Ante un panorama de incertidumbre creciente, creemos imprescindible establecer los fundamentos de la perspectiva y la lucha revolucionarias. Solo así podremos avanzar sin quedar enredadas en los señuelos de un sistema de dominación que ya está recofigurándose de forma acelerada.
Son días de saturación informativa. Las noticias sobre muertes y contagios por coronavirus se suceden; estado de alarma y control policial; los datos sobre los ERTE, despidos y desempleo nos abruman; y una crisis económica se da ya por descontada. Desde #KapitalEtaBirusa hemos hecho un seguimiento diario a todo ello y tratado de arrojar algo de luz sobre las problemáticas que se esconden detrás de la crisis del coronavirus. Sin embargo, lo cierto es que reina la confusión y hasta que no se disipe la «niebla de guerra» parece difícil de discernir tanto el alcance real, como las consecuencias de lo que estos días estamos viviendo. Por ello, y ante el riesgo de quedar desorientadas por la avalancha de datos y acontecimientos, creemos importante pausar el análisis y dedicar el siguiente texto a clarificar nuestra perspectiva estratégica.
La lógica de la dominación
Como punto de partida, entendemos que la sociedad actual está configurada de tal forma que funciona como un sistema de dominación, en el que una parte de la población se apropia del trabajo realizado por el conjunto de la sociedad. Se trata de una forma de organizar la sociedad de origen histórico, es decir, que no es natural o espontánea a la condición humana, sino que es fruto de una serie de determinaciones históricas. En el origen de dicha dominación se encuentra el patriarcado, como primera expresión de la propiedad privada, en la que el hombre comienza a apropiarse sistemáticamente del cuerpo y el trabajo de la mujer. Así, entendemos que el patriarcado ha sido uno de los ejes que ha vertebrado los diferentes sistemas de dominación a lo largo de la historia. Además, junto al patriarcado, hemos de considerar, al menos, el colonialismo y el desarrollo histórico del Estado como elementos imprescindibles para comprender la lógica de la dominación. De este modo, entendemos que la combinación de todos ellos sirve de base para la última, y hasta el momento más refinada forma de dominación social: la dominación capitalista.
El modo en el que se produce la apropiación en el capitalismo emana de las características que lo distinguen de otros sistemas de dominación: a saber, la dependencia generalizada respecto del mercado y la propiedad privada burguesa como forma dominante de propiedad. Bajo estas condiciones, hay quien no dispone más que de su fuerza de trabajo, que ha de vender en el mercado para lograr así el dinero necesario para vivir. Ese «dinero necesario para vivir» es el salario, cuyo contenido se agota continuamente, pues no cubre más que su propia reproducción (alimentación, ropa, vivienda, estudios, transporte). Por eso se ve obligado continuamente a seguir trabajando. Es su condición de supervivencia en el capitalismo, la condición trabajadora: venta de fuerza de trabajo, salario, y por tanto, desposesión. A esto hay que sumar el carácter patriarcal del capitalismo, que hace aún más penosa la condición trabajadora para las mujeres: trabajo doméstico cuya venta en forma de fuerza de trabajo queda patrimonializada por nuestros maridos, padres e hijos; dificultad para acceder al mercado laboral, en el que la venta de fuerza de trabajo se producirá de forma devaluada y en empleos feminizados; violencia sexual sistemática sobre nuestros cuerpos…
Por contra, hay quien posee capital. Estos no tienen que trabajar, les basta con invertir su capital, que revierte, alimentado por la plusvalía, en forma de aún más capital. Y esa es la condición explotadora en el capitalismo, la condición burguesa: propiedad de capital, emancipación del trabajo y acumulación cada vez mayor de poder social. La pregunta aquí es: ¿de dónde surge esa plusvalía, la fuente de riqueza que le permite al burgués continuar acumulando? Si nos fijamos bien en el salario que percibe el trabajador, veremos que a este se le paga por el valor de su fuerza de trabajo, no por lo que esa fuerza de trabajo realmente produce. Es decir, por lo que valen ocho horas de trabajo (alimentación, ropa, vivienda, estudios, transporte), no por lo que producen esas ochos horas de trabajo en su puesto correspondiente. Y como es de suponer, hay una gran diferencia entre el valor de la capacidad de trabajo (fuerza de trabajo) y el valor que realmente produce esa capacidad una vez que se pone a trabajar. He ahí el origen de toda plusvalía, que por su puesto pasa íntegramente a disposición del propietario del capital (o sea, del burgués).
Con esto, comprobamos la relación contradictoria existente entre el trabajo y el capital, en tanto que todo capital tiene su origen en esa parte del trabajo realizado que no ha sido remunarada. Así, no hay ni un solo céntimo de capital que no esté compuesto de trabajo. Esta es una contradicción que jamás superará el capitalismo, y que de una manera u otra, continuará brotando en forma de violencia estructural: por un lado las trabajadoras, como fuente colectiva de la riqueza, como fuente continua de vida y de la propia sociedad. Por otro lado la burguesía, transformando, bajo el orden jurídico capitalista, el fruto de ese proceso colectivo en propiedad privada burguesa. Esa violencia estructural, que en situaciones como la actual alcanza la superficie visible para prácticamente todos los estratos de la clase trabajadora, es el combustible de la lucha de clases. Como indicamos en un texto anterior, que esa lucha de clases devenga en un avance revolucionario, y no en un retroceso reaccionario, depende enteramente de las capacidades organizativas que demuestre el pueblo trabajador.
Táctica y estrategia. Reforma y revolución
Una vez llegados a este punto, cabe establecer los presupuestos estratégicos de esa organización y lucha revolucionarias. Para ello, consideramos que no hay ninguna forma en la que se pueda manifestar la propiedad privada en términos de justicia; que siempre que se establezca propiedad privada alguna, lo hará a costa de apropiarse del trabajo (en ocasiones del cuerpo) de un tercero. De ahí que si queremos una sociedad justa y libre de explotación, en la que no haya distinciones de clase, sexo o raza, el objetivo estratégico ha de ser la abolición de toda propiedad privada. Y sobre todo de su expresión psicológica, que se manifiesta a través de la mentalidad de la dominación. Esta es quizá la cuestión más compleja, ya que a diferencia de la propiedad capitalista, que claramente se encuentra concentrada en un pequeño grupo de personas, el pensamiento liberal-burgués y patriarcal atraviesa a todos y cada uno de los estratos de la sociedad actual. Mientras no seamos capaces de superar tanto la propiedad privada, como su reflejo ideológico, seguirán vigentes las condiciones para reproducir, de una manera u otra, la lógica de la dominación.
Por lo tanto, el objetivo estratégico al que nos encomendamos es una sociedad sin propiedad privada y en ausencia de toda dominación, la vida libre. Es decir, el comunismo o vida comunal. Nosotras entendemos el comunismo como una capacidad social; la posibilidad de organizar la totalidad del proceso vital de un conjunto de personas sin que medie la propiedad privada. Una síntesis social que no requiere del intercambio de mercancías, ni de ningún otro tipo de dispositivo de apropiación, para mantener la cohesión, el contacto y la relación entre sus miembros. Esas relaciones se establecerán según la lógica del cuidado y el apoyo mutuo, siendo la comunidad o la comuna el sujeto sobre el que se reproduzcan la vida y existencia comunales. Vaya, tan sencillo de formular como difícil de llevar a la práctica. Y es que el comunismo no puede ser una experiencia aislada, una comuna hippie en los márgenes de la sociedad capitalista, ya que tarde o temprano quedaría aplasatada por el avance capitalita o disuelta en su entramado mercantil. Solo mediante un proceso revolucionario a escala mundial es posible la implantación real y completa del comunismo. Y aquí reside el problema fundamental; si bien todas podemos recitar con soltura qué es el comunismo (incluso reivindicarnos comunistas), nadie a día de hoy sabe realmente cómo llegar a él. Eso sí, después de 150 años intentándolo, al menos sabemos cómo no es posible; no lo es a través del reformismo socialdemócrata, ni tampoco a través de la concentración cada vez mayor del poder en las estructuras estatales (como forma derivada del pensamiento reformista).
No obstante, la imposibilidad de alcanzar inmediatamente el objetivo estratégico no debe abrumarnos ni bloquearnos. Algunos de los contenidos de esa nueva socialización podrán y deberán de comenzar a desarrollarse desde el momento actual; otros solo serán posibles cuando la revolución se despliegue a escala social. Esto es lo que denominamos avances estratégicos, y que creemos que a día de hoy deben de ir en dos direcciones. Por un lado, el desarrollo de estructuras organizativas revolucionarias que nos permitan superar nuestro propio pensamiento liberal y patriarcal, a la vez que organizarnos a una escala cada vez mayor. Por el otro, la creación de espacios de socialización y producción basados en la colectivización, el cuidado y el apoyo mutuo, como fase incipiente de la comuna revolucionaria. Estos son nuestros objetivos estratégicos a día de hoy.
Por su parte, tampoco podemos obviar que hoy existimos dentro de los límites del capitalismo, con lo que también tendremos que actuar dentro de esos límites. Es lo que denominamos avances tácticos. Por ejemplo, cuando luchamos por un incremento salarial, o por una disminución del pago del alquiler, mejora nuestra posición como trabajadoras respecto a la del burgués, ya que aumenta el pago por nuestra fuerza de trabajo y disminuyen los gastos de nuestra reproducción. Pero esa mejora sucede dentro de los límites del capital y a través de sus categorías; mercancía, dinero, trabajo asalariado, capital… y por lo tanto, la explotación, siguen operando igualmente. Lo mismo sucede cuando se legaliza el aborto libre; como mujeres mejoramos nuestra posición, pero lo hacemos dentro de los límites del patriarcado, ya que sus categorías fundamentales no se verán alteradas. Seguiremos siendo violadas y asesinadas, solo que ahora podremos abortar libremente. Sin duda que se trata de luchas y mejoras que tienen que formar parte de nuestra práctica política; pero tenemos que entender que en sí mismas no apuntan en una dirección revolucionaria. Es más, si las entendemos de forma aislada, pueden tomar incluso la dirección contraria; la de convencernos de que existe un lugar más cómodo, más habitable, un lugar alternativo dentro de la lógica de la dominación. Por eso, los avances tácticos sólo tienen un sentido revolucionario cuando se dirigen enteramente a sostener y nutrir los avances estratégicos. Esta es la diferencia entre la reforma al servicio de la revolución y el reformismo sustituyendo a la revolución.
Coronavirus, crisis y perspectiva revolucionaria
Por todo ello, entendemos que la práctica política revolucionaria debe contemplar la combinación del avance táctico y el estratégico; no como dos formas independientes y consecutivas de actuar (primero los pasos tácticos y al final el objetivo estratégico), sino como un mismo momento en el que táctica y estrategia se combinan dialécticamente. Tendremos que tener esto muy presente las próximas semanas y meses. Los distintos gobiernos, con sus «baterías de medidas», tratarán de asegurar el correcto funcionamiento de la sociedad capitalista. Algunos lo harán desde una visión neoliberal, o incluso fascista; otros lo intentarán desde una perspectiva socialdemócrata. Pero todos dentro de los márgenes de maniobra que les permitan las categorías del capital. En algunas de esas medidas podremos hallar puntos de presión y denuncia política, en otras ciertas mejoras relativas para la clase trabajadora; puede que incluso la activación de grandes capas de la población. Se multiplicarán también las iniciativas populares, muchas de las cuales carecerán de una visión revolucionaria, y sin embargo, la mayoría de las personas que participen en ellas lo harán desde la más sincera intención por mejorar la sociedad, de la que también forman parte.
Ante este escenario, si hay algo que no nos podemos permitir las revolucionarias es perder la perspectiva estratégica, el horizonte revolucionario. Debemos seguir avanzando en la implementación de nuestros objetivos estratégicos, pero ser capaces también de mostrar y transmitir esa perspectiva. Deberemos de impulsar, por tanto, la creación y extensión de redes de apoyo mutuo, de vivienda, de autodefensa laboral; un tejido organizativo lo más amplio y diverso posible que vaya construyendo un poder popular cada vez más robusto. Cada vez más articulado entre sí y a una escala mayor. Serán numerosas las contradicciones con las que nos topemos, y puede que mostremos actitudes arrogantes y soberbias (aún nos queda mucho para desarticular la mentalidad de la dominación que bulle en nuestro interior). Ante ello, tendremos que recordar que la paciencia, la dedicación, el respeto y la humildad son valores fundamentales de la ética revolucionaria. Solo así podremos lograr la conversión de esas incipientes redes de solidaridad, primero en poder popular, y después en fuerza revolucionaria.
Se abre ante nosotras un momento histórico cuyas implicaciones aún no podemos calibrar. Hemos de entender que por sí mismos, los acontecimientos que nos esperan no nos conducirán más que a la miseria y la barbarie. Queda pues enteramente en nuestras manos intervenir en ellos y otorgarles una dirección revolucionaria.
Kapitala eta Birusa es una dinámica colectiva impulsada por un grupo de militantes de Hego Uribe (Bizkaia) y surgida a raíz de la crisis destapada por el coronavirus. Sin embargo, entendemos que la naturaleza del presente texto va más allá del marco comarcal en el que hemos venido desempeñando nuestra labor militante los últimos años. Es, por tanto, una invitación a la reflexión para todas aquellas que entendemos que solo a través de la lucha revolucionaria es posible acabar con el sistema capitalista y patriarcal. En estos tiempos convulsos en los que la historia parece acelerarse, la «perspectiva estratégica» descrita en las líneas anteriores puede ser un punto de debate, un punto de encuentro o incluso un punto de partida.
#KapitalaEtaBirusa (#CapitalYVirus)
kapitalaetabirusa@gmail.com
6 de mayo de 2020