En esta tierra existe aquello que merece vida.
Frantz Fanon nació en la isla caribeña de Martinica el 25 de julio de 1925. Murió de leucemia en los Estados Unidos el 6 de diciembre de 1961. Tenía 36 años. A esa edad había sido protagonista de dos guerras, militante político en el Caribe, Europa y África del Norte, dramaturgo, psiquiatra en ejercicio, autor de numerosos artículos en revistas científicas, profesor, diplomático, periodista, director de un periódico anticolonial, autor de tres libros y un importante panafricanista e internacionalista.
Como Ernesto «Che» Guevara —otro revolucionario que valoró la poética y fue un internacionalista comprometido, médico, soldado, profesor y teórico— la vida de Fanon estuvo marcada por un movimiento permanente, militante y valiente hacia el presente, y hacia la especificidad de las situaciones en las que se encontraba.
El pensamiento de Fanon lleva, en la frase memorable de Ato Sekyi-Otu, «una irreprimible apertura hacia lo universal». En el ámbito de lo político, como en el poético, la ruta más verdadera hacia lo universal ha sido siempre a través de un intenso compromiso con lo particular en sus manifestaciones concretas en el tiempo y el espacio: este pedazo de tierra ocupado en los intersticios de esta ciudad, estas mujeres reconstruyendo en las ruinas del último ataque, el plástico quemándose en este brasero mientras la noche avanza, estos hombres saliendo de las sombras con estas armas.
«La valentía», escribe Alan Badiou, «es una virtud local. Es parte de la moralidad del lugar». Ese es el terreno en el que fundamentan su intelecto los pensadores radicales que producen trabajos que mantienen una capacidad de ilustración e inspiración a través del tiempo y el espacio. Puede ser un terreno peligroso. Para el militante, el precio por la posibilidad de que —en palabras de Fanon escritas en Francia en 1952— «dos o tres verdades lancen sobre el mundo su claridad esencial» puede ser «afrontar el riesgo de la aniquilación».
Para el intelectual radical, la confrontación con lo particular puede requerir a veces trabajo en solitario, como en algunas formas de escritura en la cárcel. Pero el principal fundamento de la razón militante es, en palabras de Karl Marx, «la participación en política y, por lo tanto, en las luchas reales». Y la emancipación —el comunismo en palabras de Marx— es «el movimiento real que suprime el estado actual de las cosas» y no «un ideal al que la realidad [tendrá] que ajustarse».
Para Marx, el mundo solo será moldeado por las ideas más valiosas del esfuerzo filosófico cuando la propia filosofía se haga mundana a través de la participación en la lucha. Cedric Robinson habla de este imperativo cuando escribe que para «cimentar el dolor en el propósito, la experiencia en la expectativa, la conciencia en la acción colectiva», es necesario asegurarse de que «la práctica de la teoría esté informada por la lucha».
Para Fanon, el desarrollo de la razón radical, es decir, la razón emancipatoria, ciertamente incluye la conversación con la filosofía tal como la define Paulin Hountondji: «no un sistema, sino una historia». Sin embargo, el plano del devenir en el que este trabajo se constituye es —no muy diferente de la filosofía de la praxis de Antonio Gramsci— el de la lucha, de las luchas de los condenados de la tierra. Fanon es, en términos de Gramsci, un filósofo democrático. «Este filósofo», escribe Peter Thomas, «ya no se define más en términos de separación de “la vida del pueblo”, sino como un elemento expresivo de esa vida que pretende cultivar, aumentando su capacidad para las relaciones activas de conocimiento y práctica».
Desde su muerte a finales de 1961, el pensamiento de Fanon ha tenido una vida extraordinaria, que va desde la vorágine de la revolución argelina hasta la cárcel estadounidense, el suburbio francés, la favela brasileña y mucho más allá. Expresada a veces a través de una poética potente y siempre enraizada en un humanismo radical —una afirmación inmediata, universal y militante de la igualdad y del valor de la vida humana — , su visión política se opone decididamente a la lógica maniquea del colonialismo. El maniqueísmo es un concepto central en el pensamiento de Fanon. El término viene de una religión fundada por Mani, conocido por sus seguidores en Babilonia en el siglo III como el «Apóstol de la Luz». Mani entretejió un conjunto de religiones diversas en una sola nueva fe que proponía el dualismo absoluto entre el bien y el mal, representados, en términos simbólicos, por la luz y la oscuridad. Traído al discurso contemporáneo como metáfora, el maniqueísmo habla de una división absoluta entre todas las cosas claras y buenas (y lo verdadero, lo bello, lo limpio, lo sano, lo próspero, etc.), y todas las cosas oscuras y malvadas (y lo falso, lo feo, lo sucio, lo enfermo, lo empobrecido, etc.). Es una actitud inherentemente paranoica hacia el mundo.
El pensamiento de Fanon está marcado por un compromiso axiomático con un igualitarismo inmediato y radical, incluyendo el reconocimiento de la capacidad universal de raciocinio. Está moldeado, en su estructura profunda, por un sentido profundamente dialéctico de la capacidad del ser humano para estar en movimiento. Su pensamiento, tomado en su conjunto, no se aparta de lo que Aimé Césaire, el extraordinario poeta surrealista, describió como la obligación de «ver claro y pensar claro, entender atrevidamente».
La liberación debe, insiste Fanon, «devolver la dignidad a cada ciudadano, poblar los cerebros, llenar los ojos de cosas humanas, desarrollar un panorama humano, habitado por hombres conscientes y soberanos». Para Fanon, la restauración de la dignidad no es una cuestión de retorno. El camino hacia lo que, en una carta escrita al intelectual iraní Ali Shariati en el último año de su vida, llamó «ese destino donde la humanidad vive bien» se lleva a cabo a través de un proceso constante de conversión y ampliación de la esfera de la razón democrática. Como señala Lewis Gordon, para Fanon la legitimidad no es cuestión de ofrecer pruebas de autenticidad racial o cultural, sino que «surge de la participación activa en las luchas por la transformación social y en la construcción de instituciones e ideas que nutren y liberan a los antiguos colonizados».
Para el intelectual con formación universitaria, Fanon plantea una demanda simple, pero que mantiene su carga radical casi 60 años después: ir más allá del orden ontológico y espacial de la opresión y comprometerse con una forma de praxis insurgente y democrática en la que «una corriente de edificación y enriquecimiento recíproco» se desarrolla entre protagonistas de ubicaciones sociales diferentes.