Al gobierno Duque ya no lo salva ni la represión violenta disfrazada de “asistencia militar”. Su decisión de lanzar al ejército contra el pueblo que, ardiendo de indignación está en las calles, es un intento vano de apagar el incendio arrojando gasolina al fuego. No entiende el títere que, entre más recurra a la violencia, más fuerza, más potencia y más audacia obtendrá como respuesta popular.
La creciente revolucionaria del pueblo ya no la detiene nada, ni nadie. Tenemos que ir hasta el final, hasta la victoria. Del paro y la movilización, a los bloqueos y las barricadas, y desde estas, lanzarnos en marcha impetuosa de insurrección, al asalto del cielo, que es la toma del Palacio de Nariño, que es la toma del poder para tener en adelante solo gobiernos del pueblo y para el pueblo, gobiernos justos, incluyentes y garantes de la paz. La toma de Bogotá debiera convertirse en la toma del Palacio de Nariño, del Congreso de la República, del Palacio de justicia, de la Fiscalía General, de los medios de comunicación, para sacar de los poderes públicos a todos los corruptos y a los determinadores de la violencia y la pobreza.
Duque es un tirano engreído, que no entiende que el pueblo es la inmensa mayoría y que es la fuerza que puede; que somos más, mucho más que la fuerza represiva que lo rodea. Somos millones y millones los alzados en lucha por una Colombia Nueva, estimulados por la certeza de que el pueblo uniformado sueña también nuestros mismos sueños de dignidad humana. Que los soldados no se dejen utilizar más por vándalos como Duque y Uribe, que han destruido la justicia social y el más importante de todos nuestros derechos, que es el de la paz. El deber en este caso llama a los soldados y policías a la insubordinación y a la desobediencia, y a volverle la espalda a generales desquiciados como Zapateiro y Vargas, y al ministro de defensa, que han ordenado disparar contra la población inerme.
El ejército y la policía con sus mejores comandantes, deben pasarse al lado del pueblo, que es donde están los suyos, sus padres, sus hermanos, sus abuelos y sus amigos de siempre. Ese es su puesto.
El fundador del ejército, el libertador Simón Bolívar, lo formó para que defendiera con su espada los derechos y las garantías sociales, no para que volviera sus armas contra los ciudadanos, ni para asegurar la permanencia en el poder de las oligarquías, ni mucho menos para garantizar las ganancias de transnacionales y privados. Los soldados, los militares, no pueden degradarse a la triste condición de guachimanes de los intereses de una oligarquía violenta que vandalizó el futuro de las mayorías.
Soldados: saquen a relucir su decoro y súmense al pueblo en las barricadas y avancen con ellos hacia el Palacio de Nariño a desbloquear y abrir, unidos, los portones del futuro.
El pueblo ya no cree en palabras engañosas; ahora solo cree en la fuerza de su unidad, en su organización. Si Duque saca sus esbirros a las calles acompañados de civiles armados, sean paramilitares, agentes de la SIJIN, o elementos de extrema derecha a disparar contra el pueblo, el pueblo tiene derecho también a defenderse con las armas.
Con la potencia transformadora nacida de la unidad, tenemos que demoler la máquina del Estado que nos oprime, y en su reemplazo levantar una nueva institucionalidad, un nuevo Estado que establezca un orden social justo, protegido por la milicia de todo el pueblo.
Los jóvenes tienen la misión de manejar la política y acabar con esa falsa democracia que oculta con palabras floridas la esclavitud del pueblo.
Es hora de pasar a la ofensiva con la toma y control de objetivos importantes del poder, y para ello es necesario unificar las jefaturas sociales y políticas en un comando central que habrá de conducir al pueblo a la victoria.
La ofensiva de la unidad cívico-militar tiene que ser simultánea y rápida en todo el país. El pueblo en medio de la lucha ha aprendido y sabe más que todos los teóricos juntos. El ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la policía no pueden estar separadas ni un minuto de su pueblo. Deben coadyuvar al triunfo popular. Necesitamos audacia, audacia y más audacia para salir de 200 años de opresión de clase. Abolido el poder de las oligarquías, deberemos convocar una Constituyente que nos de las leyes fundamentales sobre las que edificaremos el nuevo país.
De la defensa, a la ofensiva. No basta agruparse alrededor de unas consignas políticas; tenemos que hacerlo también ‑como lo está haciendo el Estado- con las armas. Resistencia popular contra la «asistencia militar». Con todo debemos pasar a la ofensiva apoyados por soldados, suboficiales y oficiales patriotas y bolivarianos. ¡Que despierten nuestros hermanos en los cuarteles! Es el momento de unirse al fantasma que recorre al país, que ha salido de las catacumbas de la exclusión y la miseria, de la desigualdad e inequidad del capitalismo, buscando el sueño colectivo y recurrente de un nuevo orden social justo, más humano e incluyente.
Si Colombia es hoy ejemplo de lucha anti-neoliberal en América Latina, es porque el único camino que le ha dejado la tiranía del capital, es luchar hasta vencer. ¡Y VENCEREMOS! Nuestra América triunfará.
FARC-EP
Segunda MarquetaliaJunio 10 de 2021