No se entiende nada. Si se lee a los grandes medios, las agencias internacionales de noticias, las declaraciones de presidentes como Macri o Duque, del secretario general de la OEA, Luis Almagro, o las frases de Catherine Fulop o Ricardo Montaner, sencillamente no se entiende. ¿No era que ya estaba por caer Nicolás Maduro? ¿No era que millones de personas estaban en las calles pidiendo su trono y su vida?
Muchas veces los mismos corresponsales enviados especialmente al país no entienden nada: Nelson Castro en pose corresponsal de guerra con un casco de moto de plástico que solo sirve para evitar multas, un fotógrafo internacional con el mejor lente del mercado buscando la masiva convocatoria de Juan Guaidó y solo encuentra puñados de seguidores. No entienden, o son mercenarios con plena consciencia de aportar su imagen, su nota, su tuit a un objetivo preciso: derrocar a Maduro.
La distancia entre la construcción mediático-política y lo que efectivamente sucede es inmensa. No se puede entender el conflicto en Venezuela sin tenerlo siempre presente, sin sospechar de las noticias, los titulares, las imágenes. Nada puede darse por cierto de primera mano: hay que corroborar fuentes, versiones, descreer. Por ejemplo: Guaidó sostiene que el 30 de abril hubo una movilización masiva de la sociedad en respaldo a la acción militar que intentó encabezar en Caracas. Ese día, en el mejor momento y en el mejor sitio, no hubo más de cinco mil personas. Dijo también que gran parte del país se había movilizado y no hubo reporte que pudiera sostenerlo.
No es nuevo que la derecha mienta. La venezolana tiene la particularidad de ser inestable, poco confiable, de dispararse entre sí a los pies, y de ser clasista con asco. Estados Unidos tomó la delantera pública, entre otras cosas, por esa misma razón. Fue tan evidente como impune: Guaidó se autoproclamó presidente en una plaza en las antípodas del palacio presidencial, Donald Trump tuiteó que lo reconocía, le siguieron los gobiernos de derecha de América Latina, de Europa, Israel, Canadá, Gran Bretaña, y se multiplicaron los análisis afirmando con rotunda contundencia que Venezuela tenía dos presidentes. La única forma de afirmarlo era no entender nada, ser un mercenario, o un mercenario que no entiende nada.
Cuando se dice Estados Unidos se habla de distintas partes que conforman un todo que a su vez tiene tensiones, disputas y diferencias. En el caso de la operación contra Venezuela existen varias piezas centrales: el presidente Trump, su administración con los encargados de los planes, y el Estado profundo. El primero es una pieza central: pistolero, bocón, torpe, con lógicas de empresario mafioso que amenaza para negociar mejor. Su equipo combina a neoconservadores, que vienen de la administración de Ronald Reagan, las «guerras sucias» de América Central, las invasiones en Medio Oriente, el lobby israelita, y hombres de las profundidades de las cloacas de los servicios de inteligencia. El tridente principal es John Bolton, consejero de seguridad; Elliot Abrams, enviado especial; y Mike Pompeo, secretario de Estado. Los tres tienen prontuarios de masacres, torturas y mentiras, ellos mismos lo reconocen. En cuanto al Estado profundo, se trata de las estructuras generalmente invisibles que conducen las políticas estratégicas estadounidenses y que se mantienen invariables esté quien esté en la Casa Blanca. En el caso de Venezuela el objetivo llamado chavismo se mantuvo con George Bush, Barack Obama y Trump. Cambiaron métodos, narrativas, momentos de los asaltos según tiempos internos de Estados Unidos, del mapa mundial de conflictos o del continente latinoamericano.
¿Qué papel le dieron a Guaidó en esta arquitectura del golpe de Estado? Ser la fachada nacional, la cara venezolana para encabezar una forma ya utilizada en Medio Oriente: el gobierno paralelo armado, financiado y movido desde fuera. ¿Qué expectativas tenían sobre él? Al principio apostaron por crear un liderazgo con capacidad de movilización en un cuadro de desolación de la derecha. Quedó descartado luego de la incapacidad evidenciada el 30 abril y los días siguientes. Guaidó vendió humo, aunque, según lo que fue publicado en periódicos como el Washington Post, Trump quedó disconforme con las propias fuentes de inteligencias norteamericanas respecto a las informaciones que manejaban. ¿Será verdad? Siempre hay que sospechar.
La escena impactó: un grupo de militares sobre un puente con armas largas, cintas de balas, civiles con pistolas, Guaidó, Leopoldo López, en la zona emblemática de la oposición de Caracas –un Palermo caraqueño – . La confusión también impactó, el prófugo terminó en la embajada de España, y los alzados en la de Brasil. Pompeo afirmó que Maduro tenía el avión listo para irse, pero los rusos lo habrían obligado a quedarse. Tan increíble como la declaración de Guaidó, que afirmó que él no podría hacer un golpe de Estado porque es el verdadero presidente.
Estados Unidos tomó nota. Pompeo y Bolton reforzaron la amenaza de intervención militar, se reunieron con el secretario de defensa en el Pentágono y con el jefe del Comando Sur. Todo escalaba cuando Trump llamó a Putin y cambió la narrativa: Rusia no estaría por involucrarse militarmente en Venezuela. Desinfló el globo anti-ruso que él mismo había armado. Según habían repetido, Maduro se sostendría únicamente por el apoyo de Rusia, Cuba, junto con China e Irán. Pompeo viajó a Finlandia a reunirse con su par ruso, Serguei Lavrov, luego de la reunión de este último con el canciller venezolano, Jorge Arreaza. Las dos potencias debaten mucho más que Venezuela, disputan cuestiones como Ucrania, Corea del Norte, Medio Oriente. El mundo es un tablero político, militar, económico, las disputas geopolíticas están abiertas, Estados Unidos ya no hace y deshace como antes. Por eso, entre otras cosas, quiere a Venezuela y al continente alineados integralmente.
Sobre Venezuela, Trump puede decir lo contrario mañana: es su forma aplicada en Corea del Norte y en los negocios. Lo que no ha cambiado por el momento es la decisión de lograr una victoria, no irse con las manos vacías. El problema es que la situación actual no era la prevista. Las cosas debían ser más rápidas, cuestión de semanas como mucho. Lo reconoció el mismo ministro de relaciones exteriores de España. Es lo que se llama un error de cálculo. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) debía quebrarse, el efecto Guaidó debía ser imparable, y el bloqueo sobre la economía junto con acciones de sabotaje debían desencadenar la ira popular. No pasó. Entonces tienen que escalar la apuesta o volver a apostar por un mediano plazo.
Existen una serie de posibilidades: una acción directa contra el presidente o figuras del alto mando, un despliegue de fuerzas mercenarias con escalada de acciones militares, un nuevo intento de desenlace vía fractura de la FANB ahora sí con cuarteles, generales y quiebres institucionales.
¿Por qué se equivocaron en la lectura del campo de batalla? Esa misma pregunta ocurrió en 2017 y las respuestas no son tan distantes. Lo primero es que redujeron el chavismo a un círculo presidencial cívico-militar. Todo lo demás se habría desvanecido: la identidad política, la organización popular que adopta muchas formas, la movilización, el partido, la voluntad de pelea, la resiliencia, la defensa de una causa. Si el chavismo estaba muerto solo bastaba patear el palacio de Miraflores para que huyera Maduro. Pero la lectura estaba equivocada: norteamericanos y opositores diagnostican a Venezuela desde despachos, desde el extranjero, desde las burbujas dolarizadas de las zonas de plata del país, desde las redes sociales.
Lo segundo es que pensaron que la FANB se rompería con una combinación de amenazas, propuestas de amnistía, paquetes millonarios de dólares para encabezar traiciones y alzamientos. Esa carta estaba pensada para fechas claves, como el 23 de febrero, cuando intentaron el ingreso por la fuerza vía Colombia con la participación estelar de Maluma, Miguel Bose o Diego Torres, o el 30 de abril en la madrugada. ¿Existe garantía de que la FANB no se rompa? No. Pero hasta el momento no ha pasado, y sin eso la posibilidad del asalto final resulta difícil.
La situación es compleja. Por la violencia de los asaltos en preparación, los actores y objetivos en juego, por la materialidad económica que evidencia un país que retrocede por un bloqueo económico internacional, errores propios acumulados, incapacidad para resolver la conjunción de ambas variables, y que tiene zonas del país huracanadas y una capital que mantiene niveles de mayor estabilidad y una magia siempre caribeña. Tan solo un mes resulta una distancia lejana, y, por el momento, no aparece un terreno de diálogo ‑necesario- que permita ver cómo resolver el escenario. Los pronósticos son por aproximación, síntesis de tantas variables nacionales, geopolíticas, deseos o la certeza de la necesidad de pelear, esa que habita en los subsuelos que emergieron con Chávez y no se rendirán.
Marco Teruggi
15 de mayo de 2019
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