La «ciencia» de la geopolítica se forma en este marco ontológico, epistemológico y axiológico, y a la vez propaga y refuerza esta pestilencia inhumana. Poco después y dentro de este proceso, el sueco R. Kjellén (1864-1922) creó el término oficial de «geopolítica» en 1916, en plena guerra mundial, término que suavizó las formas, pero reforzó el contenido interno de la terrible carga racista e imperialista del Lebensraum para convertirlo en una simple y neutral «ciencia del Estado» en la que la geografía no era un objeto pasivo sino una construcción guiada «científicamente» desde el Estado. De este modo, la geopolítica era ya oficialmente la «ciencia» que aportaba al Estado conocimientos aparentemente neutros, cuando en realidad eran los métodos necesarios para multiplicar la efectividad del expolio ahorrando costos burocráticos y energías estatales y empresariales: todo para acelerar la acción de la ley del valor. Son innegables las conexiones de esta «ciencia» con otras llamadas «ciencias sociales».
Para entonces R. Kjellen tenía a su disposición muchas prácticas de geopolítica que solo estaban esperando ser bautizadas con ese nombre, de entre ellas la geoestrategia secreta conjunta de Francia y Gran Bretaña de 1916 con el tratado de Sykes-Picot, para dividirse el imperio otomano, repartirse sus recursos y en especial el petróleo, para lo cual organizaron el engaño sistemático a los pueblos árabes: enviaron T.H. Lawrence, militar y arqueólogo reclutado por la Inteligencia británica para hacer planos de la geografía de Oriente Medio. Su tarea fue mentir a los árabes usándolos como carne de cañón contra Turquía después de haberles prometido la independencia unificada de todos los territorios. La tragedia que ahora destroza a estos pueblos se remonta a esta época.
Lo cierto es que en la década de 1920 hubo dos escuelas de historiadores que chocaron con la germana de geopolítica, la de L. Febvre y un poco más tarde la de P. Vidal de la Blanche, pero si bien recuperaban el papel de la historia y de la política, no eran en modo alguno representantes de algo parecido al materialismo histórico marxista, que para aquellos años estaba debatiendo en la Internacional Comunista sobre la situación mundial, con un rigor inalcanzable por la geopolítica burguesa. Además, las discusiones entre historiadores burgueses progresistas o reaccionarios de esos años no impidieron que siguiera reforzándose la idea del «destino manifiesto» en Estados Unidos con sus ataques a México (1914 y 1917), Haití (1915), República Dominicana (1916), Nicaragua (1924) y El Salvador con la heroica resistencia sandinista contra la larga invasión yanqui que ya asesinaba salvadoreños en 1912 y asesinó a Sandino en 1934, por citar los casos más conocidos.
Tampoco detuvieron el avance del Lebensraum en Alemania y en muy amplias facciones burguesas pronazis del imperialismo, empezando por la monarquía británica y siguiendo por el racista Henri Ford, ideas que el nazi y geógrafo militar K.E. Haushofer (1869-1946) reforzó con su prestigio. Con el consentimiento pasivo y el apoyo tácito del gobierno yanqui, H. Ford ayudó decisivamente a la contrarrevolución franquista de 1936 sobre todo en sus primeros tiempos. Una lección de geoestrategia de la unidad geopolítica entre el Vaticano y el nazifascismo fue el acuerdo alcanzado con la burguesía vasca y su partido el PNV en la Bizkaia de 1937 para que una parte del ejército vasco rindiera las armas al invasor en la conocida como «Traición de Santoña», entregando intacta la potente industria pesada al dictador Franco que la puso en marcha con técnicos nazis bajo una brutal explotación nacional de clase.
Otro ejemplo de geoestrategia fue la negociación entre Hitler y Stalin en agosto 1939 por la que se repartían Polonia, después de que Gran Bretaña y Francia traicionaran a Checoslovaquia, entregándola indefensa a los nazis en octubre de 1938, a pesar de que la URSS se había comprometido a ayudar militarmente a Praga. Aun así, la URSS buscó otro acuerdo antinazi con Gran Bretaña y Francia que fracasó en parte porque Polonia, frontalmente hostil a la URSS, se negó a que el Ejército Rojo cruzara su territorio para atacar por el este Alemania mientras que los aliados lo hacían por el oeste. Polonia tenía un pacto militar con Francia, por lo tanto también atacaría a Alemania, pero ni París ni Londres le presionaron para unirse contra Berlín. Entonces Stalin firmó con Hitler. Si las burguesías europeas hubieran aceptado los ofrecimientos de la URSS, la Segunda Guerra Mundial hubiera durado pocos meses cambiando el rumbo de la historia, pero tenían mucho más miedo al socialismo que al nazismo.
El final de la Segunda Guerra Mundial elevó la geopolítica a niveles dignos de Maquiavelo. Las negociaciones entre los aliados y la URSS para crear una nueva geografía política europea iniciadas oficialmente en fecha tan temprana como finales de 1943 en Teherán, repartiéndose Europa al margen de la voluntad de los pueblos. El Plan Morgenthau de 1944 para desindustrializar Alemania, que ampliaría los mercados disponibles para Estados Unidos, rechazado porque provocaría una rebelión masiva. El plan de Churchill de atacar a la URSS, nada más vencer a los nazis reutilizando a las mejores tropas alemanas ahora a las órdenes de los aliados, también fue rechazado porque provocaría una rebelión masiva en Europa al borde de la revolución, porque el Ejército Rojo era muy poderoso y porque crecía el descontento entre las tropas aliadas; y el empleo de tropas japonesas rendidas para impedir el avance de los comunistas en Asia mientras volvía el imperialismo o se reinstauraba la burguesía nativa.
Especial atención merecen los acuerdos de Bretton Woods de 1944 que darían el poder financiero mundial a Estados Unidos y que se mantuvieron hasta finales de la década de 1970. El Plan Marshall de 1947 ideado para supeditar económicamente Europa a Estados Unidos y para abortar la oleada de luchas prerrevolucionarias reforzando con una lluvia de dólares a las debilitadas burguesías que habían colaborado activa o pasivamente con el nazifascismo. Y para no extendernos, la creación de la OTAN en 1949 con una triple finalidad: atacar por cualquier medio a la URSS hasta destruirla, mantener el orden del capital en Europa y controlar la autonomía militar europea desde dentro. Una pieza clave que recorría y recorre la triple finalidad de la OTAN es el ágil e invisible sistema tentacular que conecta desde universidades y centros culturales y mediáticos prestigiosos hasta organizaciones fascistas, pasando por partidos «democráticos», el crimen organizado y los servicios secretos. Una de las medidas de Washington para incrementar su poder y que marcarían el devenir europeo fue revivir a la Mafia italiana, darle poder al conectarla con la democracia cristiana y con el Vaticano.
Ni a la URSS ni al capitalismo, por distintas razones, les interesaba que se desarrollaran las tremendas fuerzas prerrevolucionarias y de liberación nacional desatadas por los crímenes nazifascistas y japoneses, y por el colaboracionismo con los invasores de la casi totalidad de las burguesías. Las fuerzas populares, obreras y campesinas, organizadas en guerrillas, asumían en gran medida las propuestas de grupos de diversa orientación comunista, pero sobre todo estalinistas. Los pueblos insurgentes recuperaron muchas fábricas, tierras, locales, periódicos, radios, etc., abandonadas por sus propietarios al retirarse los ocupantes, o al caer las dictaduras en Italia y Alemania, aunque en menor medida en Japón en donde, sin embargo, la represión anti sindical y anti obrera actuaría con dureza desde 1949. Surgieron momentos de doble poder y hasta de poder popular armado coexistiendo con los ejércitos aliados que apoyaron a las burguesías. El mando aliado burgués, con el apoyo de exnazis, reprimió a los heroicos «comités antifas» que habían resistido en la clandestinidad y que se multiplicaron desde invierno de 1944.
Una de las contrarrevoluciones paradigmáticas de la época fue la sufrida por el pueblo griego en 1946-1950 cuando tras la retirada alemana el pueblo, que había sufrido decenas de miles de asesinados directamente o por hambre, empezó a ejercer justicia, chocando con la alianza formada por burgueses excolaboracionistas o no, británicos y yanquis que defendía el capitalismo. La URSS exigía a los comunistas griegos que aceptaran la democracia burguesa y dejasen las armas, en cumplimiento de los acuerdos de Stalin con los aliados que cedían Grecia al imperialismo. La guerra popular resistió aislada hasta 1950 con incalculables muertos. Hay que destacar la importante función de la mujer trabajadora griega tanto en la resistencia antinazi, en la primera fase de la guerra con los ingleses hasta 1947, como en su prolongación hasta 1950.
La mujer griega no fue la única: deliberadamente se ha ocultado el papel decisivo de la mujer de izquierdas en la derrota del nazifascismo y en las luchas inmediatamente posteriores contra la restauración del orden del capital. También se ha ocultado su papel en la resistencia contra el genocidio por hambre: además de otros saqueos sistemáticos anteriores en la Europa y Asia ocupadas, en 1944 Alemania se llevó de Holanda la poca comida disponible condenando a decenas de miles de personas a la muerte por inanición, y en ese mismo año Japón hizo lo mismo en Vietnam, pero con una letalidad aún mayor, por citar solo dos casos. Gran Bretaña fue la responsable de la muerte por hambre de alrededor de 3 millones de bengalíes en 1943 al expropiar al pueblo de esta rica zona de la India de sus recursos básicos para defender su agotado imperio. A estas muertes hay que añadirles las habidas por millones en el Este europeo, en Varsovia, Leningrado, Stalingrado, en las aldeas y campos bajo ocupación nazifascista. Sin la labor invisible de las mujeres populares esta inhumanidad hubiera sido incalculable.
Desde la perspectiva de la estrategia comunista, que desarrollaremos en la segunda entrega, las geopolíticas imperialistas que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial tenían un objetivo fundamental: dejar que el nazifascismo liquidara la URSS para seguidamente negociar un reparto de los mercados y beneficios, pero los errores estratégicos nazis llevaron a Hitler a tener que luchar en dos frentes, algo que había evitado desde el principio. Fue una guerra fundamentalmente antisocialista no solo porque quería acabar con la URSS sino también con las luchas de liberación antiimperialistas y con la lucha de clases para poder multiplicar exponencialmente la tasa de explotación y la tasa de beneficio para salir de la crisis iniciada en 1929 y agravada en 1931. Secundariamente, también fue una guerra interimperialista por el reparto de la geografía y sus recursos vitales en medio de la segunda Gran Depresión.
La muerte por inanición geoestratégicamente aplicada de millones de personas no combatientes demostró que las clases propietarias de las fuerzas productivas tanto en la Segunda Guerra Mundial como en la Sumer de hace más o menos 9.000 años si no antes, en las escabechinas del final del paleolítico para saquear mujeres y rebaños y canibalizar al resto del grupo derrotado, son sabedoras de la importancia clave de la geografía y de los recursos energéticos, empezando por la fuerza de trabajo humana. Ahora no podemos detenernos en los años que van de 1950, con la masacre griega, a los de la segunda mitad de los años 70, después de que de la economía yanqui tuviera en 1971 déficit en su balanza de pago, es decir, pasara de ser acreedora a ser deudora. Abandonar la paridad oro-dólar fue reconocer el inicio del declive estadounidense que se intentó revertir negociando con China para integrarla en el área yanqui, entre otras medidas.
Como la situación apenas mejoraba y una vez que su derrota en Vietnam confirmaba el declive, la burguesía pasó al ataque sobre todo desde 1977, restringiendo derechos básicos como los de los consumidores, abortando la reforma laboral exigida por los sindicatos e imponiendo la desregulación laboral en las líneas aéreas en 1978, etc. Fue el presidente demócrata Carter, famoso por sus «planes de paz» el que comenzó en Estados Unidos lo que con Reagan y Thatcher se llamaría neoliberalismo. Pero Carter solo había copiado las medidas monetaristas aplicadas desde 1975 por el gobierno socialdemócrata de Alemania Federal: saber que la contraofensiva del capital contra el trabajo fue iniciada por la mal llamada «izquierda», por la Segunda Internacional y sus sectores cercanos, es decisivo para comprender qué es la geopolítica a finales del siglo XX y a comienzos del XXI con los cambios que veremos.