Por Roberto Alejandro Rivera*, Resumen Latinoamericano, 1 de febrero de 2021.
Primera parte
En las recientes elecciones, el inmenso crecimiento del Partido Independentista Puertorriqueño se unió a otros triunfos que el independentismo ha alcanzado en las pasadas dos décadas. El apoyo electoral para candidatos del PIP fue lo más significativo del pasado proceso eleccionario. Es un triunfo que los independentistas, en Puerto Rico y en la diáspora, debemos celebrar. Esta es la tesis que me propongo discutir en este ensayo.[i] Esta tesis no le resta mérito a los votos ni a las victorias legislativas, también impresionantes, del Movimiento Victoria Ciudadana. El desempeño de esta nueva organización y los votos por el PIP debilitaron el bipartidismo. Pero los triunfos del MVC nacen de otras razones y su significado ocupa un terreno distinto al del Partido Independentista Puertorriqueño.
Definición
Defino al independentismo como una pluralidad de ideas y luchas eslabonadas por unos nudos comunes y conflictivos en un espacio afectivo y conceptual. Este espacio unifica la soberanía y las transformaciones sociales hacia más libertad y justicia social. No siempre fue así, pero hace tiempo que lo es. Desde ese espacio y dentro de esa pluralidad, el independentismo ha sido un sentido común, una memoria, una épica y una apuesta. Ha sido un conjunto de argumentos para explicar el coloniaje y sus consecuencias y para mostrar otros rumbos. También es un fardo de aciertos y errores, algunos de ellos todavía presentes.
Esto significa que, para mí, el independentismo es construcción de otro espacio simbólico y lucha desde el mismo. Y defino ese espacio como principios, memorias, traumas, afectos, y miedos que proveen referentes, códigos lingüísticos y emotivos que crean formas de razonar y actuar en lo colectivo y en lo individual.
A veces ensamblaje, pero mayormente un terreno de elementos dispares, el independentismo constituye una hegemonía alterna, un contra poder en la subjetividad de cada militante o creyente en la independencia. Esa hegemonía alterna se alimentó y alimenta de distintas resistencias contra el sentido común dominante, ese que navega en la vorágine de lo diario, lo usual, lo que no tiene sorpresas, ese mundo de lo inmediato lleno de transparencia y ocultamientos. Esta hegemonía alterna acarrea, necesariamente, otra legibilidad con explicaciones y conclusiones distintas a las ofrecidas por la legibilidad dominante.
En todas estas áreas los errores existieron y existen. Y algunos de esos errores, por la complejidad regia de nuestra realidad, han fecundado triunfos. La lógica de que los errores atrasan o empantanan y los aciertos permiten avances es la lógica del iluminismo con su fe en una realidad completamente legible y sujetas a leyes de progreso moral tantas veces torpedeada por la opacidad de lo político. Hay errores que pueden permitir avances, pero siguen siendo errores. Y verdades que pueden representar atrasos en determinados momentos y siguen siendo verdades.
Un sentido común
El independentismo es, antes que nada, un sentido común, la idea de que los miembros de un ente ético-político deben ser los garantes y guardianes de ese orden, y no quienes los azares del poder les permiten traspasar unas fronteras. En una colonia, este sentido común es magullado y distorsionado para manufacturar lo opuesto. Lo normal viene a ser la imposibilidad de un gobierno que nazca de esfuerzos y brújulas propias. “Eso es federal:” la frase que consumaba un sentido inalcanzable de superioridad. “Imagínese si no nos tuvieran,” le dijo al país una fiscal federal.
Antes de ser ese argumento que halla cristalización en un sentido común, el independentismo fue y es una sensación de desazón ante la arbitrariedad de imposiciones extrañas, una afirmación de un ser cultural muy recio que puede integrar y celebrar lo diferente, pero mantiene una identidad que puede ser distinguida de otras identidades y que vale la pena defenderla y enriquecerla. Sobre todo, y desde el albizuismo, el independentismo es la certeza de que la subordinación colonial lacera el espíritu desgajando y truncando búsquedas compartidas.
Por las primeras tres décadas del siglo veinte, el independentismo fue el tímido gesto de una elite que vio esfumarse su proyecto de desarrollo autonómico. Fue lírica, resistencia contra el uso del inglés en las escuelas y recurso retórico en la pesca de aplausos. En relación con la clase trabajadora, fue hostil e inservible. El coloniaje norteamericano toleró ese independentismo y, cuando quiso hacerlo, expresó su desdén aun por su timidez. En 1921, el gobernador Emmet Montgomery Riley, en su primer mensaje al país, decía lo siguiente:
«Nuestro sin igual Presidente, el Presidente de todos los pueblos a quienes gobierna, y nuestro gran Secretario de la Guerra, John W. Weeks, están tan altamente interesados en el pueblo puertorriqueño como el de cualquier Estado de la Unión continental. Ellos se sentirían profundamente angustiados al ver sentimiento alguno o aspiración alguna creciente cuya tendencia fuera algún pensamiento o idea de independencia. Ha llegado hasta mí que la agitación de independencia procede, en gran parte, de extranjeros. … Tampoco, amigos míos, hay sitio alguno en esta isla para bandera alguna que no sea la de las franjas y estrellas, y jamás lo habrá.”[ii]
Las autoridades metropolitanas también reprimieron sin ambages cualquier signo de influencia independentista en un centro que los norteamericanos y los anexionistas de la Coalición concibieron como su propiedad exclusiva.
“…en 1936,” según Rubén del Rosario, “viene la reacción como consecuencia de que algunos catedráticos, fuera de la Universidad, defendíamos la causa de la independencia en la prensa y la tribuna. Se restringe entonces la libertad de cátedra, prohibiendo arbitrariamente a los profesores las actividades políticas. Se separa por un tiempo a algunos de ellos. Se intenta imponer la enseñanza en inglés en todas las facultades, a lo cual se opuso la mayoría del profesorado.”[iii]
Una memoria
En un sistema colonial que tiene el olvido y la distorsión como proyectos de estado, el independentismo, desde los márgenes, ha labrado otra memoria y, por lo mismo, otro espacio simbólico. Esta construcción significó, con Albizu, un nuevo énfasis que desplazó la visión jurídica de la elite. Fue él quien popularizó la palabra “colonia.”
“Esa palabra, COLONIA, fue él quien la puso en circulación en el lenguaje político de la Isla. Antes de don Pedro, tanto en la Prensa (sic) como en la tribuna, se hablaba de que Puerto Rico era un territorio no-incorporado o una posesión adquirida por los Estados Unidos…Los políticos del patio se conformaban con la terminología jurídica.” [iv]
El diagnóstico de Albizu, como sabemos y afirma del Rosario, fue distinto: “…la Isla estaba sometida a leyes y restricciones impuestas por la metrópoli y … el verdadero propósito de la permanencia americana en Puerto Rico no era educarnos para la democracia, sino básicamente, estratégico y económico.”[v]
Desyerbando una neblina de olvidos, el independentismo creó para sí lo que Antonio S. Pedreira llamó “evocación,” un sentido de conciencia histórica.[vi] El albizuismo inició la celebración de Lares en la década de los años 30s del siglo veinte; y la FUPI retorna al mismo lugar a finales de los 50s en actos infectados de agentes encubiertos. Es una memoria que ha operado en varias dimensiones: en la celebración del Grito de Lares; en la lucha por la liberación de los presos políticos en cárceles norteamericanas; en desenterrar otras historias, especialmente de la clase obrera, frente a la lápida que el pepedeísmo impuso sobre la historia de Puerto Rico; y en recordar eventos significativos en las luchas estudiantiles. En la década del 70, las organizaciones estudiantiles organizaban el viaje a Lares y también publicaban boletines para discutir el encuentro militar del 11 de marzo de 1971. Las memorias, por supuesto, también se pierden: las organizaciones del presente no tienen ese lente.
Con recursos jamás comparables con los del estado, y a pesar de todo el cerco mediático en la mayor parte del siglo veinte, y el otro cerco, el del carpeteo policiaco; a pesar de todos sus errores, tan grotescos en algunos casos como en aquello de los “castigos patrióticos” del nacionalismo, el desprecio y maltrato a disidentes, las simpatías y silencios ante regímenes dictatoriales, y un sospechoso compromiso con normas democráticas, el independentismo se ha preservado en el Partido Independentista Puertorriqueño, el Movimiento Socialista de Trabajadoras y Trabajadores, el Movimiento Independentista Nacional Hostosiano, y en su mayor triunfo como institución e instrumento de educación y comunicación, en el periódico Claridad. Son independentistas los que crearon el periódico Diálogo, los que concibieron 80 grados, y los que triunfaron en construir ese espacio cultural que es el Festival Claridad. Sospecho que, en su rasgo dominante, fueron independentistas los que inscribieron al Partido del Pueblo Trabajador y, en una vuelta circular de nuestra historia, una alianza de independentistas y soberanistas quien hizo lo mismo con el MVC. Y algo muy importante que necesita su desentierro: fue otra alianza independentista-autonomista, donde el polo independentista dominaba en el liderato, la que concibió y ejecutó el primer programa gubernamental de justicia social que tuvo Puerto Rico entre 1941 y 1948.
La colonia y sus enunciados
El forcejeo por dar vida a nuevas instituciones y publicaciones siempre intentó, y aún intenta, establecer, moldear, y enriquecer otra legibilidad. Como sabemos, la colonia se empeñó en enrejar al independentismo dentro de ciertos enunciados en un doble juego de invisibilidad y visibilidad. Conocemos el léxico popular: lxs independentistas son “idealistas;” “hablan bien pero no proponen nada concreto;” la independencia es la “pérdida de la ciudadanía y los fondos federales,” y haría de Puerto Rico una de “esas repúblicas latinoamericanas” con sus miserias y dictaduras. El enunciado más revelador, por incubar tantos fantasmas en una oración, en años eleccionarios y en referencia a candidatos del PIP a la gobernación, se escucha: “Si fuera del PPD o PNP, barría.” Tales han sido los asertos de la gente.
El estado ha tenido otros: “terroristas,” “subversivos,” y el término genérico para describir a los jóvenes militantes, “fupistas.” Estas aseveraciones, solidificadas en miedos e instintos, ilegitiman, por adelantado, todo lo que se acerque al independentismo como opción política. En la segunda mitad del siglo veinte, con el fulgor de la industrialización, el mejoramiento material y la genuina ampliación de oportunidades educativas para la mayoría, las explicaciones dominantes emigraron a lo clínico: los nacionalistas eran locos. El distinguido escritor René Marqués lo expresó de otra manera: los puertorriqueños sufrían de un “impulso auto destructor” y los nacionalistas lo encarnaban. Eran suicidas. “El fenómeno nacionalista dramatiza … otro problema psicosocial: el notorio impuso auto destructor del puertorriqueño, en otras palabras, su tendencia suicida.” “Pero es sin duda el Nacionalismo puertorriqueño la manifestación que más claramente nos revela la psicología del suicida.” “Quizás debamos llegar a la conclusión de que la cohesión del movimiento nacionalista es sus años de mayor actividad se basaba, más en una condición psicológica común a sus miembros– el impulso suicida del puertorriqueño llevado a su más alta exacerbación– que en una doctrina revolucionaria o en una metodología terrorista.”[vii]
En la danza de visibilidad e invisibilidad, y como el mundo simbólico es rara vez coherente, la cultura popular acepta poemas y canciones independentistas, y se permite a los independentistas como “fiscalizadores.” La fiscalización desde la legislatura o uniones obreras ha sido la única esfera de poder permitida. Más allá de esas fronteras quedaba lo vedado.
Los enunciados tienen historia
Los enunciados, construcciones relativamente recientes, se han vendido como rasgos innatos de lxs puertorriqueños. Esa no fue la realidad por más de medio siglo después de la invasión del 1898. Hasta mediados de la década del 1950s, el independentismo gozó de legitimidad en los centros de poder isleños, aunque nunca ante la metrópoli. En 1936, el Partido Liberal fue a las urnas con una plataforma pro-independencia y fue el partido con más votos. Tampoco hay que perder la proporción: era un partido estremecido por luchas internas entre un sector joven, independentista y progresista, y el liderato de don Antonio R. Barceló quien lo mismo era autonomista, independentista y hasta estadolibrista, antes del ELA. Lo significativo es que la independencia no era el terreno de lo clínico, lo irracional e ilegitimo.
Eso comenzó a cambiar en 1948, año colindancia, de deslinde, con la prédica muñocista sobre la incompatibilidad de la independencia y la industrialización que el PPD promulgaba.
Esa prédica, cuajándose desde años antes, salió briosa durante la siempre irónica celebración de un 4 de julio. En su discurso de esa fecha en 1948, Muñoz redefinió el terreno discursivo del país. Su problema, alegó, no era el colonialismo. Era una fatal mezcla de geografía y fecundidad, de destino y pasión. “Puerto Rico es una isla pequeña con mucha gente. Puerto Rico tiene poca tierra y mucha gente.” Se adornó así con un trillado argumento sobre el “exceso” poblacional de la isla y lo invocó como una de sus dos explicaciones. La ecuación de lo poco y lo mucho explicaba porqué, a pesar de tener “la posición económica más favorable del mundo en relación con el mercado más prospero,” la pobreza y miseria continuaban. La “salvación” estaba en la industrialización, con su inevitable secuela de atraer capital, y en pedirle permiso al congreso para redactar una constitución que no pusiera en riesgo las ventajas de la isla: no pagaba aduana ni contribuciones federales. En ese paradigma de industrialización y búsqueda de capitales se ha quedado el país desde entonces.
Fue aquel también el año en que tal visión mostró una saña inaudita cuando Muñoz llamo al PIP “fascista,” por querer “pedir la independencia a la loca…” [viii] En otro discurso del mismo mes y año, el 17 de julio, el líder popular advertía:
“Aunque el PIP no gane, como no va a ganar las elecciones, bastará con que saquen bastantes votos, aunque en minoría, para que eso le dé un golpe mortal al desarrollo económico, a la industrialización que necesita el pueblo para que su producción siga creciendo como sigue creciendo el número de sus habitantes.”[ix]
La independencia, pues, era una idea ilegítima porque se buscaba “a la loca”[x] y aún sin ganar, con obtener muchos votos, sería fatal para la “producción.”
Estas ideas transmutaron a Muñoz en Moncho Reyes, en el discurso que citamos arriba y que merece repetición. Para este último, el presidente norteamericano y el secretario de guerra
“se sentirían profundamente angustiados al ver sentimiento alguno o aspiración alguna creciente cuya tendencia fuera algún pensamiento o idea de independencia. Ha llegado hasta mí que la agitación de independencia procede, en gran parte, de extranjeros.”
Para Muñoz, el PIP tenía, más que influencia, la naturaleza misma de una ideología extranjera: el fascismo. En lugar del presidente y el secretario de guerra, serían los inversionistas interesados en poner su capital en la isla quienes sentirían la misma “angustia” amenazada por Riley ante cualquier “aspiración … creciente” a favor de la independencia.
Y con aquello de luchar por la independencia “a la loca,” el pepedeísmo, con su modelo de productividad capitalista, ya telegrafiaba el libreto a seguir contra el independentismo en general: tiene algo de demente.
En 1948 el PPD inició la línea de ataque que se convertiría en articulo de fe en su propaganda. En opinión de Juan Mari Brás, el proceso electoral vio una de las campañas “más infames” contra la independencia. Ante la falta del televisor, “el Partido Popular hizo proyectar en pantallas de cine móviles por todos los campos y pueblos películas en las que mostraban la extrema pobreza de Haití como lo que sería Puerto Rico si alguna vez llegáramos a ser un país independiente.”[xi]
Más tarde, Muñoz reinterpretó el pasado político de la isla y vio lo que los puertorriqueños “siempre” habían querido:
“Y el pueblo de Puerto Rico, digno y respetuoso de sí mismo, debe querer y quiere, y siempre en su historia ha querido, la mayor extension del derecho a gobernarse a sí mismo que sea compatible con su voluntad, igualmente firme de mantener su union, primero con Espana, despues con Estados Unidos.”[xii]
Una épica
La mera asimetría de poder entre Estados Unidos y la lucha independentista correspondió, de entrada, con esa estructura mental que en occidente ha creado épicas. Y si entendemos a estas como sacrificios individuales o colectivos, triunfantes o derrotados, que inspiran arte con su trascendencia en pinturas, poemas, relatos, el independentismo ha sido épico. Se puede comparar, por ejemplo, una vista pública en el Congreso con representantes de la elite criolla con algunas acciones y palabras del independentismo, y se ven las diferencias.
En una vista en Washington donde una delegación de los partidos puertorriqueños peticionaba, en 1924, el derecho a elegir el gobernador, el presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico, Miguel Guerra Mondragón, habló con elocuencia y con argumentos que merecen estudios. También entró en ese triángulo de lo diplomático, lo deferente y lo exigido: el pupilo litigando su caso para una mejor nota. Estas fueron algunas de sus palabras:
“We know that the special form of government granted to us was not in disparagement of Porto Rico. It was only a beginning to be developed until some future goal could be reached. You wanted to proceed slowly. You wanted to try us; to see and watch our progress and the use we made of the rights and privileges you conferred upon us in 1917. No one can deny that we have come out victorious. No one can challenge our right to a larger measure of self-government. We have proved to be worthy of it. Experience has taught you that you can trust us in the future.”[xiii]
“You did not go to Porto Rico to eradicate the things that four centuries of Christian civilization created and, formed. No; that could not be a worthy mission for the United States, the cradle of liberty and tolerance. Your mission was a higher and a nobler one. It was the unselfish mission, as I view it, to help us conform our ideals, the ideals of a people different from yours in origin and race, to the ideals and purposes of this great liberty-loving Nation that is now the hope [of] the whole world. In that we have followed you with great enthusiasm. We have adopted your fundamental institutions, and we pride ourselves in cherishing and upholding them.”[xiv]
No es necesario siquiera comparar este lenguaje con palabras del independentismo. Ese “You wanted to try us; to see and watch our progress and the use we made of the rights and privileges you conferred upon us in 1917,” no entrarán en ninguna serigrafía.
Lo anterior lo presento como un inventario fáctico y no uno limpio de errores. Que algo se recuerde o preserve no significa que deba serlo. Que algo sea épico no significa que merezca celebración. Después de todo, en algunas de las memorias preservadas por el independentismo, nos topamos con falsificaciones y prácticas autoritarias. Argumento bajo el supuesto de que el desenterrar voces, distorsiones, luchas y resistencias contra cualquier orden de dominación, es asignación necesaria, con más razón en una colonia, en la búsqueda y construcción de asideros. Estos asideros, muchos defectuosos, pueden proveer vocabularios, mostrar rutas erradas o simplemente inspirar hacia otros mejores. En Puerto Rico, el nacionalismo, debilidad y fuerza del independentismo; el marxismo; las luchas obreras, estudiantiles y ambientales han sido tales asideros. La creencia de que un trasfondo ponzoñoso es totalmente inútil para nuevos proyectos no es persuasiva.
Apuesta
Para los miembros de la elite criolla que apoyaban la independencia desde el Partido Unión, la independencia manifestaba su confianza en gobernar e insertarse en una comunidad de otras soberanías jurídicas. Desde el albizuismo, la independencia fue un imperativo y una certeza. Aún como certeza, la independencia tiene mucho de apuesta. Es una apuesta por la profundización de derechos y por la construcción de una más ancha libertad individual y colectiva. Sin esta la independencia sería un grave e inaceptable retroceso.
El triunfo independentista
La fuerza del anexionismo no es propia. Es reflejo, legítimo y tropical, de verse dentro de la unión norteamericana. Es un imaginar méritos externos y luego, con su lente, distorsionar las promesas del ordenamiento político norteamericano. En su versión más reciente, es el paraíso soñado de fondos federales que presuponen pobreza y postración perpetuas para justificarlos. El estadolibrismo, edición colonial del antiguo autonomismo, tampoco tuvo luz propia. Es la creencia en tener la mejor relación con el “mercado más prospero” del mundo sin pagar aduanas o tributos federales y, de paso, cubrirse con eso de “defensa común,” “mercado común,” etc. Ambas alternativas son emanaciones de un mirar al Norte como destino indispensable, inexorable y conveniente. Estados Unidos, como sueño y realidad de poderío militar y bonanza en subsidios, ha sido su sombra protectora y legitimadora.
El independentismo, y solo este, ha contado con los recursos espirituales de otro mundo simbólico: el suyo. Ha tenido que luchar y repechar con sus recursos. Ha estado solo.
Con esos recursos y desde hace varios años, el independentismo triunfó en su certeza de que el ELA era un orden colonial sujeto a la voluntad del Congreso; triunfó su idea sobre la necesidad de una base agrícola y manufacturera local que se traduzca en una economía no expuesta a los vaivenes de mercados extranjeros. Triunfó en su repudio al monopolio marítimo impuesto por las leyes de cabotaje, compartido ahora hasta por la Cámara de Comercio.
Creo que hay un consenso emergente de que estamos ante un problema sistémico, y no ante algo episódico o que pueda reducirse al accidente de tener un gobernante y no otro, o un partido y no otro.
El huracán María –es mi hipótesis– rompió algo en la psiquis colectiva. Avizorando el pasado, puedo pensar que las dos décadas de recesión, deterioro físico y social del país, ya habían quebrantado aquella psiquis. Pero María, como estremecimiento colectivo, hincó un barrunto, aún frágil, de un nuevo sentido común.
Aquel quiebre se profundizó en el Verano del 19, cuando una imponente mayoría se lanzó a las calles, no para pedir nada material y sí resarcimiento por una dignidad humillada por las burlas de un gobernante y sus edecanes. Aquellas fisuras iniciales continuaron ahondándose con los sufrimientos compartidos de los terremotos y la pandemia, ante el trasfondo burlón de un gobierno que nunca entendió que ya no pisaba tierra firme y que tampoco reconocía a los gobernados.
Desde mediados de los años cincuenta, el rasgo distintivo del independentismo ha sido su testaruda insistencia en afirmar y reclamar, desde los márgenes, su visibilidad y legitimidad como opción política en pugna contra el orden simbólico colonial que lo ha enrejado en la zona de lo vedado. Desde los años sesenta y setenta del pasado siglo, la militancia independentista se manifestó en luchas ambientales, contra el militarismo, y hasta logró amarrar efímeramente, algunos lazos con uniones obreras en la actividad política del Partido Socialista Puertorriqueño y el hoy Movimiento Socialista de Trabajadoras y Trabajadores. Arrumbada en una esquina espectral, la lucha independentista ha enunciado un inflexible “estamos aquí.” Y ese “estamos aquí” no es solo para fiscalizar a los rumiajos de la corrupción sino también, y sobre todo, para gobernar.
Para el PIP, cada elección es una oportunidad para confrontar al electorado con la validez de la independencia. Ahora puedo regresar a mi tesis original y reafirmar que, dentro de todo lo anterior, el crecimiento electoral del PIP, en votos bajo la insignia y por su candidato a la gobernación, con el programa más progresista frente a los otros, fue el factor más significativo en las pasadas elecciones. En medio de la lluvia de fondos federales y de la campaña anexionista contra el “separatismo,” el voto por el PIP fue una ruptura de miedos profundos y de los enunciados que decretaban la “peligrosidad” o, peor, la ‘irrelevancia” del PIP para cualquier función que no fuera la legislativa. Fue un voto que canalizó luchas de las pasadas décadas y el hastío de miles ante la precarización y el descascaramiento que corroe lo público y las vidas privadas, en su doble acepción, de las mayorías.
Hoy Puerto Rico tiene el polo desacreditado del ELA y sería iluso descartar el poder que aún le queda, el polo declinante del anexionismo, y un nuevo polo emergente: el independentismo.
A lo mejor es algo temporero y podemos luchar para que no lo sea. Pero, por el momento, es un triunfo que merece celebración.
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[i] Con tres importantes excepciones, no he visto ninguna discusión sobre el importante significado del crecimiento del PIP y del apoyo al independentismo. Las excepciones son: César Pérez Lizasuain, “Sobre política y alianzas.” 80 grados; 13 de noviembre de 2020. Manuel de J. González, “Venciendo el dios del miedo,” Claridad; noviembre 24, 2020; y Luis Fernando (Peri) Coss, “Puerto Rico 2021: un cambio de mentalidades, una nueva oposicion,” 80 grados; 20 de noviembre de 2020. Publicado también en Claridad; diciembre 1, 2020.
[ii] Citado en Bolívar Pagan, Historia de los partidos políticos. Tomo I. San Juan, Puerto Rico: Librería Campos, 1959; p. 205.
[iii] Rubén del Rosario, Ser puertorriqueño y otros ensayos. 2da. Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe, Inc., 1989. 2nda. Edición, 1989; p. 15.
[iv] Rubén del Rosario, Ser puertorriqueño y otros ensayos; p. 79. COLONIA, en mayúsculas, está en el original.
[v] Rubén del Rosario, Ser puertorriqueno y otros ensayos; pp. 79-80.
[vi] Antonio S. Pedreira, Insularismo. Río Piedras, Puerto Rico: Editorial Edil, Inc., 2004; p. 88.
[vii] René Marqués, El puertorriqueño dócil y otros ensayos. 1953-1971. Editorial Cultural, 1993. San Juan?, Puerto Rico, 1993. Cuarta edición. Las tres citas se encuentran en las páginas 161, 162, 163 respectivamente. Marqués dice dos cosas más: “Puerto Rico es el país católico con más alta incidencia de suicidios en el mundo.” (p. 162). Se pregunta si los accidentes automovilísticos son otra manifestacion de la tendencia suicida. (p. 162, nota 16).
[viii] Citado en Néstor R. Duprey, El espejo de la ruptura: Vida política del Doctor Francisco M. Susoni. Río Piedras, Puerto Rico: Publicaciones Gaviota. 2nda edición, 2018; p. 337.
[ix] Néstor R. Duprey, El espejo de la ruptura; p. 337
[x] Néstor R. Duprey, El espejo de la ruptura; p. 337.
[xi] Juan Mari Brás, Memorias de un ciudadano. Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos. Ediciones Barco de Papel, 2006; p. 106.
[xii] Citado por Cesar Andreu Iglesias, “Dialéctica de Sutilezas,” 23 de Agosto de 1962. En Luis Muñoz Marín, un hombre acorralado por la historia. Rio Piedras, Ediciones Puerto, 1972; p. 68. Énfasis suplido.
[xiii] The Civil Government of Porto Rico. Hearings before the Committee of Insular Affairs, House of Representatives. Sixty-eight Congress; first session; p. 29-30.
[xiv] The Civil Government of Porto Rico; p. 31.
*Fuente: 80grados