Una propuesta que circula por estos días en ámbitos de la izquierda dice que se puede mantener la cuarentena –y por lo tanto, la producción parada– si se aplica un impuesto al «patrimonio de los ricos» (por caso, al patrimonio de las 20.000 personas más ricas del país), de manera de garantizar un salario de, digamos, unos 400 o 500 dólares a todos los trabajadores precarizados. Además, por supuesto, de pagar los salarios de los trabajadores en blanco. Así, con un buen impuesto se arreglaría gran parte del problema de la subsistencia, y no había necesidad de levantar la cuarentena. En lugar de socialismo… impuestos.
El asunto parece sencillo, pero lamento decir que no es así de simple. Es que pasa por alto que la mayor parte de la riqueza en manos de la clase capitalista no se encuentra bajo la forma de tesoro (de cash), sino consiste en medios de producción y/o derechos sobre la plusvalía. Perder de vista esto es propio de aquel que confunde la acumulación precapitalista con la acumulación capitalista. La primera pasa por el atesoramiento. La segunda consiste en acumular capital (y si bien el dinero puede ser capital, no todo el capital es dinero). Por eso Marx habla del «prejuicio popular que confunde la producción capitalista con el atesoramiento y que por tanto se imagina absurdamente que la riqueza acumulada es riqueza sustraída a la destrucción, y por lo tanto al consumo, bajo su forma natural existente, o también salvada de la circulación». Trasladado al presente, es la ilusión del populismo socialista que cree que la forma principal de la acumulación consiste en dinero «guardado debajo del colchón» (creencia que conecta con «el problema es el capital financiero, opuesto al productivo»).
Sin negar que el dólar bajo el colchón sea una forma de atesoramiento en Argentina, el mismo es propio de la clase media, y de alguna capa más acomodada de la clase obrera. La clase capitalista acumula en la forma de activos financieros –que dan derechos a plusvalía- y en medios de producción, de transporte, entidades bancarias, etcétera, con el fin de explotar al trabajo. Lo cual es característico del capital. Por eso a lo anterior Marx agrega: «Rescatar el dinero de la circulación sería precisamente lo contrario de valorizarlo como capital, y acumular mercancías para atesorarlas, pura necedad. Ciertamente, en la idea popular subyace, por una parte, la imagen de los bienes acopiados en el fondo de consumo de los ricos, bienes que se consumen lentamente, y por otra parte el almacenamiento, un fenómeno que se da en todos los modos de producción…» (pp. 726 – 7, t. 1, El Capital).
O sea, la acumulación de riqueza en el capitalismo es acumulación de capital, o de tesoros monetarios ni tampoco, dicho sea de paso, de medios de consumon. Por eso también, aunque los acopios forman parte del proceso de circulación del capital (véase cap. 6 del t. 2 de El Capital), nunca podrían satisfacer las necesidades del conjunto de la población en caso de que la producción y el transporte se interrumpiera durante un período, aunque este fuera corto (digamos, de algunas pocas semanas). Sobre esto último, Marx también señala que «la riqueza material que representan las reservas de mercancías concentradas en grandes cantidades», en particular en puntos fijos, «deslumbra la imaginación», pero esa cantidad «no es más que una magnitud ínfima si se la compara con la fluencia de la reproducción en su conjunto» (p. 675, t. 2, ibid.; énfasis mío). Dada la extensión que adquirieron los métodos de tipo toyotista –la fábrica «flujo»– no hay razones para pensar que hoy haya, en términos relativos, mayores acopios.
Por lo dicho, los stocks de dinero atesorado son relativamente pequeños en comparación con lo que constituye la verdadera riqueza, y base del poder, en manos de clase capitalista.. En consecuencia, decir que con un impuesto a los fondos líquidos se puede sostener durante 2 o 3 meses a la fuerza de trabajo de un país (o al 70 u 80% de la misma), es vender humo, y de la mejor cepa del reformismo burgués ramplón.
Si verdaderamente se quiere una solución socialista hay que hablar de expropiación de los medios de producción. Sin embargo, no bastaría con expropiar. Un gobierno socialista debería mantener la producción, por lo menos, de los bienes necesarios para la sobrevivencia de la población. También, por supuesto, el transporte, logística, comercialización de esos bienes, y el sistema bancario (estatal) para garantizar la cadena de pagos. Se puede expropiar la fábrica que produce el alimento X, pero al día siguiente de la expropiación los obreros y empleados deben producir X si se quiere alimentar a la población. No hay dólar que evite esto. Y esa producción aumentaría los riesgos de contagio. Por supuesto, se tomarían todas las medidas posibles para prevenirlo. Pero es imposible dar garantías absolutas. Es una cuestión material, objetiva. No hay nada más desorientador y desmoralizante que el subjetivismo voluntarista de izquierda, puesto a imaginar soluciones mágicas.
Rolando Astarita
8 de abril de 2020