Pero el gran cambio empieza a producirse en el siglo XVI cuando la burguesía comercial va adquiriendo el poder suficiente para forzar al Estado a invertir crecientes sumas en la exploración geográfica y en la medición más exacta de la latitud y la longitud, en la precisión del tiempo, en la tecnología militar, etc., en suma en las ciencias que ahorran tiempo y energía. Se trata de un avance lento, entrecortado y con estancamientos y retrocesos, pero es un desarrollo ascendente unido al avance de las matemáticas, la geometría… y a la creación algo posterior de las academias de ciencias. La dictadura del valor, del valor de cambio, del trabajo abstracto y del tiempo se expande en la medida en que con ella aumentan los medios dedicados a la geoestrategia y la geopolítica porque, por ejemplo, las cartas de navegación eran un secreto de Estado más importante que la tecnología de la imprenta. Pero desde finales del siglo XVIII a la exploración de los mares se le empiezan a unir la del interior de los continentes. Desde comienzos del siglo XIX exploradores, geógrafos, sacerdotes, comerciantes, militares, maleantes y convictos… todos adoradores del oro: la peste blanca avanzaba por el interior de continentes hasta entonces inaccesibles por sus enfermedades. Para la década de 1830 el uso combinado de quinina, buena nutrición e higiene redujo la mortandad de los invasores infectos del 35% al 5%. Vapor, quinina, Biblia, armas de repetición y criminales en serie, eran sucesores de los genocidas de las cruzadas medievales y de los «descubrimientos» desde finales del siglo XV.
El derecho de conquista se justifica en las diversas éticas cristianas, sobre todo las que derivan del protestantismo desde los siglos XVI y XVII en adelante: en lo que ahora es Estados Unidos el puritanismo de los primeros invasores ya justificaba la guerra contra los pueblos nativos por indolentes y perezosos que no trabajaban los recursos dados por dios contraviniendo así el mandato divino de crecer, multiplicaos y dominad la tierra. Un anuncio de lo que sería desde mediados del siglo XIX la tesis del «destino manifiesto» ya fue expuesta en la década de 1630 por un influyente ministro puritano.
Más concretamente, podemos denominar como primera forma del Lebensraum o «espacio vital», a la doctrina Monroe de 1823 según la cual el Caribe, Centroamérica y América Latina son propiedad de Estados Unidos. Por el contrario, probablemente la primera plasmación real de la geopolítica desde una perspectiva liberadora, es decir, de geoestrategia emancipadora, intentó ser el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 mediante el cual Bolívar proyectaba avanzar en la coordinación de Nuestramérica para mantener su libertad frente a Estados Unidos. La industrialización desatada ya para entonces multiplica las funciones del Estado, entre ellas la de enviar exploradores por medio mundo, comerciantes por el resto, y la de reclamar como propios o como protectorados lejanos territorios; también la de espiar para acceder a la mejor tecnología, como se aprecia en los esfuerzos de Prusia para copiar las mejores máquinas de vapor inglesas.
En la década de 1830 el imperialismo francés intervino con una sofisticada geopolítica contra la nación argelina, en la que todo valía para sobornar y cooptar a las clases dirigentes, como la de entregarles armas con la que luego los argelinos se defenderían matando franceses. Al final, Francia pactó con Gran Bretaña para que no ayudase a Argelia y lanzó una ofensiva brutal desde 1840 que será ferozmente criticada por Rosa Luxemburg en 1913. Mientras que los anglicanos ingleses ayudaban a los católicos franceses a cometer crímenes atroces en Argelia, en 1845 la mezcla de cristianismos yanquis oficializó la doctrina del «destino manifiesto» según la cual Estados Unidos ya no solo debía dominar Nuestramérica sino el universo entero, poniéndola en práctica en 1846 al invadir México arrancándole casi la mitad de su territorio: una verdadera campaña geoestratégica muy bien planificada geopolíticamente.
Dos años antes de esta guerra había nacido F. Ratzel (1844-1904) uno de los primeros sistematizadores de la escuela prusiana de geopolítica. Aprendió sobre todo de la larga experiencia de la nobleza expansionista de su país que se remontaba, como mínimo, a las proezas de Federico II el Grande (1712-1786) y a la efectiva organización en 1813 de la milicia popular o Landwher, dirigida por nobles, para expulsar a los franceses con la ayuda aliada. La Landwher tenía una fuerte contradicción de clase pues era popular y las clases dirigentes y el propio rey alemán tenían mucho miedo a armar al pueblo, pero confiaban en que sus aliados, la nobleza rusa y austríaca, aplastaran a la Landwher si pasaba a exigir derechos sociales. Las milicias armadas de la revolución de 1848 recogían parte del espíritu de la Landwher.
Por el contrario, la escuela alemana de geopolítica estructuraba su «ciencia» en base al militarismo prusiano. Tras la derrota de Napoleón y los tremendos sustos de las rebeliones de 1848, Prusia seguía cercada entre el imperio austro-húngaro, el imperio zarista, la siempre poderosa Francia y la por entonces invencible Gran Bretaña. Para entonces, los centros de poder ya empezaban a estudiar con rigor el libro De la guerra escrito por Clausewitz (1780-1831) y publicado en 1832. La identidad entre Sun Tzu y Clausewitz radica en que, a pesar de los más o menos 2.200 años y miles de kilómetros que les separan social, cultural y geográficamente, ambos piensan desde y para los intereses de las clases dominantes propietarias de las fuerzas productivas, explotadoras de mujeres, pueblos y clases trabajadoras.
La diferencia radica en los diferentes modos de producción en los que cada autor defendía a su clase opresora: Sun Tzu escribió en el modo tributario y Clausewitz en el del capitalismo comercial centroeuropeo que justo empezaba a industrializarse entonces. Esta diferencia es la que le permite al segundo aportar una idea decisiva que marcará el antagonismo, la inconciliabilidad entre la geopolítica burguesa y la estrategia comunista: Clausewitz demostró que la guerra es la continuación de la política por otros medios, idea que el marxismo desarrollaría con majestuosidad teórica, como veremos en la segunda entrega. Bismarck aplicó la versión contrarrevolucionaria de Clausewitz, los marxistas la revolucionaria, sin mayores precisiones ahora. Para romper estas tenazas, una facción burguesa alemana optó por el astuto Bismarck (1815-1898). El «Canciller de Hierro» escondía el puño de acero del expansionismo militar y de las represivas leyes antisocialistas dentro de un guante de seda del parlamentarismo y de los primeros esbozos de lo que sería el supuesto «Estado del bienestar» (¿?).
Una muestra de su talento fue el anzuelo que se tragó Francia y que le llevó a la humillante derrota de 1870, origen de la Comuna de 1871; otra fue la Conferencia de Berlín de finales de 1884 y comienzos de 1885 para repartirse África, en la que con palabrería humanista las grandes potencias europeas la trocearon como los carniceros, a hachazos, y se disputaron con rugidos sus recursos, hundiendo al continente en empobrecimiento y océanos de sangre: como el genocidio alemán de Namibia para exterminar a los herero y los namaquas, entre 1904 y 1907, saqueando sus diamantes y minerales. Otra medida geoestratégica más que geopolítica fue la creación de la densa y muy eficaz red de ferrocarriles sin la cual Alemania no hubiera podido mantener tantas y tan atroces guerras interimperialistas y contrarrevoluciones desde 1866 hasta 1945, ni recuperarse tan pronto tras esta última derrota: Bismarck había creado una geografía ferroviaria, perfeccionada por las autopistas nazis, que ahorraban energía y tiempo.
Ratzel tenía 18 años cuando Bismarck fue nombrado primer ministro en 1862. Además de las lecciones alemanas, vio cómo militares yanquis y británicos, sobre todo, habían estudiado la geoestrategia precapitalista, cómo descubrieron algunos a los estrategos griegos del siglo -IV y cómo leían a los grandes escritores militares posteriores. Es muy posible que le llamara la atención cómo Estados Unidos compra en 1867 la inmensa Alaska a un ignorante y aún débil imperio zarista por una calderilla: un ejemplo de libro de geopolítica que confirmó su acierto geoestratégico desde 1948 al intentar el Pentágono asfixiar a la URSS con la guerra fría, que se mantiene en la actualidad contra Rusia y China, y que la incrementará al deshelarse aún más el Polo Norte.
Ratzel creó el término de «espacio vital» o Lebensraum a finales del siglo XIX, coincidiendo con su libro Geografía Política de 1897, y ya era empleado con frecuencia en 1901 cuando la fase colonialista del capitalismo se había agotado por su incapacidad de dar salida a las fuerzas productivas desencadenadas por la industria y por los avances tremendos del capital financiero y de la Banca, tal como demostró Engels con su brillantez habitual en un textito de 1895 de una actualidad increíble titulado La Bolsa que aparece en la prefacio al libro III de El Capital. El Lebensraum era una síntesis entre las lecciones que aprendió de Bismarck y la doctrina yanqui del «destino manifiesto», del espacio geográfico que permitiría multiplicar la acumulación ampliada de capital al país invasor.
La ideología que ensamblaba «científicamente» tamaña barbaridad era el darwinismo social y la sociobiología inserta en el determinismo genetista, la eugenesia como ayuda «científica» a los campos de exterminio españoles en Cuba, el materialismo mecanicista y el positivismo cientifista, con lazos de dominación cristiana sobre los pueblos atrasados. Hay que ubicar este programa en el avance imparable del racismo con pretensiones científicas para evitar que las masas emigrantes que llegaban a Estados Unidos «infectasen» a los anglosajones puros: 1875, 1882, 1892, 1903, 1907, 1917… son fechas en las que, sucesivamente, se dictan nuevas restricciones racistas. Durante estos años, el racismo «científico» yanqui va impregnando a la burguesía europea y refuerza la creencia en la superioridad occidental en todo el mundo, como se comprueba en el importante sector de la Internacional Socialista defensor del «buen colonialismo». En el caso alemán sobre los pueblos eslavos de cristianismo ortodoxo y sobre los judíos, cristianismo racista que utilizará el antisemitismo de Lutero y su política reaccionaria para apoyar al nazismo en el intento de exterminio de las razas inferiores simbolizadas en la URSS.