Hace 30 años, durante la madrugada del 17 de enero de 1991, comenzaba en el Golfo Pérsico la Operación Tormenta del Desierto, la guerra contra Irak que abría la secuencia de guerras posteriores a la llamada guerra fría.
Estados Unidos y sus aliados inician aquella guerra en momentos en que –después de la caída del muro de Berlín– el Pacto de Varsovia y hasta la Unión Soviética están a punto de disolverse. Ese contexto crea una situación geopolítica totalmente nueva y Estados Unidos traza una nueva estrategia para sacar de ella la mayor ventaja.
En los años 1980, Estados Unidos había respaldado el Irak del presidente Saddam Hussein durante la guerra contra el Irán del ayatola Khomeini. Pero al final de aquella guerra, en 1988, Estados Unidos teme que Irak llegue a desempeñar un papel predominante en la región. Washington recurre entonces nuevamente a la estrategia del «divide y vencerás»: empuja Kuwait a reclamar el pago inmediato del crédito que ese emirato había concedido a Irak y a perjudicar a este último país mediante la explotación excesiva del yacimiento de petróleo que se extiende bajo la frontera común.
Después, Washington hace creer a Saddam Hussein que Estados Unidos no intervendrá en su conflicto con Kuwait. Pero en julio de 1990, cuando tropas iraquíes invaden Kuwait, Washington monta una coalición internacional contra Irak. Una fuerza de 750.000 efectivos –de los cuales el 70% son estadounidenses– es enviada a la región del Golfo bajo el mando del general estadounidense Norman Schwarzkopf.
Posteriormente, a partir del 17 de enero, Estados Unidos y sus aliados utilizan contra Irak 2.800 aviones de guerra que realizan 110.000 misiones de bombardeo dejando caer sobre la población iraquí 250,000 bombas, incluyendo las llamadas «bombas de racimo» que liberan cada una gran cantidad de pequeños artefactos antipersonales. Junto a la US Air Force estadounidense, participan en esos bombardeos aviones de las fuerzas armadas de Reino Unido, Francia, Italia, Grecia, España, Portugal, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega y Canadá. El 23 de febrero, las tropas de la coalición inician la ofensiva terrestre con más de medio millón de efectivos, ofensiva que termina el 28 de febrero con un «alto al fuego temporal» proclamado por el presidente George Bush padre.
Inmediatamente después de la guerra del Golfo, en la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos emitida en agosto de 1991, Washington lanza a sus adversarios –y también a sus aliados– un claro mensaje: «Estados Unidos es el único Estado con una fuerza, un alcance y una influencia en todos los campos –político, económico y militar– realmente mundiales. No existe ningún sustituto del liderazgo estadounidense».
La guerra del Golfo es la primera guerra en la que participa la República Italiana, bajo las órdenes de Estados Unidos y en violación del artículo 11 de la Constitución de Italia. La OTAN, aunque no participa oficialmente en esa guerra, pone sus fuerzas y bases a la disposición de la agresión. Meses después, en noviembre de 1991, el Consejo Atlántico, siguiendo los pasos de la nueva estrategia de Estados Unidos, lanza el Nuevo Concepto Estratégico de la Alianza. Y ese mismo año, se presenta en Italia el Nuevo Modelo de Defensa que, invirtiendo lo estipulado en su Constitución, afirma que la misión de las fuerzas armadas italianas es «velar por los intereses nacionales donde quiera que sea necesario».
Así nació, con la guerra del Golfo, la estrategia que guía las demás guerras sucesivas bajo el mando de Estados Unidos –Yugoslavia en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2003, Libia en 2011, Siria también en 2011 y otras más – , guerras presentadas como «operaciones humanitarias para exportar la democracia». Como prueba de lo «humanitarias» que son esas intervenciones tenemos los millones de muertos, de inválidos, de huérfanos y de refugiados iraquíes, resultado de la guerra del Golfo, que el presidente Bush padre calificaba en 1991 como «crisol del Nuevo Orden Mundial». A ellos se agrega un millón y medio de muertos –entre ellos, medio millón de niños fallecidos– durante los siguientes doce años de «embargo» contra Irak, así como las numerosas muertes provocadas por los efectos a largo plazo de las municiones de uranio empobrecido que Estados Unidos utilizó masivamente durante aquella guerra contra Irak, y todavía están por contabilizar con precisión los muertos que dejó la segunda guerra contra Irak, desatada por George Bush hijo en 2003.
En ese mismo «crisol» arderán también los miles de millones de dólares asignados a la guerra. Solo para la segunda guerra contra Irak, la oficina del Congreso que se ocupa del presupuesto estima que Estados Unidos dedicó a esa agresión unos 2.000 millones de dólares.
Eso es lo que hay que debemos tener en mente cuando, dentro de poco, ciertos personajes vengan a recordarnos, a través de los grandes medios de difusión, el 30º aniversario de la «Guerra del Golfo», crisol del Nuevo Orden Mundial.
Manlio Dinucci
15 de enero de 2021
Traducido al español por Red Voltaire a partir de la versión al-francés de Marie-Ange Patrizio.
Fuente: Il Manifesto (Italia)