Nota: este texto ha sido redactado después de la charla-debate habida en el gaztetxe de Zizurkil el pasado domingo 9 de febrero sobre geopolítica. Se decidió hacer un segundo debate estudiando la situación mundial desde y para una estrategia comunista.
La pregunta sobre qué diferencia hay entre a la geopolítica al uso y la estrategia comunista, me vino inmediatamente a la cabeza al conocer la propuesta del gaztetxe de Zizurkil para un debate sobre el contenido de una sola palabra: «geopolítica», nada más, pero nada menos. La primera parte de la respuesta me surgió al instante: como siempre en la vida, cuando debemos enfrentarnos a problemas que desbordan la obediencia mental que nos han inculcado, nuestra ignorancia y nuestro miedo a la libertad nos lleva a utilizar sin crítica alguna los conceptos y la terminología del poder, su lenguaje y hasta sus gestos, sus mapas mentales, su carga política y la ideología contrarrevolucionaria que les cohesiona internamente. Si carecemos de una visión revolucionaria de la realidad, inevitablemente caemos en estos cepos mentales y prácticos de los que es muy difícil salir. Una de las razones de esa dificultad radica en que la patología de la sumisión tiene efectos paralizantes.
La libertad exige la teoría y viceversa, y ambas al unísono exigen, conllevan y desarrollan la acción de organizarse políticamente contra la propiedad privada de las fuerzas productivas, siendo la especie humana y en concreto la mujer la fundamental fuerza productiva privatizada por la clase dominante. A grandes rasgos, podemos decir que esto es lo que enfrenta a la geopolítica con la estrategia comunista. En efecto, malvivimos en una crisis estructural, sistémica, que mina al capitalismo en su conjunto, aquí en Zizurkil y allí, en las barriadas populosas de Nueva Delhi en la que se agitan todas las explotaciones bajo un régimen cada vez más dictatorial, también en los pueblos bolivianos bajo la dictadura o en las barriadas yanquis empobrecidas. En la India se cuece una rebelión masiva sustentada en huelgas de decenas de millones de explotadas y explotados que puede dar el salto a una revolución. ¿Qué tiene que ver la India con Zizurkil, por ejemplo?
¿Qué relación existe entre la reciente Huelga General U-30 con la heroica lucha chilena, con la resistencia latente y siempre preparada para salir a la superficie de los mineros sudafricanos y de las mujeres centroafricanas que aguantan sobre ellas todo el inhumano saqueo imperialista, o con el notorio aumento de la lucha de clases en Estados Unidos? ¿Qué puede unir el amplio movimiento de protesta contra el deslizamiento de miles de toneladas de tierras contaminadas con amianto y otros venenos en Zaldibar, matando a dos trabajadores, con otros idénticos en todo el mundo y con el creciente rechazo de los pueblos empobrecidos para ser los basureros de Occidente padeciendo la contaminación de masas inconmensurables de agentes nocivos, venenosos? ¿Qué puede conectar la persecución de la lengua y cultura vasca con el hecho de que un tercio de las películas que se venden en el mundo pertenecen a la Factoría Disney? Y por no alargarnos, ¿puede existir alguna relación entre lo que nos dicen del coronavirus, el deterioro de la sanidad pública en Euskal Herria y su impacto en el envejecido capitalismo mundial?
A simple vista estos interrogantes no tienen nada o muy poco que ver con la geopolítica porque, según se cree, esta se dedica al análisis de las interacciones entre los Estados y a lo sumo a los intereses de las grandes corporaciones transnacionales, teniendo en cuenta el marco geográfico en el que cooperan o chocan con más o menos virulencia las necesidades de tales poderes. Pero cuando rascamos las apariencias vemos que hay fuerzas más profundas, contradicciones sociales que laten o rugen: las clases y pueblos explotados que se enfrentan a esos poderes, las alianzas claudicantes y colaboracionistas de sus burguesías con los poderes extranjeros, etc. Llegados a este subsuelo tal vez veamos lo que algunos estudios de geopolítica han concretado tanto, pero suelen ser pocos, de corrientes minoritarias sin apenas aparición en la industria político-mediática, llamada «prensa».
Pero no los encontraremos una vez que hayamos descendido a los hornos, a las calderas en las que la explotación vivifica al capitalismo, donde la producción/reproducción del capital encuentra su felicidad y su ética en la vajilla de oro del dolor humano: aquí, en la unidad y lucha de contrarios inconciliables, solamente el marxismo puede ayudarnos porque nos guiará por la inacabable polifonía de injusticias y resistencia hasta enseñarnos que la red de nudos rojos que tienden a interactuar pueden confluir en la estrategia de tomar el cielo por asalto. En 2011, año al que volveremos por su significado, el colectivo internacionalista Askapena organizó un debate sobre el caos aparente del mundo, queriendo eludir las limitaciones de la geopolítica que ya para entonces había vuelto a la escena mediática. Una de las ponencias (El marxismo como teoría-matriz, 17 de mayo de 2011, a disposición en la red) defendía la necesidad de una teoría capaz de integrar en un todo –«la verdad es el todo», dijo alguien– la desbordante diversidad de luchas concretas contra opresiones concretas tal cual se daban entonces.
Hablando sobre lógica dialéctica en un tiempo en el que la casta intelectual académica y reformista volvía a certificar la enésima muerte de Hegel y de Marx, H. Lefebvre dijo: «si lo real es móvil, que nuestro pensamiento sea móvil; si lo real es contradictorio, que nuestro pensamiento sea consciente de la contradicción». Ha transcurrido casi una década desde la publicación de El marxismo como teoría-matriz, que aquí ofertamos en el altar de la crítica para avanzar en la consciencia de las contradicciones utilizando la geopolítica como el chivo del sacrificio. Lo haremos en dos partes, como quedamos en el debate: en esta primera veremos qué se esconde tras este término de moda, y en la segunda estudiaremos las formas actuales de las contradicciones del imperialismo según lo que entendemos por teoría-matriz.