus múltiples diferencias formales y espacio-temporales, siendo los otros dos la dialéctica del azar y de la probabilidad que dependen de la formación del Ejército y la capacidad política del Estado, porque la guerra es una práctica política. Más adelante Clausewitz presenta los «factores morales» como el primero de los elementos de la estrategia y entre las «principales potencias morales» cita al entusiasmo, el fervor fanático y las creencias y opiniones360, o sea el «factor subjetivo».
Naturalmente, Clausewitz no podía conocer la dialéctica marxista de la probabilidad, del azar, de la interacción entre lo objetivo y lo subjetivo, etc., pero, como apreciaron Lenin y otros marxistas, sí tenía una mente ágil y profunda suficiente para entrever el accionar de las contradicciones de los procesos que estudiaba. Sabemos que los «factores morales» son vitales en la práctica porque pueden impulsarla o arruinarla. Sánchez Vázquez resume en tres puntos la importancia vital de la práctica –en el sentido dialéctico materialista– en aras al objetivo y a fin de desarrollar el conocimiento y la libertad humana, de los «factores morales» revolucionarios: «a) porque su fin es determinado por la práctica; b) porque la práctica determina el estatus del objeto a conocer (o sea, el hombre conoce un mundo o en un mundo producido por él, por su actividad práctica) y c) porque la práctica no es exterior a la teoría, una simple aplicación de esta, sino elemento fundador de ella»361.
La práctica de la libertad y del conocimiento está a su vez en pugna permanente con el azar y la contingencia, con la imprevisibilidad mayor o menor del porvenir. No es casual que fuera Engels el que más desarrollara esta problemática. Muy probablemente fuera la persona de la segunda mitad del siglo XIX que mejor integraba en un «conjunto artístico», dialécticamente elaborado, grandes conocimientos militares, económicos, filosóficos, científicos… R. Piedra Arencibia repasa las acusaciones de «determinismo económico» que se lanza contra Engels, pero resume así su concepción de libertad: «La libertad, entendida como control consciente de nuestra actividad y sus efectos, requiere no solo del conocimiento de la necesidad, sino también, según Engels, de la acción revolucionaria»362.
Hemos dicho arriba que la cultura griega clásica y el arte de la guerra han sido dos de las corrientes del saber humano que han alimentado a El Capital. La concepción de la libertad, del conocimiento y de la acción que hemos visto nos remite al origen del pensamiento dialéctico presocrático, para ceñirnos solo a lo que ahora se llama Occidente. El propio concepto de «conjunto artístico»363 construido dialécticamente que Marx utiliza para definir la elaboración de El Capital proviene de los fundamentos de la estética griega clásica y hace referencia a la belleza que debe tener una obra humana cualitativamente nueva. El arte, algo tan «subjetivo», también es una fuerza revolucionaria «objetiva». A. F. Hernández Solís, ha escrito lo siguiente:
El arte y la política van de la mano, el arte pasa por el imaginario colectivo, pasa por el ejercicio del poder. La imagen es algo tremendamente poderoso, la vista es nuestro sentido más desarrollado, entonces la imagen es capaz de hacer revoluciones, de sostener gobiernos y de levantar pueblos. Hay una relación fundamental entre política y arte, esa es una parte de la utilidad del arte.
Esta idea del «arte por el arte» me parece una tomadura de pelo, de entrada porque el artista está inmerso en una relación cotidiana a lo largo de toda su vida con otros seres humanos, que se basan en relaciones políticas, sociales y económicas, y desde ahí es donde crea arte. No hay un arte aislado, todo responde a un momento histórico, responde a una identidad, responde a una biografía, responde a un montón de aspectos que tienen que ver con lo social y lo político. No podemos separar el arte y la política, el ser humano no se puede dividir.
En este sentido el arte también se vuelve una herramienta de construcción política muy poderosa. También de manipulación y de control social, fuertísima, por eso países como Estados Unidos o como Francia le apuestan tanto a sus estrategias culturales. La misma CIA tiene un departamento cultural, en donde se impulsan estrategias culturales hacia América Latina y el resto del mundo, lo vienen haciendo desde los años cincuenta, desde la Guerra Fría. Han minado y han infiltrado a otras culturas imponiéndoles sus cánones artísticos, haciéndolas a su modo. Es más fácil manipular un pueblo que someterlo por la fuerza, al final lo vas a someter, pero es más sencillo porque ya le reconfiguraste su lugar, su historia, su cultura y su forma de ser364.
Pues bien, sin darnos cuenta nos hemos situado en la guerra de Troya, en la Ilíada, y en los personajes de Héctor y Aquiles tal cual los escrituró Homero. Es probable que de aquella guerra real o mítica surgiera o gracias a ella se confirmara definitivamente una nueva concepción de la sociedad sometida a tales presiones que no tuvo más remedio que optar. Una de las primeras acepciones del término «dialéctica» surgió entonces y se ha mantenido hasta ahora en el marxismo, como término que denota la capacidad y el deber de luchar por la libertad, asumiendo la incerteza del futuro, la probabilidad de la muerte.
Según L. Sichirollo, en Homero, Arquíloco y Safo, que vivieron entre los siglos ‑VIII y ‑VII, el término dialéctica hacía alusión a separar, dividir en dos, distribuir… y también trabajar en común con influencia recíproca, establecer algo de común acuerdo, animarse y exhortarse mutuamente365. Vemos que «dialéctica» es un concepto que surge en respuesta a la complejidad creciente de las relaciones sociales en todos los sentidos y, sobre todo, para comprender los procesos de interacción colectiva en base a unos objetivos de solidaridad, de apoyo mutuo. Es un término que denota movimiento, complejidad, interacción para superar obstáculos y crear cosas nuevas porque «el resultado de ese debate (diálogo entre dos personas o grupos de personas) reporte recíproca satisfacción, vaya más allá de los dos puntos de partida»366.
Por esto y desde entonces, la dialéctica rechaza las «líneas duras y rígidas»367 ya que estas impiden crear lo nuevo al ser incapaces de comprender la evolución, el movimiento. D. Bensaïd: «Las ciencias sociales tienen que ver en esta perspectiva con las ciencias de la evolución, donde el futuro, sometido a parámetros variables, es imprevisible sin ser indeterminado; donde las singularidades históricas dividen el futuro y lo ramifican en numerosos canales. De ahí un conocimiento histórico, más comprensivo que predictivo, de los deslumbramientos de lo real. Basta poco para ver que se abran empalmes y bifurcaciones que ofrecen a cada situación una multiplicidad de salidas posibles»368. De entre esa multiplicidad de posibilidades, la praxis lucha por materializar la que acelera la superación de la injusticia.
Pero es en la Ilíada de Homero en donde mejor vemos el sentido revolucionario de «dialéctica»: «Este verbo se repite siempre en los momentos en que el protagonista se halla en una tensión extrema, al límite de tomar una decisión, o bien cuando una deliberación inconsciente no se ha manifestado todavía de modo plenamente consciente, es decir, consciencia de la oposición, de la alteridad del hombre respecto de la situación, así como del hombre respecto a Dios o a un hecho. Se trataría de indicar que surge el concepto de la elección y de la libertad»369.
De todos los casos que narra la Ilíada en los que aparece la dialéctica como momento de elegir o no elegir arriesgarse por la libertad, es el de Héctor, cuando acepta luchar a muerte con Aquiles, el que mejor expresa el contenido revolucionario de la dialéctica en sus orígenes históricos: Troya se defiende de los invasores aunque cada día con menos visos de victoria porque son inferiores en campo abierto. Debaten sobre la conveniencia de protegerse tras las murallas, sobre sus pros y contras; pero Héctor está decidido a luchar fuera de las murallas nada menos que contra Aquiles. Leamos a Sichirollo:
Su reflexión tiene lugar en dos planos: si cede a los encantos de sus amigos tendrá vergüenza eterna, pues son demasiados troyanos los que han caído por culpa suya; por su bien no le queda otro remedio que enfrentarse contra Aquiles y vencer o morir. La otra posibilidad es presentarse a Aquiles desarmado y concederle favorables condiciones de paz, ¿pero cómo puede su corazón tener en cuenta una idea semejante? Aquiles lo aplastaría como a una mujer. Es necesario aceptar la lucha370.
Héctor ha sopesado todas las variables, no ha rechazado su responsabilidad, lo subjetivo, la vergüenza por sus errores le martillea su conciencia angustiada por la proximidad de la muerte y emerge el profundo machismo del patriarcado; pero también sabe que no puede ceder a las exigencias imperialistas de Aquiles; el orgullo de ser troyano le lleva también a la resistencia. La dialéctica es precisamente esto: la praxis de optar por una salida liberadora dentro de la unidad y lucha de contrarios. No podemos por menos que, en este punto central, acordarnos tanto de Marx como de Lenin. Del primero, aquellas palabras que confirman lo aquí visto y que han sido permanentemente confirmadas por los hechos:
Le aseguro que, por muy poco orgullo nacional que se tenga, la vergüenza nacional se siente hasta en Holanda. Incluso el último holandés es un ciudadano comparado con el primero de los alemanes […] Para una revolución no basta con la vergüenza: Yo le respondo: la vergüenza es ya una revolución, es realmente la victoria de la Revolución francesa sobre el patriotismo alemán que le venció en 1813. La vergüenza es una forma de ira, de ira contenida. Y si una nación entera se avergonzara realmente, sería como un león replegándose para saltar3.
Y del segundo, de Lenin, aquellas otras del final de su vida, en mayo de 1921, cuando combate contra las tergiversaciones mecanicista, objetivista y burocrática de la dialéctica, explicando entre otras cosas que la vida es lucha en la que se pierden y ganan batallas: «Esto es una guerra y, por supuesto, a veces puede haber derrotas. ¿Pero dónde se ha visto que en una guerra, incluso la más victoriosa, no haya habido derrotas? Lo mismo pasa aquí, puede hacer derrotas pero es necesario luchar»371.
Héctor representaba en ese momento a la nación troyana y al final opta por la violencia defensiva contra la violencia imperialista, que es la opción lógica del método de la dialéctica. Pero Héctor es humano y duda un instante antes del combate, huye dando varias vueltas a Troya. Entonces, la diosa Atenea le engaña haciéndole creer que es otro combatiente a su favor, aumentando su certidumbre de victoria y reduciendo su incertidumbre. Y Aquiles lo mata.
Si dejamos de lado la mitología de diosas y dioses, no debiera sorprendernos la identidad de fondo entre la dialéctica troyana y la marxista en lo que hace referencia al rigor metódico en el proceso de pensar y de actuar, de optar libremente por la libertad a pesar de los riesgos que conlleva. Imaginemos que un hecho casual, fortuito, por ejemplo, un tropiezo involuntario de Aquiles lo hubiera derribado al suelo dejándole indefenso frente a un golpe mortal de Héctor: tal vez hubiese cambiado en algo positivo la historia de Troya. Sin embargo, no acaeció ese azar, pero había que intentarlo. Muchas luchas colectivas e individuales se han enfrentado a ese dilema: lanzarse a la acción que puede mejorar la vida, o continuar en la pasividad que seguirá destruyendo la vida. La primera opción consiste en «realizar las facultades esenciales de la persona en el acto mismo de transformar la realidad»372. La efectividad de la acción aumentará en la medida en la que haya sido planificada con anterioridad: surge así la táctica y la estrategia político-militar.
Los contemporáneos de Homero pensaban que el autor de la Ilíada era el que iniciaba la planificación táctica. Más tarde, en la primera mitad del siglo ‑V Eneas el Táctico373 escribe una especie de enciclopedia de la que solo ha sobrevivido el libro dedicado a la defensa de las plazas fuertes, es decir, el punto basal sobre el que se sostiene la certidumbre relativa de victoria. Luego Vegecio en el siglo IV sintetiza toda esta abrumadora experiencia histórica en el apotegma: si quieres la paz, prepárate para la guerra. A la hora de practicar la dialéctica de la libertad optando por la necesidad de la lucha, es conveniente reducir el azar y la contingencia previendo lo más posible la marcha del acontecimiento.
Mil seiscientos años después de Vegecio, Trotsky resumió así el método del ejército contrarrevolucionario de Denikin en el verano de 1919: «Todo está concebido a base de la sorpresa, de la imprevisibilidad, del terror»374. La opresión necesita aumenta lo imprevisible, lo sorpresivo para paralizar a la humanidad con la angustia y el terror que ello genera. Comprendemos pues la identidad entre una de las primeras acepciones de la palabra «dialéctica» en la Grecia Antigua y la dialéctica marxista, que está esencialmente unida a la cuestión que acabamos de ver: no tenemos certidumbre absoluta de nada, por lo que debemos reducir lo más posible la incerteza para que nuestra decisión de lucha pueda concluir en victoria superando la intrincada concatenación de causas y azares, de necesidades y contingencias.
La necesidad imperiosa de la estrategia político-militar surge de esta experiencia histórica. E. Albamonte y M. Maiello han llevado al capitalismo actual la dialéctica troyana, la praxis de Héctor, mostrándonos que lo que se trataba en Troya y lo que se trata en la lucha socialista no es otra cosa que la «relación medios-fines y la reducción de la incertidumbre» mediante cuatro precauciones elementales: «En primer lugar, definir el objetivo político. En segundo lugar, considerar el poderío tanto de las clases enemigas como de la clase obrera. En tercer lugar, considerar el carácter de las direcciones políticas de las clases que representan y sus aptitudes. En cuarto lugar, cuáles son los aliados con los que cuenta cada bando y qué efectos tendrá el desarrollo de esta lucha en las alianzas»375. Son las exigencias mínimas para reducir la incertidumbre.
Lo más probable es que, en su contexto, tanto los troyanos como los invasores siguiesen uno a uno los cuatro pasos vistos arriba. Leyendo la Ilíada desde la perspectiva político-militar actual se descubren muchas pruebas de ello que sorprenden por su profundidad analítica, exactamente lo mismo que nos ocurre cuando estudiamos El Capital desde esa perspectiva: descubrimos que ella está presente en su método interno.
Es por todo esto que El Capital asusta al capital y al reformismo.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 12 de febrero de 2019
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