En el fascismo, el proletariado se enfrenta a un enemigo extraordinariamente peligroso. El fascismo es la expresión concentrada de la ofensiva general emprendida por la burguesía mundial contra el proletariado. Su derrocamiento es, por lo tanto, una necesidad absoluta, es más, es incluso una cuestión de la existencia cotidiana y del pan de cada trabajador ordinario. Por ello, todo el proletariado debe concentrarse en la lucha contra el fascismo. Nos será mucho más fácil derrotar al fascismo si estudiamos clara y distintamente su naturaleza. Hasta ahora ha habido ideas extremadamente vagas sobre este tema no sólo entre las grandes masas de trabajadores, sino incluso entre la vanguardia revolucionaria del proletariado y los comunistas. Hasta ahora el fascismo se ha puesto al nivel del Terror Blanco de Horthy en Hungría. Aunque los métodos de ambos son similares, en esencia son diferentes. El Terror de Horthy se instauró tras la supresión de la revolución victoriosa, aunque de corta duración, del proletariado, y fue la expresión de la venganza de la burguesía. Los cabecillas del Terror Blanco eran una camarilla bastante reducida de antiguos oficiales. El fascismo, por el contrario, visto objetivamente, no es la venganza de la burguesía en represalia por la agresión proletaria contra la burguesía, sino que es un castigo del proletariado por no haber llevado a cabo la revolución iniciada en Rusia. Los dirigentes fascistas no son una casta pequeña y exclusiva, sino que se extienden profundamente a amplios elementos de la población.
Tenemos que superar al fascismo no solo militarmente, sino también política e ideológicamente. Hasta hoy, los reformistas consideran al fascismo solamente como una violencia cruda, una reacción contra la violencia iniciada por el proletariado. Para los reformistas, la Revolución Rusa fue como el acto de Adán y Eva mordiendo la manzana en el Jardín del Edén. Los reformistas solo ven en el fascismo una consecuencia de la Revolución Rusa. Es lo que afirmó Otto Bauer en el Congreso de Unidad en Hamburgo, cuando declaró que una gran parte de la culpa del fascismo recaía en los comunistas, que habían debilitado la fuerza del proletariado con continuas escisiones. Al decir eso, ignoró por completo que los Socialdemócratas Independientes alemanes se habían separado mucho antes de que la Revolución Rusa diera el ejemplo desmoralizador.
Contrariamente a sus puntos de vista, Bauer, en Hamburgo tuvo que concluir que la violencia organizada del fascismo debe ser enfrentada por la formación de organizaciones en defensa del proletariado, porque ningún llamamiento a la democracia puede ser efectivo contra la violencia directa. De cualquier forma, el siguió explicando que no se refería a armas como la insurrección o la huelga general que no siempre llegan al éxito. Lo que quiso reivindicar fue la coordinación de la acción parlamentaria con la acción de masas. Cuál sería la naturaleza de esas acciones Otto Bauer no lo dice, mas esa es la esencia de la cuestión. La única arma recomendada por Bauer para la lucha contra el fascismo fue el establecimiento de un Buró Internacional de Información sobre la reacción Mundial.
La característica distintiva de esa nueva y antigua Internacional es su fe en el poder y la permanencia de la dominación burguesa, es su desconfianza y cobardía en relación con el proletariado como factor predominante de la revolución mundial. Opinan que, contra la fuerza invulnerable de la burguesía, el proletariado no puede hacer nada además de actuar con moderación y abstenerse de provocar al tigre de la burguesía. El fascismo, con todo su impulso en la ejecución de sus actos violentos, no es más que la expresión de la desintegración y decadencia de la economía capitalista y el síntoma de la disolución del Estado burgués. Esta es una de sus raíces. Los síntomas de esa decadencia del capitalismo fueron observados incluso antes de la guerra.
La guerra sacudió la economía capitalista hasta sus cimientos, resultando no solo el empobrecimiento colosal del proletariado sino también la miseria profunda de la pequeña burguesía, de los pequeños campesinos y de los intelectuales. Se había prometido a todos estos sectores que la guerra generaría una mejoría en sus condiciones materiales. Pero al contrario, gran número de antiguas clases medias se convirtieron en proletarios, perdiendo íntegramente su seguridad económica. Estas filas fueron integradas por grandes masas de exoficiales, que ahora se encuentran desesperados. Fue entre esos elementos que el fascismo reclutó un contingente considerable. La forma de su composición es también la razón por la que el fascismo en algunos países tiene un carácter abiertamente monárquico.
La segunda raíz del fascismo está en el retraso de la revolución mundial por la actitud traidora de los líderes reformistas. Gran parte de la pequeña burguesía, incluida las clases medias, había desechado su psicología de los tiempos de guerra en nombre de cierta simpatía por el socialismo reformista, esperando que esto provocase una reforma social por vías democráticas. Sus esperanzas se vieron defraudadas. Ahora pueden ver que los líderes reformistas están en acuerdo benévolo con la burguesía, y lo peor es que estas masas han perdido ahora su fe no solo en los líderes reformistas, sino en el socialismo en su conjunto. A estas masas de simpatizantes socialistas decepcionados se unen grandes círculos del proletariado, de trabajadores que han renunciado a su fe no solo en el socialismo, sino también en su propia clase. El fascismo se tornó como una especie de refugio para los políticamente desamparados.
Para ser justos, debemos decir que los comunista ‑excepto los rusos- llevan parte de la culpa por la deserción de estos elementos hacia las filas fascistas, porque nuestras acciones a veces no lograron agitar a las masas con suficiente profundidad. El camino obvio de los fascistas, para ganar un amplio apoyo entre variados elementos de la sociedad, era, naturalmente, intentar superar el antagonismo de clase en las propias filas de sus seguidores y el llamado Estado autoritario debió de servir como un medio para ese fin. El fascismo ahora cuenta con elementos que pueden ser muy peligrosos para el orden burgués. Sin embargo, hasta ahora estos elementos han sido invariablemente superados por los elementos reaccionarios.
La burguesía percibía claramente esta situación desde el inicio. La burguesía quería reconstruir la economía capitalista. En las actuales condiciones, la reconstrucción de la dominación de la clase burguesa solo puede ser conseguida a causa de la creciente explotación del proletariado por la burguesía. La burguesía tiene plena consciencia de que los socialistas reformistas de voz suave están perdiendo su control sobre el proletariado y que no hay otro camino que la violencia contra el proletariado. Mayor o menor, la violencia de los Estados burgueses está comenzando a fallar. Por lo tanto, precisan de una nueva organización de la violencia y eso se lo ofrece el confuso conglomerado del fascismo. Por esta razón, la burguesía ofrece todas sus fuerzas al servicio del fascismo.
El fascismo tiene diferentes características en cada país. Sin embargo, tiene dos características distintivas en todos los países, a saber, la pretensión de un programa revolucionario, que es hábilmente adaptado a los intereses y reclamos de las grandes masas y, por otro lado, la aplicación de la violencia más brutal.
El ejemplo clásico es el fascismo italiano. El capital industrial en Italia no era lo suficientemente fuerte para reconstruir una economía arruinada. No se esperaba que el Estado interviniese para aumentar el poder y las posibilidades materiales del capital industrial del norte de Italia. El Estado estaba dando toda su atención al capital agrario y al pequeño capital financiero. Las industrias pesadas que habían sido artificialmente estimuladas durante la guerra, entraron en colapso y cuando esta acabó, se instaló una ola de desempleo sin precedentes. Las promesas hechas a los soldados no pudieron ser realizadas. Todas esas circunstancias crearon una situación extremadamente revolucionaria. Esta situación revolucionaria produjo en el verano de 1920 la ocupación de las fábricas. En esa ocasión se demostró que la madurez de la revolución hace su primera aparición entre una pequeña minoría del proletariado. La ocupación de las fábricas estaba, pues, destinada a terminar en una tremenda derrota en lugar de convertirse en el punto de partida del desarrollo revolucionario. Los líderes reformistas de los sindicatos actuaron como traidores ignominiosos y, al mismo tiempo, se demostró que el proletariado no poseía ni la voluntad ni el poder para marchar directo hacia la revolución.
A pesar de la influencia reformista, habían fuerzas en acción entre el proletariado que podían generar inconvenientes para la burguesía. Las elecciones municipales, en las que lo socialdemócratas conquistaron un tercio de todos los concejos, fueron una señal de alarma para la burguesía, que inmediatamente comenzó a impulsar una fuerza que pudiese combatir al proletariado revolucionario. Fue en esa época que Mussolini ganó cierta importancia junto al fascismo. Después de la derrota del proletariado en la ocupación de las fábricas, el número de fascistas era superior a mil, y grandes masas del proletariado se unieron a la organización de Mussolini. Por otro lado, grandes masas del proletariado habían caído en un estado de indiferencia. La causa del primer éxito del fascismo fue que comenzó con un gesto revolucionario. Su supuesto objetivo era luchar para mantener las conquistas revolucionarias de la guerra revolucionaria, y para eso exigían un Estado fuerte, capaz de proteger esos frutos revolucionarios de la victoria contra los intereses hostiles de varias clases sociales representadas por el «antiguo Estado». Su consigna se dirigía contra todos los explotadores y, por tanto, también contra la burguesía. El fascismo en aquella época era tan radical que exigía la ejecución de Giolitti y el destronamiento de la dinastía italiana. A pesar de esto, Giolitti se abstuvo cuidadosamente de usar la violencia contra el fascismo, que le parecía el mal menor. Para satisfacer esos clamores fascistas, disolvió el parlamento italiano. En aquella época, Mussolini todavía fingía ser un republicano y, en una entrevista, declaró que la facción fascista no podría participar de la apertura del parlamento italiano a causa de la ceremonia monárquica que la acompañaba. Esas declaraciones provocaron una crisis en el Movimiento Fascista, que había sido establecido como un partido por una fusión de los seguidores de Mussolini y de los representantes de la organización monárquica, y la dirección ejecutiva del nuevo partido estaba formada por un número par de miembros de ambas facciones. El Partido Fascista creó un arma de doble filo para la corrupción y la aterrorización de la clase trabajadora. Para la corrupción de la clase trabajadora fueron creados los sindicatos fascistas, las llamadas corporaciones en las que los trabajadores y los empresarios estaban unidos. Para aterrorizar a la clase trabajadora, el Partido Fascista creó los escuadrones de militantes que habían surgido de las expediciones punitivas.
Aquí hay que subrayar de nuevo que la tremenda traición de los reformistas italianos durante la huelga general, que fue la causa de la terrible derrota del proletariado italiano, había alentado directamente a los fascistas a hacerse con el Estado. Por otra parte, los errores del Partido Comunista consistieron en considerar al fascismo como un mero movimiento militarista y terrorista sin ninguna base social profunda.
Examinemos ahora lo que el fascismo ha hecho desde la conquista del poder para el cumplimiento de su pretendido programa revolucionario, para la realización de su promesa de crear un Estado sin clases. El fascismo prometió una nueva y mejor ley electoral y la igualdad de sufragio para las mujeres. La nueva ley de sufragio de Mussolini es en realidad la peor restricción de la ley de sufragio para favorecer al Movimiento Fascista. Según esta ley, dos tercios de todos los escaños deben ser otorgados al partido más fuerte, y todos los demás partidos juntos solo tendrán un tercio de los escaños. El derecho de voto de las mujeres ha sido eliminado casi por completo. El derecho de voto solo se concede a un pequeño grupo de mujeres adineradas y a las llamadas «mujeres distinguidas por la guerra». Ya no se habla de la promesa del parlamento económico y de la Asamblea Nacional, ni de la abolición del Senado que habían prometido tan solemnemente los fascistas.
Lo mismo puede decirse sobre las promesas hechas en la esfera social. Los fascistas habían escrito en su programa la jornada de ocho horas, pero el proyecto de ley presentados por ellos tiene tantas excepciones que no debe de haber una sola persona que trabaje ocho horas en Italia. Nada se vio tampoco de la prometida garantía de los salarios. La destrucción de los sindicatos permitió a los empresarios efectuar reducciones salariales del 20% al 30% y, en algunos casos, del 50% al 60%. El fascismo prometió la pensión para la vejez y la invalidez. En la práctica, el gobierno fascista, en nombre de la economía cortó las miserables 50.00.000 de liras que habían sido reservadas para ese fin en el presupuesto. A los trabajadores les fue prometido el derecho a la participación técnica en la administración de las fábricas. Hoy existe una ley en Italia que prohíbe completamente los consejos de fábrica. Las empresas estatales hacen el juego al capital privado. El programa fascista contenía una provisión para el impuesto progresivo a la renta sobre el capital, que era hasta cierto punto un acto de expropiación. En los hechos, se hizo lo opuesto. Varios impuestos sobre el lujo fueron abolidos, como el impuesto sobre los automóviles, por la supuesta razón de que restringiría la producción nacional. Los impuestos indirectos fueron aumentados porque eso reduciría el consumo domestico y así mejorarían las posibilidades de exportación. El Gobierno fascista también derogó la ley de registro obligatorio de las transferencias de valores, reintroduciendo así el sistema de bonos al portador y abriendo la puerta de par en par al evasor de impuestos. Las escuelas fueron entregadas al clero. Antes de hacerse con el Estado, Mussolini exigió una comisión para investigar los beneficios de la guerra, de los cuales el 85% debía ser devuelto al Estado. Cuando esta comisión resultó incómoda para sus patrocinadores financieros, los grandes industriales, ordenó que la comisión sólo le presentara un informe, y que quien publicara algo de lo que ocurriera en esa comisión fuera castigado con seis meses de prisión.
Tampoco en cuestiones militares, el fascismo cumplió sus promesas. Se prometió que la actuación del ejército sería restringida a la defensa territorial. En realidad, el periodo de servicio militar permanente fue aumentado de ocho a diez meses, lo que significó el aumento de las fuerzas armadas de 250.000 a 350.000. ¡Las Guardias Reales fueron abolidas porque eran demasiado democráticas para adecuarse a Mussolini! Por otro lado, los carabineros aumentaron de 65.000 a 90.000 y todas las tropas policiales fueron duplicadas. Las organizaciones fascistas fueron transformadas en una especie de milicia nacional, que según las últimas cuentas ya alcanzaron el número de 500.000. Pero las diferencias sociales han introducido un elemento de contraste político en la milicia, que debe conducir al eventual colapso del fascismo.
Cuando comparamos el programa fascista con su cumplimiento, podemos prever ya su completo colapso ideológico en Italia. La bancarrota política debe inevitablemente seguir a la falencia ideológica. El fascismo es incapaz de mantener juntas las fuerzas que lo ayudaron a entrar en el poder. Un choque de intereses que de muchas maneras ya se está haciendo sentir. El fascismo aún no ha conseguido que la vieja burocracia se le someta. En el ejército también hay fricción entre los viejos oficiales y los nuevos líderes fascistas. Las diferencias entre los variados partidos políticos están creciendo. La resistencia contra el fascismo está aumentando en todo el país. El antagonismo de clases comienza a permear incluso dentro de las filas de los fascistas. Los fascistas no consiguen cumplir las promesas que hicieron a los trabajadores y a los sindicatos fascistas. Las reducciones salariales y los despidos están a la orden del día. Así pasó que la primer protesta contra el movimiento sindical fascista penetró dentro de las filas de los propios fascistas. Los trabajadores volverán muy pronto a su interés y deber de clase. No debemos ver al fascismo como una fuerza unificada capaz de repeler nuestro ataque. Es sobretodo una formación que comprende muchos elementos antagónicos, y que se desintegrará desde dentro. Pero sería peligroso suponer que la desintegración ideológica y política del fascismo en Italia será seguida inmediatamente por la desintegración militar. Por el contrario, debemos de estar preparados para cuando el fascismo intente sobrevivir por métodos terroristas. Es por eso que los trabajadores revolucionarios italianos deben de estar preparados para las más serias luchas. Sería una gran calamidad si estuviéramos satisfechos con el papel de espectadores durante ese proceso de desintegración. Nuestro deber es acelerar este proceso por todos los medios a nuestra disposición. Este no es solo el deber del proletariado italiano sino también el deber del proletariado alemán en vista del fascismo alemán.
Además de Italia, el fascismo también es fuerte en Alemania. Como consecuencia del resultado de la guerra y del fracaso de la revolución, la economía capitalista en Alemania es débil, en ningún otro país el contraste entre la madurez objetiva para la revolución y la falta de preparación subjetiva de la clase trabajadora es tan grande como lo es ahora mismo en Alemania. En ningún otro país los reformistas fracasaron tan ignominiosamente como en Alemania. Y su fracaso es más criminal que el fracaso de cualquier otro partido de la vieja Internacional, porque son ellos los que deberían haber conducido la lucha por la emancipación del proletariado por medios absolutamente diferentes, especialmente en el país donde las organizaciones de la clase obrera estaban más organizadas y más antiguas que en cualquier otro lugar.
Estoy firmemente convencida de que ni en los Tratados de Paz ni en la ocupación de Ruhr dieron tanto impulso al fascismo en Alemania como la toma del poder por Mussolini. Eso dio coraje a los fascistas alemanes. El colapso del fascismo en Italia desalentaría en grandes proporciones a los fascista en Alemania. No debemos olvidar una cosa: el requisito previo para derribar al fascismo en el exterior es el derrocamiento del fascismo en todos los países por el proletariado de sus respectivos países. Cabe a nosotros superar al fascismo ideológica y políticamente. Eso nos impone enormes tareas.
Debemos darnos cuenta de que el fascismo es un movimiento de los decepcionados y de aquellos cuya existencia está arruinada. Por lo tanto, debemos esforzarnos por conquistar o neutralizar a las amplias masas que aún permanecen en el campo fascista. Quiero subrayar la importancia de que nos demos cuenta de que debemos luchar ideológicamente por la posesión del alma de esas masas. Debemos darnos cuenta de que no sólo tratan de escapar de sus actuales tribulaciones, sino que anhelan una nueva filosofía.
Debemos salir de los límites estrechos de nuestra actividad actual. La Tercera Internacional es, en contraste con la vieja internacional, una internacional de todas las razas sin distinciones. Los partidos comunistas no deben ser solo la vanguardia de los proletarios del trabajo manual, sino también los enérgicos defensores de los intereses de los trabajadores cerebrales. Debemos dirigir a todos los sectores de la sociedad que son obligados a oponerse a la dominación burguesa por causa de sus intereses y expectativas del futuro. Me alegro por tanto con la propuesta del camarada Zinoviev (hablando en una sesión del Comité Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista en junio de este año) de asumir la lucha por el Gobierno Obrero y Campesino. Me alegré cuando leí sobre eso. Esta nueva palabra de orden tiene un gran significado para todos los países. No podemos descartar esto en la lucha contra el fascismo. Significa que la salvación de las grandes masas del pequeño campesinado será alcanzada a través del comunismo. No debemos limitarnos a continuar luchando por nuestro programa político y económico. Debemos al mismo tiempo, familiarizar a las masas con los ideales del comunismo como filosofía. Si hiciéramos esto, mostraremos el camino para una nueva filosofía a todos aquellos elementos que perdieron el rumbo durante los acontecimientos históricos de los últimos tiempos. La condición necesaria para eso es que al acercarnos a esas masas, también nos desarrollemos organizativamente como partido, una unidad completamente sólida; si no hacemos esto, corremos el riesgo de caer en el oportunismo y la escisión. Debemos adaptar nuestro métodos de trabajo a las nuevas tareas, precisamos hablar con las masas en un lenguaje en el que ellas nos puedan entender, sin perjudicar nuestra ideas. Así, la lucha contra el fascismo trae una serie de nuevas tareas.
Es responsabilidad de todos los partidos realizar esta tarea enérgicamente en conformidad con la situación de sus respectivos países. Sin embargo, debemos tener en mente que no es suficiente superar al fascismo ideológica y políticamente, la posición del proletariado en relación al fascismo es, actualmente, de autodefensa. Esta autodefensa del proletariado debe convertirse en una lucha por su existencia y organización.
El proletariado debe tener un aparato de autodefensa bien organizado. Siempre que el fascismo utilice la violencia, debe ser respondido con la violencia proletaria. No me refiero a actos terroristas individuales, sino a la violencia de la lucha de clases revolucionaria organizada del proletariado. En Alemania se dio el primer paso con la creación de las «centurias» de las fábricas. Esa lucha solo puede ser exitosa si hay un proletario unido. Los trabajadores deben unirse para esa lucha, independientemente de a qué partido pertenezcan. La autodefensa del proletariado es uno de los mayores incentivos para el establecimiento del frente único del proletariado. Solamente inculcando la consciencia de clase en el alma de todos los trabajadores conseguiremos preparar también la derrota militar del fascismo, que en la actual etapa es sumamente necesario. Si tenemos éxito en esto, podemos estar seguros de que pronto se acabará con el sistema capitalista y con el poder burgués, independientemente de cualquier éxito de la ofensiva general de la burguesía contra el proletariado. Los signos de desintegración, que están tan palpablemente ante nuestros ojos, nos dan la convicción de que el gigantesco proletariado se unirá de nuevo a la lucha revolucionaria, y que su llamada al mundo burgués será: ¡Yo soy la fuerza, yo soy la voluntad! ¡El futuro me pertenece!
Clara Zetkin
Agosto de 1923