En su combate cotidiano, antes y sobre todo después de la independencia, el pueblo colonizado se diferencia. Su unidad se profundiza, se desarrolla sobre nuevas bases sólidas. Paralelamente, su violencia, que es su praxis revolucionaria, se diferencia, se jerarquiza, se relativiza. Cambia de sentido y de dirección. Se enriquece enriqueciendo su conciencia. Se desarrolla en múltiples niveles y reviste múltiples formas. Mientras que antes de la independencia era en lo esencial una lucha nacional, después de la independencia se convierte en una genuina lucha de clases.
Hemos visto que, en el ejercicio de su violencia, el pueblo descubre la realidad social y desvela su estructura. Teoriza su conciencia dando un sentido a su actividad cotidiana. Y es precisamente la práctica social la que le señala su nuevo enemigo de clase: la burguesía nacional. Pero ¿por qué la burguesía nacional? La respuesta se esboza en el capítulo 3 de Los condenados de la Tierra, titulado Desventuras de la conciencia nacional. En él, Fanon resalta uno de los aspectos fundamentales de la especificidad del devenir de los países subdesarrollados, a saber: la diferencia radical del papel histórico de la burguesía capitalista y de la burguesía subdesarrollada.
Su posición en relación con este problema es de condena absolutamente categórica de esta burguesía nacional, que como clase solo contribuye a la constitución de la historia de los países subdesarrollados para frenar el desarrollo de esta historia y paralizar su movimiento. La legitimidad de esta condena reside en un análisis penetrante de la génesis y de la estructura de esta clase embrionaria y parásita. Lo que caracteriza esencialmente a la burguesía nacional, nos dice Fanon, es «su incapacidad de racionalizar la praxis popular, es decir, de deducir su razón» (p. 113). En efecto, la burguesía nacional aparece históricamente como un subproducto del régimen colonial, del que depende genéticamente.
Engendrada involuntariamente por el propio desarrollo de la burguesía colonialista, pero mantenida después voluntariamente por esta, la burguesía nacional se halla, desde su concepción, predeterminada en su estructura y su comportamiento por esta burguesía madre, con la que tiende a colaborar necesariamente. El espacio interno de su desarrollo aparece como una excrecencia del espacio de desarrollo del capitalismo metropolitano y no como una parte constitutiva de la historia del pueblo colonizado. Esta es la razón por la que se oponía ferozmente a la lucha armada como método de resolución del problema nacional. Mientras este problema se planteaba en términos de reformas dentro del marco colonial, la burguesía subdesarrollada se afirmaba naturalmente como la clase dirigente del movimiento nacional, pero a partir del momento en que el problema se planteaba en términos revolucionarios de ruptura radical y violenta con el marco colonial, la iniciativa histórica pasó a manos de las masas campesinas y proletarias, y la burguesía nacional quedó excluida del movimiento de la historia que se realiza y se fundamenta a través de la praxis popular.
De este modo, el sentido del devenir aparece sin ambigüedad y se encamina necesariamente en una dinámica antiburguesa. Incapaz de romper el cordón umbilical que la ata a la burguesía colonialista, incapaz de comprender el sentido de la historia que se libera y se constituye, la burguesía nacional, por su comportamiento apocado e indeciso, asume la responsabilidad de su propia condena por la historia. Su génesis y su estructura la destinan necesariamente a desaparecer como clase. A diferencia de la burguesía occidental, no desempeña y no puede desempeñar ningún papel en la historia de los países subdesarrollados. Porque, como nos dice Fanon, la burguesía en estos países es básicamente una burguesía occidental antes de la independencia.
Durante la lucha y tras la independencia, la burguesía se reduce a una casta –carente de bases económicas sólidas– de comerciantes e intelectuales, o más bien de falsos intelectuales, que se definen fundamentalmente por una voluntad permanente de identificación con la burguesía occidental. Es el mimetismo burdo y vacío el que determina su manera de ser, su comportamiento social. No se puede hablar de una verdadera clase con respecto a esta famosa burguesía nacional, pues carece de todo lo que hace falta para ser realmente una clase que desempeña una función histórica. Sobre todo le falta capital, que constituye la base misma de toda burguesía de verdad. A falta de capital productivo, la burguesía nacional se orienta hacia actividades de tipo intermedio. Tiene por tanto esencialmente una estructura parasitaria. Al no desempeñar ningún papel en el proceso de producción del capital, sino únicamente en el proceso de circulación del capital, aspira, según Fanon, a
ocupar el lugar de la antigua población europea: médicos, abogados, comerciantes… transitarios, etc. (y se complace) sin complejos y con toda dignidad en el papel de agente de negocios de la burguesía occidental (p. 116).
Su ideal se corresponde con su estructura socioeconómica. Por tanto, nunca pretenderá asumir, como la burguesía madre, una misión histórica. Excluida de la historia, su vocación histórica, nos dice Fanon,
consiste en negarse como burguesía, negarse como instrumento del capital y someterse al capital revolucionario que constituye el pueblo… Debe hacer suyo el deber imperioso de aprender del pueblo y de poner a disposición del pueblo el capital intelectual y técnico que ha adquirido durante su paso por las universidades coloniales. Sin embargo, a menudo la burguesía nacional no muestra interés por seguir esta vía heroica… para emprender con la conciencia tranquila la vía horrible, porque es antinacional, de una burguesía clásica, de una burguesía hueca, burda y cínicamente burguesa (p. 114).
El poder estatal de la burguesía occidental se justifica históricamente por el hecho ser la clase que llevó a cabo –sin duda mediante la explotación violenta del proletariado– la acumulación primitiva de capital, necesaria para todo despegue económico, e impulsó con fuerza el desarrollo de las fuerzas productivas. Ahora bien, debido a su génesis y a su estructura, la burguesía nacional es incapaz de llevar a cabo esta tarea económica. En efecto, al ser de naturaleza esencialmente comercial y orientarse sobre todo a la exportación, su capital se inscribe mucho más en la lógica interna del capital occidental del que depende que en la del capital nacional, del que está aislada. De este modo, aumenta desmesuradamente sus ganancias, pero no mediante una inversión industrial, sino de una mantera artificial mediante operaciones especulativas que no corresponden en absoluto a un verdadero aumento de la producción.
La ganancia del capital de la burguesía nacional no proviene de un circuito productivo real, sino de un circuito improductivo parasitario, puramente comercial. Pero dado que el comercio de la burguesía nacional se ciñe esencialmente a la importación y exportación, que solo influye negativamente en el conjunto del movimiento de la economía nacional, la ganancia que obtiene constituye por tanto una parte ínfima de una plusvalía que comparte de manera muy desigual con el capital colonial. Su vida es una perpetua supervivencia, basada exclusivamente en la generosidad bien calculada y malévola de la burguesía madre occidental. Afectada desde su nacimiento de raquitismo congénito –Fanon dice que «de senilidad precoz»–, ¿qué sentido tiene imponerle una vida que solo es posible mediante fuertes inyecciones de capital, que en vez de invertir productivamente, ella prefiere gastar en un lujo exhibicionista con el fin de identificarse en la apariencia y en la imaginación con la burguesía occidental? En palabras de Fanon,
En los países subdesarrollados, la fase burguesa es imposible… La burguesía no deberá hallar condiciones propicias para su existencia y su prosperidad. Dicho de otro modo, el esfuerzo de las masas encuadradas en un partido y de intelectuales plenamente conscientes y armados con principios revolucionarios deberá parar los pies a esta burguesía inútil y novata… Hay que oponerse resueltamente a ella porque literalmente no sirve para nada… Tanto más fácil es neutralizar a esta clase burguesa cuanto que es numérica, intelectual y económicamente débil… Pararle los pies es la única manera de avanzar. (pp. 130, 131, 132)
Interpretemos bien las palabras de Fanon. No se trata en modo alguno de quemar etapas o de violentar la historia. Esta manera de interpretarle identifica el porvenir de los países subdesarrollados con el de los países capitalistas, y pierde de vista la originalidad del movimiento histórico de una realidad aparentemente ambigua. Si el devenir de Occidente pasa necesariamente por el capitalismo como forma histórica de su desarrollo, esto no implica para nada, sino todo lo contrario, el paso necesario del devenir de los países subdesarrollados por esta misma forma de desarrollo. Comprender no es identificar, y para discernir el movimiento interno de la historia de estos países, el mejor método no pasa por abordarlo desde fuera con esquemas preestablecidos, que no hallarían en él una resonancia adecuada, precisamente porque se han salido de la realidad histórica de Occidente. Sin un cuestionamiento metódico de estos esquemas espaciotemporales no descubrimos en la realidad histórica que pretendemos analizar más que las formas vacías de nuestro pensamiento y no la estructura original de esta realidad que se nos escapa.
Con la crítica de estos esquemas de explicación histórica no pretendemos negar su universalidad, sino, por el contrario, enriquecer su contenido mediante su confrontación, sin prejuicios, con un devenir que se abre camino, con una historia que se estructura. Redescubrirlos en la realidad que estudiamos y no aplicarlos desde fuera a esta realidad, este es el único método de análisis histórico fecundo. Así, en los países subdesarrollados, a la inversa de lo que sucede en los países capitalistas y los países socialistas europeos, la revolución parte del campesinado para ganarse acto seguido al proletariado; del mismo modo que es la socialización de la agricultura la que determina necesariamente la socialización de la industria y por tanto de toda la producción social.
Mientras que en los países de Occidente es la clase burguesa la que realiza la acumulación de capital mediante la capitalización del conjunto de la economía, en los países subdesarrollados, donde la burguesía nacional no está genética y estructuralmente a la altura de esta tarea, son el campesinado y el proletariado quienes realizan la acumulación de capital, condición principal para superar el subdesarrollo, pero por la vía de la socialización de la producción y no de su capitalización. Por consiguiente, el juicio de Fanon sobre la burguesía nacional de los países subdesarrollados no se sitúa en el plano moral de un odio subjetivo a esta clase, sino en el plano del análisis racional del devenir histórico de estos países.
La actitud de Fanon no es la actitud romántica o lírica de un poeta, sino la actitud científica de un historiador y un sociólogo. No hay en él una mística de la violencia, sino una violencia claramente consciente de sus objetivos y que se materializa como un movimiento revolucionario permanente que profundiza la lucha y la diferencia al pasar del nivel estrictamente nacional a un nivel económico-social de lucha de clases. La conciencia nacional, que Fanon califica de «forma sin contenido, frágil y grosera» (p. 113), es sustituida por la conciencia política y social. El nacionalismo no es una doctrina política, no es un programa.
Hay que pasar rápidamente de la conciencia nacional a la conciencia política y social. La nación no existe en ninguna parte más que en un programa elaborado por una dirección revolucionaria y asumido lúcidamente y con entusiasmo por las masas (p. 150).
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Con la superación de la conciencia nacional se profundiza el combate revolucionario, que se diferencia y asciende al nivel superior de la conciencia política, económica y social. Este es el nivel en que Fanon plantea el problema de la cultura nacional.
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