En efecto, aproximadamente hasta la segunda mitad de los años 70 apenas se empleaba este término en los grandes medios de alienación de masas, quedando solo para grupos de estudio integrados en diversos niveles de poder y en grupitos progresistas reacios o contrarios a la crítica marxista del imperialismo y al empleo de la categoría formada por el par conceptual modo de producción-formación económico social. Varias razones explican su creciente notoriedad: las derrotas del imperialismo en Vietnam, Irán, etc., en el contexto mundial de fuerte lucha de clases; la certidumbre científica alcanzada desde esa época de que los recursos empezaban a agotarse, y que el capitalismo destruía la naturaleza a gran velocidad; la advertencia de la URSS a Estados Unidos y a la OTAN de que no se dejaría sorprender por un ataque nuclear y que respondería contraatacando al corazón del capitalismo, llegándose a rozar el holocausto nuclear a comienzos de los años 80 y el anuncio de la «guerra de las galaxias» en 1983…
Durante este período fue tomando forma lo que sería la Unión Europea que, sobre todo, responde a las presiones objetivas de las leyes de concentración y centralización de capitales, la ley de perecuación que obliga a los capitales a abandonar negocios ruinosos y entrar en los rentables, la ley de la competencia, etc., pero en un contexto geopolítico muy complicado por la segunda guerra fría, por las exigencias de Reagan y de Thatcher, por los problemas de sucesión a Brézhnev en la URSS y por las diferencias apreciables entre las burguesías europeas. En la segunda entrega, cuando analicemos el Brexit, volveremos a esta cuestión tan importante que tuvo un acelerón con el Tratado de Maastricht en 1992 nada más caer la URSS en 1991.
Desde este momento el empleo del término cayó en latencia durante unos años, hasta que se constató el nuevo fracaso del imperialismo que creía inmediata la desintegración de Rusia, la caída de Cuba, Vietnam, etc., y la rápida victoria del capitalismo más salvaje en China. El vampiro al que llaman Occidente se frotaba las manos y salivaba con fruición entre 1989-1993-1999 creyendo que una Rusia desecha y una Europa del Este balcanizada serían el definitivo «espacio vital» que necesitaba el capitalismo para salir del agujero en el que chapoteaba desde hacía dos décadas: mano de obra formada fácilmente explotable, mercados ansiosos de consumismo, gigantescas reservas naturales, ninguna defensa de la naturaleza, corrupción estructural y servilismo perruno de la nueva burguesía hacia el dólar, vitales conocimientos científicos y militares al descubierto y una enorme frontera con China desde la que amenazarla en directo. Pero en 1999 la facción burguesa dirigida por Putin, fieramente nacionalista, desplazó del poder al alcohólico Yeltsin, sostenido por los oligarcas más corruptos y fieles al amo imperialista, esfumándose el pantagruélico sueño del vampiro.
Casualmente (¿?) en 2001 la organización Al Queda, creada por Estados Unidos con el apoyo de servicios secretos europeos para derrocar al gobierno afgano progresista apoyado por la URSS, burló a la Inteligencia yanqui atacando varios objetivos. Para entonces, desde mediados de los años 90, el Pentágono tenía preparados varios golpes militares contra diversos pueblos con grandes recursos energéticos cuya importancia se multiplicaba por segundos: desde 1991, al acabar el primer ataque a Irak, el país estaba sometido a un bloqueo criminal que le causó centenares de miles de muertos por hambre y enfermedad facilitando la rápida victoria de la segunda invasión imperialista, la de 2003. Poco antes, en 2002, Estados Unidos y el Estado español habían intentado derribar con un golpe de Estado al gobierno venezolano de Chávez democráticamente elegido con una amplia victoria electoral, mientras que en Europa la OTAN presionaba cada vez más a Rusia avanzando hacia el Este ayudando a regímenes podridos, militaristas y reaccionarios con bases fascistas.
Sin haber podido chupar toda la sangre rusa, el vampiro se lanzó a por otros cuerpos a los que sorberles hasta el aliento, pero se encontró con resistencias inesperadas: la cubana, la brasileña, la venezolana, la iraquí, la palestina, la iraní… Fue en este período cuando el término geopolítica empezó a ocupar más y más espacio en la industria mediática pública, porque ya se empleaba sistemáticamente en los centros imperialistas, en las grandes corporaciones transnacionales, en la gran banca para analizar crecientes problemas sociales ubicados en geografías distantes y complejas. Junto al de geopolítica, la casta intelectual y académica también utiliza términos ambiguos o huecos llamados «significantes vacíos» que llenan la boca con progresismo barato, pero nunca atacan a la explotación: imperio, globalización, gobernanza, alter mundialismo, democracia participativa, postcapitalismo, desarrollo sostenible, demos, populismo, postmarxismo, ciudadanismo, sujetos sociales, clases medias…
De entre las transformaciones que sufre el capitalismo a raíz de la contraofensiva mundial imperialista y que son bastante conocidas, ahora debemos destacar otras dos más por sus implicaciones demoledoras: una, la que desde finales de los años 90 endurece la tensión agudizada desde 2007 entre una parte del capital financiero-especulativo y ficticio que ya opera sin depender estructuralmente de un Estado-cuna que lo proteja y, otra parte, que sigue dependiendo de esos Estados. Se trata de una dinámica interna a la contradicción del capital que, por una parte, necesita valorarse mundialmente, pero por otra parte necesita que el Estado siga protegiéndole. Esta contradicción hace que se resquebraje la unidad de la burguesía en los Estados más afectados por ella, que un sector tienda a forzar una mundialización más extensa e intensa mientras que el otro quiera reforzar el proteccionismo, a la vez hace que resurjan movimientos reaccionarios, fascistas y racistas que propugnan ampliar la dominación del imperialismo anglosajón sobre el mundo. Y la otra, que estallará definitivamente de 2011 en adelante, son los choques entre potencias imperialistas, subimperialistas y regionales por la apropiación de los cada vez más escasos recursos energéticos. Ambas, y otras más, las analizaremos en la segunda parte.
Es en este contexto cuando resurge la geopolítica como «ciencia» modelada en y para la doxa occidental, en y para la opinión común de la casta político-mediática asalariada en empresas, periódicos, universidades, etc., o a cargo del Estado y del gasto público. Presionada por la crisis, el lenguaje y el aparato conceptual de esta «ciencia» vuelve a demostrar su nulidad teórica y su función enturbiadora, de ocultación de la realidad, aunque tiene la ventaja de que, como no expresa contradicciones en lucha interna, puede ser utilizada impunemente sin ninguna necesidad de rigor metodológico ni coherencia histórica. Ello les hace muy útiles para envolver la geopolítica al uso con un aura de progresismo ideológico sin ningún contenido ni orientación revolucionaria ya que asumen la trampa del «pluralismo metodológico» y la micro fragmentación en aislados corpúsculos de corrientes, escuelas, tendencias y múltiples modas ideológicas pasajeras (tal y como le sucede a la sociología), limitaciones e impotencias que también gangrenan a prácticamente la totalidad de la geopolítica.
El grueso, la gran parte de los análisis de geopolítica resultan de la habilidad libre individual o colectiva de analistas, estudiosos, académicos, militares, comentaristas y tertulianos para entremezclar diversas disciplinas interpretadas en su aislamiento –economía, geografía, demografía, guerra, Estados, organismos internacionales, ecología, etc.–, con el fin de responder a los intereses oficiales y estatales, empresariales o particulares, conocidos o secretos… a los que pertenecen como asalariados fijos, a tiempo parcial o a destajo. En esa visión, la geografía es la disciplina que centraliza esas interacciones porque es en ella en donde están los recursos que necesita la especie humana para vivir.
Al igual que en la sociología, en la que el «hecho social» durkheimiano, el «tipo ideal» weberiano, etc., son los ejes, en la geopolítica lo es la geografía, pero en ninguna de estas «ciencias» se tiene en cuenta el proceso determinante de la antropogénesis: la producción/reproducción de la vida social y sus contradicciones internas. Al igual que los «padres fundadores» de la sociología eran antisocialistas e imperialistas, también lo eran los de la geopolítica. Al igual que en la sociología, en la geopolítica casi siempre manda el contrato con la empresa, la revista, la universidad o el Estado que contrata el estudio geopolítico: donde impera la dictadura del salario apenas tiene cabida el pensamiento creativo, o sea libre y crítico.
Naturalmente, también hay corrientes geopolíticas de izquierdas o de reformismo duro, militantes incluso, que profundizan y extienden sus investigaciones más allá del corto academicismo estatalista y empresarial, luchando contra el imperialismo y sus ejércitos como era el caso de D. Slater que en 1989 reconocía los méritos de Nicaragua y Cuba a pesar de sus diferencias, y en 2000 reivindicaba una geopolítica centrada en las resistencias de los pueblos, en las causas de la miseria y de las luchas sociales, en la politización de la ecología, en la defensa de la democracia concreta, en el abandono del eurocentrismo… D. Harvey es un geopolítico especial porque ha reactivado la importancia de la geografía en el marxismo. Pero el grueso de estas corrientes sufre de una debilidad epistemológica: el rechazo o el no empleo de la imprescindible teoría del imperialismo y del par conceptual de modo de producción y formación económico-social, como hemos dicho, lo que les impide aplicar el potencial heurístico del marxismo.
Hay que tener en cuenta que el desarrollo imperialista y del capital financiero en su forma especulativa y ficticia dominante desde finales del siglo XX ha enriquecido la máxima clausewitziana y marxista de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, en el sentido siguiente: la guerra es la continuación del mercado por otros medios. Lenin, que rescató a Clausewitz, no vivió el desarrollo actual: ahora el mercado domina la política y la guerra con una intensidad muy superior a la de hace un siglo. En realidad, desde el incipiente capitalismo comercial, guerra, política y mercado han ido juntos ensamblados por el Estado, como se comprueba con el mercado de la esclavitud desde el siglo XV en el que el barco negrero era la síntesis de la guerra, de la opresión nacional de clase y del capitalismo comercial; pero la creciente sobre determinación del capital financiero especulativo y ficticio sobre el capital meramente industrial y productivo –que pese a todo sigue siendo el determinante porque es el que produce valor–, hace que aumente sobremanera el contenido mercantil de la guerra y de la política.
Lo entendemos mejor al ver que el avance habido entre Sun Tzu, Clausewitz y Lenin sobre la guerra, la política y el mercado, ha ido unido al desarrollo paralelo entre el dicho de Plauto (-254/-184) de homo homini lupus est (el hombre es un lobo para el hombre), que expresaba lo básico del modo esclavista de producción, su actualización por Hobbes (1588-1679) al capitalismo incipiente y, por último, su transformación en otra mucho más cierta y terrible, demoledora por lo que implica en el reforzamiento del poder contrarrevolucionario del fetichismo de la mercancía: homo homini mercator est (el hombre es un mercader para el hombre) que expone perfectamente la reducción de la vida a simple mercancía.
Pues bien, como hemos dicho al comienzo, en 2011 Askapena organizó el debate sobre cómo saber qué ocurría en el mundo teniendo en cuenta estos y otros cambios. Askapena acertó porque 2010-2011 fue una especie de bienio-pivote en algunas cuestiones importantes: se confirmaba que la crisis iniciada en 2007 era de una dureza especial a pesar de sus altibajos que golpeaba duramente a Euskal Herria como se demostró en la serie de huelgas generales en la zona ocupada por el Estado español y en la huelga de 2010 contra la política económica de Sarkozy en la parte ocupada por el Estado francés. La burguesía española cedió alegremente al capital transnacional otra parte de la escasa independencia que le quedaba al aceptar las duras exigencias socioeconómicas en 2010, lo que le llevaría en compensación a endurecer su nacionalismo interno y a dar el gobierno al PP, a Rajoy, en 2011 abriéndose una fase de ataques reaccionarios que ha hecho retroceder a las libertades concretas a niveles muy bajos.
También en ese bienio se certificó la enfermedad de Chávez, cuya muerte en 2012 –¿asesinato?– daría paso a un ataque más duro aún contra Venezuela, siguiendo la vía del golpe de 2009 en Honduras, de 2010 contra Correa en Ecuador y contra Lugo en Paraguay en 2012. La llamada «primavera árabe» de 2010-2012 estalló por el malestar de los pueblos ante los ataques del capitalismo y por la incapacidad de sus elites dirigentes para defenderlos; pero, al igual que lo sucedido con las «revoluciones naranjas», el imperialismo empleó el saber contrainsurgente inserto en sus «ciencias sociales» para manipularlas y desviarlas hacia la contrarrevolución: en 2011 era asesinado Gadafi tras una invasión imperialista que ha destruido Libia, los servicios secretos occidentales coordinaban el intento de destrucción de Siria, Irak se desangraba en luchas intestinas ante el regocijo de Occidente, etc.
Hemos citado solo algunos de los conflictos más conocidos de ese bienio-pivote que marcó una tremenda intensificación de las contradicciones agudizadas desde 2007. Pero el acierto de Askapena en la organización del debate también se confirmó de otro modo: en el interior de las izquierdas vascas venían acelerándose retrocesos teóricos y metodológicos que, en el tema que ahora desarrollamos, terminarían en la «rendición intelectual» ante la ideología burguesa de bastantes de ellas. Años después, en 2020, el acierto es incuestionable porque, entre otros logros, permite volver autocríticamente a lo que entonces se decía, compararlo con el presente y ver cómo, ahora, debemos acudir al método marxista para saber cómo el capital se sirve de la geopolítica, término apenas utilizado en 2011, huyendo de simplismos geopolíticos.
En la segunda entrega analizaremos el contexto no desde la geopolítica al uso, sino desde el método de la estrategia comunista, que también incluye una geopolítica propia, específicamente sujeta a la teoría del imperialismo y de los modos de producción y sus formaciones económico-sociales.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 23 de febrero de 2020