La dictadura del proletariado reaparece bajo un nuevo sentido en los años 1871 – 1872, tras veinte años de eclipse. La segunda serie de formulaciones de Marx y Engels son motivadas por la experiencia insólita de la Comuna de París, a la que han de referirse desde entonces de manera directa o indirecta.
En este segundo momento, la dictadura del proletariado no es ya destinada a pensar un modelo de estrategia revolucionaria, sino una forma política original, específicamente «proletaria». Su función asume un carácter universal, a emplear en toda situación, al referir las relaciones de fuerza entre revolución y contrarrevolución, entre proletariado y burguesía, con independencia de las condiciones, sean «violentas» o «pacíficas», por vía insurreccional o electoral, pues el contenido de dicha función es, por un lado, la conquista del poder estatal, y, por otro, organizar al proletariado —y más generalmente a los trabajadores— en clase dominante. «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el periodo de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A este le corresponde un periodo político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado»1.
Marx y Engels se refieren directamente a las características institucionales y a las medidas revolucionaria tomadas por la Comuna para definir el contenido de la dictadura del proletariado. Cuatro aspectos aparecen articulados entre sí:
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El «pueblo armado» (o ejército popular), condición y garantía de todas las otras medidas, que hacen pasar a manos del proletariado los «elementos del poder material», el poder del Estado.
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«La Comuna no había de ser más un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo»2. Ello significó el tránsito de los mecanismos representativos hacia una democracia directa, la forma de crear un poder indivisible directamente ejercido por el pueblo trabajador. Lo esencial acá no es tanto el principio «constitucional» como la condición que de hecho lo sustenta: la existencia de las organizaciones de masa de la clase proletaria.
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El desmantelamiento de la maquinaria represiva del Estado: supresión de las funciones políticas de la policía y creación de una forma general de subordinación directa (con revocabilidad inmediata) de los magistrados y funcionarios electos, reemplazados al nivel de la asamblea del pueblo (incluyendo para ellos «salarios obreros»). Se perseguía así abolir cualquier «investidura jerárquica» y hacer del personal especializado del aparato de Estado un conjunto de «servidores responsables» de la sociedad, tomados de su seno y no situados «por encima de la nación misma»3. De este modo se tendía a crear un poder político que, por primera vez en la historia, tenía como condición la destrucción del poder del Estado, la lucha contra su misma existencia.
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La organización de la producción nacional (en polémica con los anarquistas) conforme a las exigencias creadas por el desarrollo del capitalismo. Por una parte, planificar y centralizar las «funciones generales» de la sociedad; por otra, fundar la unidad nacional sobre la «dirección espiritual» de los obreros de las ciudades4.
Cuando Marx argumenta la necesidad histórica de la dictadura del proletariado se refiere al proceso que conduce, desde el interior de la actual lucha de clases, hacia la sociedad sin clases, hacia el comunismo. La sociedad sin clases es el objetivo real que caracteriza a la política proletaria, la función histórica de la dictadura del proletariado. Claro que las breves experiencias de las revoluciones de 1848 y de la Comuna de París (cuya tendencia supieron descubrir y analizar) no permitieron a Marx y a Engels concebir de modo más individualizado los problemas a que conlleva.
No obstante, la originalidad del nuevo concepto reside en establecer, a la vez, que esta función requiere una forma política específica y definir esta forma no de modo jurídico-constitucional, sino dialéctico, por su propia capacidad interna de autotransformación:
…una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo5.
Este es el punto en que se levantan las dificultades teóricas promovidas por el concepto de Marx, devenido principio intangible para la «ortodoxia» de la Segunda y Tercera Internacional. Las variantes ideológicas del marxismo de la socialdemocracia (de Kautsky al austromarxismo, pasando por Bernstein y por el «consejismo» alemán, holandés e italiano) son así interpretaciones divergentes del concepto de «gobierno de los productores».