Quisiera concluir invirtiendo, al modo de Lenin, la afirmación con que iniciara esta ponencia.
Desde la aparición en 1918 del panfleto titulado «La dictadura del proletariado» de Kautsky (que, como partidario declarado del régimen parlamentario y representativo, centraba su ataque en torno al derecho al voto), la entera labor de Lenin ha quedado subsumida, disputada por partidarios y detractores, en la forma de una oposición entre democracia y dictadura totalitaria. En nombre del concepto de democracia se ha desacreditado no solo el pensamiento político de Lenin, sino la Revolución Bolchevique en su devenir histórico.
En su conocida réplica, Lenin aduce que si Kautsky hubiera afirmado oponerse a la decisión de los bolcheviques rusos de privar de derechos a los reaccionarios y explotadores, habría tomado posición sobre lo que Lenin llama «un problema puramente ruso y no un problema de la dictadura del proletariado en general». De haber titulado su texto «Contra los bolcheviques», su posición política habría sido transparente1.
Sin embargo, Kautsky pretendió intervenir, mediante su reclamo contra el «atentado al sufragio universal», en la cuestión de la dictadura del proletariado y de la democracia en general. La esencia de su desviación fue haberlo hecho sobre la base de un asunto específicamente nacional. Para Lenin, la esencia de toda desviación estaba en argumentar contra los principios sobre la base de alguna circunstancia táctica, en asumir como punto de partida una contradicción secundaria para hacer una afirmación revisionista sobre la concepción general de la política. La teoría, el razonamiento general de los fundamentos de clase de la democracia y de la dictadura, debía ocuparse no de cuestiones particulares como el derecho al voto, sino de la cuestión general de si la democracia puede mantenerse para los ricos, para los explotadores, en el periodo histórico de su derrocamiento y la sustitución de su Estado por el Estado de los explotados2.
Para Lenin, un teórico es alguien que considera una cuestión, como en este caso la cuestión de la democracia, desde el interior de un momento determinado. Un renegado es alguien que no toma en cuenta el momento, alguien que utiliza una vicisitud particular como oportunidad para lo que es pura y simplemente su resentimiento político.
Esta distinción –y los análisis y alternativas que sustenta– sigue siendo, para nosotros, una cuestión actual.
Wilder Pérez Varona
21 de octubre de 2019