Este es un problema difícil y complejo, que merece ser tratado aparte. No podemos abordarlo de una manera seria en el marco de este ensayo, que de por sí ya es largo. Por consiguiente, nos contentaremos con esbozar la cuestión muy rápidamente y trazar esquemáticamente la perspectiva tal como la definió Fanon.
Para situar el problema en su contexto y mostrar cómo se inscribe en la obra capital de Fanon, que es Los condenados de la Tierra, hay que señalar de entrada que dicha obra no constituye un conjunto de problemas tratados independientemente unos de otros y que hallan su unidad en su agrupamiento artificial y externo en un mismo libro. Al contrario, el pensamiento fanoniano presenta en dicha obra una unidad estructural que se desarrolla progresivamente en un único movimiento de reflexión. La diversidad de problemas que aborda, lejos de romper su unidad, no hace más que consolidarla en la medida en que los problemas aparecen como las múltiples figuras de la misma realidad histórica. Por tanto, el problema de la cultura se inscribe necesariamente en el marco de esta misma epopeya de la conquista de la identidad emprendida por el pueblo colonizado en todos los planos de su existencia.
Realmente se plantea en términos existenciales. Porque la cultura se define ante todo como la manera de ser fundamental en el mundo, como la forma concreta de la presencia del ser humano en el mundo. El universo humano, incluso en sus aspectos materiales, técnicos y económicos, es esencialmente un universo cultural. O mejor dicho, está sumergido en la cultura, incluso en su modo de ser material. Visto desde este ángulo, el problema de la cultura aparece como el problema fundamental de la existencia del ser humano, y su resolución, en la realidad, se materializa como el término o la culminación del movimiento de liberación de los pueblos colonizados. Ahora bien, querer abrir un debate sobre las perspectivas con las que hay que emprender la constitución de una cultura nacional es una pretensión harto ridícula, ya que el debate está abierto desde que el hombre colonizado ha dejado de serlo al liberar mediante la violencia su pensamiento y su ser. Al asumir el pensamiento de Fanon, nos esforzaremos únicamente por plantear el problema, sin pretender en absoluto resolverlo, lo cual es una tarea histórica del pueblo en su conjunto.
Es un doble problema que se plantea de cara a la constitución de una cultura nacional. Se trata en primer lugar del esfuerzo doloroso por desprenderse uno mismo de la alienación radical en la que el universo colonial ha instalado, léase capturado, la cultura nacional. Sin embargo, este intento de recuperación de uno mismo en el presente implica inevitablemente el segundo aspecto del problema, el de la recuperación de un pasado cultural que queremos vivo. Se trata en realidad de dos aspectos de un mismo problema.
Una auténtica reconciliación con uno mismo mediante el esfuerzo por recuperar esta unidad histórica de la cultura nacional, o lo que es lo mismo, de la manera de ser cultural de la nación, que debe prolongar su pasado en un presente que apenas comienza a curarse de su neurosis y su traumatismo. Ahora bien, la naturaleza de la relación que debe establecer la cultura nacional con su pasado viene forzosamente determinada por la naturaleza de su relación con la cultura europea que es inherente a su estructura y que define, provisionalmente, la modalidad de su presencia. La situación actual del devenir de esta cultura nacional es efectivamente trágico. Porque en la medida en que se remita, para constituirse, a la cultura europea que la atrae interiormente y que se plantea así como un criterio de universalidad, la cultura nacional no podría ser auténtica, y el fundamento mismo de su validez le sería ajeno y no residiría en ella misma.
En otras palabras, si, precisamente como expresión total y existencial, la cultura nacional continúa, como en el pasado, definiéndose, en su devenir, esencialmente con referencia a la cultura europea, no se liberará del universo de su alienación y de este modo se desarrollará siempre en el plano que le viene impuesto por esa cultura que quiere negar y a la que, paradójicamente, se vincula en el esfuerzo mismo de su negación; en suma, experimentará su devenir como destino y no como libertad, emprendida conscientemente en un verdadero movimiento de creación. Sin embargo, el drama de esta cultura es que, para desarrollarse libremente en un universo de autenticidad propio, no puede dejar de defenderse, mediante un esfuerzo de negación, frente a ese intenso poder de fascinación que ejerce sobre ella la cultura europea.
Sin embargo, aunque se sitúe en un plano de alienación, este primer momento de la génesis de la cultura nacional, visto desde la perspectiva de su formación histórica, constituye en cierto modo el último momento de la prehistoria de esta cultura y la condición necesaria para su entrada en la historia, es decir, en el reino de la autenticidad. Por consiguiente, la cultura nacional contempla su pasado en esta relación de negación defensiva de la cultura europea. No obstante, la reivindicación de una cultura nacional anticolonial procede del deseo legítimo de reencontrar, a través incluso de la discontinuidad de la historia nacional y a pesar de las sacudidas que ha experimentado, la unidad radical de la nación. Claro que este retorno legítimo al pasado cultural, por mucho que contemple el pasado como tal, sin proyectarlo al presente y al futuro de la nación, encierra el riesgo de hacernos olvidar los problemas actuales a que se enfrenta el pueblo. La recuperación del pasado puede convertirse así en una recuperación de sí misma en el pasado y devenir una operación de idealización y loa poética del pasado cultural en detrimento incluso de la cultura nacional. Como nos dice Fanon,
este creador, que decide describir la verdad nacional, se vuelve paradójicamente hacia el pasado, hacia lo inactual. A lo que apunta en su intencionalidad profunda son las deducciones del pensamiento, lo externo, los cadáveres, el saber definitivamente estabilizado. Sin embargo, el intelectual colonizado que desea realizar una obra auténtica debe saber que la verdad nacional es en primer lugar la realidad nacional. Le hace falta crecer hasta el lugar en ebullición donde se prefigura el saber (p. 168).
Por tanto, no hay que contemplar el pasado como un cadáver cuyo recuerdo se evoca nostálgicamente, sino al contrario, hay que mirarlo con nuestros ojos de hoy, alumbrarlo y comprenderlo en función de nuestro proyecto revolucionario actual. Porque no puede vivir sin su relación activa con nuestro presente. Unirlo a nuestro presente para prolongarlo a nuestro futuro es la única manera de hacer que viva. Este es el sentido de la siguiente frase Fanon:
El hombre colonizado que escribe para su pueblo, cuando utiliza el pasado, debe hacerlo con la intención de abrir el futuro, de invitar a la acción, de fundar el espíritu (p. 174).
Así, el pasado no puede tener una estructura temporal independiente y propia. Extrae su fuerza vital que tal vez tenga tan solo de su apertura al presente y al futuro de nuestra realidad actual. Para que deje de ser un cadáver histórico, hace falta conferirle un nuevo devenir que es el de nuestra realidad.
A modo de conclusión podemos decir que la cultura nacional ha de abrirse camino entre dos alienaciones y en contra de ellas: un pasado que se anquilosa y una Europa que fascina. Frente a esta doble amenaza, la voz de Fanon se alza para definir el sentido mismo del combate cultural (p. 169): «Hemos tomado todo del otro lado. Pero el otro lado no nos da nada sin llevarnos, por mil desvíos, en su dirección… atraernos, seducirnos, encarcelarnos. Tomar también es, en múltiples aspectos, ser tomado… No basta con unirse al pueblo en este pasado en que ya no existe, sino en este movimiento brusco que acaba de esbozar y a partir del cual, súbitamente, todo estará en tela de juicio. Es en este lugar de desequilibrio…» donde se sitúa y se prolonga el combate cultural.
13 de junio de 1964
Fuente: https://www.contretemps.eu/pensee-revolutionnaire-fanon-mahdi-amel/
Traducción: viento sur
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