Desde esta editorial, queremos ofrecer unas claves para comprender qué está sucediendo en Ucrania estos días más allá de la propaganda difundida por los grandes medios de comunicación del occidente imperialista. Para ello, es fundamental remontarnos a 2014, cuando triunfa el golpe de Estado propiciado por las protestas de la plaza Maidan de Kiev, apoyadas por los países de la Unión Europea y los Estados Unidos y que habían sido sostenidas tanto por grupos ucranianos próximos a Occidente y contrarios a toda alianza con la vecina Federación Rusa, como por organizaciones nazis y de extrema derecha racistas (como Svovoda o Pravy Sektor), herederas del nacionalismo colaboracionista ucraniano con la invasión nazi alemana durante la II Guerra Mundial.
Las protestas del Maidan y el consecuente golpe de Estado que desplazó del poder al presidente Janukovic, a su vez, solo se pueden entender como un punto de llegada de un proceso de largo recorrido que nace desde la caída de la URSS, basado en dos elementos: el económico, por el cual el imperialismo occidental trata de reducir a las antiguas economías socialistas (y especialmente a Rusia) a un mero sirviente de mano de obra y materias primas baratas (gas y petróleo) y de impedir el imparable desarrollo de la República Popular China. Y el político-militar, por el cual la OTAN intenta aumentar su esfera de influencia en todo el espacio postsoviético, con agresiones como la Guerra de Yugoslavia o revoluciones de colores (como la que vivió Ucrania en el 2005), rompiendo la promesa hecha por los EEUU y sus aliados de no ampliarla hacia el este.
Volviendo a Ucrania, las protestas del Maidan y los sucesivos gobiernos surgidos del golpe de Estado, insistimos apoyados por organizaciones nazis y de extrema derecha, han venido llevando a cabo políticas de “ucranización” que han supuesto el arrinconamiento del idioma ruso y de la población rusa en Ucrania o la restricción de derechos a las diferentes minorías no ucranianas, como la húngara, la rumana, la armenia, etc., que han venido poblando históricamente el Este y Sur del país. Igualmente, el Estado ucraniano surgido del Maidan se ha destacado por la persecución política a las organizaciones comunistas, a los grupos antifascistas o que pusieran en valor el pasado soviético ucraniano o a aquellas personas que simplemente cuestionasen el nuevo rumbo pro occidental y anti ruso.
Ante esta situación, la Península de Crimea celebró un referéndum de autodeterminación el 16 de marzo de 2014 que supuso su incorporación a la Federación Rusa, mientras tanto, en la región del Donbass se proclamaban las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk ante una Ucrania en una clara deriva fascista y excluyente. El conflicto armado que se desató en el Donbass a partir de entonces entre los ejércitos de las repúblicas populares y el ejército ucraniano se ha cobrado la vida de unas 14 mil personas aproximadamente, de las cuales, unas 4 mil serían víctimas civiles, dejando un rastro terrible de destrucción en unas de las regiones más prósperas de Ucrania y miles de desplazados.
El bombardeo mediático occidental que desde hace meses viene insistiendo en la “inminente invasión rusa” de Ucrania, ha alimentado el relato de que Rusia es la potencia agresora. No obstante, desde Arboreá sostenemos que su intervención militar supone un acto defensivo ante la violación de una serie de líneas rojas que Moscú ha venido largo tiempo señalando: 1) En primer lugar, la violación permanente de los acuerdos de Minsk por parte del Estado ucraniano, que no ha tenido la más mínima intención de encontrar un encaje a las repúblicas populares del Donbass, protagonizando numerosos incidentes armados. 2) En segundo lugar, el acercamiento de Ucrania a la OTAN y la amenaza de incorporarse a la alianza militar. 3) Por último, el reconocimiento de las repúblicas de Lugansk y Donetsk el 22 de febrero, y el llamado a su ayuda militar en el conflicto.
Con su ataque del pasado 24 de febrero, Rusia ha venido a romper los esquemas impuestos en el mundo surgido tras la desintegración de la Unión Soviética. A pesar del antecedente de Georgia en 2008, la intervención en Siria desde 2015 o la de Kazajistán a principios de este año 2022, Rusia había venido soportando un cercamiento que ha tenido en la construcción de un Estado ucraniano violentamente hostil, su máxima expresión.
Que exista un contrapoder militar capaz de hacer frente la unilateralidad de los Estados Unidos y sus aliados europeos es una buena noticia, teniendo en cuenta todas las tragedias a las que hemos venido asistiendo desde los años 90 del siglo pasado para acá perpetradas por los Estados Unidos y sus aliados como las de Yugoslavia, Somalia, Irak, Libia, Siria, Yemen, etc. El mundo a partir del 24 de febrero de 2022 no va a ser el mismo, más allá de cómo se resuelva finalmente el ataque ruso a Ucrania. Asimismo, es de destacar cómo la crisis ucraniana ha vuelto a poner en evidencia las contradicciones entre los países imperialistas, fundamentalmente entre EEUU-GB y Alemania-Francia, que pueden agravarse con el impacto de las sanciones económicas a Rusia.
Queremos aclarar, sin embargo, que considerar una buena noticia la existencia de un contrapoder militar que haga frente a la unilateralidad de los Estados Unidos y sus aliados no significa una adhesión acrítica al mismo. Por supuesto, hay motivos más que de sobra para ser críticos con la Federación Rusa y con su presidente, Vladimir Putin, y su modelo capitalista y nacionalista conservador, la antítesis a los valores que inspiraron a Lenin y la revolución bolchevique de 1917. Afirmar esto no debe arrastrarnos a asumir las tesis que tildan a Rusia de imperialista, igualándola en una equidistancia injusta a la OTAN o el imperialismo de EEUU, sino entender que Putin se guía por un orgullo nacional herido que se rebela a la inserción subordinada que Occidente hizo de la Rusia post soviética.
Desde ARBOREÁ, haciendo bandera de nuestros principios comunistas y de nuestro compromiso con la liberación de Andalucía, consideramos que la Paz no es un valor abstracto ni absoluto, que la Paz es hija de la justicia y la igualdad. Y que esa justicia e igualdad pasan por luchar contra el imperialismo, encarnado en la OTAN y los diversos estados que la sostienen, incluido el español. Más aún cuando nuestra tierra sufre la presencia de dos importantes bases militares de los EEUU, de Gran Bretaña en Gibraltar y numerosas instalaciones militares españolas que solo sirven para mantener un orden mundial injusto y muy desigual. La base de Morón ha venido jugando un papel fundamental desde 2014 en el transporte de armas a Ucrania que han servido para masacrar a la población del Donbass. En Rota, los EEUU tienen desplegado el escudo antimisiles, lo que nos pone en el punto de mira de cualquier confrontación militar a gran escala.
Si queremos la Paz en Andalucía necesariamente debemos luchar por nuestra soberanía nacional y romper con nuestra inserción periférica y colonial al Estado español y la Unión Europea. Teniendo en cuenta las duras consecuencias económicas que este conflicto armado nos va a traer y de las que se culpará “al malvado Putin”, necesitamos construir en Andalucía una auténtica alternativa política que, desde la organización obrera y popular, luche decididamente por una República Andaluza libre, soberana, socialista y feminista, fuera de la Unión Europea, de la OTAN y hermana de los pueblos que aspiran a su emancipación.