Convencidos de la derrotabilidad de la rapiña neoliberal, de la derrotabilidad del capitalismo global, ahora con más razones que en cualquier otro momento debemos hacer todos los esfuerzos por organizar, unificar y coordinar la acción transformadora de todas las fuerzas anticapitalistas del orbe, porque aprovechando que como nunca se ha desdibujado la omnipotencia de la insaciable bestia, la cual es vista por muchos como un decrépito vejestorio en prolongada agonía que hay que ayudar a acelerar, considerando aquella reflexión de Lenin que indicaba que “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”. Y claro que debe caer tan injusto y depredador enemigo del ser humano y de la naturaleza, que ha mostrado en la actual crisis sanitaria generada por la pandemia de la COVID 19, su perversa y descomunal inutilidad para resolver los problemas de vida o muerte que por su propia estructura de egoísmo demencial, se ha multiplicado. La realidad nos ha mostrado con el peso y los dolores de sus terribles consecuencias que, si no se quiere caer en el terreno de una hecatombe mayor que la que ya se está padeciendo por cuenta del coronavirus y del hambre, el mundo está urgido de cambios inmediatos, para ya, como la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por decir lo mínimo. Lo cual implica, al menos, la desmercantilización de la industria farmacéutica y la recuperación de los recursos naturales o bienes del común. A no ser que se prefiera el no impulso del definitivo entierro del capitalismo, con una alternativa como consecuencia, que no es otra que la barbarie, traducida en la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica y de alienación que sin duda irán de la mano de la implacable dictadura mediática.
Desde diversas latitudes del mundo, se ha generalizado el sensato reclamo en favor de la intervención más activa del Estado para controlar los nocivos efectos de los mercados en el manejo usurero de los servicios básicos de salud, seguridad social, agua, educación, vivienda, transporte, etc. y para intentar, fundamentándose en el sentido común ‑revalorizando la solidaridad, enfrentando el desenfreno privatizante del neoliberalismo‑, una redistribución de las riquezas del mundo, que hoy por hoy se ven concentradas en algo más de la mitad de las mismas, escandalosa, desmesurada y criminalmente, en manos de un puñado de propietarios que no pasa de ser el 1% de la población. La hora de la supremacía política, económica y militar yanqui es la del ocaso, incluso en el que por décadas ha considerado su patio trasero, y la pujanza del capitalismo declina también, empujada por la actual recesión mundial sin precedentes. En el horizonte crepuscular la profunda crisis estructural del capitalismo, navega ahora el “cisne negro” de la pandemia, apresurando su inexorable destino que, sin duda, está en manos de las clases subalternas en la medida en que van tomando conciencia de la explotación y opresión que las avasalla y de que otro mundo es posible si quitamos de en medio a esa “burguesía imperial” mezquina, descompuesta y desquiciada. Si aterrizamos un poco en las cifras, la CEPAL ha calculado que como consecuencia directa de la virosis letal, para el 2020 el Producto Interno Bruto de América Latina y el Caribe tendrá una caída de 5,3%, la tasa de pobreza aumentará 4,4% y el número de pobres pasaría de 186 millones en 2019 a 214,7 millones, dibujando también en la región la recesión más grande que se haya sufrido desde 1914 y 1930. Con lo cual, lo previsible es un acentuado aumento del desempleo, de la pobreza y de la desigualdad. Según la Comisión Económica, en América Latina y el Caribe la pobreza extrema crecería del 11 al 13,5 %, lo que representa un incremento de 16 millones de personas (2,5 puntos porcentuales).
Nuestra Colombia, sin duda y aún con los trucos de culebreros de sus gobernantes, no escapa de esta situación, no importa que se maquille la realidad sobre el contagio y las dimensiones de la crisis sanitaria, y se amplíen y les den denominaciones “inteligentes” a las cuarentenas y a las medidas de aislamiento social para de paso tapar los narcoescándalos del Presidente y de su vicepresidenta, pues por más pantomimas que se pongan en escena la tozudez de los hechos y sus consecuencias pondrán en evidencia la farsa de sus políticas cicateras, mañosas e inútiles, como los publicitados giros a Familias en Acción, o el Ingreso Solidario, o la devolución del IVA y el programa Adulto Mayor, entre otras que son una burla si se toma en cuenta las pingües destinaciones económicas que el gobierno, usando malabarismos financieros, destina para esas grandes empresas que se ufanan de sus “donaciones” mientras tramitan los descuentos al impuesto de renta. Falsa “solidaridad empresarial”; falsos “obsequios” propagandizados para facilitarles la evasión de impuestos a personajes tipo Sarmiento Angulo, y de paso limpiarles su desprestigiada imagen de gánster adueñados del país con la complicidad de quienes a este y a otras vacas sagradas del sector financiero les permiten el desvalijamiento de los recursos de la nación.
¡Sigan haciendo su agosto, que seguramente, como a todo marrano gordo ya les llegará su diciembre! Sigan beneficiando a los banqueros y a Mac Pollo, Arroz ROA, Flor Huila e Ingenio del Cauca…, con los créditos que debieron ir para los campesinos y a beneficiar a los más necesitados. La fiesta no les va a durar eternamente. En Colombia, aparte del desempleo y de los empleados con salarios de hambre, son alrededor de diez millones los trabajadores llamados cuentapropistas que están sufriendo las consecuencias de tanta insensatez y sufren como muchos otros millones de pobres, el dilema de que si no los mata el coronavirus los mata el hambre. De complemento más de 2 millones de personas no tienen acceso a acueducto y alcantarillado…, y todavía se pretende que la gente se lave las manos con agua y jabón, se unte gel y se ponga desinfectante, porque nuestros gobernantes no saben en que país vivimos. Creen como Duque, que el país está lleno de bizcocherías donde los empleados promedio ganan dos millones de pesos mensuales (¡). ¿Hasta cuándo tanta humillación? Sacudámonos este lastre, expresemos nuestra indignación por tanto abuso contra el pueblo, y que el descontento social se vuelva un solo caudal imparable contra estas castas de rufianes. El destino del planeta está indudablemente en manos de los trabajadores; su parálisis es la parálisis del proceso de creación de valor, es la parálisis de la economía y el hundimiento indefectible de aquellos que necesitan explotar su fuerza de trabajo. De tal manera que, en tiempos de pandemia, frente a la aparente encrucijada de ir a trabajar o mantenerse aislados en casa para preservar la salud, debemos mirar ante todo en que ha llegado el momento de decir que cualquier sacrificio es válido pero no para seguir llenando los bolsillos de los capitalistas y continuar contemplando impasibles el desfinanciamiento del sistema publico de salud y su privatización, los fraudes de la industria farmacéutica y seguir respetando el “sagrado derecho de la propiedad” de los burgueses empeñados solamente en defender sus negocios.
Debe ser una exigencia de los trabajadores que la riqueza que producen sea riqueza para el bien común; debe ser exigencia para los gobiernos, que intervengan los hospitales y clínicas privadas para la atención de los pacientes infectados por el COVID-19, y todas las afecciones que agobian a las pobrerías; debe ser exigencia la formalización y la desprecarización laboral. Y debe ser exigencia que se erradique la hipocresía que encierra la falsa filantropía y la falsa caridad de empresarios y banqueros que le sacan ganancia hasta a las limosnas de las que aparentan desprenderse, solo pensando en que las protestas antineoliberales que estremecieron el continente y otros escenarios mundiales desbordando las avenidas, las plazas y las fronteras del 2019, no retornen con más fuerza de las entrañas de la soledad y el silencio de las calles solitarias de ciudades enmudecidas por el virus, pero ansiosas de romper con el aislamiento y con los causantes de una tragedia que ha podido ser evitada si no fuera por el autismo neoliberal y la deshumanización del sistema, que para nada se ha dolido realmente de la agonía de los millares de personas que no tienen ni tendrán por ahora los recursos para acceder a un sistema de salud cada vez más privatizada, ni aun a los pocos recursos públicos recortados por el fanatismo de hacer de todo lo que tocan un negocio y festín de la corrupción. Sabido está que millones de empresas o están en quiebra, o en crisis, o ya han cerrado dejando en riesgo o ya por fuera a millones de trabajadores. Se cree que al menos quinientos millones de personas caerán en las garras de la pobreza, suscitándose calamidades sociales mayores que las generadas por las crisis capitalistas de 1929 y de 2008; evidenciándose con ello, sí o sí, la necesidad de un nuevo orden económico mundial que nos traiga justicia social y nos libre de una nueva imposición de barbarie y de fascismo.
Así que para este Primero de Mayo en Colombia y en la mayoría de los lugares donde tal fecha es la más emblemática del año, aunque seguramente no se podrá marchar, sí se podrán juntar las manos y los puños de la memoria desde lo más profundo de la subjetividad emancipante, expresando por todos los medios que tengamos a mano las viejas y nuevas reivindicaciones. Deberemos y podremos, enarbolar desde cada hogar, desde cada campamento insurgente, desde cada rincón de la patria donde palpite el sentimiento de las luchas del proletariado, las banderas de sus propósitos más loables, por los que se cree y se tiene el convencimiento de victoria, gritando nuestra fe en Colombia, en la América Nuestra y en los oprimidos del orbe, haciendo tremolar el tricolor nacional y el rojo de la resistencia internacionalista, rompiendo la cadenas por un mundo mejor, post-capitalista, sin explotadores ni explotados, con justicia social, diciendo ¡viva el Primero de Mayo, vivan los trabajadores y el proletariado del mundo!
FARC-EP, Segunda Marquetalia
Montañas de Colombia, mayo de 2020