Con Lenin, el concepto asume otra forma, aunque es reclamado como de estricta fidelidad marxista.
Hay que reparar, en primer lugar, en el hecho de que hasta 1917 Lenin se refiere escasamente al concepto. En 1905, frente al problema de las «dos revoluciones en una» (burguesa y proletaria) en la Rusia «atrasada» y de la alianza entre proletarios y campesinos, Lenin había renunciado a hablar de dictadura del proletariado. En cambio, fabricó la noción compuesta de «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado» para designar la «táctica» específicamente bolchevique1. Más tarde, la ortodoxia «leninista» afirmará que ello se debió a que la socialdemocracia de la época había ignorado o rechazado entonces el término de dictadura del proletariado. Sin embargo, lo cierto es que aquella acababa de defenderlo, a su modo, contra el revisionismo de E. Bernstein.
La relegación del concepto obedece más bien a que Lenin, durante todo el primer periodo prerrevolucionario, había compartido algunas de las premisas teóricas de la socialdemocracia, al tiempo que la práctica le llevaba a conclusiones opuestas a las de sus principales teóricos rusos. Lenin había asumido la dictadura del proletariado como transición al socialismo, la idea de que un país «atrasado» como Rusia no estaba «maduro» para la revolución socialista, que debía primero pasar por una fase más o menos larga de revolución «burguesa». No había podido liberarse de la concepción mecanicista y evolucionista según la cual, para cada país en particular, la «madurez» del desarrollo económico y social del capitalismo crea las condiciones del socialismo, convierte a la propiedad capitalista en obstáculo superfluo, y hace «inevitable», de este modo, la revolución política y social que torna a los productores en propietarios colectivos de sus medios de producción. La dictadura del proletariado no era pertinente, entonces, para el caso histórico de Rusia2.
Sin embargo, esta concepción mecanicista y evolucionista del socialismo se revelaba incapaz tanto para analizar el imperialismo como para articular la lucha efectiva contra él. A modo de mentís, las condiciones objetivas de la revolución, como resultado del imperialismo, se hallaban reunidas en un país en el que, «en teoría», nunca hubieran debido tener lugar. A partir de esta toma de conciencia fundamental, Lenin no abandona la idea que hace derivar las condiciones objetivas de una revolución y de una nueva sociedad del propio capitalismo. Renuncia, en cambio, a la representación dominante de la socialdemocracia, acerca de la «maduración» de las condiciones del socialismo.
El capitalismo no produce las condiciones de una nueva sociedad, de modo tal que no haya más que expulsar a los capitalistas mediante un voto o una insurrección. Únicamente las contradicciones propias del capitalismo contemporáneo, agudizadas hasta tornarse irresolubles en los marcos del sistema, situaban al socialismo a la orden del día. Si bien la Revolución Rusa se hallaba ligada al desarrollo general del capitalismo en el mundo, que había conducido al imperialismo, su curso no se hallaba restringido, en tal o cual de sus fases, al de los países capitalistas «avanzados», puesto que no era necesariamente en ellos donde, en una coyuntura determinada, resultaban más agudas las contradicciones.
Lenin, a contracorriente de toda la ortodoxia marxista3 de su tiempo, ha tenido que arrancar el concepto de dictadura del proletariado al contexto del socialismo reformista y descubrir las condiciones de su «aplicación» improbable en las condiciones de la Revolución Rusa. Para ello desplaza la teoría de Marx de su contexto original, ubicándola en otro momento histórico y tornándola así efectivamente universal. Solo por medio de esta resignificación pudo poner en funcionamiento una teoría original, materializando su potencial de intervención política.
El modo en que ello ocurre es bien conocido. En 1917, cuando Lenin plantea el problema de la Revolución Rusa en estos términos, con gran sorpresa para los propios bolcheviques, lo hace reconociendo que la revolución en curso es, pese a la acumulación de rasgos excepcionales y condiciones paradójicas, una revolución proletaria y, por tanto, comunista. No se trata, claro, de una revolución «puramente» proletaria, tampoco hay revoluciones «puras» en la historia. Pero es una revolución en la que el aspecto proletario es el principal y el proletariado la fuerza dirigente, puesto que ataca al sistema imperialista, a la «cadena imperialista», de la que Rusia es un eslabón. En el mundo del imperialismo no hay ya lugar para otras revoluciones. Solo el proletariado puede, pues, asegurar su dirección, tomando por sí mismo el poder, pese a todas las dificultades de la empresa.
Es por ello que en El Estado y la revolución Lenin emprende el planteamiento de los problemas de la revolución proletaria: son los problemas del comunismo los que urge ahora ventilar y trabajar sobre ellos.
En abril de 1917, cuando Lenin llega a la estación de Finlandia en Petrogrado, donde lo esperan delegaciones del partido bolchevique y del gobierno provisional, sus pronunciamientos sumieron en estupor a sus camaradas, que habían asistido in situ a la caída del zar, a la constitución de los soviets y del gobierno republicano provisional, a las nuevas condiciones del trabajo político. Los repetirá, sin cesar, en el curso de los días siguientes, ante las reuniones de los responsables y de los miembros del partido. Publica las famosas Tesis de abril, en Pravda, pero la redacción, formada por sus compañeros de combate, advierte en nota previa que Lenin no expresa más que su opinión personal. En el curso de las discusiones, Lenin es interrumpido, tildado de loco y anarquista. Está entonces aislado de su propio partido, en contradicción aparente con su propia línea anterior. Le hará falta un mes, mientras que los acontecimientos se precipitan y las masas de campesinos, de obreros, de soldados, entran en agudo conflicto con el gobierno «revolucionario» de la burguesía (del que forman parte los socialistas), para imponer sus análisis y sus consignas.
Las tesis de Lenin se sustentaban en un análisis: la revolución que acaba de comenzar en Rusia, producto de la guerra imperialista, es, con todas sus particularidades, el inicio de una revolución proletaria mundial. De esta afirmación se desprenden un objetivo a enfocar de inmediato (la toma del poder del Estado, el inicio de la dictadura del proletariado), una nueva consigna («Todo el poder para los soviets», que representan, frente al Estado burgués, el embrión de un Estado proletario) y, finalmente, una propuesta en el plano organizativo (el partido ha de dejar de llamarse «socialdemócrata» y darse el título y llegar a ser en los hechos un partido comunista, primer destacamento de una nueva Internacional «comunista»)4. En estas tesis revolucionarias, que por primera vez desde Marx ligaban nuevamente la cuestión de la dictadura del proletariado a la perspectiva concreta del comunismo, había mucho más que la simple intención de «desmarcarse» de palabra de los partidos socialistas oportunistas, cuya «quiebra» histórica la guerra había hecho patente. Se trataba de una tesis de principio, inmediatamente imprescindible para la práctica.
Al reformular el concepto de dictadura del proletariado, al colocarlo en la perspectiva del comunismo, Lenin lo esgrime frente a las contradicciones irreconciliables del capitalismo, que solo desaparecerán con la desaparición misma de la lucha de clases. Al abandonar la perspectiva del socialismo, de concebirlo como producto de la maduración espontánea del capitalismo más avanzado, Lenin podía dar cuenta de la singularidad concreta de las condiciones históricas en las que comenzaba la revolución proletaria.
Lo que resalta en los análisis concretos de Lenin, a través de sus propias reformulaciones, es que la dictadura del proletariado no es una «consigna» que resuma tal o cual táctica particular. No es ni siquiera una línea estratégica particular, relativa a determinadas condiciones históricas transitorias, aun cuando regule la estrategia y permita comprender su transformación. La dictadura del proletariado es ante todo una realidad tan objetiva como la lucha de clases misma, de la que procede. Y como sucede con la propia lucha de clases, no se trata de una realidad inmóvil: es una tendencia histórica sometida a incesantes transformaciones, que no puede restringirse a una forma particular de gobierno, a un sistema determinado de instituciones (aun cuando sean revolucionarias), establecido de una vez por todas. Una tendencia no deja de existir por el hecho de encontrar obstáculos, de ver corregida su orientación, bajo el efecto de las condiciones históricas. Por el contrario, es precisamente así como existe y se desarrolla.
Enfrentado por vez primera con la experiencia real de la dictadura del proletariado, son sus contradicciones, tal como se expresan en Rusia, el objeto de los análisis y tesis de Lenin. Sin pretender lo que Stalin en sus Cuestiones del leninismo (que «Lenin no se contradice»), pueden ser identificadas tres ideas fundamentales a las cuales recurre una y otra vez5. Las dos primeras ya habían sido explicitadas por Marx y Engels, pero son restituidas por Lenin de la deformación y censura socialdemócratas, e inscritas en la práctica revolucionaria de una manera efectiva. Las proposiciones de Lenin se refieren simultáneamente al Estado y a la dictadura del proletariado, como problemas indisociables, que conforman una sola teoría.
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En la historia, el poder del Estado es siempre el poder político de una sola clase: la clase dominante de la sociedad; por tanto, la democracia proletaria también es una dictadura de clase. La única alternativa histórica posible al poder del Estado de la burguesía es la detentación exclusiva del poder del Estado por el proletariado (lo que no supone una concepción «obrerista» de la misma). Esta es la esencia de la dictadura del proletariado. Las formas y variaciones históricas que ha podido asumir muestran que la evolución de la lucha de clases no puede ser predeterminada.
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El poder del Estado de la clase dominante no puede existir históricamente, no puede realizarse y conservarse sin materializarse en el desarrollo y en el funcionamiento del aparato coercitivo del Estado, cuyo núcleo lo conforman los aparatos represivos del Estado (por una parte, ejército permanente, policía y aparato jurídico; por otra, la administración del Estado o la burocracia). La revolución proletaria requiere, por tanto, la destrucción del aparato del Estado existente, que, lejos de conformar un instrumento neutral, materializa el poder del Estado de la burguesía. Sin tal condición, la dictadura del proletariado no puede subvertir las relaciones capitalistas de explotación y crear una sociedad sin explotación ni clases.
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Solo el comunismo es una sociedad sin clases, solo sus relaciones, en la producción y en el conjunto de la vida social, son antagónicas con las relaciones capitalistas. El socialismo es la propia dictadura del proletariado, no una transición ni una vía de paso al socialismo. Por tanto, solo existe un objetivo, cuya realización se alcanza durante un extenso periodo, plagado de contradicciones. Dicho fin es el comunismo, del que el socialismo es solo un medio inicial, es el desarrollo de la tendencia al comunismo, presente en la sociedad capitalista, en la conciencia y en las organizaciones proletarias. La teoría del socialismo y su realización efectiva son solo posibles desde el punto de vista del comunismo.
En el curso de la Revolución de Octubre Lenin recupera el concepto de dictadura del proletariado para conferirle un nuevo sentido: el de un periodo histórico de transición entre capitalismo y comunismo (y no solamente una forma política o una «forma de gobierno» de transición). Esta idea pudo reclamarse heredera de la Crítica al programa de Gotha (1875) donde distinguía Marx entre «dos fases de la sociedad comunista». Tal concepción integraba elementos esenciales de Marx, pero modificaba profundamente su alcance.
Desde luego, ensanchaba el concepto de lucha de clases para incluir explícitamente las nuevas dimensiones ideológicas y culturales (Lenin, tras Octubre, se preocupa por la necesidad de la «revolución cultural»): «La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de personas es la fuerza más terrible»6.
Tales elementos así completados aparecen en su momento como tantos aspectos de un largo periodo de transición, que coincide tendencialmente con lo que Marx llamó «primera fase de la sociedad comunista». Desde entonces, el comunismo, si bien producto de las tendencias del capitalismo, aparece como el resultado no solo de una política determinada, sino de un proceso económico específico, de los que se requiere analizar las contradicciones propias, con la diversidad de formas históricas y nacionales que pueden revestir. Estas son, en principio, las de una formación social nueva, en que coexisten contradictoriamente elementos de capitalismo de Estado y elementos comunistas de control y organización de la producción por los trabajadores mismos.
En lo que representa una innovación fundamental respecto a Marx, Lenin definió la dictadura del proletariado como un periodo de nuevas luchas de clases, que asumen a su vez nuevas formas:
[…] las clases han quedado y quedarán durante la época de la dictadura del proletariado. La dictadura dejará de ser necesaria cuando desaparezcan las clases. Y sin la dictadura del proletariado las clases no desaparecerán.
Las clases han quedado, pero cada una de ellas se ha modificado […] han variado igualmente las relaciones entre ellas. La lucha de clases no desaparece bajo la dictadura del proletariado, lo que hace es adoptar nuevas formas7.
- Lenin, Vladimir Ilich: Dos tareas de la socialdemocracia en la revolución democrática, en Obras, Editorial Progreso, Moscú 1973, t. III (1905 – 1912).
- Balibar, E.: Sobre la dictadura del proletariado, Siglo XXI Editores, Madrid, 1997, pp. 123 – 124.
- Dentro del marxismo histórico, el término «ortodoxia» posee una historia que acá no podemos abordar. Conformado como bloque teórico y político y prerrogativa de los partidos obreros (liderados por la socialdemocracia alemana), fue, inicialmente, una respuesta a la crisis marcada por la aparición del revisionismo de E. Bernstein (Problemas del socialismo, 1897). Confirió, durante la Segunda Internacional, una relativa unidad ideológica a lo que no era más que una agrupación de partidos obreros nacionales, al precio de erigir las tesis de Marx en verdades eternas a aplicar mecánicamente. En sus sucesivas etapas (no exentas de polémicas y contradicciones) se presentó como un discurso de lo universal, al erigir al partido como la universalidad de la clase, y al Estado como la universalidad de la sociedad. Ver Robelin, J.: «Orthodoxie», en Bensussan, G., Labica, G., ob. cit., pp. 827 – 832.
- Lenin, Vladimir Ilich: Las tareas del proletariado en la presente revolución, en Obras, Editorial Progreso, Moscú 1973, t. VI (1916 – 1917), pp. 106 – 107.
- Esta es la argumentación que sigue E. Balibar, quien enfrentaba entonces la influencia sobre los partidos francés e italiano de lo que se llamó «eurocomunismo». Ver Balibar, E.: Sobre la dictadura del proletariado, ed. cit., pp. 32 – 38.
- Lenin, Vladimir Ilich: La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, en Obras, ed. cit., t. XI (1920 – 1921), p. 14.
- Lenin, Vladimir Ilich: Economía y política en la época de la dictadura del proletariado, en Obras, ed. cit., t. X (1919 – 1920), p. 87.