«El hombre necio gusta de pasmarse ante cualquier razonamiento.»1
«En círculos intelectuales burgueses se tiene en gran estima al sentido común como método de pensamiento y guía de acción […] Lamentablemente, los ideólogos burgueses y pequeño- burgueses nos informan poco sobre el contenido lógico del sentido común y la relación que existe entre el sentido común y su “ciencia”.»2
«El punto de vista del sentido común es el de la «indiferencia» y la «seguridad», «la indiferencia en la seguridad». La satisfacción con la realidad tal como aparece y la aceptación de sus relaciones fijas y estables hace al hombre indiferente a las aún no realizadas potencialidades que no están «dadas» con la misma certeza y estabilidad de los objetos de los sentidos. El sentido común confunde la apariencia accidental de las cosas con su esencia, y persiste en creer que hay una identidad inmediata de esencia y existencia.»3
«Pero en la ciencia económica, como sucede en la física teórica moderna, muchas teorías contradicen el sentido común.»4
T. Adorno en el Prólogo de Dialéctica negativa, una de sus obras más polémicas porque, según R. M. Rodríguez Magda5, abría un camino al postmodernismo en una época temprana como 1966, sostiene que «la formulación dialéctica negativa es un atentado contra la tradición […] El autor está preparado a la resistencia que va a encontrar la Dialéctica negativa»6. Sin entrar a las implicaciones pre-postmodernas del texto, queda claro que al menos en 1966 Adorno entendía la ley de la negación de la negación como antagónico a lo tradicional. Este ataque era tan directo contra la ideología dominante que el autor no dudó en prepararse para las críticas que iba a recibir, comprensibles leyendo lo que sostenía poco después: «El pensamiento es, por su misma naturaleza, negación de cualquier contenido concreto, resistencia a lo que se le impone; así lo ha heredado de su arquetipo, que es la relación del trabajo con su material»7.
Si la dialéctica es la crítica más radical de la tradición, ello es debido a que el pensamiento surge de la misma «lucha» entre el trabajo como esencia de la antropogenia y la materia que debe transformar para crear realidades nuevas, inexistentes hasta entonces. En esa praxis, el pensamiento solo puede desarrollarse resistiéndose a cualquier imposición y dogma como negación primera –la crítica de lo viejo– para dar el salto creativo a la negación segunda: lo nuevo que subsume a lo viejo en una espiral de avances y retrocesos en unidad y lucha de contrarios. En el seno de esta dialéctica hierve el problema de «la ficción de la libertad positiva», que Adorno destroza así: «Solo hay una forma de comprender la libertad: en negaciones concretas, a partir de la figura concreta de lo que se le opone […] La insistencia social en la libertad como algo existente se coaliga con una opresión sin alivio, acompañada psicológicamente con rasgos coactivos»8.
Bajo la dictadura del salario, del fetichismo de la mercancía y del trabajo abstracto, la libertad oficial, es decir burguesa, siempre es una ficción que se enfrenta a la libertad concreta que se autoconstruye no solo con el arma de la crítica de esa ficción, sino definitivamente con la crítica de las armas contra el poder que sostiene esa ficción y se ampara tras ella. En este devenir, el sentido común siempre se opone a la negación de la negación, ley dialéctica incompatible con cualquier forma de kantismo. Adorno definió así esa filosofía: «eco de esa realidad filosófica es la maldad de un sentido común orgulloso de su propia estupidez, que hoy llena el mundo»9.
En 1966, el mundo estaba surcado por tensiones múltiples que se remitían a la objetividad de las contradicciones y leyes esenciales del capitalismo que luego veremos, objetividad dialécticamente unida a la subjetividad de los pueblos antiimperialistas y del proletariado que se estaba preparando para el estallido prerrevolucionario del 68. Pero Adorno fue incapaz de dar el salto intelectual en ese momento crítico, posicionándose contra la lucha de clases10. No fue el único. F. Erice desgrana el conjunto de causas que propiciaron el rápido giro al reformismo y a la derecha11 de gran parte de la casta intelectual en esa época, fortaleciendo así las defensas del capital justo cuando entraba en una aguda crisis.
Pero fue la objetividad de las leyes y contradicciones del capitalismo la que determinó que, por el lado revolucionario, se mantuviera la creatividad teórica y la estrategia política a pesar de todas las dificultades. Un caso, ya, en 1962, E. Mandel había ampliado el abismo entre el sentido común y el marxismo al insistir en algo que se sabía desde mediados del siglo XIX: «Los economistas marxistas reivindican el honor de ser la primera categoría de hombres de ciencia que trabajan conscientemente con vistas a la supresión de su propia profesión»12. Los economistas burgueses están comprometidos en la tarea imposible de hacer eterno al capitalismo y por tanto eternizar su profesión y con ella sus privilegios y salarios. Los marxistas justo lo contrario.
Esta perspectiva ampliable con innumerables ejemplos, permite comprender el proceso generalmente subterráneo y muy silenciado por el cual se fue agigantando ese abismo cósmico entre la ideología burguesa y las contradicciones sociales, entre el sentido común y el método científico-crítico, algunas de cuyas características hemos expuesto brevemente en otros textos sobre la Covid-19. Por eso hemos reproducido unas palabras de Andrew Kliman extraídas de su esclarecedor libro sobre El Capital de Marx: «Pero en la ciencia económica, como sucede en la física teórica moderna, muchas teorías contradicen el sentido común». En este antepenúltimo capítulo vamos a seguir el orden expositivo marcado en las palabras de A. Kliman: primero veremos cómo la crítica marxista de la economía política burguesa contradice el sentido común y, luego, en el penúltimo, veremos cómo lo hace no solo la física teórica moderna sino la totalidad del avance científico-crítico.
La crítica del capitalismo surgió como una anomalía, como una peligrosa excentricidad que podía ser erradicada con medidas represivas, pero el sentido común volvió a equivocarse. Estamos de acuerdo con E.V. Iliénkov en que: «Un fenómeno que posteriormente se hace general, al principio surge como exclusión de la regla, como anomalía, como algo particular y parcial. De otra manera es poco probable que pueda surgir algo realmente nuevo»13. David Ricardo, por ejemplo, creía que las leyes del capital eran «formas dadas»14, inamovibles. Si rastreamos el surgimiento de la crítica marxista vemos que la burguesía británica creyó que podría liquidar con la represión a los ricardianos de izquierda para destruir esa «anomalía» que negaba cualquier tipo de lógica. Sin embargo, esa izquierda británica del primer cuarto del siglo XIX adelantó ideas valiosas sobre la definición del valor-trabajo, etc., como Ch. Hall, W. Thompson, J. Gray, Th. Hodgskin, J. F. Bray y otros15.
Hizo falta tiempo para que, bajo la presión determinante de la lucha de clases, se fuera perfilando la crítica teórica del capitalismo. Pero era tal la diferencia entre el método que emplearon Marx y Engels para realizar esa crítica, y la forma común dominante de interpretar la realidad, que solo accedieron al armazón interno de la crítica comunista quienes conocían lo esencial de Hegel. Los ideólogos burgueses siguen sin saber qué es el capitalismo como relación social de explotación. M. Roberts ha tenido que recordarles las palabras del Engels de la década de 1840 sobre por qué la pequeña burguesía se arruina en las grandes crisis ante la fuerza del gran capital, sobre por qué las innovaciones tecnocientíficas golpean al proletariado y a la pequeña burguesía… y sobre por qué ahora la Covid-19 ha exacerbado estas contradicciones del capital16.
Las innovaciones tecnocientíficas siempre han sido presentadas como la panacea que resolverá las «deficiencias del mercado», ocultando que este es uno de los momentos necesarios en el proceso de explotación generalizada para obtener la máxima ganancia en el mínimo tiempo posible sin reparar en los desastres que origina. Representantes de casi las 300 empresas más grandes del mundo coinciden eufóricos en que la robótica17, que en 2020 supone el 33% del proceso productivo, ascenderá al 47% en 2025, pero la mano de obra descenderá del 67% actual al 53% en 2025, es decir casi la proporción de uno a uno. Los primeros economistas burgueses –Smith y Ricardo– intuyeron el monstruo que se escondía en esta tendencia, pero tuvieron que llegar Marx y Engels para demostrar con una de sus «profecías» la ineluctabilidad de que la robótica, el trabajo muerto, devore como un vampiro al proletariado, al trabajo vivo.
Esta es una de las contradicciones del capital que, como todas las demás, solo puede superarse definitivamente a lo largo del avance revolucionario al comunismo. La lucha de clases mundial irá decidiendo cómo debemos ampliar y enriquecer las experiencias ya sintetizadas en forma teórica embrionaria. Para empezar tenemos la opinión de Lenin sobre el método dialéctico: «Es completamente imposible entender El Capital de Marx y, en especial, su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel. ¡¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!!»18. Lenin hundía así con un solo «disparo» todas las críticas que El Capital había recibido desde 1867, cuando se publicó su primer volumen.
Un siglo después, en 1967, R. Rosdolsky advertía a los críticos de Marx que ya no tendrían la excusa de no haber leído a Hegel para librarse de su desconocimiento del método dialéctico que vertebra internamente El Capital, porque ese método aparece al descubierto página a página en los Grundrisse19, manuscritos redactados en 1857 – 1858 que solo fueron conocidos por muy contadas personas en 1939, luego redescubiertos en 1953 y por fin ofrecidos al debate público sobre todo en 1967, con la magistral y extensa obra de R. Rosdolsky. Naturalmente, quien desee la libertad deberá estudiar a Hegel, o intentarlo. Pero sí debe estudiar en colectivo los Grundrisse y El Capital, por este orden: solo así llegará al veneno interno del sentido común.
El principio de contradicción vertebra estas obras y en sí misma a toda la teoría marxista. Y es aquí en donde choca frontalmente con el sentido común. En una carta, Marx le dijo a Engels, que: «Solo sustituyendo los dogmas en controversia por los hechos en conflicto y las contradicciones reales que forman su fundamento oculto, podemos transformar la economía política en una ciencia positiva»20. Pero ocurre como sostenía D. Harvey hace un tiempo, los intelectuales burgueses, sean reaccionarios o reformistas, los economistas liberales:
Odian las contradicciones. No encaja con su cosmovisión. A los economistas les encanta enfrentar lo que llaman problemas, porque los problemas tienen soluciones. Las contradicciones no […] los economistas no tienen idea de cómo enfrentar estas contradicciones. Mientras tanto Marx nos recuerda que esta contradicción está en la naturaleza de la acumulación de capital. Y esta contradicción produce las crisis periódicas, que cobran vidas y crean miseria. Estos tipos de fenómenos deben ser abordados. Y la economía tradicional ni siquiera tiene los instrumentos teóricos que expliquen las crisis21.
Ha sido necesaria esta breve explicación que nos permite entender la profunda razón de A. Kliman, que también es una crítica demoledora de la incapacidad de la lógica formal y del sentido común, para entender la decisiva ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia. A. Fernández Bustos ha resumido los argumentos de A. Kliman así:
[…] la LDTTG [ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia] tiene implicaciones políticas revolucionarias, ya que la ley verifica la agudización de las dificultades en el proceso de valorización, lo cual significa que las crisis económicas nacen de la contradicción interna e inherente al modo de producción capitalista: «los capitalistas “matan la gallina de los huevos de oro”». […] la LDTTG de Marx contradice la lógica formal de aquellos, especialmente fisicalistas, para los que intuitivamente es contradictorio el hecho de que productividad creciente = descenso tendencial de la tasa de ganancia (A≠No‑A/ creciente≠descenso). Para el sentido común de Okishio (o Dmitriev antes que él), un aumento de la productividad es sinónimo de un aumento en la rentabilidad; pero esto es así, tal como demuestra Kliman, solo si nos servimos de la valoración simultánea para llegar a conclusiones fisicalistas. En conclusión, el teorema de Okishio solo se sostiene si la problemática se «piensa» en términos de valor de uso (fisicalismo) y no de valor22.
Veamos otro ejemplo de la impotencia lógica del sentido común para entender la crítica marxista de la economía política, en palabras de E. V. Iliénkov:
La ley universal del valor se halla en una relación de contradicción que se excluye mutuamente con la forma empírica de su propia manifestación: con la ley de la cuota media de ganancia. Esa es una contradicción real del objeto real. Y no hay nada de asombroso en que al intentar hacer pasar una ley por otra de modo abierto y directo resulte una contradicción lógica. Cuando continúan a pesar de todo las tentativas de armonizar directamente y sin contradicción el valor y la ganancia, «se enfrentan con un problema –según las palabras de Marx – , de más difícil solución que el de la cuadratura del círculo. Es como querer probar la existencia de algo que no existe»23.
Una horrible pesadilla así debieron padecerla en forma consciente los grandes capitalistas con la crisis de 2007: querer probar que su sistema era perfecto y eterno, cuando se precipitaba en un abismo que se ahonda en 2020: El gigante financiero Lehman Brothers, con un vida de 158 años y tras grandes guerras e infinidad de crisis con las que se ha enriquecido, se desplomó súbitamente en 2008 provocando la estupefacción del sistema e iniciando junto a otras quiebras bancarias, industriales y humanas «el nacimiento de una nueva era de incertidumbre»24. Certidumbre e incertidumbre forman una unidad de contrario porque responden a la dialéctica de la negatividad y la contradicción25 vertebradora de El Capital.
Rechazando esta certidumbre teórica y política, el progresismo y la mayoría de las «izquierdas» fueron absorbidas por el indiferentismo del sentido común despreocupado por llegar al fondo de los problemas, cuando en realidad: «Las teorías económicas convencionales han tenido poco que ofrecer. Por el contrario, han actuado como una jaula alrededor de nuestro pensamiento, vetando un abanico de ideas por inasequibles, contraproducentes, incompatibles con el libre mercado, y así sucesivamente. Todavía peor que eso, la economía nos ha llevado de modo sutil e insidioso a introyectar un conjunto de valores y formas de ver el mundo que nos impide hasta imaginar formas diversas de cambio radical»26.
J. Aldred, autor de estas líneas, remarca así la efectividad desintegradora de la ideología dominante sobre la llamada pomposamente «ciencia económica». En su investigación sobre cómo impactará el Covid-19 en la tasa de inflación, M. Roberts se permite el lujo de citar a W. Munchau, famoso economista burgués: «El problema no es que alguien se equivocase de pronóstico. Todos lo hacemos, todo el tiempo. Lo preocupante es que estos pronósticos revelan una falta básica de comprensión del proceso de inflación subyacente. Existe alguna evidencia reciente de que la globalización puede haber cambiado el proceso de inflación. Incluso si es cierto, esto tampoco es necesariamente una observación útil. No sabemos exactamente en qué tipo de período estamos entrando»27. M. Roberts reconoce tranquilamente que Marx no pudo desarrollar una teoría particular sobre la inflación por razones históricas, pero que su teoría general de la ley del valor es la única que tiene los instrumentos conceptuales y su método de empleo capaces de crearla ahora.
Si del problema de la inflación pasamos al de la capacidad de la burguesía para imaginar «qué tipo de período» se avecina, descubrimos un desconcierto absoluto frente, al menos, seis problemas. Paula Bach nos habla de tres de ellos: las tesis del estancamiento prolongado, del supuesto fin del trabajo debido al desarrollo tecnocientífico y del empobrecimiento relativo y absoluto28. A estos problemas insolubles debemos sumarle el cuarto, el demoledor impacto de la Covid-19 que ha aplastado la placidez desarrollista, catástrofe ante la que algunos sectores burgueses retroceden al reformismo idealista keynesiano, que tiene ahora a Piketty29 como su adalid más prestigiado. El quinto es el agotamiento de los recursos y en especial el «petrocalipsis»30 con efectos devastadores sobre la economía. Y el sexto, la catástrofe socioecológica que se avecina ante la que solo se nos ofrece el tramposo «capitalismo verde» cuando la única alternativa es el «leninismo ecológico»31, por no hablar de lo que ya se denomina como la sexta gran extinción de la vida.
Es necesario insistir en que estas seis grandes problemáticas no responden solo a causas estrictamente económicas, sino a la dialéctica económico-política –y militar– del modo de producción capitalista. Tenemos el ejemplo de la muy reveladora crítica que hace M. Roberts a la responsabilidad política del FMI obsesionado por ocultar32 el agravamiento socioecológico y el calentamiento global, estrategia política que empeora la perspectiva mundial. ¿Cómo entender esta dialéctica de la totalidad que integra sistémicamente múltiples dinámicas, y ante la que fracasa siempre la ideología burguesa? Una primera respuesta la encontramos en la distinción analítica que establece E. Mandel entre leyes y contradicciones del capitalismo:
Leyes: concentración y centralización del capital; proletarización progresiva de la población trabajadora, tendencia a la baja de la tasa media de beneficio y socialización objetiva de la producción. Contradicciones entre la racionalidad parcial y la irracionalidad estructural, entre la socialización objetiva de la producción y la apropiación privada, entre el aumento de las fuerzas productivas y el estancamiento del consumo privado, entre el desarrollo tecno-científico y su subordinación a la burguesía, entre la inevitable lucha de clases y la reproducción del poder de la burguesía33.
Pero la mejor manera de descubrir la dialéctica de la negatividad que pudre al capital es estudiarla en los textos de Marx y Engels, especialmente en dos partes de El Capital, la primera en el capítulo XXIII del libro primero sobre «La ley general de la acumulación capitalista»34. Y la segunda, la sección tercera del libro tercero sobre «La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», y en especial las contratendencias que introduce la burguesía para contrarrestarla: aumento del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento de los elementos que forman el capital constante, superpoblación relativa, comercio exterior y aumento del capital-acciones. Marx las definió como las «principales»35, reconociendo que también se aplicaban otras. Un estudio somero muestra que todas ellas necesitan del Estado para ser aplicadas con especial dureza antipopular en situaciones críticas.
Ahora mismo, por ejemplo, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria36 (OBR) ha reconocido que Gran Bretaña padece la peor debacle económica de sus últimos tres siglos. Por su parte, el PIB yanqui ha caído un 32,9% en el segundo semestre, el mayor37 desplome de su historia; Japón ha sufrido su mayor retroceso desde que se tienen referencias. Las economías de Brasil, México y la India, tres de las grandes promesas sobre las que descansaba la propaganda acerca del «nuevo capitalismo», se han hundido. Más aún:
El primer semestre del 2020 es posiblemente el peor desde que hay estadísticas económicas en el mundo. Es peor que el primer semestre de 1930 y no se tiene la estadística del primer semestre de 1872. Es mucho peor que el primer semestre del 2009 o el último semestre del 2008. El PIB cayó a tasas anualizadas al final del primer semestre en la mayoría de los países avanzados. El PIB de la Unión Europa (UE), se desplomó 14,4% respecto del segundo trimestre de 2019 y América del Norte 10,8% (Canadá, México y Estados Unidos). En conjunto la UE perdió cerca de 11 años de producción por el confinamiento y las medidas de salud. Países como Italia, Portugal, Francia, España, Inglaterra y Bélgica perdieron entre dos y tres décadas de crecimiento. Estados Unidos perdió 6 años de producción, a niveles del segundo trimestre de 2014 y México 10 años a nivel del tercer trimestre del 201038.
Para E. Camín: «El comercio mundial de mercancías registró probablemente la mayor caída histórica en el segundo trimestre de 2020, según la última lectura del Barómetro sobre el Comercio de Mercancías de la Organización Mundial del Comercio (OMC) […] hasta las proyecciones más conservadoras arrojan un escenario pavoroso para 2020. El propio Fondo Monetario Internacional (FMI) ya lo advirtió, la economía mundial vivirá este año su peor descalabro desde la Gran Depresión (1929−1933) del siglo pasado. En la caída, nadie se salva, ni los países ricos ni los emergentes. No es el apocalipsis, pero se le parece bastante. Sea como sea, lo cierto es que la economía mundial transcurre en el campo de batalla de la globalización capitalista, con más factores de incertidumbre, o al menos más relevantes, que los que había al empezar el año…»39.
H. Polo ha expresado con lacónico acierto tanto el callejón en el que se ha metido el imperialismo yanqui como lo irracional de su estrategia: lanzarse a ciegas por el camino del caos y de la deuda40 mediante la impresión en masa de «dólares-chatarra» buscando revertir su decadencia. Es cierto que, como sostiene Carmen Reinhart, economista jefe del FMI, la economía mundial se encuentra en «guerra […] El escenario en el que nos encontramos no es sostenible»41, a no ser que se rinda alguno de los bloques en choque frontal: el imperialismo occidental recurre a todo con tal de derrotar a Rusia, China, Cuba, Bolivia, Venezuela, Irán…, y para ello no duda en condenar a la población de Ucrania a sufrir muertes por la Covid-19 al prohibirle comprar42 la vacuna rusa, siempre en un contexto de empobrecimiento mundial imparable43.
Y es en el momento de dar este salto, cuando se descubren los límites de las versiones progresistas del sentido común. Leamos estas palabras de A. Fierro sobre la efectiva política chavista para mantener una hegemonía duradera a pesar de los permanentes ataques externos e internos. Tiene toda la razón al insistir en la importancia clave de que la comunicación chavista y popular ha de priorizar el ahora, el presente, la visión científica de la sociedad, la transversalidad para llegar a la complejidad social actual muy superior a la de hace veinte años, la incorporación de nuevos agentes comunicadores para mantener esa actualidad y capacidad pedagógica, la permanente actualización de los cambios sufridos por el «adversario» y la demostración diaria de los logros innegables del bolivarianismo44. Hasta aquí no hay objeciones.
Sin embargo se echa en falta alguna referencia a uno de los problemas cruciales en los debates sobre la hegemonía desde los parámetros del sentido común: la cuestión de las violencias populares para tomar el poder incluso mediante elecciones democráticas, y tras la victoria electoral, el uso de las violencias defensivas para mantener los logros alcanzados. Si Estados Unidos no ha destrozado Venezuela es porque su pueblo la defiende a muerte con una sabia interacción de violencias diversas, que son el alfa y el omega de lo que correctamente expone A. Fierro. El sentido común de época no puede explicar la resistencia venezolana sin analizar el decisivo papel de sus violencias defensivas, las que fallaron en Chile, recientemente en Bolivia, etc.
La gran mayoría de las interpretaciones de lo que Gramsci escribió sobre la hegemonía, evitan entrar al debate sobre cómo y con qué la hegemonía de la «sociedad civil» ha de enfrentarse no solo a la hegemonía del capital sino a sus violencias. Aquí tenemos que recordar lo dicho arriba por Engels sobre las dos fuerzas que actúan en política: la fuerza organizada del Estado, su ejército, y la fuerza elemental, no organizada, del pueblo obrero. Más aún, el Estado burgués, presionado por la crisis, mejora su organización represiva, la amplía y le concede atribuciones civiles privadas para que actúe con creciente impunidad: el negocio de la vigilancia, la represión45 y la guerra fortalece al capital y debilita al proletariado.
En octubre de 2017 Catalunya sufrió en sus carnes la represión de la fuerza organizada del Estado, no pudiendo defenderse porque su fuerza elemental, la popular, no estaba suficientemente organizada al carecer de Estado propio; peor aún, la policía llamada «autonómica» bien pronto volvió a demostrar que es parte del Estado español. Andrés Gil escribió: «La lucha por la hegemonía gramsciana cede frente al ejercicio del “poder real” del gobierno central»46, haciendo referencia a la impunidad con la que el gobierno del PP aplicó el antidemocrático artículo 155 que suspende las autonomías, en este caso la catalana.
El Estado español multiplicó las presiones contra Catalunya. A la represión política se le sumo la económica abierta o solapada, así como una campaña de desprestigio de todo lo catalán a veces cercana al racismo, lo que unido al boicot de su propia burguesía al proceso independentista, ha hecho que a finales de 2019 esta economía haya crecido menos que la de Madrid47. Hemos hablado sobre cómo Marx y Engels habían insistido en las cadenas inerciales, racistas incluso, que lastran la vida socioeconómica, tradiciones reaccionarias que ahora se entienden como partes del sentido común. Ya antes de aplicar el artículo 155 contra Catalunya, el imperialismo español había activado este sistema de dominación cuyas consecuencias las padece ahora el pueblo catalán. Ahora, tres años después, la estrategia represiva española ha demostrado su eficacia al desunir al bloque de la mediana y pequeña burguesía, al facilitar que el pragmatismo y el reformismo histórico de ERC adquieran más fuerza desanimando al independentismo radical.
Pero la cultura burguesa guarda silencio sobre todo esto, esquiva, niega u oculta estos métodos a los que ella recurre asiduamente. G. Novack nos ha avisado al comienzo de este texto que los intelectuales burgueses no precisan qué entienden por sentido común. Esa vaguedad, esa vacuidad que también caracteriza a los llamados «significantes vacíos»48, permite cambiar, alterar, rellenar de ambigüedades y abstracciones el magma del sentido común siempre que el poder lo necesite. J. Estefanía, uno de tantos conversos de la extrema izquierda en social-liberales, intenta hacernos tragar estas ruedas de molino:
Es evidente que, ante la gravedad de la situación, el sentido común económico de nuestra época ha cambiado. No deja de ser representativo uno de los últimos editoriales del Financial Times, una de las biblias periodísticas del capitalismo de laissez faire, que resume ese nuevo sentido común: 1) para pedir sacrificios a la sociedad hay que ofrecerle a cambio un contrato social que beneficie a todos; 2) la crisis está dejando al descubierto sistemas sanitarios desguarnecidos y económicos frágiles en países cuyos gobiernos luchan contra bancarrotas masivas y aumentos desaforados del desempleo; 3) deben abordarse reformas radicales y dar marcha atrás a la política de cuatro décadas; 4) los gobiernos habrán de tener un papel más activo en la economía y deberán contemplarse servicios públicos como inversiones y no como gastos; 5) hay de buscar fórmulas para que el mercado laboral no sea tan inseguro; 6) redistribuir volverá a estar en la agenda y habrá que cuestionar los privilegios de que gozan los mayores y los ricos; 7) en este paquete deberán figurar políticas hasta ayer consideradas excentricidades como la renta básica universal y el impuesto al patrimonio49.
No parece que el sentido común de nuestra época, que propugna una aparente vuelta al algo parecido al keynesianismo, esté convenciendo a muchos burgueses, excepto a la redacción del Financial Times, al execonomista jefe del FMI que ahora recomienda evitar las «curas de austeridad»50. En realidad solo un número infinitesimal de magnates piden que se les aumenten los impuestos porque la caridad51 no basta para superar la crisis. Son una fracción enana dentro de la ya muy reducida nanoburguesía, por llamarla de algún modo, según los más recientes estudios52. En realidad, más de 500 organizaciones y académicos del mundo han suscrito un sólido documento con el que quieren presionar al FMI para que no siga avanzando en su estrategia austericida53: 76 de los 91 préstamos concedidos por el FMI a 81 países desde el inicio de la pandemia les imponen durísimos recortes54 de los servicios públicos y grandes concesiones al capital transnacional.
Aun así, la prensa busca generar esperanzas imposibles que afiancen la credulidad en las promesas del reformismo pragmático y posibilista que justifica su opción decidida por la «normalidad democrática», sin intentar comprender por qué las crisis resurgen cada vez más frecuentemente, cada vez más integradas a nivel mundial y cada vez más destructoras comparadas con las anteriores. Una de esas esperanzas que además tiene mucho que ver con el sentido común en su forma actual, es la de las virtudes cuasi divinas de las nuevas tecnologías55, que nos garantizan un mundo feliz siempre que obedezcamos a la casta tecnocrática que extirpará lo «malo» del capitalismo dejando lo «bueno», como quien amputa la zona gangrenada de un cuerpo aparentemente sano. Tal ceguera tiene efectos desastrosos sobre la vida de las clases y naciones explotadas, como se comprueba en la represión desatada contra los pueblos paraguayo56 y uruguayo57.
M. Cuevas ha estudiado los efectos del pragmatismo en las derrotas y dificultades de los movimientos progresistas en Nuestramérica, en las que ha tenido mucha responsabilidad esta corriente reformista:
El pragmatismo opera en realidad como un pseudosentido común –con la conveniencia como primer principio– gracias al influjo de los medios de comunicación masiva, que en América Latina y el Caribe han tenido en los últimos tiempos una fuerte influencia del modo de pensar y de personajes estadounidenses o latinos radicados en Estados Unidos. En particular, ese pseudosentido opera con la creencia de que la riqueza la crean los ricos que la derraman y no el trabajo expoliado, por lo que quien trabaja –con frecuencia precariamente, aunque las condiciones cambien con los derechos sociales progresistas– debe estar a la espera de la magnanimidad de los grandes negocios y de la inversión extranjera. Se trata aquí de un pseudosentido común resignado, sin duda por influencia religiosa y al mismo tiempo listo para obtener la rebanada de un pastel ya hecho, algo que no puede ser cambiado58.
Menos de dos meses después de publicarse estas palabras, Errekabarren Taldea presentaba una serie de cuatro artículos escritos a lo largo de 2018 sobre la política pragmática. En la primera entrega se hace un balance de los resultados sociales del pragmatismo en Estados Unidos:
La crisis de 2007 desencadena otra devastación social, que se aplica gracias, entre otras cosas, a las medidas represivas aprobadas a raíz del 11‑S de 2001. La Administración Obama, felicitada pragmáticamente por la izquierda abertzale de 2009, prometió el oro y el moro, pero incumplió sus promesas. Sobre la actual Administración Trump, felicitada por el reformismo abertzale en otro claro ejemplo de pragmatismo, no merece la pena añadir nada. Durante esta tercera gran crisis, la burguesía yanqui ha aplicado todos los métodos salvajes que ha necesitado. Ahora, la «democracia» de Rorty, Dewey y otros ideólogos reformistas ocupa el lugar 36 del mundo en abastecimiento de agua y saneamiento, tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, el 25% de la juventud es pobre mientras que en la OCDE el 14%, ocupa el puesto 35 de desigualdad y pobreza en una lista de 37 países, el coeficiente GINI sobre la desigualdad demuestra que es el país más desigual de Occidente […]59.
La solución burguesa a la pandemia es esencialmente pragmática: sacrificar vidas obreras para mantener vivo al capital. No les importan otras consideraciones éticas que no sean las del dinero, ni otros derechos humanos que no sean los abstractos en versión muy debilitada de los que expuso T. Paine, compilador del sentido común, a finales del siglo XVIII. Esta estrategia denominada «inmunidad colectiva» o «de rebaño», asumida por el capital con el documento conocido como Declaración de Great Barrington60, es abrir la guerra contra la humanidad para que abandone cualquier esperanza de erradicación de la Covid-19 y se resigne a «convivir con el virus»61 mal ayudada por una sanidad mercantilizada62, verdadera clínica veterinaria para mantener la productividad del rebaño humano.
La inmunidad de rebaño es la alternativa burguesa a la crisis nueva que ha surgido por la conjunción de múltiples factores, entre los que destacan los seis expuestos arriba. Se trata de una guerra contra la humanidad trabajadora destinada a debilitarla, anular su conciencia de clase, imponerle el miedo, la indiferencia y el sentido común, la obediencia y el colaboracionismo con las fuerzas del capital… Una guerra montada bajo la presión de muchos factores, subcrisis e influencias, que descubre su secreto al leer a Marx:
Estas diversas influencias se hacen valer más bien simultáneamente dentro del espacio o más bien sucesivamente en el tiempo; el conflicto entre estos factores en pugna se abre paso periódicamente en forma de crisis. Las crisis son siempre soluciones violentas puramente momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen pasajeramente el equilibrio roto63.
Desarrollando esta lógica y algún tiempo antes de la pandemia, C. Vela afirmaba que:
La guerra, la destrucción masiva de seres humanos, de capital fijo e infraestructuras, etc., fue el recurso de la clase dominante frente a las crisis cíclicas en la fase expansiva del capital; sin embargo, ante la crisis de la fase de la dominación real y total del capital, la guerra adquiere una dimensión predominantemente intensiva, al yuxtaponer a las formas bélicas convencionales (guerras locales en la periferia capitalista), la ofensiva social en el propio centro capitalista. […] En este punto, la crisis deja de ser un asunto económico, de ejercicio contable, para convertirse en una cuestión social. La eventual «resolución» de la crisis depende exclusivamente de las relaciones de fuerzas entre capital (clase dominante) y trabajo (humanidad proletarizada)64.
Saber cómo evoluciona, por qué y hacia dónde pueden ir las relaciones de fuerzas entre el capital y la humanidad proletarizada, necesidad vital que la Covid-19 lleva al extremo, exige entre otras cosas emplear un método de pensamiento que integre la subjetividad en el núcleo de las contradicciones objetivas, dicho más directamente, que sea capaz de medir la fuerza material de la conciencia revolucionaria a la vez que la fuerza reaccionaria de la alienación, fuerza activa una vez movilizada en defensa de la injusticia. Calibrar correctamente las relaciones de fuerza no es solo un problema político sino también científico, y viceversa. Hablando sobre la toma de partido y la lógica, Zaira Rodríguez sostiene que:
Si abordamos el estudio del conocimiento humano desde el punto de vista del papel que desempeña en el funcionamiento y desarrollo de la sociedad, la ciencia deviene un valor. Bajo esta perspectiva, el saber y las ideas humanas pueden ser valoradas y encauzadas por los distintos grupos, clases e instituciones sociales como una fuerza al servicio del hombre y del progreso social, como una amenaza que socava las bases del poder reaccionario y caduco, o como una tendencia destructiva y enajenante, capaz de poner en peligro todas las conquistas culturales y hasta la propia vida de la humanidad. Insistiendo sobre esta idea Lenin escribió en su obra Marxismo y revisionismo: «Un conocido aforismo dice que si los axiomas geométricos chocasen con los intereses de los hombres, seguramente habría quien los refutase. Las teorías de las ciencias naturales, que chocaban con los viejos perjuicios de la teología, provocaron y siguen provocando hoy día la lucha más rabiosa…»65.
Por su parte, J.M. Pérez Fernández sostiene que:
Debemos percatarnos del hecho de que casi toda la servidumbre humana se encuentra encerrada en la relación enajenada del trabajador con la producción y que las demás relaciones serviles, de opresión, de humillación, etc., son únicamente pequeñas modificaciones de aquella o consecuencias directas de ella. Por otro lado, desde el momento que se sabe que la única ciencia válida tiene que estar encaminada a la liberación de todo el potencial humano, es en esta práctica liberadora donde se encuentra la salud física e intelectual del hombre, donde las ideas abstractas, emociones, pasiones y sentimientos en general adquieren verdadera riqueza y contenido correcto, pues es en esa misma actividad liberadora donde el hombre se hace hombre luchando contra su servidumbre y alienación66.
Esta visión de la ciencia-crítica como arma revolucionaria, tal cual la entendía Marx según nos recordó Engels en su entierro, nos da las pautas para saber qué es la tecnociencia capitalista y en concreto su industria sanitaria. Pero como hemos visto en la serie de artículos anteriores, la pandemia, así como el aumento del irracionalismo y la apología descarada de sentido común, están multiplicando las presiones contra la ciencia-crítica mediante, al menos, cuatro métodos: el primero, la persecución histórica del pensamiento libre desde la primera infancia; el segundo, la tarea de desprestigio del método científico que realiza el negacionismo, la conspiranoia y la pseudociencia; el tercero, la presión en contra de la ciencia-crítica que realiza el capitalismo y, el cuarto, la ideología tecnocrática que propone el poder de una elite o casta de sabios que es justo lo contrario que la horizontalidad democrática de la teoría marxista del conocimiento.
Sobre el primero, K. Viner y N. Klein nos recuerdan que el sistema educativo dominante «nos enseña a no pensar»67, a negar la interdependencia y la concatenación universales, categorías dialécticas básicas para la ciencia como vuelve a demostrarse con la Covid-19. Según avanzaba la propiedad privada, era reprimido el pensamiento crítico, materialista, como hemos visto en el caso del movimiento Lakayata o Charvaka de la India de ‑600, por citar un ejemplo. Debemos hacernos esta pregunta sobre la suerte sufrida por la dialéctica presocrática: ¿en qué medida la «reacción aristocrática»68 simbolizada en Platón al servicio de las clases ricas, condicionó desde el siglo ‑IV el desarrollo de la categoría finitud/infinitud que había comenzado a debatirse tres siglos antes, en el siglo ‑VI con Heráclito, Zenón, Leucipo, Demócrito… hasta llegar a Hegel69? La categoría finitud/infinitud es clave en el conocimiento, por ejemplo para la «complejidad computacional» por las dificultades de pensar «el infinito a través de lo finito»70. Un problema científico, económico y político-militar: las inversiones de las grandes potencias para tomar ventaja militar en la computación cuántica71. Sus efectos sobre la libertad son innegables.
También debemos preguntarnos sobre los efectos de la persecución cristiana de la cultura pagana heredera de los logros alejandrinos, como la destrucción del Serapeum en 391, que guardaba aun muchos restos de la biblioteca de Alejandría, un año antes del Edicto de Teodosio: «Es nuestra voluntad que todos los pueblos regidos por nuestra clemencia participen en la religión que el divino apóstol Pedro transmitió a los romanos… Considerando locos y dementes a los otros, queremos que soporten la infamia que corresponde a los que profesan dogmas heréticos y que sus conciliábulos no reciban el nombre de iglesias. Que ante todo esperen la venganza de Dios y después también los severos castigos que nuestra autoridad, iluminada por la sabiduría divina, considere tener que aplicarles»72.
No sorprende entonces que en 416 Hipatia, la matemática y astrónoma más preparada del momento, fuera torturada hasta la muerte y luego quemada. Tenemos el caso de Proclo (412−485) que ridiculizaba con argumentos el dogma de dios73, filósofo con innegable influencia sobre Spinoza, Novalis, Hegel…74 Para entender semejante irracionalidad que vemos sintetizada en el lema de Tertuliano (160−220): «Creo porque es absurdo», no basta con la excusa cierta del fanatismo de la fe como fuerza material una vez que pudrió las mentes, sino que sobre todo debemos partir de una realidad social, económica y política aplastante: en el siglo V el obispo de Roma administraba la mayor economía75 de Europa, lo que explica el exterminio de dos movimientos de reforma social: el donatismo76 y el pelagianismo.
El cristianismo ha frenado y perseguido el pensamiento libre: cuando este comenzó en la Europa medieval, el poder político-religioso castró a P. Abelardo; metió a R. Bacon catorce años en la cárcel; la Inquisición asesinó a Siger de Brabante en una mazmorra. G. De Occam sufrió persecución papal; N. De Autrecourt fue quemado vivo…; y fueron santificados reaccionarios como Agustín, Anselmo, Buenaventura, Alberto Magno, Tomás de Aquino, etc.77 ¿Podemos olvidarnos del terror que paralizó a la protociencia de 1600 al ver cómo G. Bruno era quemado vivo? Galileo admitió sus «errores» al serle mostrados los instrumentos de tormento con los que iba a ser torturado. Muchos científicos, librepensadores, filósofos… no publicaban sus obras mientras vivían, o lo hacían con pseudónimo.
Al comienzo de la tercera parte de su libro, en el capítulo en el que el autor expone el proceso que va «del sentido común a la buena ciencia», H. Krivine nos informa sobre su triple objetivo: «1) Contribuir a hacer entrar la cultura científica en la cultura a secas (y a la inversa). 2) Mostrar cómo y por qué los científicos del Renacimiento, todos ellos buenos cristianos, se vieron compelidos a abandonar la lectura literalista de los textos sagrados. 3) Rehabilitar la noción considerada científica de verdad científica frente a la idea de que la ciencia solo sería una opinión socialmente construida»78. Y más adelante dice: «El heliocentrismo o la teoría de la evolución no han sido combatidos solamente en nombre del dogma, sino también en nombre del sentido común, en su significado casi literal: aquello que los sentidos permiten comprender»79. El concepto de verdad científica es clave frente al relativista postmodernos de mera «opinión socialmente construida».
Los «buenos cristianos» que estudiaban la naturaleza abandonaron la literalidad bíblica porque dios era contradicho por la evolución y el heliocentrismo, ante los que fracasaba también el sentido común incapaz de avanzar más allá del empirismo llegando a descubrir las leyes de la naturaleza. Fue un combate por la libertad que costó vidas y ahora se impone por la explotación o la marginación. J. Samaja nos ha mostrado que el método de pensamiento dominante es una cuestión de Estado, quien, mediante una efectiva red de instituciones burocráticas impone el sistema educativo y, con acuerdos con poderes privados o paraestatales, lo adapta a la industria educativa. En la práctica totalidad de esos medios, la dialéctica materialista es objeto de ataque y desprestigio.
La razón no es otra que: «La dialéctica concibe la realidad de una manera distinta: lo expresamos con lo que llamamos la consigna central de su proclama fundamental, a saber, que la verdad consiste en conocer la realidad “no solamente como substancia sino también como sujeto”. Esta propuesta encierra la esencia de la dialéctica si es que –como todo el mundo sabe– ella se resume en la identidad de los contrarios»80. Para el sentido común es inconcebible este fundamento de la verdad como sujeto que integra la identidad de los contrarios en su seno. Además: «la dialéctica no es el método de descubrir las contradicciones, sino el de encontrar en las determinaciones concretas su movimiento de traspaso a formas cada vez superiores»81, es decir cada vez más agudas y tensas, cada vez más ricas en interacciones.
La «verdad como sujeto» es una fuerza consciente que actúa con el doble criterio de que el mundo es cognoscible y transformable, y de que la realidad se pudre y empeora cuando la verdad es reprimida. Por esto, tiene un contenido político innegable porque su avance o retroceso depende de las relaciones de fuerzas en la lucha política, también por tanto en la suerte que pueda acompañar a la ciencia-crítica según las decisiones al respecto del poder establecido. El ejemplo más elocuente en la actualidad es la denominada «guerra de la vacuna»82 en la que intervienen un sinfín de factores interrelacionados que, en último análisis, nos conduce al choque a muerte entre el capitalismo y el socialismo.
La «verdad como sujeto» nos lleva a esta pregunta ¿cómo de desarrollada estaría ahora mismo la ciencia y la cultura en general, la libertad humana, si no se hubiese perseguido con saña y sadismo durante siglos a las esclavas, campesinas, obreras, desempleadas, explotadas en el trabajo doméstico o precarizado, migrantes, etc.? La lucha de las mujeres por su libertad siempre ha sido más fuerte de lo admitido por el patriarcado, pero debemos esperar hasta mediados del siglo XIX para asistir a la irrupción de un movimiento de liberación que asuma el ateísmo, la ciencia-crítica, como una de sus bases irrenunciables, logro en el que destacó Ernestine Rose (1810−1892), socialista, antiesclavista, maestra: «una atea femenina… algo mil veces peor que una prostituta»83, según la prensa yanqui en 1855.
La pregunta es: ¿cómo avanzará la libertad, la «verdad como sujeto», cuando sea dirigida por la mujer emancipada? No es una pregunta baladí. Desde Fourier (1772−1837) se ha sabido que la emancipación humana se mide por la emancipación de la mujer, pero el sistema patriaco-burgués está tan profundamente arraigado que su léxico y lenguaje machista penetra en los algoritmos84, mientras que el 85% de los órganos de decisión de la lucha contra la pandemia85 están en manos de hombres. La supremacía masculina en la ciencia se sustenta, entre otras razones, en lo que Carolina Martínez Pulido define como «un puro artificio»86: el mito de la superioridad del hombre.
El segundo instrumento del poder contra la ciencia-crítica está íntimamente relacionado con la opresión de la mujer: los ataques del negacionismo contra la sanidad pública87 asegurando que la Covid-19 es una farsa, son en primer lugar ataques a la mujer trabajadora que carga sobre ella la práctica totalidad de los cuidados familiares que la sanidad pública no atiende al haber sido privatizada. La mentira descarada o jesuítica es una baza del negacionismo como defensa política de la ignorancia como base de la «libertad»88. En contra de lo que se cree, la tecnociencia apenas se resiente por los ataques negacionistas y de la pseudociencia, porque la ideología tecnocrática está anclada en buena parte de la estructura psíquica alienada de masas. Por el contrario, es la ciencia-crítica y la emancipación humana la más dañada por el oscurantismo. De hecho, una página web relacionada con la policía que convocan protestas negacionistas en defensa de la «libertad»89 tiene el nombre de «Sentido Común».
La excusa de la «libertad» que ponen negacionistas y fascistas para manifestarse en muchas ciudades es la misma a la que recurren negacionistas, pseudociencias y sectas religiosas como las utilizadas por Bolsonaro para ampliar sus bases con la supuesta «lucha contra la droga»90; o a la que Trump ha sostenido económicamente a pesar de estar investigada por pederastia91, apoyo explícito coherente con el poder que tiene ese híbrido sionista-cristiano en los republicanos yanquis92. La «libertad» abstracta e individualista es un anzuelo para gente furibunda, sin conciencia política ni teórica, manipulable por la derecha y por sectores del «mundo de la noche» relacionados con el capitalismo más criminal. Esta «libertad» ancla en la ideología burguesa del sentido común mercantil formado desde los siglos XVII-XVIII.
Su dependencia del fetichismo de la mercancía le hace extremadamente vulnerable a la demagogia autoritaria y fascista que promete un aumento del consumismo tranquilo y una recuperación económica intensa mediante la represión de las izquierdas, del sindicalismo, de la emigración, mediante la expansión imperialista, etc., política dirigida por un líder duro e implacable. Estas lecciones muestran la urgencia del debate sobre las formas actuales93 de fascismo, bonapartismo, cesarismo, etc., y de releer las premonitorias páginas de El 18 brumario de Louis Bonaparte de Marx, en las que desgrana los grupos reaccionarios organizados por la burguesía francesa en la mitad del siglo XIX. La manipulación de la Covid-19 impulsa a grupos similares, a los Freikorps, Escuadras de Acción fascista, SA y SS, Escuadras Negras falangistas… o los neonazis94 de D. Trump.
La libertad concreta, radical, colectiva y crítica de la política revolucionaria95 hace justo lo contrario: estudia, analiza, explica, conciencia, organiza y convoca actos con objetivos claros y comprensibles, necesarios, en defensa de los derechos aplastados por el capital, sobre todo los de la salud96. La izquierda no puede permanecer en silencio, pasiva, como sucede en la actualidad. Nuria Alabao y Pastora Filigrana están en lo cierto cuando denuncian, además de esa inacción97, también la fuerte represión que golpea a la clase trabajadora, mientras una mezcla de fascismo, delincuencia y jóvenes manipulados golpea cuando quiere. M.A. Conejos critica la «postura cabizbaja» de la izquierda, analiza la complejidad de estas revueltas y propone que:
Ante este panorama no sirve el reduccionismo ni la generalización. Sirve la pedagogía, la salida del túnel de obediencia y la movilización. La vuelta a esas calles que reclamábamos como nuestras. Pero no desde una posición filonegacionista, si no desde la perspectiva de aquellas personas a las que nos están abocando al ciclo casa-trabajo-casa, eso si tienes un empleo, exigiéndonos que no socialicemos y que no compartamos en nuestra parcela de vida más allá del ámbito laboral. Ante eso cabe la movilización. Como cabe ante el Estado policial impuesto con el toque de queda. Romper con el silencio para la lucha por lo común. Por lo de todas. Como hicieran en Barcelona o Vallecas. Reclamando lo nuestro: la sanidad pública, el obligado aumento del transporte público, el derecho a la vivienda, las libertades de movimiento y el propio derecho a la protesta. También toca hacer pedagogía contra el negacionismo98.
Enseñar con hechos lo inconciliable de la libertad con cualquier tipo de reaccionarismo, es la única alternativa para que la derecha no acapare el malestar que ella misma agrava: «No somos negacionistas, todo lo contrario. […] Nuestro conocimiento de las concentraciones del fin de semana en lo que se refiere a Castilla nos indica que ha habido una presencia fundamentalmente de gente sin una adscripción ideológica clara, pero en general perteneciente a la juventud popular; esto es muy claro en lo referente a Madrid, Burgos y Logroño. Obviamente había fascistas, algunos miembros de lo que habitualmente se denomina lumpen y también, por supuesto, policías sin uniforme. […] Sería completamente necio dejar ese espacio de lucha, que muy probablemente irá a más, a la extrema derecha. Eso sí es colaboracionismo pleno con el avance del fascismo. Al fascismo también hay que combatirlo en el terreno de las ideas, impidiendo que hegemonicen movimientos sociales que no responden más que a la precarización brutal y dramática de las condiciones de vida de la gente»99.
Por mucho que cierta prensa internacional responsabilice de la expansión de la Covib-19 en Europa100 a la derecha dura de Madrid dirigida por una persona que probablemente tenga un récord mundial: cuatro mentiras en tres minutos101, por mucho que así sea, es la derecha dura madrileña la que más réditos políticos obtiene con sus provocaciones. Además, aumenta su arraigo en los sectores más conservadores al «invertir» en sacerdotes102 para salvar «almas» y no en rastreadores para salvar vidas, porque las «almas» son una mercancía inmaterial muy rentable que hace subir los beneficios «como Dios manda»103.
Por otra parte, Elena Campos-Sánchez nos explica cómo en un contexto social de desesperación y debilidad se extiende el recurso a las pseudoterapias ya sea por ignorancia, indiferencia, irresponsabilidad…, pero también por la permisividad institucional ante estas prácticas contrarias a la salud; a pesar de las denuncias de colectivos y personas, y del reconocimiento expreso de su letalidad por la presidenta de la Comisión Europea104. Sobre las pseudociencias en concreto, 2.750 personas de 44 países han firmado un documento que empieza así: «Seamos claros: las pseudociencias matan. Y no solo eso, sino que son practicadas con impunidad gracias a las leyes europeas que las protegen»105. No hace falta decir que esa tolerancia responde a los multimillonarios beneficios materiales e ideológicos, reaccionarios, que rinde este negocio del engaño, de la mentira y del efecto-placebo.
El tercer método consiste en impedir la unidad entre la ciencia-crítica y la decisiva participación sociopolítica del pueblo trabajador en la dirección estratégica y táctica de las medidas necesarias. El indiferentismo del sentido común refuerza la aceptación pasiva de las ideologías tecnocráticas que dicen basarse en la ignorancia de «los políticos» e incapacidad de «la política» ante la crisis actual. ¿Quién nos guía y protege? Una casta tecnocrática106. El fascismo reivindica sin tapujos el poder bruto, la tecnocracia lo reivindica sutilmente por la incapacidad de «los políticos» para gobernar el mundo en crisis: vuelve la vieja utopía reaccionaria platónica tantas veces reactivada, que es una de las bases justificadoras del fascismo. Aseguran que asistimos a una tendencia histórica imparable en la que el voto desaparecerá sustituido por las decisiones de los expertos, y que Mussolini ya había explicado que el fascismo es el pragmatismo107 llevado a su máxima expresión.
La ideología de las elites de sabios y tecnócratas que guían al pueblo inculto es tan vieja como las religiones y tiene en el mito cristiano del llamado «Buen Pastor» una de sus primeras figuras. Las sucesivas formas en las que se ha ido plasmando el sentido común desde antes de Heráclito son inseparables del magnetismo manipulador de estos mitos. La única forma de superarlos es demostrar en la práctica que tanto las elites como el sentido común que obedece sus mandatos, no resuelven ningún problema sino que los agravan todos y generalizan el «sentimiento de miedo y de insignificancia»108 característicos de la mente fetichista.
Incluso las «teorías» que pueden legitimar a sectores tecnocráticos con un barniz de neutralidad científica en un mundo convulso, como la de los sistemas, tiene un contenido autoritario y de obediencia. Levins explica que su versión oficial refuerza el poder de las burocracias. Basta leer a N. Luhmann: de entrada afirma que la sociedad actual ya no es ni la de Marx, Weber, Durkheim y otros… por lo que conceptos claves como capitalismo, mercancía, burguesía, fascismo, desempleo, empobrecimiento, etc., no aparecen en su vocabulario, mientras que el de «dinero» es reducido a un «medio de comunicación generalizado simbólicamente»109. En otro texto, N. Luhmann define el poder no como la expresión material de la lucha de clases, sino que «el poder es una modalización de los procesos comunicativos, porque combinan la expresión de la posibilidad con una atribución de poder para el portador de poder. En esta función, son partes del código de poder»110. La realidad desaparece y queda el símbolo, el código, en el que el sentido común deambula a sus anchas.
La advertencia de Levins es muy necesaria: «Se debe hacer un esfuerzo especial para contrarrestar esta tendencia, para desmitificar el estudio de la complejidad y democratizar incluso la toma de decisiones complejas»111. Levins no dice que las teorías de la complejidad y de sistemas sean falsas en sí mismas, sino que hay que desmitificar su uso como argumento de autoridad, interviniendo socialmente en las contradicciones que marcan la dinámica del sistema. Ahora esta advertencia112 se acepta en la toma de decisiones complejas pues, como ha demostrado Larissa Adler113, la carencia de debates democráticos en la organización de la complejidad social creciente, facilita la corrupción en las sociedades, en Estados Unidos, URSS-Rusia, Chile, Israel, México, China…
Si de la versión oficial, académica y políticamente dominante, de la teoría de los sistemas pasamos a una visión más general del poder de la ideología tecnocrática en el aparato tecnocientífico capitalista, asumimos la crítica realizada por M. Sacristán contra quienes defienden que sean los «técnicos» quienes resuelvan los «problemas técnicos» porque «los problemas sobre la técnica no son técnicos sino políticos, en el sentido general de la organización de la convivencia social»114, ya que:
La denominada ciencia básica, tal vez ejemplo de ciencia contemplativa, puede llevar aplicaciones de enorme alcance tecnológico, industrial y militar. Detrás del armamento nuclear, hay teorías físicas tan fundamentales como la mecánica cuántica. Detrás de los potenciales peligros de la biotecnología actual, se sitúan investigaciones básicas como la de la estructura del ADN. Y así sucesivamente […] la planificación pública de la investigación tiene que definir sus centros de gravedad y sus prioridades, no al servicio de los grandes poderes económicos y sus deseos de maximización inmediata del beneficio, esto sí irrestrictos y seguramente incorregibles, sino en función de las necesidades sociales básicas y en la perspectiva de reforzar aquellas investigaciones que contribuyan a configurar un futuro plenamente humano para nuestras sociedades115.
El cuarto método en realidad es la base que integra y da vida a los anteriores –la represión del pensamiento libre, las formas de irracionalismo y la obediencia a la tecnocracia – , que los dota de sentido y de objetivos concretos. Amparándose en la Covid-19, se potencia al máximo el aparato tecnocientífico capitalista para acelerar la producción de vacunas como mercancías sometidas a la ley del valor, de la rentabilidad máxima en el menor tiempo posible con el apoyo irrestricto de los Estados: la CIA es la que reparte entre la industria sanitaria la ingente ayuda a fondo perdido dada por D. Trump según el programa Warm Speed116, Operación Velocidad Punta.
Como es una de las más rentables ramas económicas, la competencia en la farmaindustria es muy dura, y cada empresa busca para ella el máximo de ayudas estatales en detrimento de las demás. La competencia es tanto más salvaje cuanta más ganancia está en juego y las vacunas117 contra la pandemia aseguran beneficios gigantescos. Ahora bien, todas las empresas tienen el mismo interés esencial en destruir la sanidad pública porque no es rentable, anula sus beneficios privados y demuestra que es posible y necesario avanzar a una salud socialista y comunista, lo que explica que, muy estratégicamente, la burguesía española aumente el desempleo118 de las y los médicos cuando más falta hacen: un aumento del 40% en el último año.
Sin embargo, aunque estos cuatro ataques a la ciencia-crítica tienen relativa efectividad, en realidad no pueden destruirla para siempre, no pueden erradicar la tendencia a su resurgimiento por la sencilla razón de que la realidad está cargada de contradicciones, de que la realidad no es simple en modo alguno sino que está en movimiento y evoluciona hacia crecientes grados de complejidad, lo que explica que «la ciencia es compleja»119, como oportunamente nos recuerda Lola Morón, y más especialmente la que trata de la psicología, tan relacionada con los efectos demoledores de la Covid-19. Arriba hemos visto cómo la crisis de 2007 había terminado de sumir en la incertidumbre a la burguesía, cuyo sentido común estalló en pedazos ante la complejidad extrema de la situación. Pero hay que decir que desde mucho antes se habían adelantado diversas ciencias naturales en esa tarea de demolición.
Ilya Prigogine comienza la presentación de su libro sobre el final de las certidumbres nada menos que afirmando que el sentido común, tal cual lo entiende K. Popper, sufre una «tensión interior» entre, por un lado, el mecanicismo de causa-efecto que le es inherente y, por otro lado, la capacidad de elección de la especie humana. Continúa diciendo que esa tensión facilita una visión determinista de la vida, tal como se aprecia en W. James. Surge así un dilema de cuya resolución depende nuestra libertad: «¿El futuro está dado o en perpetua construcción? ¿Acaso la creencia de nuestra libertad es una ilusión? ¿Es una verdad que nos separa del mundo? ¿Es nuestra manera de participar en la verdad del mundo? La cuestión del tiempo se sitúa en la encrucijada del problema de la existencia y el conocimiento»120.
¿Por qué Prigogine introduce directamente el tiempo y la libertad en los primeros novecientos caracteres de su extenso escrito, cuando habla del sentido común y del determinismo? Pensamos que lo hace porque los avances científicos ya habían destrozado el sentido común y el determinismo tal como se entendían a finales del siglo XX. Prigogine lo expresa así pocas páginas más adelante cuando, hablando de las relaciones entre democracia y ciencia, explica que: «Asistimos a la emergencia de una ciencia que ya no se limita a situaciones simplificadas, idealizadas, más nos instala frente a la complejidad del mundo real, una ciencia que permite a la creatividad humana vivenciarse como la expresión singular de un rasgo fundamental común en todos los niveles de la naturaleza»121. Y más adelante: «La sumisión de la naturaleza a leyes deterministas acercaba así el conocimiento humano al punto de vista divino intemporal […] En todos los niveles, en cosmogonía, geología, biología o en la sociedad, se afirma cada vez más el carácter evolutivo de la sociedad»122.
La complejización de la realidad, su movimiento, la emergencia de lo nuevo, hacen saltar en pedazos el determinismo, la certidumbre y el sentido común, sobre todo cuando el capital está decidido a imponer durísimas condiciones de malvivencia. Prigogine emplea todo lo que le resta de libro para detallar cómo las inestabilidades, las bifurcaciones, las transiciones de fase, etc., caracterizan el movimiento de la materia entendida en su devenir temporal y en su unicidad: «La historia de la materia está encastrada en la historia cosmológica, la historia de la vida en la de la materia. Y finalmente, nuestras propias vidas están sumergidas en la historia de la sociedad»123.
De este modo, el autor, que ya había citado muy poco antes la «concepción “dialéctica” de la naturaleza», entra de lleno en la famosa «trilogía» de la dialéctica de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, pero sin nombrarla. La importancia de esas ideas de Prigogine es innegable porque, sumadas a otras muchas que se están generando al calor del avance del pensamiento científico-crítico sobre la unidad entre la naturaleza y la especie humana124 sustentada en el uso de herramientas125 y del fuego «domesticado»126, han ayudado a desmantelar la cómoda pasividad conservadora del sentido común. Las herramientas median entre la naturaleza y nuestra especie, son un nexo inserto en el metabolismo socionatural. Las herramientas y la praxis definen este metabolismo siempre dentro de las contradicciones sociales.
Por tanto, lo primero que debemos hacer es adquirir un visión crítica, o sea, verdadera, de los avances de las ciencias que desautorizan el sentido común. Aunque sean muy reveladoras las sorpresas de G. Binnig: «Qué idea más curiosa la de que una constante no sea constante»127; o el atrevimiento de D.R. García al decir que la materia y la antimateria son una «unidad de contrarios»128, aunque sea así, y lo es, debemos profundizar un poco más. Hemos visto que el texto de Lenin de 1908 –Materialismo y empiriocriticismo– tenía un potencial heurístico que se incrementó con sus Cuadernos filosóficos. Pero ¿qué es la heurística? J.R. Díaz Caballero ha publicado un imprescindible texto sobre la heurística dialéctica, sobre su potencial para organizar la creatividad del pensamiento superando los límites y obstáculos que la frenan o impiden. La define como «un proceder para estimular el pensamiento productivo creador»129 y la sintetiza en seis principios:
1) Las ideas revolucionarias son «extravagantes», «insensatas», y no nacen de forma lógicamente argumentada, sino que se fundamentan después. 2) Ideas extravagantes incitan el pensamiento a la producción nuevas ideas extravagantes. 3) La teoría dialéctica materialista es susceptible de ser convertida en un conjunto abierto de procedimientos heurísticos para la estimulación de la creatividad. 4) La razón de ser de la heurística dialéctica es provocar la aparición de ideas, enfoques, conceptos «extravagantes», «insensatos» que activen la creatividad en el curso de la reflexión. 5) En los conceptos que se toman como punto de partida para la búsqueda creativa en cualquier dominio de la vida social existe un contenido «implícito», «no revelado», «oculto», factible de ser «reconocido», «revelado», «concientizado» mediante procedimientos heurísticos dialécticos. 6) Los procedimientos de la heurística dialéctica permiten desplegar la dialéctica interna contenida en los conceptos, métodos, problemas que analiza el hombre y enriquece con ello el nivel teórico de la región de análisis130.
El mismo Lenin fue tildado de todo cuando publicó el ¿Qué hacer? en 1902, en especial cuando sostuvo que «¡Hay que soñar!», y en 1903 cuando denunció el perverso efecto paralizante de la sensatez, nada menos que en el espinoso problema de la opresión nacional. También fue atacado incluso desde dentro del partido en 1905 – 1906 cuando planteó que había que «abrir» el partido a las gentes explotadas; en 1908 cuando debatió con la «ciencia» y la «filosofía», como hemos visto; en 1912 – 1913 cuando indicó que se reiniciaba una oleada de luchas cortada de cuajo por el estallido de la Primera Guerra Mundial; en ese inicio de la guerra cuando planteó que había que convertir la guerra interimperialista en guerra civil; en las Tesis de abril de 1917; en la paz de Brest-Litovsk a comienzos de 1918; en sus primeras críticas contra la corrupción dentro del bolchevismo en enero de 1919… y de aquí en adelante sobre todo cuando pidió la destitución de Stalin.
Lenin y su grupito casi siempre empezaban en minoría porque sus propuestas eran extravagantes e insensatas. Más de una vez sostuvo que prefería dejar sus responsabilidades en la dirección y quedar en minoría en la base para, desde allí, defender sus ideas. En la tradición marxista esta postura es un principio básico explicado así por Engels: «Hallarse por un momento en minoría con un programa correcto –en tanto organización– es mejor que tener un gran número de seguidores, que solo nominalmente pueden ser considerados como partidarios»[131. ¿Por qué? Porque toda novedad provoca resistencia, rechazo activo o pasivo, y tanto más cuanto que eso nuevo rompe el tranquilo paradigma dominante. Los grupos que impulsan lo nuevo deben tener, por tanto, una conciencia profunda, teórica y políticamente formada y ágil para resistir las presiones y hasta los ataques de sus hasta ese momento «camaradas».
Ahora mismo tal vez estemos ante una posible marginación intelectual por parte de los ortodoxos, para con quién se ha atrevido –F. Báez Baquet– a escribir: «¡Se fastidió la isotropía cósmica, para siempre! ¡Se acabó esa “tranquilidad” intelectual! […] El modelo de Lemaître, de beatífica concordancia entre el relato bíblico de la Creación, y la universal expansión cósmica, deducible de su interpretación de las evidencias empíricas proporcionadas por los resultados de la observación astronómica, ha quedado resquebrajado, si no es que incluso ya roto para siempre»132. H. Krivine nos ha dicho cómo y por qué los científicos del Renacimiento, todos ellos buenos cristianos, se vieron compelidos a abandonar la lectura literalista de los textos sagrados. Desde hace tiempo ni siquiera la lectura figurada de los textos sagrados se sostiene. C. Allègre no se refiere expresamente al sentido común, pero sí a su contenido en lo relacionado con los avances científicos que han supuesto un verdadero cataclismo para las mentes lineales: El autor propone los siguientes puntos característicos de la complejidad:
1) La muerte del reduccionismo estrecho (simplista, directo). 2) El orden no es importante más que en su relación con el desorden. La simetría solo tiene interés al romperse, pues el orden perfecto es estéril. 3) Más importante aún parecen las leyes de organización universales, las jerarquías de escala. 4) La combinatoria genera la variedad, pero no obedece únicamente a las leyes del azar. 5) Detrás de todo esto hay un gran cataclismo: el derrumbe de las reglas intuitivas, naturales, que los griegos nos había legado: la proporcionalidad entre la intensidad de las causas y la magnitud de los efectos. Estas relaciones, que los matemáticos llaman lineales, parecen hoy en día limitadas para comprender el mundo. Hay que aceptarlo, vivimos en un mundo no lineal. […] Estamos muy lejos del mundo determinista y de la ciencia «triunfalista» del siglo XIX. Y sin embargo, ahora sabemos mucho más133.
Leyendo esto, uno se acuerda de la brillante síntesis de la dialéctica de Lenin realizada por D. Bensaïd: «saltos, saltos, saltos»134, o esta otra de Raya Dunayevskaya que le definía como «dialéctico practicante […] de la dialéctica como transformación en lo opuesto»135. Cambios rápidos, bruscos inclusos, de cualidad de una cosa en su opuesto que exigen una mente flexible para moverse en la complejidad de las contradicciones, preparándose para su salto a lo nuevo, porque: «Las propiedades del mundo y sus objetos son emergentes […] Las relaciones de determinación se caracterizan por la emergencia del orden a partir del desorden, y la superposición del “caos” y del “anti caos”. En el conocimiento del orden del mundo son tanto más importantes los patrones que se configuran en el devenir de los sistemas, que las determinaciones rígidas. La predicción es posible, pero dentro de los marcos de la indeterminación que el propio sistema porta al ser entidad no hecha, devenir»136.
O dicho en otras palabras: «Tal es precisamente el mensaje de la ciencia actual: el cambio y la evolución existen por doquier en el universo, en todos los niveles»137. Partiendo de este principio comprendemos que los más recientes avances científico-críticos confirman que: «¿No es acaso esta “actividad espontánea” de la materia una clara expresión del comportamiento dialéctico de los procesos de la realidad descritos con las limitaciones del caso por los dialécticos antiguos que fueron superadas primero por Hegel y luego por el materialismo dialéctico»138. Aquí radica el antagonismo entre la libertad y la necesidad, por un lado, y el sentido común por el contrario.
¿Cómo se resuelve este antagonismo en el caso de la Covid-19 que ha surgido gracias a la zoonosis, es decir la fusión entre la «actividad espontánea» de la materia, la evolución genética y las presiones del capitalismo destruyendo los ecosistemas que impedían el salto de los patógenos de una especie a otra? Antes de responder volvemos a decir que por zoonosis –concepto que fascinaría a Engels y a Marx– se entiende la infección del animal humano con patógenos que portan otros animales mediante un salto adaptativo de los segundos al primero. Gripe, rabia, peste bubónica, cólera, VIH, SARS, MERS… son algunas de las infecciones zoonóticas que confirmar las leyes y contradicciones de la dialéctica de la naturaleza.
Tendiendo esto en cuenta, y a partir de aquí, la respuesta a la pregunta anterior surge de la misma dialéctica: «La forma de entender un virus es aprender a crearlo»139, frase esencialmente idéntica a aquella de Engels de que el pudin se demuestra comiéndolo. Ambas frases nos llevan al «eterno» debate sobre la definición de lo existente: materialismo o idealismo, el secreto de la vida, de la materia; sobre la epistemología o método de pensamiento: dialéctica o metafísica; y sobre la axiología, los valores éticos insertos en la ciencia-crítica.
Si esta triple reflexión no estructura el debate sobre la Covid-19, no podremos entender en su profunda radicalidad crítica, que va más allá de lo estrictamente económico, por qué nos encontramos ante un salto más en la larga cadena de desastres sanitarios ante sucesivas pandemias que tienen, en el fondo, la misma causa. Nos conviene leer esto:
Históricamente, las plagas han ido acompañando a la industrialización capitalista, a la vez que iban aplanando el camino para su implantación. En la Inglaterra del siglo XVIII, el centro capitalista de la época, tuvieron lugar tres pandemias diferentes, de 1709 a 1720, de 1742 a 1760 y de 1768 a 1786. Su origen era el ganado importado del continente europeo. En Inglaterra, el ganado había comenzado a concentrarse de nuevas maneras, de forma que la enfermedad se propagó entre la población de forma mucho más agresiva que en el continente. De hecho, los brotes se centraran en las grandes vaquerías de Londres, que ofrecían entornos ideales para la intensificación de los virus140.
Después, conforme la industrialización cárnica fue extendiéndose a otros países y según la mundialización de la ley del valor unida a la expansión colonialista e imperialista destrozaba las fronteras naturales que impedían el avance de los patógenos a las zonas no afectadas, en esta medida aumentaban las pandemias. Tanto es así que la propia OMS ha advertido que al acortarse la distancia entre especies se facilita la zoonosis y aumentan los virus141 capaces de infectar al animal humano. Las desnudas lecciones extraídas con mucho esfuerzo de estas tragedias ha confirmado que la industria cárnica es el mayor riesgo de futuras pandemias142 sobre todo la aparición de las llamadas «superbacterias»143 con alta capacidad de resistencia a los antibióticos que la industria cárnica emplea masivamente. Son tantas las evidencias de los peligros que se agolpan a las puertas de la sociedad burguesa que A. Kucharski ha planteado una reflexión vital: ¿qué vendrá después de la Covid-19 teniendo en cuenta que antes hemos sufrido el SARS y el MERS?144
R. Campderrich Bravo, autor de un excelente texto sobre la zoonosis, hace una serie de propuestas destinadas a impedir en la medida de lo posible la aparición de otra pandemia. El autor también desarrolla cuestiones axiológicas y epistemológicas como basamento de sus propuestas: revalorizar la salud pública; reforzar la solidaridad mundial con una política progresista de salud; educar a la población en una sanidad preventiva; invertir mucho más en investigación científica; crear un sistema de prevención precoz; producir vacunas suficientes y racionalizar su uso; y fomentar el tratamiento conjunto de la salud humana y la salud de otros animales. Y envolviéndolo todo, esta denuncia radical:
Para concluir, se advertirá de una insuficiencia trascendental que se ha detectado en la bibliografía consultada. Dadas la explicación de cómo funcionan las zoonosis y la constatación de que los casos de nuevas zoonosis se han incrementado notablemente en el último medio siglo, resulta extraña la ausencia en ella de una reflexión de calado sobre la crisis ecológica, de la que las actuales enfermedades zoonóticas podrían considerarse en buena medida una manifestación; la ausencia, en definitiva, de una reflexión sobre hasta qué punto el modelo de sociedad global capitalista en que vivimos debería reformarse para evitar la amenaza de una sucesión interminable de pandemias zoonóticas145.
No debe sorprendernos la ausencia de una reflexión de calado sobre la crisis ecológica en la casta intelectual porque, de hacerlo, chocaría con Marx, y eso le produce miedo por la pérdida de sus privilegios. Pero tal reflexión es necesaria por dos razones fundamentales relacionadas: una, porque la Covid-19 ha llevado a su máximo antagonismo por ahora la contradicción entre el capital y la naturaleza, lo que aviva el debate sobre qué socialismo necesitamos, sobre la peligrosa inutilidad de fantasías reformistas como la de la versión mayoritaria del decrecimiento146; y otra, porque tanto los debates sobre la pandemia, la crisis socioecológica y socioeconómica, el ecosocialismo como fase en la reintegración de la sociedad comunista en la naturaleza, etc., son imposibles sin la ciencia-crítica, sin su armazón dialéctico y materialista, tal como la zoonosis ha vuelto a confirmar.
Pues bien, llegados a este punto tenemos que dar la razón a G. Foladori: «La ciencia moderna, por vía de la experimentación en la física, en la química, en la biología, y en campos interdisciplinarios, está descubriendo lo que la filosofía dialéctica había anunciado hace cien años»147. Este autor presenta siete concordancias profundas, por no llamarlas identidades, entre los descubrimientos de las ciencias actuales y lo expuesto por Engels en su obra Dialéctica de la naturaleza:
Foladori: «La naturaleza es irreversible y en permanente cambio, pero creando estructuras que resisten al cambio». Engels: «Las tendencias se presentan como resultado de múltiples fuerzas contratendenciales».
Foladori: «En determinados momentos surge una transición de fase, una estructura nueva»; Engels: «Los cambios cuantitativos se convierten en alteraciones cualitativas».
Foladori: «Los sistemas adaptativos complejos cambian». Engels: «La totalidad es un proceso histórico».
Foladori: «Las leyes de la física deben explicar los sistemas adaptativos complejos (inclusive la conciencia y la sociedad)». Engels: «La conciencia es un producto tardío del desarrollo de la materia. El ser social solo puede surgir del ser orgánico, y éste del ser material inorgánico».
Foladori: «El universo es rico en diversidades cualitativas y sorpresas potenciales. Los sistemas complejos presentan resultados imprevistos». Engels: «La realidad siempre es más rica que la teoría. La interconexión de los elementos de la naturaleza genera resultados imprevistos».
Foladori: «El atractor es una región del espacio de fases que ejerce una atracción “magnética” sobre todo el sistema». Engels: «Existe una jerarquía en las relaciones. Las relaciones sociales de producción determinan, en última sustancia, al resto».
Foladori: «La previsibilidad es asintótica, aunque el movimiento se da dentro de ciertos límites». Engels: «El conocimiento es asintótico, las posibilidades de libertad están limitadas por las restricciones impuestas por la estructura material pasada».
Sin duda, Engels se basaba en esta concepción en la que el futuro está abierto dependiendo su devenir de las condiciones impuestas por el pasado pero también de cómo incida en el presente la humanidad explotada. La dialéctica le permitió a Engels arriesgarse a dar esta opinión a todas luces extravagante e insensata en 1878 para el optimismo desarrollista del momento: «La sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de escape»148. Es una de tantas advertencias o «profecías» que el movimiento revolucionario ha ido haciendo, basadas en rigurosos estudios de las tendencias dadas.
El criminal poder apocalíptico desarrollado por la «industria de la matanza de hombres»149 con la tecnociencia imperialista eleva la «profecía» de Engels a una crisis de supervivencia que somete al sentido común a tales presiones que, según actúe la izquierda, pueden lograr que una parte avance hacia lo que Gramsci denominaba un poco enigmáticamente «buen sentido común», antesala de la conciencia revolucionaria que transforma el arma de la crítica en la crítica de las armas.
¿Cómo hacer que se cuartee ese sentido común que utiliza como reclamo la policía más derechista, posibilitando que surja el «buen sentido común» gramsciano como antesala de la conciencia revolucionaria? Hay que partir del hecho de que la Covid-19 ha puesto al sentido común y al pragmatismo que le es inherente ante las dos disyuntivas que más le espantan: una, la cuestión del poder necesario para conquistar la libertad, que conlleva necesariamente otro miedo atroz para ellos, el de la organización revolucionaria; y otra, la cuestión del pensamiento libre y crítico, necesario para esa libertad, que también conlleva otro miedo, el de la necesidad de la autocrítica que para desarrollar toda su efectividad necesita de una organización que la inserte en la teoría.
Las diversas facciones de la burguesía española y autonómicas presionan, por un lado, para que el sentido común no caiga en la tentación de analizar sus miedos y siga atado al sistema; y por otro, para atraerlo a sus intereses específicos. Veamos cómo ha evolucionado este proceso en ocho fases desde febrero de 2020 hasta ahora.
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El Gobierno y prácticamente la totalidad de partidos y medios de prensa, aseguraron que la pandemia no era grave, era como una gripe: no querían generar dudas peligrosas en el sentido común tal cual existía entonces.
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Impuso de sopetón el primer confinamiento militarizando la vida social, para tranquilizar al sentido común demostrando fuerza y decisión y paralizar las luchas al alza desde los últimos tiempos.
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La derecha y extrema derecha endurecen el ataque al Gobierno para lograr que sectores del sentido común giren hacia el irracionalismo autoritario, contando con el apoyo religioso.
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Ante la gravedad, el Gobierno organiza los aplausos a los y las sanitarias, y concede unas pocas ayudas sociales porque empieza a notarse el malestar obrero y popular, para fortalecerse él y debilitar la ofensiva de la derecha.
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Presionado por todas partes, el Gobierno inicia el desconfinamiento, pero VOX se envalentona para quitarle votos al PP y debilitar más al Gobierno, provocando la ruptura aparente de VOX con el PP y Ciudadanos. Parece que el Gobierno se recupera con esta ruptura aparente, dejando algunas responsabilidades menores a los gobiernillos autonómicos.
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A la vez, el Gobierno se endeuda a tope con el capital transnacional, preparando un ataque contra las clases y naciones oprimidas, mientras que aumenta la explotación y el empobrecimiento. El Gobierno hace lo imposible para que el sentido común siga a su lado y no preste oídos a la derecha y extrema derecha. La izquierda militante se organiza poco a poco.
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La segunda ola de contagios demuestra que el Gobierno sigue optando por la inmunidad de rebaño, maltusianismo salvaje, que descarga la muerte sobre el trabajo para que el capital viva; la extrema derecha intenta dirigir el malestar social invertebrado y en un principio parece lograrlo, pero la izquierda militante responde mientras que los reformismos y el poder claman no contra el fascismo sino contra la ira juvenil proletaria.
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Crecen los rumores sobre medidas más restrictivas que afectan sobre todo a las clases y naciones explotadas, a la mujer trabajadora; el Gobierno dosifica la información y apoya al capital, la derecha se reorganiza para «atraer al centro» y el fascismo planea nuevos ataques; la izquierda militante reafirma su antifascismo e intensifica sus esfuerzos concienciadores…
En las dos entregas anteriores de esta serie de tres, y en los textos sobre la Covid-19 y la cuestión del poder, de la sinrazón, de la crisis capitalista y de la teoría marxista de la crisis, hemos visto la enmarañada interacción entre lo irracional, la psicopolítica y el sentido común, enmarañamiento inserto en la dialéctica de las leyes y contradicciones del capitalismo. Los miedos atávicos que reactiva la pandemia, además del miedo social al empobrecimiento y la precarización absoluta, todo ello en un clima represivo, frenan mucho cuando no anulan la racionalidad del pensamiento, su potencial crítico que retrocede ante lo oculto e intangible. Es ahora cuando se vuelve a demostrar el demoledor impacto que ha tenido en la lucha de clases tanto el determinismo economicista como el reformismo pragmático porque las dos grandes corrientes sociopolíticas que sostienen al capitalismo, y que han ayudado a reprimir a la izquierda y a derrotar a la revolución, tienen al sentido común como el único encuadre interpretativo de la realidad cotidiana.
Desde la izquierda se ha insistido en que hay que romper esa cárcel mediante el avance de la superficial constatación de las diferencias formales a la superación revolucionaria de las contradicciones, pasando por el desbordamiento de las oposiciones, como se ha explicado arriba. Este proceso aparece de forma explícita en la relación entre Hegel, Lenin y Gramsci, por remitirnos a los autores que hemos estudiado en la segunda entrega, pero está presente con otros nombres en todo el marxismo: la doctrina de la esencia, es decir, la praxis revolucionaria en el interior de las leyes y contradicciones del capitalismo, la unidad de la teoría del conocimiento y la teoría política de la revolución comunista. En la segunda entrega no hemos podido extendernos en la doctrina del concepto, a la que tanta atención prestó Lenin y que también vertebra El Capital, pero tendremos que recordarla siquiera abstractamente en lo que ahora sigue.
La dialéctica de la naturaleza en concatenación con las leyes y contradicciones del capital ha dado pie al surgimiento de algo nuevo en base al principio de emergencia o de salto cualitativo. La mayoría inmensa de la militancia, abandonada a la ignorancia por sus organizaciones, desconoce todo ello y fue desbordada ampliamente por el brusco salto cualitativo de la crisis. Atada a la lógica formal de la diferencia, no supo ni pudo reaccionar a las restricciones de derechos y a la novedad de la pandemia, siendo incapaz en las primeras semanas de elaborar una alternativa y llevarla a la práctica. Verdad es que sectores muy reducidos ya respondieron teórica y políticamente en la segunda mitad de marzo de 2020, pero la pesada inercia plomiza del sentido común que infectaba a la militancia retrasó su respuesta en un contexto que exigía rapidez y radicalidad.
El sentido común creía que solo había diferencias entre la Covid-19 y la gripe, pero la realidad le ha superado por todas partes. Se ha demostrado que la Covid-19 no es una gripe «rara», sino otra cosa mucho más destructora de la salud a medio plazo aunque no mate a la persona. Lo mismo sucede con el resto de cuestiones a las que el sentido común ha de hacer frente: si solo son vulgares diferencias, no hace falta una inversión masiva en la sanidad pública, en medidas preventivas, en crear comités obreros y populares que garanticen la esencia democrática de la lucha contra la pandemia en vez de la vigilancia militarizada y la represión policial, en exigir a la sanidad privada que se integre en la lucha colectiva contra la pandemia, en exigir a la industria sanitaria que abarate drásticamente los precios y que generalice las marcas blancas, en exigir al capital que asuma él los costos que él mismo ha precipitado con su irracionalidad…
Pero siempre hay un poco, un reservorio de experiencia acumulada gracias a la lucha de clases que puede ayudar a la militancia a tomar conciencia en poco tiempo, si existen grupos organizados que pongan a su disposición ese saber acumulado. Existían esos colectivos y existía una experiencia reciente de lucha: los datos indican que desde 2018 se reactivaba la lucha de clases. Fueron estas bases las que explican que se avanzase en la certidumbre de que la Covid-19 era algo más que una gripe «rara» por su letalidad: se estaba pensando la transición entre diferencia y oposición, es decir, que la pandemia era esencialmente diferente a la gripe y que por eso era urgente saltar a medidas sanitarias con una base sociopolítica y económica más radical que el sistema sanitario establecido ideado para el reciclaje de la fuerza de trabajo en beneficio del capitalismo. Se empezó a exigir medidas radicales que cuestionaban este sistema porque la letalidad de la pandemia es cualitativamente más grave que la de la gripe.
Como hemos visto en la segunda entrega, se produce la transición entre lo diferente y lo opuesto cuando se descubre la nueva esencia surgida en el movimiento del problema analizado: ya no sirven las viejas recetas, hay que plantear soluciones más extensas e intensas porque nos encontramos ante una realidad agravada. Hemos avanzado a reivindicaciones sociosanitarias y sociopolíticas, no solo sanitarias y menos desde la perspectiva burguesa. Tampoco son estrictamente políticas en el sentido parlamentario, al gusto del reformismo pragmático, sino que plantean la consciente movilización obrera y popular como fuerza decisiva para asustar y amedrentar a la burguesía, paralizándola políticamente para que ceda en cuestiones en las que jamás cederá voluntariamente. Rompemos la alambrada del parlamentarismo, de la lógica formal y del sentido común y nos adentramos en el campo de batalla de la lucha de clases con la prioridad táctica de vencer a la Covid-19, con la estrategia conducente de la salud burguesa a la salud socialista, y de aquí a la salud comunista.
La burguesía como unidad de clase por encima de sus diferencias regionales, autonómicas y estatales, comprendió pronto que el fantasma de la salud socialista ya ululaba en muchas de las primeras reivindicaciones planteadas por la izquierda militante a lo largo del mes de marzo de 2020, si no antes. Por esto, a lo largo de las ocho fases descritas arriba, las fuerzas burguesas han adaptado sus decisiones para responder tanto a las pugnas entre ellas como a los signos cada vez más claros de malestar social y de radicalización de sectores obreros y populares. Las diversas expresiones del sentido común han sido orientadas para reprimir esa radicalización incipiente, derrotándola antes de que crezca y amansar con miedo y promesas el malestar social.
Pero dado que esta segunda ola es terrible pero más suave que la tercera que llegará, que los datos sobre la catástrofe económica se agolpan a diario, que tienden a endurecerse las exigencias del capital transnacional y de la Unión Europea para conceder los vitales préstamos al Estado, y que el fascismo se encabrita mirando al monte, en esta vorágine, la izquierda militante no tiene más remedio, si quiere crecer, que llegar a la raíz del problema. Debe pensar la transición, el avance desde la oposición al sistema sanitario y a la política que lo ampara, a la lucha abierta por la salud socialista, es decir, movilizarse contra la estructura capitalista que está debajo de la salud burguesa.
La liberación del pensamiento crítico de la cárcel del sentido común solo es definitiva cuando ese pensamiento ha penetrado en la contradicción que define la esencia del problema al que combate, mientras que quedarse en el plano de la oposición, aun siendo un paso importante solo permite descubrir la esencia. La naturaleza de clase del sistema sanitario se descubre cuando se avanza de la diferencia a la oposición, pero la práctica y la estrategia para desarrollar la salud socialista solo se puede elaborar cuando se descubre la contradicción de la salud burguesa: su límite es la vida del capital, no de la humanidad trabajadora que es vista como mula de carga que debe mantenerse activa mientras sea rentable como fuerza de trabajo, luego se le echa a la cuadra de la vejez, de la jubilación empobrecida hasta que muera.
Ver morir en el abandono más inhumano a miles de ancianas y ancianos en residencias baratas de la industria de la salud, mucha de ella de propiedad cristiana, y en hospitales pobremente acondicionados tras años de desmantelamiento en beneficio de la sanidad privada, esta visión que nos recuerda a los hospicios medievales, ha sacado a la luz una de las expresiones más bestiales de la contradicción que pudre internamente a la salud burguesa. Por si fuera necesaria alguna prueba definitiva, semejante espectáculo macabro y sádico lo dice todo: salud humana y propiedad privada son antagónicos.
El sentido común nunca podrá llegar a este descubrimiento porque la propiedad privada constituye su cemento normativo y el fetichismo de la mercancía su anclaje irracional y su opio ideológico. El «buen sentido común» avanza un poco, tal vez hasta vislumbrar la oposición entre la muy rentable industria de la salud y un sistema público de salud entrampado en el keynesianismo y la socialdemocracia en sus variadas corrientes. Pero no puede dar el salto a la radical lucidez de la contradicción inconciliable entre la vida y el capital, esto sólo se logra mediante la conciencia política, teórica y ética comunista.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 5 de noviembre de 2020
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- Andreas Malm: Para detener el cambio climático necesitamos un leninismo ecológico, 22 de junio de 2020 (https://www.lahaine.org/?s=Revista+Jacobin&sentence=a_sentence&disp=search).
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- Agencias: El PIB de EEUU cae un 32,9% en el segundo trimestre por el Covid-19, el mayor descenso de su historia, 30 de julio de 2020 (https://www.europapress.es/economia/macroeconomia-00338/noticia-pib-eeuu-cae-329-segundo-trimestre-Covid-19-mayor-descenso-historia-20200730144738.html).
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- Eduardo Camín: La caída del comercio mundial y las dudas del capitalismo entre perspectivas y realidades, 29 de agosto de 2020 (https://rebelion.org/la-caida-del-comercio-mundial-y-las-dudas-del-capitalismo-entre-perspectivas-y-realidades/).
- Higinio Polo: Adictos a la deuda y al caos, 7 de octubre de 2020 (https://www.lahaine.org/mundo.php/adictos-a-la-deuda‑y).
- Carmen Reinhart: El Banco Mundial admite que ha empezado una economía de guerra, 16 de octubre de 2020 (https://mpr21.info/el-banco-mundial-admite-que-ha-empezado-una-economia-de-guerra/).
- Sputnik: Estados Unidos prohíbe a Kiev comprar la vacuna rusa contra la Covid-19, 21 de octubre de 2020 (https://insurgente.org/ucrania-estados-unidos-prohibe-a-kiev-comprar-la-vacuna-rusa-contra-la-Covid-19/).
- Gustavo Capdevilla: La pobreza mundial, mucho más cruda de lo creído, 7 de julio de 2020 (https://www.ipsnoticias.net/2020/07/la-pobreza-mundial-mucho-mas-cruda-lo-creido/).
- Alejandro Fierro: Un nuevo sentido común de época, 11 de febrero de 2016 (https://rebelion.org/un-nuevo-sentido-comun-de-epoca/).
- Truthout: La crisis conduce a la privatización de la policía en más de 40 países capitalistas, 6 de septiembre de 2020 (https://mpr21.info/la-crisis-conduce-la-privatizacion-de-la-policia-en-mas-de-40-paises-capitalistas/).
- Andrés Gil: El 155 y el sentido común de la época: Carl Smith va ganando a Antonio Gramsci, 21 de octubre de 2017 (https://www.eldiario.es/politica/sentido-carl-schmitt-antonio-gramsci_1_3113331.html).
- Antonio Maqueda: Madrid amplia la brecha de riqueza con Cataluña justo antes de la pandemia, 27 de julio de 2020 (https://elpais.com/economia/2020 – 07-27/madrid-amplia-la-brecha-de-riqueza-con-cataluna-justo-antes-de-la-pandemia.html).
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- Ignacio Fariza: Maurice Obstfeld: «Soy mucho más optimista sobre el futuro pospandemia de Europa que sobre el de EEUU», 30 de agosto de 2020 (https://elpais.com/economia/2020 – 08-29/maurice-obstfeld-soy-mucho-mas-optimista-sobre-el-futuro-pospandemia-de-europa-que-sobre-el-de-ee-uu.html)
- Agencias: Un grupo de multimillonarios pide pagar más impuestos por el Covid-19, 14 de julio de 2020 (https://www.lavanguardia.com/economia/20200714/482307625095/multimillonarios-impuestos-covid.html).
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- Mariama Correia: Bolsonaro destina a polémicas entidades cristianas el 70% de los fondos para la lucha contra la drogadicción, 5 de septiembre de 2020 (https://www.eldiario.es/internacional/bolsonaro-destina-polemicas-entidades-cristianas-70-fondos-lucha-drogadiccion_1_6198275.html).
- Elías Camhaji: El Gobierno de Trump prestó cientos de miles de dólares a La Luz del Mundo mientras su líder esperaba un juicio por abusos, 5 de septiembre de 2020 (https://elpais.com/mexico/2020 – 09-05/el-gobierno-de-trump-presto-cientos-de-miles-de-dolares-a-la-luz-del-mundo-mientras-su-lider-esperaba-un-juicio-por-abusos.html).
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- Superbacterias en las granjas industriales: la amenaza oculta de la pandemia, 16 de octubre de 2020 (http://faada.org/nuestra-accion-1362-superbacterias-en-granjas-industriales-la-amenaza-oculta-de-la-pandemia?utm_campaign=octubre&utm_medium=email&utm_source=acumba).
- Adam Kucharski: En 18 años hemos tenido el SARS, el MERS y la Covid-19, no hay razón para que no surja otro virus, 14 de agosto de 2020 (https://www.eldiario.es/sociedad/Covid-19-gobiernos-ciudadanos-coronavirus_128_6157247.html).
- Ramón Campderrich Bravo: Zoonosis: breve nota informativa, 25 de agosto de 2020 (http://www.mientrastanto.org/boletin-193/notas/zoonosis-breve-nota-informativa).
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Un comentario
Los 3 con sus correspondientes subtemas me encantaron. Esta es la culminación. El método Dialéctico de Marx y con una impotente crítica al Idealismo Hegeliano.
Lo disfrute y espero que me pueda quedar con una copia para compartirlos con mis compañer@s de la escuela que les interesa y mucho. Saludos Iñaqui y gracias por darle sentido hoy en día porque lo tiene y mucho. Gracias por ese Marx que nos compartes. Saludos.