Racis­mo y cultura

La refle­xión sobre el valor nor­ma­ti­vo de cier­tas cul­tu­ras –decre­ta­do uni­la­te­ral­men­te– mere­ce rete­ner la aten­ción. Una de las para­do­jas rápi­da­men­te des­cu­bier­ta es el choc en recom­pen­sa de defi­ni­cio­nes ego­cen­tris­tas, socio­cen­tris­tas. Se ha afir­ma­do en un comien­zo la exis­ten­cia de gru­pos huma­nos sin cul­tu­ra; des­pués, de cul­tu­ras jerar­qui­za­das; final­men­te, la noción de rela­ti­vi­dad cul­tu­ral. De la nega­ción glo­bal al reco­no­ci­mien­to sin­gu­lar y espe­cí­fi­co. Pre­ci­sa­men­te debe­mos tra­zar esta his­to­ria des­pe­da­za­da y san­gran­te al nivel de la antro­po­lo­gía cultural.

Exis­ten, podría­mos decir, cier­tas cons­te­la­cio­nes de ins­ti­tu­cio­nes, vivi­das por hom­bres deter­mi­na­dos, en el mar­co de zonas geo­grá­fi­cas pre­ci­sas que, en un momen­to dado, han sufri­do el asal­to, direc­to y bru­tal de esque­mas cul­tu­ra­les dife­ren­tes. El desa­rro­llo téc­ni­co, gene­ral­men­te alto, del gru­po social así apa­re­ci­do lo auto­ri­za a ins­ta­lar una domi­na­ción orga­ni­za­da. El empe­ño de la decul­tu­ra­ción se encuen­tra con que es el nega­ti­vo de un tra­ba­jo de ser­vi­dum­bre eco­nó­mi­ca, has­ta bio­ló­gi­ca, mas gigantesco.

La doc­tri­na de la jerar­quía cul­tu­ral no es, pues, más que una moda­li­dad de la jerar­qui­za­ción sis­te­ma­ti­za­da, pro­se­gui­da de mane­ra impla­ca­ble. La teo­ría moder­na de la ausen­cia de inte­gra­ción cor­ti­cal de los pue­blos colo­nia­les es su ver­tien­te ana­to­mo-fisio­ló­gi­ca. La apa­ri­ción del racis­mo no es fun­da­men­tal­men­te deter­mi­nan­te. El racis­mo no es un todo sino el ele­men­to más visi­ble, más coti­diano –para decir­lo de una vez, en cier­tos momen­tos, más gro­se­ro de una estruc­tu­ra dada.

Estu­diar los ren­di­mien­tos del racis­mo y de la cul­tu­ra es plan­tear­se la cues­tión de su acción recí­pro­ca. Si la cul­tu­ra es el con­jun­to de com­por­ta­mien­tos moto­res y men­ta­les naci­do del encuen­tro del hom­bre con la natu­ra­le­za y con su seme­jan­te, se debe decir que el racis­mo es ver­da­de­ra­men­te un ele­men­to cul­tu­ral. Hay pues cul­tu­ras con racis­mo y cul­tu­ras sin racis­mo. Sin embar­go, este ele­men­to cul­tu­ral pre­ci­so no está enquis­ta­do. El racis­mo no ha podi­do escle­ro­sar­se. Le ha sido pre­ci­so reno­var­se, mati­zar­se, cam­biar de fiso­no­mía. Le ha sido pre­ci­so expe­ri­men­tar la suer­te del con­jun­to cul­tu­ral que lo informaba.

El racis­mo vul­gar, pri­mi­ti­vo, sim­plis­ta, pre­ten­día encon­trar en lo bio­ló­gi­co, ya que las «Escri­tu­ras» se habían reve­la­do insu­fi­cien­tes, la base mate­rial de la doc­tri­na. Seria fas­ti­dio­so recor­dar los esfuer­zos empren­di­dos enton­ces: for­ma com­pa­ra­da del crá­neo, can­ti­dad y con­fi­gu­ra­ción de los sur­cos del encé­fa­lo, carac­te­rís­ti­cas de las capas celu­la­res de la cor­te­za, dimen­sio­nes de las ver­te­bras, aspec­to micros­có­pi­co de la epi­der­mis, etcétera.

El pri­mi­ti­vis­mo inte­lec­tual y emo­cio­nal apa­re­cía como tina con­se­cuen­cia banal, un reco­no­ci­mien­to de exis­ten­cia. Tales afir­ma­cio­nes, bru­ta­les y masi­vas, ceden lugar a una argu­men­ta­ción más ele­gan­te. Aquí y allá, sin embar­go, salen a la luz algu­nos resur­gi­mien­tos. Así, la «labi­li­dad emo­cio­nal del negro», «la inte­gra­ción sub­cor­ti­cal del ára­be», «la cul­pa­bi­li­dad casi gené­ri­ca del judío» son ideas que se encuen­tran en algu­nos escri­to­res con­tem­po­rá­neos. La mono­gra­fía de J. Caro­ches, por ejem­plo, aus­pi­cia­da por la OMS, se sitúa a par­tir de «argu­men­tos cien­tí­fi­cos» de una lobo­to­mía fisio­ló­gi­ca del negro de África.

Estas posi­cio­nes sec­ta­rias tien­den, en todo caso, a des­apa­re­cer. Este racis­mo que se quie­re racio­nal, indi­vi­dual, deter­mi­na­do, geno­tí­pi­co y feno­tí­pi­co, se trans­for­ma en racis­mo cul­tu­ral. El obje­to del racis­mo deja de ser el hom­bre par­ti­cu­lar y sí una cier­ta mane­ra de exis­tir. En el extre­mo, se habla de men­sa­je, de esti­lo cul­tu­ral. Los «valo­res occi­den­ta­les» reasu­men sin­gu­lar­men­te la ya céle­bre lla­ma­da a la lucha de la «cruz con­tra la media luna».

Cier­to que la ecua­ción mor­fo­ló­gi­ca no ha des­apa­re­ci­do total­men­te, pero los hechos de los últi­mos trein­ta años han sacu­di­do las con­vic­cio­nes más encas­qui­lla­das, tras­tor­na­do el table­ro de jue­go, rees­truc­tu­ra­do un gran núme­ro de rela­cio­nes. El recuer­do del nazis­mo, la común mise­ria de hom­bres dife­ren­tes, la ser­vi­dum­bre común de gru­pos socia­les impor­tan­tes, la apa­ri­ción de «colo­nias euro­peas», es decir, la ins­ti­tu­ción de un régi­men colo­nial en pleno terri­to­rio de Euro­pa, la adqui­si­ción de con­cien­cia de los tra­ba­ja­do­res de los paí­ses colo­ni­za­do­res y racis­tas, la evo­lu­ción de las téc­ni­cas, todo esto ha modi­fi­ca­do pro­fun­da­men­te el aspec­to del problema.

Es nece­sa­rio bus­car, al nivel de la cul­tu­ra, las con­se­cuen­cias de ese racis­mo. Éste, lo hemos vis­to, no es más que un ele­men­to de un con­jun­to más vas­to: el de la opre­sión sis­te­ma­ti­za­da de un pue­blo ¿Cómo se com­por­ta un pue­blo que opri­me? Aquí vol­ve­mos a encon­trar algu­nas constantes.

Asis­ti­mos a la des­truc­ción de los valo­res cul­tu­ra­les, de las moda­li­da­des de exis­ten­cia. La len­gua, el ves­ti­do, las téc­ni­cas son des­va­lo­ri­za­das ¿Como lle­van cuen­ta de esta cons­tan­te? Los psi­có­lo­gos que tie­nen ten­den­cia a expli­car­lo todo por movi­mien­tos del alma, pre­ten­den encon­trar este com­por­ta­mien­to al nivel de los con­tac­tos entre par­ti­cu­la­res: crí­ti­ca de un som­bre­ro ori­gi­nal, de una mane­ra de hablar, de cami­nar… Pare­ci­das ten­ta­ti­vas igno­ran volun­ta­ria­men­te el carác­ter incom­pa­ra­ble de la situa­ción colo­nial. En reali­dad, las nacio­nes que empren­den una gue­rra colo­nial no se preo­cu­pan de con­fron­tar culturas.

La gue­rra es un nego­cio comer­cial gigan­tes­co y toda pers­pec­ti­va debe ser rela­cio­na­da a este cri­te­rio. La ser­vi­dum­bre, en el sen­ti­do más rigu­ro­so, de la pobla­ción autóc­to­na es su pri­me­ra nece­si­dad. Por esto se deben modi­fi­car sus sis­te­mas de refe­ren­cia. La expro­pia­ción, el des­po­jo, la raz­zia, el ase­si­na­to como obje­ti­vo se dupli­can en un saqueo de los esque­mas cul­tu­ra­les o, por lo menos, son con­di­cio­na­das a este saqueo.

El pano­ra­ma cul­tu­ral es des­ga­ja­do, los valo­res bur­la­dos, borra­dos, vacia­dos. Las líneas de fuer­za se des­plo­man, no orde­nan más. Fren­te a una nue­va unión, impues­ta, no pro­pues­ta sino afir­ma­da, pesan con todo su peso los cáno­nes y los sables. Sin embar­go, el entro­ni­za­mien­to del régi­men colo­nial no entra­ña la muer­te de la cul­tu­ra autóc­to­na. Por el con­tra­rio, de la obser­va­ción his­tó­ri­ca resul­ta que el fin bus­ca­do es más una con­ti­nua ago­nía que una des­apa­ri­ción total de la cul­tu­ra pre­exis­ten­te. Esta cul­tu­ra, otro­ra viva y abier­ta hacia el futu­ro, se cie­rra, con­ge­la­da en el esta­tu­to colo­nial, pues­ta en la pico­ta de la opre­sión. A la vez pre­sen­te y momi­fi­ca­da, da tes­ti­mo­nio con­tra sus miem­bros. Los defi­ne, en efec­to, sin apelación.

La momi­fi­ca­ción cul­tu­ral entra­ña una momi­fi­ca­ción del pen­sa­mien­to indi­vi­dual. La apa­tía tan uni­ver­sal­men­te seña­la­da de los pue­blos colo­nia­les no es más que la con­se­cuen­cia lógi­ca de esta ope­ra­ción. El car­go de iner­cia que se diri­ge cons­tan­te­men­te al «indí­ge­na» es el col­mo de la mala fe. Como si le fue­ra posi­ble a un hom­bre evo­lu­cio­nar en otra for­ma que en el mar­co de una cul­tu­ra que lo reco­noz­ca y que él deci­de asu­mir. Asis­ti­mos a la apa­ri­ción de orga­nis­mos arcai­cos, iner­tes, que fun­cio­nan bajo la vigi­lan­cia del opre­sor y cal­ca­dos cari­ca­tu­res­ca­men­te de ins­ti­tu­cio­nes otro­ra fecundas…

Estos orga­nis­mos tra­du­cen apa­ren­te­men­te el res­pe­to de la tra­di­ción, de las espe­ci­fi­ca­cio­nes cul­tu­ra­les, de la per­so­na­li­dad del pue­blo opri­mi­do. Este pseu­do­res­pe­to se iden­ti­fi­ca de hecho con el menos­pre­cio más con­se­cuen­te, con el sadis­mo más ela­bo­ra­do. La carac­te­rís­ti­ca de una cul­tu­ra es ser abier­ta, reco­rri­da por líneas de fuer­za espon­tá­neas, gene­ro­sas, fecun­das. La ins­ta­la­ción de «hom­bres segu­ros» encar­ga­dos de eje­cu­tar cier­tas proezas es una mis­ti­fi­ca­ción que no enga­ña a nadie. Así, los defi­nas de los cabi­las nom­bra­dos por la auto­ri­dad fran­ce­sa no son reco­no­ci­dos por los autóc­to­nos. Son dupli­ca­dos por otro dje­maa ele­gi­do demo­crá­ti­ca­men­te. Y natu­ral­men­te el segun­do dic­ta, en gran par­te, la con­duc­ta de los primeros.

La cons­tan­te afir­ma­ción de «res­pe­tar la cul­tu­ra de las pobla­cio­nes autóc­to­nas» no sig­ni­fi­ca, pues, con­si­de­rar los valo­res apor­ta­dos por la cul­tu­ra, encar­na­dos por los hom­bres. Bien pron­to se advier­te en este pro­pó­si­to una volun­tad de obje­ti­var, de enca­si­llar, de apri­sio­nar, de enquis­tar. Fra­ses tales como «yo los conoz­co», «ellos son así», tra­du­cen esta obje­ti­va­ción máxi­ma alcan­za­da. Así, tam­bién conoz­co los ges­tos, los pen­sa­mien­tos que defi­nen a sus hombres.

El exo­tis­mo es una de las for­mas de esta sim­pli­fi­ca­ción. Por con­si­guien­te, no pue­de exis­tir nin­gu­na con­fron­ta­ción cul­tu­ral. Por una par­te hay una cul­tu­ra a la que se le reco­no­cen cua­li­da­des de dina­mis­mo, de expan­sión, de pro­fun­di­dad. Una cul­tu­ra en movi­mien­to, en per­pe­tua reno­va­ción. Fren­te a ella se encuen­tran carac­te­rís­ti­cas, curio­si­da­des, cosas, jamás una estructura.

Así, en una pri­me­ra fase, el ocu­pan­te ins­ta­la su domi­nio, afir­ma masi­va­men­te su supe­rio­ri­dad. El gru­po social, suje­to mili­tar y eco­nó­mi­ca­men­te, es des­hu­ma­ni­za­do según un méto­do poli­di­men­sio­nal. Explo­ta­ción, tor­tu­ras, raz­zias, racis­mo, liqui­da­cio­nes colec­ti­vas, opre­sión racio­nal, se rele­van en dife­ren­tes nive­les para hacer del autóc­tono, lite­ral­men­te, un obje­to entre las manos de la nación ocupante.

Este hom­bre obje­to, sin medios de exis­ten­cia, sin razón de ser, es que­bran­ta­do en lo más ínti­mo de su sus­tan­cia. El deseo de vivir, de con­ti­nuar, se hace más y más inde­ci­so, más y más fan­tas­mal. En este esta­do de cosas apa­re­ce el famo­so com­ple­jo de cul­pa­bi­li­dad. Wright nos da una des­crip­ción muy deta­lla­da en sus pri­me­ras novelas.

Sin embar­go, pro­gre­si­va­men­te, la evo­lu­ción de las téc­ni­cas de pro­duc­ción, la indus­tria­li­za­ción, por otra par­te limi­ta­da, de los paí­ses sojuz­ga­dos, la exis­ten­cia más y más nece­sa­ria de cola­bo­ra­do­res, impo­nen al ocu­pan­te una nue­va acti­tud. La com­ple­ji­dad de los medios de pro­duc­ción, la evo­lu­ción de las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas que entra­ñan –de buen o mal gra­do– las ideo­lo­gías, des­equi­li­bran el sistema.

El racis­mo vul­gar en su for­ma bio­ló­gi­ca corres­pon­de al perio­do de explo­ta­ción bru­tal de los bra­zos y las pier­nas del hom­bre. La per­fec­ción de los medios de pro­duc­ción pro­vo­ca fatal­men­te el camu­fla­je de las téc­ni­cas de explo­ta­ción del hom­bre y, por con­si­guien­te, de las for­mas del racismo.

Des­de lue­go, no es en la per­sis­ten­cia de una evo­lu­ción de los espí­ri­tus don­de el racis­mo pier­de su viru­len­cia. Nin­gu­na revo­lu­ción inte­rior expli­ca esta obli­ga­ción del racis­mo de mati­zar­se, de evolucionar.

En todas par­tes los hom­bres se libe­ran atro­pe­llan­do el letar­go al que la opre­sión y el racis­mo los habían con­de­na­do. En pleno cora­zón de las «nacio­nes civi­li­za­do­ras» los tra­ba­ja­do­res des­cu­bren, final­men­te, que la explo­ta­cion del hom­bre, base de un sis­te­ma, pre­sen­ta diver­sos aspec­tos. En este esta­dio el racis­mo no osa salir sin afei­tes. Se impug­na. El racis­ta, en un núme­ro más y más gran­de de cir­cuns­tan­cias, se ocul­ta. Él, que pre­ten­día «sen­tir­las», «adi­vi­nar­las», se encuen­tra enfren­ta­do, obser­va­do, juz­ga­do. El pro­yec­to del racis­ta es enton­ces un pro­yec­to fre­cuen­ta­do por la mala con­cien­cia. La sal­va­ción no le pue­de venir más que de una unión pasio­nal como la que se encuen­tra en cier­tas psi­co­sis. Y el haber pre­ci­sa­do la semio­lo­gía de estos deli­rios pasio­na­les no es uno de los meno­res meri­tos del pro­fe­sor Baruk.

El racis­mo nun­ca es un ele­men­to agre­ga­do, des­cu­bier­to al azar de una inves­ti­ga­ción en el seno de los ele­men­tos cul­tu­ra­les de un gru­po. La cons­te­la­ción social, el con­jun­to cul­tu­ral son pro­fun­da­men­te trans­for­ma­dos por la exis­ten­cia del racis­mo. Se dice común­men­te que el racis­mo es una lla­ga de la huma­ni­dad. Pero es nece­sa­rio no satis­fa­cer­se con tal fra­se. Es nece­sa­rio bus­car incan­sa­ble­men­te las reper­cu­sio­nes del racis­mo en todos los nive­les de la socia­bi­li­dad. La impor­tan­cia del pro­ble­ma racis­ta en la lite­ra­tu­ra nor­te­ame­ri­ca­na con­tem­po­rá­nea es sig­ni­fi­ca­ti­va. El negro en el cine, el negro y el fol­klo­re, el judío y las his­to­rias para niños, el judío en la taber­na, son temas inagotables.

El racis­mo, para retor­nar en los Esta­dos Uni­dos, ator­men­ta y vicia la cul­tu­ra nor­te­ame­ri­ca­na. Y esta gan­gre­na dia­léc­ti­ca es exa­cer­ba­da por la toma de con­cien­cia y la volun­tad de lucha de millo­nes de negros y de judíos ame­na­za­dos por el racis­mo. Esta fase pasio­nal, irra­cio­nal, sin jus­ti­fi­ca­ción, pre­sen­ta para su examen un aspec­to espan­to­so. La cir­cu­la­ción de gru­pos, la libe­ra­ción, en cier­tas par­tes del mun­do, de hom­bres ante­rior­men­te infe­rio­ri­za­dos, vuel­ven más y más pre­ca­rio el equi­li­brio. En for­ma bas­tan­te ines­pe­ra­da, el gru­po racis­ta denun­cia la apa­ri­ción de un racis­mo entre los hom­bres opri­mi­dos. El «pri­mi­ti­vis­mo inte­lec­tual» del perio­do de explo­ta­ción deja lugar al «fana­tis­mo medie­val, ver­da­de­ra­men­te pre­his­tó­ri­co» del perio­do de liberación.

En un momen­to deter­mi­na­do se pudo creer en la des­apa­ri­ción del racis­mo. Esta impre­sión eufó­ri­ca, irreal, era sim­ple­men­te con­se­cuen­cia de la evo­lu­ción de las for­mas de explo­ta­ción. Los psi­có­lo­gos hablan enton­ces de un pre­jui­cio vuel­to incons­cien­te. La ver­dad es que el rigor del sis­te­ma vuel­ve super­flua la afir­ma­ción coti­dia­na de una superioridad.

La nece­si­dad de hacer un lla­ma­do a gra­dos diver­sos de adhe­sión, a la cola­bo­ra­ción del autóc­tono, cam­bia las rela­cio­nes en un sen­ti­do menos bru­tal, más mati­za­do, mas «cul­ti­va­do». Por otra par­te, no es raro ver apa­re­cer en ese esta­dio una ideo­lo­gía «demo­crá­ti­ca y huma­na». La empre­sa comer­cial de ser­vi­dum­bre, de des­truc­ción cul­tu­ral cede el paso, pro­gre­si­va­men­te, a una mis­ti­fi­ca­ción verbal.

El inte­rés de esta evo­lu­ción está en que el racis­mo es toma­do como tema de medi­ta­ción, a veces aun como téc­ni­ca publi­ci­ta­ria. Así es como el blues «lamen­to de escla­vos negros» es pre­sen­ta­do a la admi­ra­ción de los opre­so­res. Es un poco de opre­sión esti­li­za­da que retor­na al explo­ta­dor y al racis­ta. Sin opre­sión y sin racis­mo no hay blues. El fin del racis­mo toca­rá a muer­tos la gran músi­ca negra.

Como diría el dema­sia­do cele­bre Toyn­bee, el blues es una res­pues­ta del escla­vo al reto de la opre­sión. En la actua­li­dad, toda­vía, para muchos hom­bres, aun para los de color, la músi­ca de Arms­trong no tie­ne ver­da­de­ro sen­ti­do más que en esta pers­pec­ti­va. El racis­mo infla y des­fi­gu­ra el aspec­to de la cul­tu­ra que lo prac­ti­ca. La lite­ra­tu­ra, las artes plás­ti­cas, las can­cio­nes para modis­ti­llas, los pro­ver­bios, las cos­tum­bres, las pau­tas, va sea que se pro­pon­gan seguir el pro­ce­so o vul­ga­ri­zar­lo, res­ti­tu­yen el racis­mo. Es decir, un gru­po social, un pais, una civi­li­za­ción, no pue­den ser racis­tas inconscientemente.

Lo afir­ma­mos una vez más, el racis­mo no es un des­cu­bri­mien­to acci­den­tal. No es un ele­men­to ocul­to, disi­mu­la­do. No exi­ge esfuer­zos sobre­hu­ma­nos para evi­den­ciar­lo. El racis­mo sal­ta a la vis­ta por­que está, pre­ci­sa­men­te, en un con­jun­to carac­te­rís­ti­co: el de la explo­ta­ción des­ver­gon­za­da de un gru­po de hom­bres por otro que ha lle­ga­do a un esta­dio de desa­rro­llo téc­ni­co supe­rior. Debi­do a esto la opre­sión mili­tar y eco­nó­mi­ca pre­ce­de la mayor par­te del tiem­po, hace posi­ble, legi­ti­ma, al racismo.

Debe ser aban­do­na­do el hábi­to de con­si­de­rar al racis­mo como una dis­po­si­ción del espí­ri­tu, como una tara psi­co­ló­gi­ca. Pero el hom­bre arrin­co­na­do por este racis­mo, el gru­po social some­ti­do, explo­ta­do, desus­tan­cia­li­za­do, ¿cómo se com­por­tan?, ¿cuá­les son sus meca­nis­mos de defen­sa?, ¿qué acti­tu­des des­cu­bri­mos aquí?

En una pri­me­ra fase se ha vis­to al ocu­pan­te legi­ti­mar su domi­na­ción con argu­men­tos cien­tí­fi­cos y a la «raza infe­rior»» negar­se como raza. Ya que nin­gu­na otra solu­ción le es per­mi­ti­da, el gru­po social racia­li­za­do ensa­ya imi­tar al opre­sor y a tra­vés de ello des-racia­li­zar­se. La «raza infe­rior» se nie­ga como raza dife­ren­te. Com­par­te con la «raza supe­rior» las con­vic­cio­nes, doc­tri­nas y otros con­si­de­ran­dos que le conciernen.

Al asis­tir a la liqui­da­ción de sus sis­te­mas de refe­ren­cia en el derrum­be de sus esque­mas cul­tu­ra­les, no le que­da al autóc­tono más que reco­no­cer con el ocu­pan­te que «Dios no está de su lado». El opre­sor, por el carác­ter glo­bal y tre­men­do de su auto­ri­dad, lle­ga a impo­ner al autóc­tono nue­vas mane­ras de ver, sin­gu­lar­men­te un jui­cio peyo­ra­ti­vo en cuan­to a sus for­mas ori­gi­na­les de existir.

Este acon­te­ci­mien­to lla­ma­do común­men­te ena­je­na­ción es des­de lue­go muy impor­tan­te. Se le encuen­tra en los tex­tos ofi­cia­les bajo el nom­bre de asi­mi­la­ción. Pero nun­ca se logra total­men­te esta ena­je­na­ción. Sea por­que el opre­sor cuan­ti­ta­ti­va y cua­li­ta­ti­va­men­te limi­ta la evo­lu­ción, cier­tos fenó­me­nos impre­vis­tos, hete­ró­cli­tos, hacen su aparición.

El gru­po infe­rio­ri­za­do había admi­ti­do, sien­do impla­ca­ble la fuer­za del razo­na­mien­to, que su des­ven­tu­ra pro­ce­día direc­ta­men­te de esas carac­te­rís­ti­cas racia­les y cul­tu­ra­les. Cul­pa­bi­li­dad e infe­rio­ri­dad son las con­se­cuen­cias habi­tua­les de esta dia­léc­ti­ca. Un fenó­meno poco estu­dia­do apa­re­ce algu­na vez en este esta­dio. Inte­lec­tua­les, inves­ti­ga­do­res, del gru­po domi­nan­te, estu­dian «cien­tí­fi­ca­men­te» la socie­dad domi­na­da, su esté­ti­ca, su uni­ver­so éti­co. En las uni­ver­si­da­des, los raros inte­lec­tua­les colo­ni­za­dos ven reve­la­do su sis­te­ma cultural.

Lle­ga un momen­to en que has­ta los sabios de los paí­ses colo­ni­za­do­res se entu­sias­man por este o por aquel ras­go espe­ci­fi­co. Los con­cep­tos de pure­za, inge­nui­dad, ino­cen­cia, apa­re­cen. Aquí debe redo­blar­se la vigi­lan­cia del inte­lec­tual indí­ge­na. El opri­mi­do inten­ta, enton­ces, esca­par, por una par­te, pro­cla­man­do su adhe­sión total e incon­di­cio­nal a los nue­vos mode­los cul­tu­ra­les, por otra par­te, pro­nun­cian­do una con­de­na­ción irre­ver­si­ble de su esti­lo cul­tu­ral propio.

Sin embar­go, la nece­si­dad del opre­sor, en un momen­to dado, de disi­mu­lar las for­mas de explo­ta­ción, no entra­ña su des­apa­ri­ción. Las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas más ela­bo­ra­das, menos gro­se­ras, exi­gen un reves­ti­mien­to coti­diano, pero la ena­je­na­ción a este nivel sigue sien­do espantosa.

Habien­do juz­ga­do, con­de­na­do, aban­do­na­do sus for­mas cul­tu­ra­les, su len­gua, su ali­men­ta­ción, sus cos­tum­bres sexua­les, su mane­ra de sen­tar­se, de des­can­sar, de reír, de diver­tir­se, el opri­mi­do, con la ener­gía y la tena­ci­dad del náu­fra­go, se arro­ja sobre la cul­tu­ra impues­ta. Al desa­rro­llar sus cono­ci­mien­tos téc­ni­cos con el con­tac­to con máqui­nas más y más per­fec­cio­na­das, al entrar en el cir­cui­to diná­mi­co de la pro­duc­ción indus­trial, al encon­trar hom­bres de regio­nes ale­ja­das en el mar­co de la con­cen­tra­ción de capi­ta­les y de luga­res de tra­ba­jo, al des­cu­brir la cade­na, el equi­po, el «tiem­po» de pro­duc­ción, es decir, el ren­di­mien­to por hora, el opri­mi­do da valor de escán­da­lo a la acti­tud para con el del racis­mo y del menosprecio.

A este nivel se con­vier­te el racis­mo en una his­to­ria de per­so­nas. «Hay algu­nos racis­tas inco­rre­gi­bles pero reco­no­ced que en con­jun­to la gen­te los ama…» Con el tiem­po, todo esto des­apa­re­ce­rá. Este país es el menos racis­ta. Exis­te en la ONU una comi­sión encar­ga­da de luchar con­tra el racis­mo. Pelí­cu­las cine­ma­to­grá­fi­cas sobre el racis­mo, poe­mas sobre el racis­mo, men­sa­jes sobre el racis­mo… Las con­de­na­cio­nes espec­ta­cu­la­res e inú­ti­les del racis­mo. La reali­dad es que un país colo­nial es un país racista.

Si en Ingla­te­rra, en Bél­gi­ca o en Fran­cia, a des­pe­cho de los prin­ci­pios demo­crá­ti­cos afir­ma­dos por estas nacio­nes, hay aun racis­tas, son estos racis­tas los que, con­tra el con­jun­to del país, tie­nen razón. Lógi­ca­men­te no es posi­ble some­ter a la ser­vi­dum­bre a los hom­bres sin inte­rio­ri­zar­los par­te por par­te. Y el racis­mo no es más que la expli­ca­ción emo­cio­nal, afec­ti­va, algu­nas veces inte­lec­tual, de esta interiorización.

El racis­ta, pues, es nor­mal en una cul­tu­ra con racis­mo. La ade­cua­ción de las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas y de la ideo­lo­gía que com­por­tan es per­fec­ta. Es ver­dad que la idea que nos for­ma­mos del hom­bre nun­ca depen­de total­men­te de las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas, es decir, no olvi­de­mos que las rela­cio­nes exis­ten his­tó­ri­ca y geo­grá­fi­ca­men­te entre los hom­bres y los gru­pos. Cada vez más miem­bros per­te­ne­cien­tes a socie­da­des racis­tas toman posi­ción. Ponen su vida al ser­vi­cio de un mun­do en el cual el racis­mo sería impo­si­ble. Pero este retro­ce­so, esta abs­trac­ción, este com­pro­mi­so solem­ne no están al alcan­ce de todos.

No se pue­de exi­gir sin menos­ca­bo que un hom­bre esté con­tra los «pre­jui­cios de su gru­po». Así pues, digá­mos­lo nue­va­men­te, todo gru­po colo­nia­lis­ta es racis­ta. A la vez acul­tu­ra­do y decul­tu­ra­do, el opri­mi­do sigue obs­ti­nán­do­se con­tra el racis­mo. Encuen­tra iló­gi­ca esta secue­la e inex­pli­ca­ble cuan­to le ha ocu­rri­do, sin moti­vo, inexac­to. Sus cono­ci­mien­tos, la apro­pia­ción de téc­ni­cas pre­ci­sas y com­pli­ca­das –algu­nas veces su supe­rio­ri­dad inte­lec­tual con­si­guió la aten­ción de un gran núme­ro de racis­tas– lo lle­va­ron a cali­fi­car el mun­do racis­ta de pasio­nal. Se per­ci­be que la atmós­fe­ra racis­ta impreg­na todos los ele­men­tos de la vida social. El sen­ti­mien­to de una injus­ti­cia ago­bian­te es enton­ces muy vivo. Olvi­dan­do el racis­mo-con­se­cuen­cia se encar­ni­za con el racis­mo-cau­sa. Se empren­den cam­pa­ñas de des­in­to­xi­ca­ción. Se hace un lla­ma­do al sen­ti­do de lo humano, al amor, al res­pe­to de los valo­res supremos…

De hecho, el racis­mo obe­de­ce a una lógi­ca sin falle. Un país que vive saca su sus­tan­cia de la explo­ta­ción de pue­blos dife­ren­tes, infe­rio­ri­za a esos pue­blos. El racis­mo apli­ca­do a estos pue­blos es nor­mal. El racis­mo no es, pues, una cons­tan­te del espí­ri­tu humano. Es, noso­tros lo hemos vis­to, una dis­po­si­ción ins­cri­ta en un sis­te­ma deter­mi­na­do. Y el racis­mo judío no es dife­ren­te del racis­mo negro. Una socie­dad es racis­ta, o no lo es. No exis­ten gra­dos de racis­mo. No es nece­sa­rio decir que tal pais es racis­ta pero que en él no se rea­li­zan lin­cha­mien­tos ni exis­ten cam­pos de exter­mi­nio. La ver­dad es que todo esto y algo más exis­ten en el hori­zon­te. Estas vir­tua­li­da­des, estas fuer­zas laten­tes cir­cu­lan diná­mi­cas, valua­das en la vida de las rela­cio­nes psi­co­afec­ti­vas, económicas…

Al des­cu­brir la inuti­li­dad de su ena­je­na­ción, la pro­fun­di­za­ción de su des­po­jo, el infe­rio­ri­za­do, des­pués de esta fase de acul­tu­ra­ción, de extra­ña­mien­to, encuen­tra sus posi­cio­nes ori­gi­na­les. El infe­rio­ri­za­do se ata con pasión a esta cul­tu­ra aban­do­na­da, sepa­ra­da, recha­za­da, menos­pre­cia­da. Exis­te una muy cla­ra pro­me­sa ilu­so­ria que apa­ren­ta psi­co­ló­gi­ca­men­te el deseo de hacer­se perdonar.

Pero detrás de este aná­li­sis sim­pli­fi­car­te hay en el infe­rio­ri­za­do la intui­ción de una ver­dad espon­tá­nea­men­te apa­re­ci­da. Esta his­to­ria psi­co­ló­gi­ca desem­bo­ca en la his­to­ria y en la ver­dad. Al encon­trar un esti­lo antes des­va­lo­ri­za­do, el infe­rio­ri­za­do asis­te a una cul­tu­ra de la cul­tu­ra. Tal cari­ca­tu­ra de la exis­ten­cia cul­tu­ral sig­ni­fi­ca­ría, si fue­ra nece­sa­rio, que la cul­tu­ra se viva, pero que no se frac­cio­ne. No se pue­de estu­diar una par­te y pre­ten­der que se cono­ce el todo.

Mien­tras tan­to, el opri­mi­do se exta­sía con cada redes­cu­bri­mien­to. El mara­vi­llar­se es per­ma­nen­te. Anta­ño emi­gra­do de su cul­tu­ra, el autóc­tono la explo­ra hoy con arre­ba­to. Se tra­ta, pues, de espon­sa­les con­ti­nuos. El anti­guo infe­rio­ri­za­do está en esta­do de gra­cia. Pero no se sufre impu­ne­men­te una domi­na­ción. La cul­tu­ra del pue­blo some­ti­do esta escle­ro­sa­da, ago­ni­zan­te. No le cir­cu­la nin­gu­na vida. Más pre­ci­sa­men­te, la úni­ca vida exis­ten­te esta disi­mu­la­da. La pobla­ción que nor­mal­men­te asu­me aquí y allá algu­nos tro­zos de vida, que man­tie­nen sig­ni­fi­ca­ti­vas diná­mi­cas en las ins­ti­tu­cio­nes, es una pobla­ción anó­ni­ma. En el régi­men colo­nial son los tradicionalistas.

El anti­guo emi­gra­do, por la súbi­ta ambi­güe­dad de su com­por­ta­mien­to, intro­du­ce el escán­da­lo. Al ano­ni­ma­to del tra­di­cio­na­lis­ta opo­ne un exhi­bi­cio­nis­mo vehe­men­te y agre­si­vo. Esta­do de gra­cia y agre­si­vi­dad son dos cons­tan­tes que vol­ve­mos a encon­trar en este esta­dio. La agre­si­vi­dad era el meca­nis­mo pasio­nal que per­mi­tía esca­par a la mor­de­du­ra de la para­do­ja. Pues­to que el anti­guo emi­gra­do posee téc­ni­cas pre­ci­sas y su nivel de acción se sitúa en el mar­co de rela­cio­nes ya com­ple­jas, estos encuen­tros revis­ten un aspec­to irra­cio­nal. Exis­te un foso, una sepa­ra­ción entre el desa­rro­llo inte­lec­tual, la apro­pia­cion téc­ni­ca, las moda­li­da­des de pen­sa­mien­to y de lógi­ca, alta­men­te dife­ren­cia­dos, y una base emo­cio­nal «sim­ple, pura», etcétera.

Reen­con­tran­do la tra­di­ción, la que vive como meca­nis­mo de defen­sa, como sím­bo­lo de pure­za, como sal­va­ción, el decul­tu­ra­do deja la impre­sión de que la media­ción se ven­ga sus­tan­cia­li­zán­do­se. Este reflu­jo de posi­cio­nes arcai­cas sin rela­ción con el desa­rro­llo téc­ni­co es para­dó­ji­co. Las ins­ti­tu­cio­nes valo­ri­za­das de este modo no corres­pon­den a los méto­dos ela­bo­ra­dos de acción ya adquiridos.

La cul­tu­ra encas­qui­lla­da, vege­ta­ti­va, a par­tir de la domi­na­ción extran­je­ra, es reva­lo­ri­za­da. No es nue­va­men­te pen­sa­da, toma­da otra vez, hecha diná­mi­ca en su inte­rior. Es gri­ta­da. Y esta reva­lo­ri­za­ción súbi­ta, no estruc­tu­ra­da, ver­bal, reco­bra acti­tu­des para­dó­ji­cas. En ese momen­to se hace men­ción del carác­ter inco­rre­gi­ble del infe­rio­ri­za­do. Los médi­cos ára­bes duer­men en tie­rra, escu­pen sin impor­tar­les don­de… Los inte­lec­tua­les negros con­sul­tan al bru­jo antes de tomar cual­quier deci­sión, etcétera.

Los inte­lec­tua­les «cola­bo­ra­do­res» tra­tan de jus­ti­fi­car su nue­va acti­tud. Las cos­tum­bres, tra­di­cio­nes, creen­cias, anta­ño nega­das y pasa­das en silen­cio, aho­ra son vio­len­ta­men­te valo­ri­za­das y afirmadas.

La tra­di­ción ya no es iro­ni­za­da por el gru­po. El gru­po no huye más. Se reen­cuen­tra el sen­ti­do del pasa­do, el cul­to de los ante­pa­sa­dos. El pasa­do, de aquí en ade­lan­te una cons­te­la­ción de valo­res, se iden­ti­fi­ca con la ver­dad. Este redes­cu­bri­mien­to, esta valo­ri­za­ción abso­lu­ta de un modo de ser casi irreal, obje­ti­va­men­te inde­fen­di­ble, revis­te una impor­tan­cia sub­je­ti­va incom­pa­ra­ble. Al salir de aque­llos espon­sa­les apa­sio­na­dos, el autóc­tono habrá deci­di­do, con «cono­ci­mien­to de cau­sa», luchar con­tra todas las for­mas de explo­ta­ción y de ena­je­na­ción del hombre.

Por el con­tra­rio, el ocu­pan­te duran­te esta épo­ca mul­ti­pli­ca las lla­ma­das a la asi­mi­la­ción y a la inte­gra­ción, a la comu­ni­dad. El encuen­tro cuer­po a cuer­po del indí­ge­na con su cul­tu­ra es una ope­ra­ción dema­sia­do solem­ne, dema­sia­do abrup­ta, para tole­rar cual­quier falla. Nin­gún neo­lo­gis­mo pue­de enmas­ca­rar la nue­va evi­den­cia: el sumer­gir­se en la inmen­si­dad del pasa­do es con­di­ción y fuen­te de la libertad.

El fin lógi­co de esta volun­tad de lucha es la libe­ra­ción total del terri­to­rio nacio­nal. Con el pro­pó­si­to de rea­li­zar esta libe­ra­ción, el infe­rio­ri­za­do pone en jue­go todos sus recur­sos, todas sus adqui­si­cio­nes, las vie­jas y las nue­vas, las suyas y las del ocu­pan­te. La lucha es total de gol­pe, abso­lu­ta. Pero, enton­ces, casi no se ve apa­re­cer el racis­mo. En el momen­to de impo­ner su domi­na­ción, para jus­ti­fi­car la escla­vi­tud, el opre­sor había ape­la­do a argu­men­ta­cio­nes cien­tí­fi­cas. Aquí no hay nada semejante.

Un pue­blo que empren­de una lucha de libe­ra­ción, rara vez legi­ti­ma el racis­mo. Ni en el cur­so de perio­dos agu­dos de lucha arma­da de insu­rrec­ción, se asis­te a la toma en masa de jus­ti­fi­ca­cio­nes bio­ló­gi­cas. La lucha del infe­rio­ri­za­do se sitúa en un nivel indu­da­ble­men­te más humano. Las pers­pec­ti­vas son radi­cal­men­te nue­vas. Es, la opo­si­ción clá­si­ca, des­de ese momen­to, de las luchas de con­quis­ta y de liberación.

En el cur­so de la lucha, la nación domi­na­do­ra tra­ta de reno­var argu­men­tos racis­tas, pero la ela­bo­ra­ción del racis­mo se hace más y más inefi­caz. Se habla de fana­tis­mo, de acti­tu­des pri­mi­ti­vas ante la muer­te, pero una vez más el meca­nis­mo ya soca­va­do no res­pon­de. Los anti­guos inmó­vi­les, las debi­li­da­des cons­ti­tu­cio­na­les, los mie­do­sos, los infe­rio­ri­za­dos de siem­pre se apun­ta­lan y se levan­tan eri­za­dos. El ocu­pan­te no comprende.

El fin del racis­mo comien­za con una repen­ti­na incom­pren­sión. La cul­tu­ra espas­mó­di­ca y rígi­da del ocu­pan­te, libe­ra­da, se abre al fin a la cul­tu­ra del pue­blo vuel­to real­men­te fra­terno. Las dos cul­tu­ras pue­den con­fron­tar­se, enri­que­cer­se. En con­clu­sión, la uni­ver­sa­li­dad resi­de en esta deci­sión de dar­se cuen­ta del rela­ti­vis­mo recí­pro­co de las cul­tu­ras dife­ren­tes una vez que se ha exclui­do irre­ver­si­ble­men­te el esta­tu­to colonial.

Tex­to de la inter­ven­ción de Frantz Fanon en el Pri­mer Con­gre­so de Escri­to­res y Artis­tas Negros, desa­rro­lla­do en París en sep­tiem­bre de 1956. Ini­cial­men­te fue publi­ca­da en un núme­ro espe­cial de la revis­ta Pre­sen­ce Afri­cai­ne (junio-noviem­bre de 1956). Toma­da de Por la revo­lu­ción afri­ca­na. Escri­tos polí­ti­cos, publi­ca­do en Méxi­co por el Fon­do de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca (1965). La repro­duc­ción de la obra de Fanon se rea­li­za con dere­cho otor­ga­do por Édi­tions La Décoverte.

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