Introducción
El neocolonialismo francés se enfrenta en el continente africano a un cuestionamiento sin precedentes desde que su aparición cuando se produjeron las independencias. Desde 2015 las manifestaciones populares contra la presencia de tropas francesas se multiplican desde Mali a Burkina Fasso, pasando por Níger. El intento de aislar al nuevo gobierno maliense es un claro fracaso para Macron y ha tenido dos resultados indiscutibles: por una parte, la movilización de una mayoría del pueblo maliense para apoyar al nuevo gobierno frente a las presiones internacionales y, por otra, el aumento en toda la región y más allá de ella de lo que el periodista Rémi Carayol denomina «sentimientos antifranceses»1. Por su parte, la cobertura mediática dominante de estos hechos en el Hexágono está marcada por la vuelta de los argumentos coloniales de la década de 1950: la manipulación internacional, el anuncio de un futuro catastrófico en caso de una «ruptura» con París, la criminalización de los políticos africanos que no son dóciles, etc.
La base económica
Se ha vuelto frecuente afirmar que la política africana de Francia carece de base económica. Incluso los analistas que afirman ser «anticapitalistas» se permiten calificar de caricaturescos los análisis que ponen de relieve los retos económicos del intervencionismo militar francés en el continente. El caso del uranio de Níger puede servir para analizar esta retórica que pretende ser erudita. Por ejemplo, la revista económica L’Usine nouvelle utiliza el siguiente titular en un artículo de noviembre de 2019: «Non la France n’est pas au Mali pour protéger les mines d’uranium d’Orano» [No, Francia no está en Mali para proteger las minas de uranio de Orano] y explica que «rastrear intereses privados tras la intervención francesa en Mali es simular ignorar que el Sahel es el gran foco del terrorismo más cercano a nosotros». Por tanto, Francia y Europa intervienen militarmente en el Sahel únicamente para protegerse del terrorismo, de modo que el interés de los pueblos africanos en acabar con el terrorismo coincidiría con el interés francés de protegerse de ese mismo azote. Los análisis de este tipo ponen de relieve que el uranio nigeriano solo ocupa la tercera posición en las importaciones francesas de uranio, después de Kazajistán y Australia, y justo antes de Uzbekistán. Tras el cierre de la última mina de uranio en el Hexágono en 2001 las importaciones de uranio se reparten de este modo en el periodo comprendido entre 2005 – 2020: Kazajistán (20,1 %), Australia (1,7 %), Níger (17,9 %) et Uzbekistán (16,1 %)2, etc.
Hay que añadir que estos datos solo conciernen a las importaciones de la multinacional francesa Orano (antes AREVA). Conviene completarlos con otras importaciones francesas de uranio enriquecido. Una vez enriquecido en los Países Bajos o en Alemania, el uranio nigeriano o kazajo aparece en las estadísticas como procedente de los Países Bajos o Alemania, por lo que el estado de las estadística no permite establecer un cuadro real preciso de la proveniencia del uranio consumido por EDF. La decisión de basar la política energética francesa sobre el pilar casi exclusivo de lo nuclear sin duda garantiza una «independencia energética», pero sobre la base de un intervencionismo político y militar en África Occidental y en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central. Incluso limitándose al uranio producido por la multinacional Orano, si se acabara la fuente nigeriana, el parque nuclear francés se ralentizaría brusca y considerablemente. Si bien es pertinente destacar los diferentes orígenes del uranio consumido en Francia, es esencial completar esta constatación con otra: cada una de las cuatro grandes fuentes de importación es suficientemente importante para poner en dificultades la maquinaria económica francesa en caso de que desaparezcan esas fuentes o se debiliten de forma considerable. Si se tiene en cuenta que en 2018 el 72% de la electricidad producida en Francia era de origen nuclear, se comprende fácilmente la trascendencia que tiene el reto nigeriano o kazajo para las multinacionales francesas3.
Los sectores del petróleo y del gas ponen de relieve los retos geoeconómicos de los mismos espacios geográficos. Así, en 2020 un 30% del petróleo importado en Francia provenía de África (Argelia 10,3 %; Nigeria 9,6 %; Libia 2,7 %, etc.), un 26,2 % de los países de la antigua URSS (un 8,7% del cual de Rusia) y un 15,5 % de Oriente Próximo (un 11,8 % del cual de Arabia Saudí)4. El sector del gas, del que la dependencia es menor, está determinado por los mismos retos geoestratégicos. Si un 36% del gas consumido en Francia es de origen noruego, Rusia está justo después (con el 17%), seguida de Argelia (8%), los Países Bajos (8%) y Nigeria (7%), etc. Mal que les pese a quienes, con el pretexto de romper con las «explicaciones económicas simplistas», lleguen a negar la base económica de la política exterior francesa, África, Oriente Medio y la antigua URSS constituyen unos sectores neurálgicos para los intereses de las multinacionales francesas.
La demanda china y su efecto en África
El desarrollo económico de China en las últimas décadas supone un verdadero seísmo para las relaciones entre Francia y la Unión Europea por una parte y el continente africano, por otra. La necesidad que tiene Pekín de materias primas energéticas vinculada a este crecimiento económico ha llevado a muchos contratos entre China y varios países africanos. En el dominio del uranio el gobierno de Namibia abrió una gigantesca mina en Husab a finales de 2016 y arruinó así uno de los sueños más importantes de AREVA. En Níger se sigue sin explotar la concesión adjudicada a la multinacional francesa Orano en 2009. «Imouraren, que se suponía iba a producir 5.000 toneladas de uranio al año, todavía no se ha empezado a explotar y Orano alega que el precio del uranio en el mercado mundial es malo», resume el periodista Francis Sahel. El temor a que el gobierno nigeriano acuda a China para explotar su uranio no es producto de la imaginación, teniendo en cuenta las necesidades de Pekín en esta materia prima. El país, que se encuentra inmerso en una transición energética de gran magnitud que debería reducir considerablemente la cuota de carbón, ha emprendido la construcción de más de 134 reactores nucleares a un ritmo de seis a ocho centrales al año. La necesidad total de uranio que tiene China se eleva a 35.000 toneladas a la año. Actualmente más del 70% de este uranio se importa de Australia y Canadá, dos aliados de Estados Unidos que no ocultan su voluntad de asfixiar económicamente a China haciendo más difícil su acceso a las materias primas5. Aunque a largo plazo la política energética de China prevé extraer este uranio del agua del mar, durante un largo periodo de transición deberá encontrar nuevas fuentes de suministro.
La situación es similar en lo que concierne al gas, el petróleo, muchas otras materias primas y productos agrícolas. Es cierto que la magnitud del aumento de la demanda china en África es diferente para cada uno de esos productos, pero el aumento es casi general. Los autores del libro La Chine en Afrique. Menace ou opportunité pour le développement? [China en África, ¿amenaza u oportunidad para el desarrollo?] resumen de la siguiente manera los efectos de esta situación: «Asimismo, la entrada en el juego de un nuevo actor importante, libre de toda historia colonial en África y poco exigente a la hora de conceder su financiación, se ve como la posibilidad de deshacer estos lazos de dependencia y ampliar el estrecho margen de maniobra del que disponen los países africanos. Desde ese punto de vista, la presencia china en África […] se puede considerar saludable. Estos nuevos actores no solo aportan a África nuevos recursos financieros en un contexto de escasez relativa, sino que también crean una «nueva presión competitiva» sobre los proveedores de fondos establecidos. Y abren a los países africanos nuevos espacios políticos susceptibles a largo plazo de permitirles escapar de la ortodoxia liberal y definir una trayectoria propia de desarrollo ni prescrita ni condicionada»6.
El cara a cara desigual entre cada país africano y su antigua potencia colonial (o con entidades como la Unión Europea o Estados Unidos) tiende a distenderse en favor de un horizonte de posibilidades más amplio. En este nuevo contexto global africano, vigente desde principios de siglo, es donde se producen las crisis de seguridad contemporáneas en África Occidental. Sin duda dichas crisis tienen múltiples factores, pero dos de ellos tienen unos efectos de gran alcance. El primero es el largo proceso de debilitamiento de las capacidades de intervención (económicas, políticas, de seguridad, educativa, sanitaria, etc.) de los Estados africanos tras casi medio siglo de imposición de los planes de ajuste estructural del FMI y el Banco Mundial. Las privatizaciones y liberalizaciones forzadas han debilitado la capacidad concreta de los Estados para construir naciones: se han abandonado regiones enteras, se ha producido desigualdad territorial, el empobrecimiento ha alcanzado niveles no vistos desde las independencias, etc. El segundo factor es la destrucción violenta de Libia y los efectos de desestabilización duraderos que ha tenido en el conjunto de la zona. Una década después de la destrucción de Libia sus metástasis prosperan en la mayoría de los países de la zona y exacerban las anteriores contradicciones nacionales provenientes de las deficiencias de construcción nacional, sobredeterminadas a su vez por las políticas neoliberales de los planes de ajuste estructural.
La vuelta de los argumentos coloniales
Los debates políticos y mediáticos que acompañan a los distintos episodios de la crisis del neocolonialismo francés en África se caracterizan por recurrir con frecuencia a dos lógicas argumentativas: la «mano del exterior», por una parte, y el «catastrofismo» en caso de retirada del ejército francés de la zona, por otra. La primera tiene una amplia difusión mediática para explicar lo que demasiado fácilmente se denomina el supuesto «sentimiento antifrancés»7. Así, el programa de la televisión francesa «Cdans l’air» de 13 de febrero de 2022 se tituló «El ascenso del sentimiento antifrancés en Mali», que parece hacerse eco de un programa anterior de France 24, emitido hace dos años, titulado «Crece en África el sentimiento antifrancés»8. En la prensa escrita también está presente el vago concepto de «sentimiento antifrancés». Así, Le Figaro titula un artículo del 20 de enero de 2022 «Sanctions, manifestations, sentiment anti-français» [Sanciones, manifestaciones, sentimiento antifrancés]9. El diario Libération del 26 de noviembre 2021 utiliza la misma idea indefinida al titular ««Sentiment anti-français» en Afrique» [«Sentimiento antifrancés» en África]10. Si bien es cierto que desde hace más de una década se está desarrollando, sobre todo entre la juventud, un movimiento de oposición a la política económica francesa y europea en África (contra el franco CFA, contra los Acuerdos de Asociación Económica de la Unión Europea, etc.), reducirlo a un «sentimiento antifrancés» equivale, conscientemente o no, a despolitizarlo, a remitirlo a una dimensión únicamente subjetiva, incluso irracional. Del mismo modo, la oposición a la política francesa de lucha contra el terrorismo en África Occidental o la crítica de sus objetivos de guerra se reducen al mismo «sentimiento antifrancés» con las mismas consecuencias de despolitización de una oposición social. Y como se niega toda dimensión política a estos movimientos sociales, para explicarlos solo queda una atribución causal: «la mano del exterior» y en este caso, de China y Rusia. Así, el ministro francés de Asuntos Exteriores Jean-Yves Le Drian explica el 21 de noviembre de 2021: «Hay manipuladores, por medio de las redes sociales, de las noticias falsas, de la instrumentalización de una parte de la prensa, que juegan contra Francia, algunos de ellos a veces incluso inspirados por las redes europeas, pienso en Rusia»11. Según esto, los «infantiles pueblos» africanos están manipulados por esta «mano exterior». Sin embargo, en un artículo fechado en junio de 2015, es decir, antes de la vuelta del supuesto «sentimiento antifrancés», anunciábamos el desarrollo de lo que proponíamos denominar «una nueva generación anticolonial» en África12.
El concepto de «sentimiento antifrancés» y su relación con el marco explicativo de la «mano exterior» están lejos de ser nuevos. Encontramos amdos en el momento en que se desarrollan las luchas de liberación nacional de la década de 1950. Así, se menciona la mano de «Moscú» o de «El Cairo» para explicar la insurrección argelina, y la de Moscú y Pekín para explicar la revolución vietnamita. Como estas insurrecciones nacionales no se podían explicar por unas causas internas (es decir, por el rechazo de la colonización), solo se podían presentar como una agresión extranjera disfrazada de guerra de liberación nacional. Así, el ministro de Asuntos Exteriores francés Christian Pineau, por ejemplo, declaró el 2 de marzo de 1957 que «detrás de ciertas formas de insurrección se encuentra el deseo de ciertas potencias de apropiarse de la herencia de Francia en África del Norte»13. El historiador Charles Robert Ageron resume de la siguiente manera la tesis de la «mano exterior» cuando estalla la insurrección argelina: «La tesis del complot del extranjero en el estallido de la insurrección argelina fue la reacción inmediata de las autoridades de Argel. En noviembre de 1954 el gobernador general Léonard había asegurado que “los alborotadores habían obedecido una consigna extranjera”. Los diferentes servicios de inteligencia habían llegado a las siguientes conclusiones en 1955: la rebelión tenía su centro en El Cairo, y estaba dirigida y armada por los servicios secretos egipcios. En pocas palabras, la revolución egipcia había desencadenado una guerra contra Francia por medio de los magrebíes»14.
La segunda lógica argumentativa muy recurrente en los medios de comunicación contemporáneos, en particular respecto a Mali, es el catastrofismo que se utiliza frecuentemente para anunciar el caos en caso de que las tropas francesas se vayan del Sahel y/o de Mali. En las actuales crisis en África Occidental este catastrofismo se expresa de diferentes maneras que siempre tienen el mismo fondo: «La crainte du scénario afghan» [El temor al escenario afgano], France Info; «Tensions France – Mali: ces similitudes qui font redouter un scénario à l’afghane» [Tensiones Francia-Mali: estas similitudes que hacen temer un escenario afgano], L’Express; «Au Mali, les craintes d’un scénario afghan» [En Mali temor de un escenario afgano], L’Opinion; «Tombouctou, la peur du scénario afghan» [Tombuctu, miedo a un escenario afgano], France Inter, etc. A esta primera versión del catastrofismo se añade otra bajo la forma del discurso sobre los «mercenarios del Grupo Wagner» que anuncia un control ruso sobre la zona y sobre Mali en particular. Lo que está implícito en esta versión no es sino el principio del «mal menor» que plantea que la situación catastrófica actual es preferible a cualquier otra alternativa. Esta lógica argumentativa no es nueva ni original, también se utilizó con frecuencia cuando se produjeron las luchas de liberación nacional. A diferencia de la anterior, esta lógica se puede acompañar de una mirada crítica respecto a la política colonial y exigir reformarla para hacerla menos «inhumana». La utiliza un campo político más amplio. Así, en 1945 el dirigente comunista Paul Caballero escribió en el periódico L’Humanité: «Quienes reclaman la independencia de Argelia son agentes conscientes o inconscientes de otro imperialismo. No queremos cambiar nuestro caballo tuerto por uno ciego»15. Si Paul Cabalerro piensa aquí en un «imperialismo estadounidense», en 1959 el general de Gaulle retoma la misma lógica argumentativa catastrofista pensando en el «imperialismo ruso». Al considerar la hipótesis de la independencia total de Argelia, de Gaulle prevé «sangre y lágrimas» para el pueblo argelino: «Por mi parte, estoy convencido de que semejante desenlace sería inverosímil y desastroso. Siendo Argelia lo que es actualmente y el mundo lo que conocemos, la secesión provocaría una miseria espantosa, un terrible caos político, una matanza generalizada y, pronto, la belicosa dictadura de los comunistas»16.
¿Es de extrañar esta vuelta de los argumentos coloniales? Creemos que no, teniendo en cuenta la magnitud de lo que estaba en juego desde el punto de vista estratégico en la Argelia de 1959 y lo que lo está en el Sahel de 2022. La energía en general y el uranio en particular ya estaban presentes en 1959 y siguen estándolo en 2022. Además de la cuestión del gas y el petróleo en el Sáhara argelino, una de las causas de la duración de la guerra de Argelia se encuentra en las pruebas nucleares realizadas en el mismo Sáhara. En efecto, el 13 de febrero de 1960 se llevó a cabo la primera prueba nuclear francesa bajo el exótico nombre de «Jerbo azul», que se hizo ya con uranio africano proveniente de Madagascar. En el momento en el que las tropas francesas se ven obligadas a abandonar Mali para desplegarse en países vecinos es esencial no ocultar estos intereses neocoloniales en la zona. De no estar vigilantes, estamos condenados a no entender nada de la dinámica anticolonial que se desarrolla en África Occidental y en un ámbito más amplio. De no tener en cuenta la base económica de las decisiones francesas, estamos condenados a creer el discurso de legitimación que es el de la «lucha antiterrorista» y a dejarnos convencer por los más manidos argumentos coloniales.
Saïd Bouamama
16 de febrero de 2022
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
- Rémi Carayol: «Au Sahel, la flambée des sentiments antifrançais», Orient XXI, 14 de noviembre de 2019, se puede consultar en https://orientxxi.
- Pierre Breteau: «L’indépendance énergétique de la France grâce au Nucléaire: un tour de passe-passe statistique», Le Monde, 24 de enero de 2002, se puede consultar en https://www.lemonde.fr.
- «Quel est le mix énergétique en France?», documento de Engie, 3 de diciembre de 2021, se puede consultar en https://particuliers.engie.fr.
- «Provenance du pétrole brut importé en France», INSEE, Statistiques et études du 24 décembre 2021, se puede consultar en https://www.insee.fr.
- Yohan Demeure: «La Chine désir puiser son uranium dans l’eau de mer», 10 de junio de 2021, se puede consultar en https://sciencepost.fr.
- Alternative sud, La Chine en Afrique. Menace ou opportunité de développement? Points de vue du Sud, Syllepse, París 2011, p. 19.
- Cdans l’air, 13 de febrero 2022, «La montée du sentiment anti-français au Mali», se puede ver en https://www.youtube.com/watch?v=0QAF52bFjNc.
- France 24, 14 de enero de 2020, «En Afrique le sentiment anti-français se développe», se puede ver en https://www.youtube.com/watch?v=v57ISQpbggI.
- Hugues Maillot: «Sanctions, manifestations, sentiment anti-français: la délicate situation des expatriés au Mali», Le Figaro, 20 de enero de 2022, se puede consultar en https://www.lefigaro.fr.
- Maria Malagardis: «sentiment anti-français» en Afrique: «En huit ans, la présence militaire au Sahel n’a rien réglé, bien au contraire», Libération, 26 noviembre 2021, se puede consultar en https://www.liberation.fr.
- Citado en Francis Lalanne: «Entre Paris et Moscou, la guerre de l’information fait rage», L’express, 25 de noviembre de 2021, se puede consultar en https://www.lexpress.fr.
- Saïd Bouamama: «Les nouvelles générations africaines. Espoirs et vigilances», https://bouamamas.wordpress.com/2015/06/27/les-nouvelles-generations-africaines-espoirs-et-vigilances/ [en castellano https://rebelion.org/esperanzas-y-vigilancias/].
- Discurso de Christian Pineau, 2 de marzo de 1957, citado en Irwin M. Wall: Les Etats-Unis et la guerre d’Algérie, Soleb, París 2006, p. 46.
- Charles Robert Ageron: «L’opération Suez et la guerre d’Algérie», en Charles Robert Ageron (dir.), De «l’Algérie française» à l’Algérie algérienne, volume 1, Éditions Bouchène, Argel 2005, p. 549.
- Discurso de Paul Cabalerro en el X Congreso del PCF, L’Humanité, 30 junio de 1945.
- Charles de Gaulle: Discurso sobre la autodeterminación de Argelia, 16 de septiembre de 1959, reproducido en Jean-Marie Cotteret y René Moreau: Recherches sur le vocabulaire du général De Gaulle, Armand Colin, París 1969, p. 68.