No es igual al Caracazo venezolano de 1989 pero se le parece bastante. En esa ocasión también el mandatario Carlos Andrés Pérez, atado de pies y manos a las imposiciones del FMI decidió subir los precios de los pasajes del transporte público y estalló la rebelión popular que con el tiempo sirvió de antecedente para parir la actual Venezuela Bolivariana, Hugo Chávez mediante.
Lo de Ecuador es la puesta en práctica del manual coercitivo del Fondo Monetario, llevado a la práctica por un sujeto que fingió ser una cosa y de buenas a primeras se convirtió en otra. Desde hace tiempo, el mandamás Moreno dejó de ser digno del nombre que tiene, ya que como se preveía, en su fase final de caída en picada a nivel popularidad, no solo se jacta de haber traicionado a la Revolución Bolivariana sino que, sumiso y cobarde, se arrodilla ante la banca internacional.
El endeudamiento y la falta de liquidez en una economía que ni siquiera Rafael Correa pudo despegar del dólar, hizo que Moreno pactara un millonario programa de créditos con el FMI y en ese paquete se incluía la quita de subsidios a los combustibles que demandaban 1300 millones de dólares al año. La respuesta inmediata del mercado provocó la suba de la nafta y el consiguiente traslado a los viajes del transporte por tierra y otros similares. De allí que los primeros en reaccionar hayan sido los choferes de taxis, camiones y otros vehículos de uso comercial, que se dieron cuenta que para sus bolsillos muy empobrecidos, lo que ahora se les venía encima los iba a poner al borde del precipicio. La memoria de lo que era Ecuador en tiempos de Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez ha sumado un nombre más al terceto neoliberal. Con la toma de conciencia de un oscuro devenir, todo siguió el rumbo habitual que se genera cuando el capitalismo aprieta la soga al cuello de las clases más golpeadas por la crisis: del paro general del transporte se derivaron los cortes de carretera, las barricadas y las grandes movilizaciones interclasistas, en que obreros, estudiantes, campesinos e indígenas decidieron ganar las calles para intentar sacudir de sus vidas a un muy mal gobierno.
A partir de ese momento es que se pudo demostrar en la práctica la famoso frase de Bertold Brecht: «No hay nada peor que un burgués asustado». Acorralado, Moreno calculó mal el nivel de su fortaleza y ahora intenta huir hacia adelante, descargando una brutal represión contra el pueblo, tras la aplicación de un estado de excepción que le permite sacar a los militares a la calle. Pero por las venas de los ecuatorianos y ecuatorianas corre sangre mayoritariamente indígena y este factor se va a convertir en un bastión para que el autoritarismo no se lo lleve por delante. De allí, que el paro general contra el «paquetazo» crezca con el correr de las horas y a pesar de los ya 350 detenidos.
«La pulseada es difícil pero no hay otra alternativa que seguir empujando para intentar que Moreno caiga», señaló un dirigente obrero en Cuenca, porque si bien el primer reclamo sostenía que era imperioso que el gobierno retrocediera en las medidas económicas impuestas, ahora ya son muchos los que están reclamando la inmediata renuncia del presidente. En el plano de la política institucional, la bravía diputada correísta Gabriela Rivadeneira acotó: «Se hace imperioso adelantar las elecciones y una sesión extraordinaria en la Asamblea Nacional para exigir la destitución del mandatario». Sobre todo, porque ha puesto en marcha (con el estado de excepción) una maquinaria represiva propia de cualquiera de las dictaduras que asolaron el continente.
¿Qué resto le queda a Moreno en estas circunstancias? Su patética figura se parece bastante a la del repudiado Luis Almagro o la del presidente haitiano Jovenal Moise. Los tres son engranajes de la maquinaria desplegada por Donald Trump en el continente, ya que cada uno de ellos abreva en en Washington y están dispuestos a arrodillarse todo lo que haga falta. El uruguayo, por más que patalee y quiera meter su nariz en Venezuela, ya ha fracasado. No lo quieren ni en lo que fue su coalición política. Moise está ahora mismo tratando de apagar (como un bombero con la manguera agujereada en varios tramos) los mil fuegos encendidos por la protesta popular. Moreno, quien en su afán de hacer buena letra ha ido demoliendo todas las instituciones y medidas positivas para los de abajo, que en su momento pusiera en marcha el gobierno de Rafael Correa, dice que no está dispuesta retroceder y se dispone a gobernar con los uniformados a su lado. Algo parecido a lo que en su momento imaginó un tal Lucio Gutiérrez, cuyo fracaso fue estruendoso.
En esta Latinoamérica en la que las insurrecciones populares van de país en país, como se viera recientemente en las calles de Puerto Rico, Haití y Perú,o en las urnas primarias de Argentina, es posible pensar que lo que ocurre por estas horas en Ecuador significará en un futuro muy cercano el derrumbe de una estrategia nefasta de apoderarse de un gobierno con engaños y luego convertirse en alfombra de la oligarquía local y el imperialismo estadounidense.
Carlos Aznárez
4 de octubre de 2019