Estoy seguro de que cuando termine este desastre, la economía dominante y las autoridades afirmarán que fue una crisis exógena que no tiene nada que ver con defectos inherentes en el modo de producción capitalista y la estructura social de la sociedad. La culpa fue del virus. Este fue el argumento de la teoría económica convencional después de la Gran Recesión de 2008 – 2009 y se repetirá en 2020.
Mientras escribo, la pandemia de coronavirus (como ahora se llama oficialmente) todavía no ha alcanzado su pico. Aparentemente, tras comenzar en China (aunque hay alguna evidencia de que también pudo haber comenzado en otros lugares), se ha extendido ya por todo el mundo. El número de infecciones es mayor fuera de China que dentro. Los casos en China han ido disminuyendo hasta detenerse; en otros lugares todavía hay un aumento exponencial.
Esta crisis biológica ha creado pánico en los mercados financieros. Los mercados bursátiles han caído hasta un 30% en el espacio de semanas. El mundo de fantasía de que cada activo financiero podía crecer con costes de endeudamiento cada vez más bajos ha terminado.
COVID-19 parece ser un «desconocido desconocido», como el colapso financiero global del tipo «cisne negro» que desencadenó la Gran Recesión hace más de diez años. Pero COVID-19, al igual que ese colapso financiero, no es realmente un rayo que caiga de la nada: un «shock» externo que afecta a una economía capitalista en armonioso crecimiento. Incluso antes de que ocurriera la pandemia, en la mayoría de las principales economías capitalistas, tanto en el llamado mundo desarrollado como en las economías «en desarrollo» del «Sur Global», la actividad económica se estaba frenando, y algunas economías se contraía la producción nacional y la inversión, y muchos otras estaban al borde.
COVID-19 fue el punto de inflexión. Una analogía es imaginar una pila de arena que se acumula hasta un pico; entonces los granos de arena comienzan a deslizarse; y luego llega un cierto punto que con una partícula de arena más, toda la pila de arena se cae. Si eres poskeynesiano, quizás prefieras llamar a esto un «momento Minsky», en honor de Hyman Minsky, quien argumentó que el capitalismo parece ser estable hasta que deja de serlo, porque la estabilidad genera inestabilidad. Un marxista diría, sí, hay inestabilidad, pero esa inestabilidad se convierte en una avalancha periódicamente debido a las contradicciones subyacentes en el modo de producción capitalista con fines de lucro.
Además, de otra manera, COVID-19 no era un «desconocido desconocido». A principios de 2018, durante una reunión en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, un grupo de expertos (del R&D Blueprint) acuñó el término «Enfermedad X»: predijeron que la próxima pandemia sería causada por un nuevo patógeno desconocido que no había todavía entrado en contacto con la población humana. La enfermedad X probablemente resultaría de un virus originado en animales y surgiría en algún lugar del planeta donde el desarrollo económico pone en contacto a personas y vida silvestre.
La enfermedad X probablemente se confundiría con otras enfermedades al comienzo del brote y se propagaría rápida y silenciosamente; explotando redes de viajes y comercio humanas, llegaría a múltiples países y frustraría la contención. La enfermedad X tendría una tasa de mortalidad más alta que la gripe estacional, pero se propagaría tan fácilmente como la gripe. Sacudiría los mercados financieros incluso antes de alcanzar el estado de pandemia. En pocas palabras, Covid-19 es la enfermedad X.
Como argumentó el biólogo socialista, Rob Wallace, las plagas no son solo parte de nuestra cultura; son causadaspor ella. La Peste Negra se extendió a Europa a mediados del siglo XIV con el crecimiento del comercio a lo largo de la Ruta de la Seda. Han surgido nuevas cepas de gripe de la ganadería. El Ébola, SARS, MERS y ahora Covid-19 se han relacionado con la vida silvestre. Las pandemias generalmente comienzan como virus en animales que saltan a las personas cuando entramos en contacto con ellos. Estos efectos secundarios están aumentando exponencialmente a medida que nuestra huella ecológica nos acerca a la vida silvestre en áreas remotas y el comercio de vida silvestre lleva a estos animales a los centros urbanos. La construcción de carreteras, la deforestación, el desbroce de tierras y el desarrollo agrícola sin precedentes, así como los viajes y el comercio globalizados, nos hacen extremadamente susceptibles a los patógenos como los coronavirus.
Existe un debate tonto entre los economistas convencionales sobre si el impacto económico de COVID-19 es un «shock de oferta» o un «shock de demanda». La escuela neoclásica dice que es un shock de oferta porque detiene la producción; los keynesianos quieren argumentar que es realmente un shock de demanda porque las personas y las empresas no gastarán en viajes, servicios, etc.
Pero primero, como se argumentó anteriormente, no es realmente un «shock» en absoluto, sino el resultado inevitable del impulso del capital para obtener ganancias en la agricultura y la explotación de la naturaleza y del estado ya débil de la producción capitalista en 2020.
Y segundo, comienza con la oferta, no con la demanda como los keynesianos dicen. Como escribió Marx: «Hasta los niños saben que una nación que deja de funcionar, no ya un año, sino incluso unas semanas, perecería». (K. Marx a Kugelmann, Londres, 11 de julio de 1868). La producción, el comercio y la inversión son lo primero que se detienen cuando las tiendas, las escuelas y los negocios se cierran para contener la pandemia. Por supuesto, si las personas no pueden trabajar y las empresas no pueden vender, entonces los ingresos disminuyen y el gasto se derrumba y eso produce un «shock de demanda». De hecho, es el guión de todas las crisis capitalistas: comienzan con una contracción de la oferta y terminan con una caída en el consumo, no al revés.
Aquí hay una visión general (y precisa) de la anatomía de las crisis.
Algunos optimistas en el mundo financiero argumentan que el shock de COVID-19 en los mercados bursátiles terminará como el 19 de octubre de 1987. En ese lunes negro, el mercado bursátil se desplomó muy rápidamente, incluso más que ahora, pero en cuestión de meses volvió a subir y se fue arriba. El actual secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin, está seguro de que el pánico financiero terminará como en 1987. «Sabes, recuerdo a las personas que compraron acciones después del colapso en 1987, las personas que compraron acciones después de la crisis financiera», continuó. «Para los inversores a largo plazo, esta será una gran oportunidad de inversión.» «Este es un problema a corto plazo. Pueden pasar un par de meses, pero vamos a superar esto y la economía será más fuerte que nunca», dijo el secretario del Tesoro.
Los comentarios de Mnuchin fueron repetidos por el asesor económico de la Casa Blanca, Larry Kudlow, quien instó a los inversores a capitalizar el vacilante mercado bursátil por los temores del coronavirus. «Los inversores a largo plazo deberían pensar seriamente en comprar estas gangas», describiendo el estado de la economía estadounidense como «sólido». Kudlow realmente repitió lo mismo que dijo solo dos semanas antes del colapso financiero global de septiembre de 2008: «para aquellos de nosotros que preferimos mirar hacia adelante, a través del parabrisas, las perspectivas de los mercados de valores están mejorando cada vez más».
El colapso de 1987 se atribuyó al aumento de las hostilidades en el Golfo Pérsico que llevó a un aumento en los precios del petróleo, el temor a tasas de interés más altas, un mercado alcista de cinco años sin una corrección significativa y la introducción del comercio computarizado. Pero aunque la economía era fundamentalmente «sana», no duró. De hecho, la rentabilidad del capital en las principales economías estaba aumentando y no alcanzó su punto máximo hasta fines de la década de 1990 (aunque hubo una caída en 1991). Así que 1987 fue lo que Marx llamó un «colapso financiero» puro debido a la inestabilidad inherente a los mercados de capital especulativos.
Pero ese no es el caso en 2020. Esta vez, el colapso en el mercado de valores será seguido por una recesión económica como en 2008. Porque, como he argumentado en artículos anteriores, ahora la rentabilidad del capital es baja y las ganancias globales son estáticas en el mejor de los casos, incluso antes de la erupción de COVID-19. El comercio y la inversión mundiales han estado disminuyendo, no aumentando. Los precios del petróleo han colapsado, no subido. Y el impacto económico de COVID-19 afecta primero a la cadena de suministros, no en los inestables mercados financieros.
¿Cuál será la magnitud de la recesión por venir? Hay un excelente artículo de Pierre-Olivier Gourinchas que modela el impacto probable. Muestra el diagrama de salud pandémico habitual haciendo las curvas. Sin ninguna acción, la pandemia toma la forma de la curva de la línea roja, lo que lleva a una gran cantidad de casos y muertes. Con la aplicación de la cuarentena y el aislamiento social, el pico de la curva (azul) puede retrasarse y moderarse, incluso si la pandemia se prolonga más tiempo. Esto supuestamente reduce el ritmo de la infección y el número de muertes.
La política de salud pública debe apuntar a «aplanar la curva» imponiendo drásticas medidas de distanciamiento social y promoviendo hábitos de salud para reducir la tasa de transmisión.Actualmente, Italia está siguiendo el enfoque chino de bloqueo total, incluso si puede estar cerrando las puertas cuando el virus ya se ha disparado. El Reino Unido está intentando un enfoque muy arriesgado de autoaislamiento de las personas vulnerables y permitiendo que los jóvenes y los sanos se infecten para desarrollar la llamada «inmunidad colectiva» y evitar que el sistema de salud se vea abrumado. Este enfoque implica básicamente descartar a los viejos y vulnerables porque van a morir de todos modos si se infectan y evitar un bloqueo total que dañaría la economía (y las ganancias). El enfoque de los Estados Unidos consiste básicamente en no hacer nada: no realizar pruebas masivas, no autoaislarse, no cancelar eventos públicos; solo esperar que la gente se enferme y luego lidiar con los casos mas graves.
Podríamos llamar a este último enfoque la respuesta malthusiana. El más reaccionario de los economistas clásicos a principios del siglo XIX fue el reverendo Thomas Malthus, quien argumentó que había demasiadas personas pobres «improductivas» en el mundo, por lo que las plagas y enfermedades regulares eran necesarias e inevitables para hacer que las economías fueran más productivas.
El periodista conservador británico Jeremy Warner ha defendido lo mismo para la pandemia de Covid-19 que «principalmente mata a los ancianos». «Para simplificar, desde una perspectiva económica completamente desinteresada, el COVID-19 podría incluso resultar levemente beneficioso a largo plazo al eliminar desproporcionadamente a los dependientes mayores.» Y responde a las críticas: «Obviamente, para los afectados es una tragedia humana cualquiera sea la edad, pero esta es un artículo sobre economía, no la suma de las miserias humanas». De hecho, por eso Marx llamó «la filosofía de la miseria» a la economía de principios del siglo XIX.
La razón por la cual los gobiernos de Estados Unidos. Y Gran Bretaña no impondrán (todavía) medidas draconianas, como eventualmente en China y ahora en Italia (tardíamente) y en otros lugares, es porque inevitablemente aumentará la curva de recesión macroeconómica. Considere China o Italia: aumentar las distancias sociales ha requerido cerrar escuelas, universidades, la mayoría de las empresas no esenciales y pedir a la mayoría de la población en edad laboral que se quede en casa. Si bien algunas personas pueden trabajar desde casa, esto sigue siendo una pequeña fracción de la fuerza laboral en general. Incluso si trabajar desde casa es una opción, la interrupción a corto plazo del trabajo y las rutinas familiares es importante y puede afectar a la productividad. En resumen, la mejor política de salud pública hunde a la economía en una parada repentina. Un shock de oferta.
El daño económico sería considerable. Gourinchas intenta modelar el impacto. Supone que, en relación con una línea de base, las medidas de contención reducen la actividad económica en un 50% durante un mes y un 25% durante otro mes, después de lo cual la economía vuelve a la línea de base. «Ese escenario aún daría un golpe masivo a las principales cifras del PIB, con una disminución del crecimiento de la producción anual del orden del 6,5% en relación con el año anterior. ¡Extienda el cierre un 25% solo otro mes y la disminución en el crecimiento de la producción anual (en relación con el año anterior) alcanzaría casi el 10%!» Como punto de comparación, la disminución en el crecimiento de la producción en los Estados Unidos durante la «Gran Recesión» de 2008 – 2009 fue de alrededor del 4,5%. Gourinchas concluye que «estamos a punto de presenciar una recesión que podría superar a la Gran Recesión».
En el pico de la Gran Recesión, la economía de los Estados Unidos destruía empleos a razón de 800.000 trabajadores por mes, pero la gran mayoría de las personas todavía estaban empleadas y trabajando. La tasa de desempleo alcanzó su punto máximo en «solo» un 10%. Por el contrario, el coronavirus está creando una situación en la que, durante un breve período de tiempo, es posible que el 50% o más de las personas no puedan trabajar. El impacto en la actividad económica es comparativamente mucho mayor.
El resultado es que la economía, como el sistema de salud, enfrenta el problema de cómo «aplanar la curva». La curva roja traza la producción perdida durante una recesión aguda e intensa, amplificada por las decisiones económicas de millones de agentes económicos que intentan protegerse reduciendo el gasto, posponiendo la inversión, recortando el crédito y, en general, contrayéndose.
¿Qué hacer para aplanar la curva? Los bancos centrales pueden y están proporcionando liquidez de emergencia al sector financiero. Los gobiernos pueden implementar medidas fiscales específicas discrecionales o programas más amplios para apoyar la actividad económica. Estas medidas podrían ayudar a «aplanar la curva económica», es decir, limitar las pérdidas económicas, como en la curva azul, al mantener a los trabajadores remunerados y empleados para que puedan pagar las facturas o retrasarlas o cancelarlas por un período. Las pequeñas empresas podrían ser financiadas para resistir la tormenta y los bancos rescatados, como en la Gran Recesión.
Pero sigue habiendo un alto riesgo de una crisis financiera. En los Estados Unidos, la deuda corporativa ha aumentado y se concentra en bonos emitidos por las compañías más débiles (BBB o inferior).
Y el sector energético está siendo golpeado por partida doble porque los precios del petróleo se han desplomado. Las primas de riesgo de bonos (el costo de los préstamos) se han disparado en los sectores de energía y transporte.
La flexibilidad monetaria ciertamente no será suficiente para aplanar la curva. Las tasas de interés del banco central ya están cerca, en o por debajo de cero. Y las enormes inyecciones de crédito o dinero en el sistema bancario tendrán un efecto a contrapelo muy limitado sobre la producción y la inversión. El financiamiento barato no acelerará la cadena de suministro ni hará que la gente quiera viajar de nuevo. Tampoco ayudará a las ganancias corporativas si los clientes no gastan.
La principal mitigación económica tendrá que venir de la política fiscal. Las agencias internacionales como el FMI y el Banco Mundial han ofrecido 50 mil millones de dólares. Los gobiernos nacionales están ya lanzando varios programas de estímulo fiscal. El gobierno del Reino Unido anunció un gran gasto en su último presupuesto y el Congreso de los Estados Unidos acordó un paquete de gasto de emergencia.
Pero, ¿será suficiente para aplanar la curva si dos meses de cierres recortan la mayoría de las economías en un asombroso 10%? Ninguno de los paquetes fiscales actuales se acerca al 10% del PIB. De hecho, en la Gran Recesión, solo China inyectó tal cantidad. Las propuestas del gobierno del Reino Unido ascienden a solo el 1,5% del PIB como máximo, mientras que las de Italia son del 1,4% y las de Estados Unidos de menos del 1%.
Existe la posibilidad de que a fines de abril hayamos visto un pico en el número total global de casos y empiece a disminuir. Eso es lo que los gobiernos esperan y planean. Si ocurre ese escenario optimista, el coronavirus no desaparecerá. Se convertirá en otro patógeno similar a la gripe (del que sabemos poco) que nos afectará cada año como sus predecesores. Pero incluso dos meses de cierres provocarán graves daños económicos. Y los paquetes de estímulo monetario y fiscal planeados no van a evitar una crisis profunda, incluso si reducen la «curva» en cierta medida. Lo peor está por venir.
Michael Roberts, reconocido economista marxista británico, que ha trabajador treinta años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
20 de marzo de 2020
Traducción: G. Buster