Resumen Latinoamericano, 8 de octubre de 2020.
La fe y las congregaciones evangélicas, pentecostales y neopentecostales fundamentalistas crecen en todo el mundo mientras colocan líderes políticos de extrema derecha en las instituciones e instalan una “agenda social anti-derechos”.
“Tú eres mi Dios, todo glorioso, en quien coloco toda mi confianza, toda mi esperanza, Señor. Porque por aquel que cree, todo es posible”, exclama el pastor Misael Tenorio de la Iglesia Evangélica Manantial De Vida En Cristo, en una pequeña caseta hecha de guadua y bareque de una comunidad rural del Norte del Cauca. Quince personas están a su alrededor, con los ojos cerrados, las manos levantadas, dos de ellas arrodilladas en el suelo. Una escena que se reproduce cada domingo (a veces a diario) aquí y en miles y miles de comunidades de todo el mundo. Sobre todo en el continente americano pero también en África y Asia. “Para mí ser evangélica es algo muy grande y allá donde vayamos tenemos la obligación de llevar la palabra del Señor”, asegura Gloria Ortega, feligresa de la iglesia Unión Misionera Colombiana.
Se calcula que hay más de 900 millones de personas que profesan esta creencia en el mundo, entre las de corrientes evangélicas, pentecostales y neopentecostals. Esta es una cifra en crecimiento constante desde hace cuatro décadas. El caso de América Latina es paradigmático y llama la atención de pensadoras y activistas que luchan por la defensa de la vida. Y es que una de cada cinco latinoamericanas es miembro de una congregación evangélica, según una encuesta del Latinobarómetro del año 2017 realizada en 18 países. Son más de 100 millones de personas seguidoras de una fe que no está llegando solo a las comunidades más remotas del Amazonas o en los pueblos más elevados de los Andes, sino que también ha llegado a la mayoría de parlamentos.
Estas congregaciones han demostrado ser capaces de ofrecer a una sociedad caracterizada por la desigualdad social y la ausencia de prestaciones públicas de lo que en Occidente han llamado “Estado de Bienestar”, un tejido comunitario al que acogerse, un apoyo emocional y, a veces, económico. Su discurso, sin embargo, viene acompañado de postulados conservadores como la oposición al matrimonio igualitario o al aborto y toda una batería de valores tradicionales que según los colectivos y organizaciones preocupados, amenazan los derechos sexuales y reproductivos e incluso los derechos humanos.
“Su concepción de cómo tiene que ser la sociedad busca entre comillas volver a un orden natural moral, es decir un orden heterosexual, de género conservador, un orden que limite libertades y que garantice que ellos mismos puedan gobernar”, explica Diana Granados, antropóloga feminista colombiana e investigadora de los fundamentalismos religiosos. Habla de libertades como la eutanasia, el acceso a métodos anticonceptivos o la prohibición de la pena de muerte. “Y lo más peligroso es que estas concepciones tienen una conexión global y que son compartidas por personas religiosas que ocupan altos cargos del poder político”, asegura Granados refiriéndose a la mayoría de Gobiernos de América Latina o mecanismos interestatales como la Organización de los Estados Americanos ‑OEA- o el Parlamento Europeo.
Después de la espada y la cruz
Para entender el origen de estas religiones, empezando desde la raíz, tenemos que irnos 500 años atrás y recordar dos momentos clave: el inicio de la evangelización católica del “Nuevo Mundo” que denominaron América, en 1492; y el inicio de la Reforma Protestante por el fraile Martin Luthero, en 1517, en Alemania. La fe evangélica, rama de la protestante, tiene por características la no representación en imágenes de las figuras bíblicas, la ausencia de culto a los santos y a la virgen María y la posibilidad de que quien quiera pueda abrir su franquicia evangélica en su barrio o comunidad, pues no existe una instancia centralizada de dirección como por ejemplo el Vaticano (para la religión católica). A pesar de esto, sí que existen unos liderazgos locales y regionales claves.
El inicio de la presencia de iglesias protestantes en América Latina se da con la independencia de los diferentes países latinoamericanos de la España católica, apostólica y romana. Este proceso brindó cierta apertura religiosa. La primera oleada fue con la llegada de migrantes europeos a inicios de siglo XIX. En la segunda oleada (en torno a 1850), sociedades misioneras de los Estados Unidos llegan para anunciar su evangelio protestante. Empieza así un proceso de recolonización espiritual, activo hasta hoy entre los pueblos latinoamericanos. El filósofo caucano Diego Jaramillo asegura que esta colonización “se ha dotado siempre de unos espacios para cooptar culturalmente las comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, desde el punto de vista religioso y político, como son hasta hoy los Cuerpos de Paz de Estados Unidos”.
A inicios del Siglo XX surge en Kansas y California el movimiento pentecostal entre las tendencias protestantes de las clases más humildes de Estados Unidos y con un importante componente anticomunista. Estas congregaciones tendrán su explosión demográfica durante los años 60 en Norteamérica y fueron un contraataque a la influencia social de la Teología de la Liberación durante la década de los 70. Durante los años 80 creció en los Estados Unidos y se expandió por el mundo la Teología de la Prosperidad, según la cual la prosperidad financiera y física de las personas creyentes depende de la voluntad de Dios y de sus oraciones y donaciones a las congregaciones evangélicas.
Jaramillo apunta a que a partir de la declaración de estados laicos ‑en el caso de Colombia, por ejemplo, en 1991- se consigue “cierta distanciación entre la política y la institución católica pero a la vez se amplía la libertad religiosa que hace que los movimientos evangélicos y pentecostales crezcan”. “Volver América a Dios” proclamaron estos movimientos durante el V centenario del llamado “Descubrimiento de América” en 1992. A partir de aquí, “lo que se propusieron es llegar no solo a sus creyentes sino a toda la sociedad. Y efectivamente obtienen un lugar de incidencia y de influencia política más decidida y activan una remodernización de su culto que hace que se expandan”, explica Diana Granados.
Demografía evangélica
Con más de 600 millones de habitantes, América Latina se continúa considerando un continente eminentemente católico. Sin embargo, durante los últimos 30 años en la mayoría de países las iglesias evangélicas, pentecostales y neopentecostales han crecido de manera significativa. “Después de este pentecostalismo clásico, surge lo que denominamos neopentecostalismo, ahora en auge, que son confesiones que sobresalen de las congregaciones tradicionales, son nuevos actores relacionados con poderes concretos”, analiza Granados. Menos en México y en Paraguay (donde entre el 80 y 90% de sus poblaciones respectivamente se siguen considerando católicas) y Chile y Uruguay (donde lo que ha crecido es el ateísmo), en el resto de países se lee una considerable migración religiosa del catolicismo a la fe evangélica.
América Central una de las regiones donde estas congregaciones han cogido más fuerza. A pesar de que es complicado contabilizar este tipo de variables; según censos y estudios regionales, en Guatemala un 41% de la población se considera evangélica, en Nicaragua un 32% y en El Salvador un 28%.
Su crecimiento ha estado evidenciado en el espaldarazo que estas comunidades dan al poder de ultraconservadores como Jair Bolsonaro (Brasil), Iván Duque (Colombia) o Juan Orlando Hernández (Honduras). Pero también han apoyado a líderes considerados progresistas como Andrés Manuel López Obrador (México). La realidad es que hace ya algunos años toda candidatura a una Presidencia de la región se ve obligada a reunirse con la comunidad evangélica reconociéndolo como un actor estratégico.
Casi un 30% de población brasileña profesa el culto evangélico. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, mientras en el año 2000 unos 26.2 millones de nacionales se identificaban con el culto evangélico, en el año 2010 esta cifra pasó a ser de 42.3 millones. Este es un crecimiento del 61%. Según la Comisión Económica para América Latina y El Caribe ‑CEPAL‑, este crecimiento es más acentuado en las comunidades indígenas de todo el continente. Siguiendo con el caso de Brasil, si en 1991 había 20 indígenas evangélicos por cada 100 católicos –dejando de lado los que conservan su propia espiritualidad‑, en 2010 eran 60 evangélicos por cada 100 católicos.
Según el sociólogo boliviano Julio Córdoba, experto en el impacto del culto evangélico en las comunidades aimara y quechua de Bolivia, “sobre todo cuando las comunidades se desestructuran debido a la penetración de relaciones capitalistas y surge una élite de campesinos más ricos, comerciantes, transportistas, las iglesias evangélicas emergen como una alternativa para los campesinos más pobres”. En estos casos, los servicios, la atención e incluso el afecto que no brindan los sistemas de prestaciones públicas precarias o inexistentes en las regiones empobrecidas de América, los ofrecen las comunidades evangélicas. La transformación de católica a evangélica para muchos también es una evolución moral: “en la vida católica seguimos bailando, bebiendo, hablando mal de la gente en la espalda, pero gracias al evangelio ya nos hemos dado cuenta que todo esto ofende a Dios y no lo tenemos que hacer”, asegura Gloria Ortega.
La agenda social antiderechos
Esta migración religiosa ya es ampliamente interpretada como un fenómeno que sobrepasa el campo espiritual y atraviesa el político y el social debido a la instalación de lo que consideran una “agenda social antiderechos” que está creciendo exponencialmente. Como afirma la feminista comunitaria y lideresa maya q’eqchi y xinca, Lorena Cabnal, “ellos juegan no sólo con la posibilidad de un mandato que consideran divino, sino con la responsabilidad de administrar a los pueblos” utilizando precisamente este poder divino. El portal web La Mala Fe, impulsado por organizaciones como el Consorcio Latinoamérica contra el Aborto Inseguro ‑Clacai‑, hace años que recoge noticias e investigaciones sobre el avance de estas congregaciones y las denomina “cruzadas antigénero”.
Neoliberalismo, ultraconservadorismo, fundamentalismo religioso y des-democratización son modelos y procesos que la mayoría de fuentes consultadas para este reportaje consideran que pasa en América, la del Sur y la del Norte. En ellos, el crecimiento de las iglesias evangélicas fundamentalistas de derecha tienen un papel capital. Según la investigadora costarricense Gabriela Arguedas, se trata de una “erosión gradual del tejido democrático de la política que potencialmente transforma la arquitectura institucional de regímenes democráticos en simulacros”.
Según Granados, este crecimiento tiene lugar gracias a todo un despliegue de figuras claves de las congregaciones en varios campos de la sociedad. “Tienen centros de estudios, universidades, grupos de abogados, cadenas radiofónicas, canales de televisión, de Youtube: hay una diversificación de su presencia que se fortalece durante los 90s con la entrada del neopentecostalismo”, declara Arguedas. Este despliegue tiene más presencia en los países del Sur Global aunque su principal centro de poder radica en los Estados Unidos y cuenta con cómplices en Europa. En el Estado español, por ejemplo, la Universidad de Navarra (fundada por el líder del Opus Dei, José María Escrivá) se ha dedicado a publicar artículos “científicos” que han ayudado a legitimar y posicionar el concepto de “ideología de género” y trabajos académicos sobre “la homosexualidad como condición patológica que puede ser tratada”. Dentro de su oferta académica podemos encontrar un Máster en Matrimonio y Familia o seminarios sobre cómo prevenir divorcios.
“Existe un flujo continuo de financiación de agencias gringas hacia las congregaciones evangélicas de América Latina. Es una nueva forma de imperialismo”, asegura Fabio Py, Doctor en Teología y autor del libro Cristofascismo. Por ejemplo, según este pensador, “el cuerpo más grande del aparato misionero que hay en el mundo después del Vaticano, es la Convención Bautista del Sur, de los Estados Unidos. Es una gran estructura que destina muchos recursos hacia el exterior y su principal foco es América Latina”.
Aun así, en los últimos años, “se han ido autonomatizando los poderes económicoreligiosos, es decir que ya no actúan siempre como franquicias transnacionales que salen de Estados Unidos y se expanden por todo el mundo sino que ya hay nuevos poderes que empiezan a crear sus propios emporios: ya no se tienen que defender de la casa matriz gringa, tienen sus propios tentáculos”, considera Diana Granados desde Colombia. Ejemplo de esto son la Misión Carismática Internacional, la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Último Día, el Avivamiento, Ríos de Vida, la Unión Misionera Evangélica… Según el sociólogo argentino Javier Calderón, existen más de 19.000 versiones de estas congregaciones.
Objetivos políticos y económicos
La lista de líderes políticos de confesión evangélica en América está encabezada, por orden de poder, por el Vicepresidente y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pence y Mike Pompeo, respectivamente. Ambos han protagonizado reuniones opacas con Presidentes latinoamericanos y pastores evangélicos del Norte. Conjuntamente patrocinan el Capitol Ministries, una organización religiosa que según su presentación “crea discípulos de Jesucristo en la arena política alrededor del mundo”. Se trata de evangelizar líderes políticos para que legislen según los principios bíblicos. “Leyes que vetan luchas y resistencias históricas de las comunidades, de la pluralidad”, analiza Lorena Cabnal. “A través de estas relaciones intencionales de poder, se consigue una jerarquía en la toma de decisiones ultraconservadoras de como ordenar la vida de las comunidades y de este modo se violentan las relaciones de vida y los derechos humanos”, concluye Cabnal.
Y del campo político, al mediático y por tanto al imaginario colectivo de la sociedad. En las campañas electorales de Jair Bolsonaro en Brasil o de Iván Duque en Colombia y muy concretamente durante la campaña por el “No” al plebiscito que buscaba ratificar los Acuerdos de Paz entre las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ‑FARC- y el Gobierno, el concepto de “ideología de género” jugó un papel clave en la retórica mediática. Pastores evangélicos erigidos como referentes de opinión hablaban como si fuera una enfermedad e insistían en “luchar contra” ella, lo que se podía traducir como una lucha contra las políticas de género y los activismos feministas y LGTBI+, presentes en algunos congresos y ministerios en la búsqueda de transformar la manera en que la iglesia cristiana ha entendido tradicionalmente el género y la sexualidad.
Lorena Cabnal conecta el crecimiento de las iglesias evangélicas con el modelo extractivista instalado en Abya Yala (nombre indígena del continente). Según ella, “el empobrecimiento, las políticas de tierra arrasada, los altos niveles de feminicidios, de violencias, de emigración, son las condiciones que generan estos fundamentalismos neoliberales y estas interpretaciones de la Teología de la Prosperidad”. Interpretaciones que, según ella, aprovechan la vulnerabilidad emocional de los pueblos para hacer creer que “para crear economía y por la sostenibilidad del país, tienen que vender sus recursos naturales, se tienen que explotar los bosques, los ríos, los minerales: aquí hay una perversidad en que las comunidades llegan a legitimar a los líderes evangélicos que plantean este tipo de prosperidad como uno de los caminos de la Salvación”. Según Cabnal, en su país las organizaciones evangélicas han acabado “vinculándose también con otras relaciones complejas de poder y de control territorial que tienen que ver con el narcotráfico”.
“La tendencia en nuestro continente es pensar que la religión tiene que estar en la política y en el mercado. Entonces las disputas entre iglesias, la capacidad de captar personas, no están ya tanto ligadas a propósitos de fe; éstos son hoy instrumentalizados y los propósitos más grandes tienen que ver con hacer crecer la participación de estas iglesias en política para que esta dé réditos económicos y viceversa”, explica Diana Granados.
“Aquello más oscuro de toda esta tendencia ideológica conservadora a nivel mundial es que está casada con valores de la derecha y la extrema derecha”, continúa la antropóloga. La xenofobia, el discurso antiinmigración, el sexismo o la homofobia se popularizan. Mientras en el ámbito local y comunitario esta fe confiere a muchas personas estabilidad moral y emocional e incluso soluciones a sus problemas cotidianos, a nivel nacional y regional “se están construyendo pánicos morales, pánicos a quién es sexualmente diverso, pánico al migrante, pánico al pobre, pánico a las mujeres con un pañuelo morado…”, comenta Granados. Pánicos que fortalecen estas iniciativas políticoreligiosas que lo que están haciendo es “retroceder en derechos y en la secularidad del estado. Y no tan solo en América, también en la Europa blanca”, concluye Diana Granados.
(Este artículo fue originalmente publicado en el periódico catalán La Directa. Su autora, amablemente, brinda una traducción al castellano para Colombia Informa).
Fuente: Colombia Informa