Durante dos siglos el sistema capitalista de una nación poderosa y en expansión ha dirigido buena parte de sus empeños a dividir a los trabajadores, abaratar la fuerza de trabajo y destruir a los sindicatos, el uso común de rompehuelgas, reprimir a sangre y fuego sus más combativas agrupaciones, cooptar y corromper muchas de sus esferas dirigentes y del sindicalismo amarrillo, y lograr incluso que una parte de ellos apoyaran las políticas imperiales.
Por otro lado, el movimiento sindical raramente es considerado hoy como una voz de avanzada o como un aliado consistente de los movimientos sociales progresistas.
Cooptación e inserción política
Dada la escala de la economía y el número de trabajadores, la central laboral unificada AFL/CIO y algunos grandes sindicatos han sido un núcleo tradicional de la acción colectiva en el país y han contado históricamente con una influencia política no despreciable en Washington.
Pero es notorio que en los últimos decenios el poder político de los sindicatos ha disminuido. La razón más obvia de la disminución de la influencia política de los trabajadores es que, a medida que la afiliación sindical se ha desplomado, los sindicatos han tenido menos trabajadores para movilizar en política y menos recursos para desplegar en nombre y en función de los objetivos de los trabajadores.
Está muy debilita la capacidad de los sindicatos para montar una poderosa defensa política de los trabajadores a nivel nacional o regional. La ley alienta a los sindicatos a concentrar su energía en el nivel de la empresa y no en el nivel social o político. Se enfatiza que los sindicatos tienen el deber legal de negociar y representar a los trabajadores en el lugar de trabajo, no de servir como una voz para los trabajadores en la política y el gobierno en general.
La Corte Suprema ha limitado la capacidad de los empleadores y los sindicatos para utilizar las cuotas sindicales con fines políticos. Se señala que la actividad en asuntos de política y de interés público no es pertinente [propio o aplicable] a la función central de los sindicatos.
Sin embargo existen vias mediante las cuales los sindicatos pueden participar en políticas electorales y presionar a los funcionarios del gobierno. En algunas circunstancias, también pueden utilizar la presión de carácter político para obtener concesiones de los empleadores con respecto a la organización y la negociación colectiva. En la práctica, muchos sindicatos gastan un gran cantidad de energía y dinero en la actividad política con un efecto significativo.
Pero actualmente su poder se encuentra degradado, las filas de asociados muy mermadas, y una parte de ellos con dirigencias reformistas, cooptadas, o corrompidas. No pocos sindicatos acumulan precedentes y prácticas de discriminación racial y de género. Asimismo, predomina un enfoque de «arriba a abajo» como vía para revitalizar las organizaciones de trabajadores, lo que no fomenta la participación de los sindicalistas de base.
Por otro lado, una parte de los líderes sindicales reconocen cada vez más que necesitan una visión más amplia si aspiran a revertir los ataques que reciben, y que ello deberá incluir nuevas acciones para contrarrestar la influencia corrosiva del dinero corporativo en la política.
Aunque ampliamente aventajados por el influjo y poder empresarial en Washington, los sindicatos se emplean en esfuerzos de lobby y logran cierta influencia en el proceso político, sobre todo en las directivas del Partido Demócrata. Durante varias décadas, los sindicatos y en particular la AFL-CIO hicieron sostenidas contribuciones de dinero y voluntarios, y aunque en la práctica, en los últimos lustros, ese partido le ha vuelto también la espalda al movimiento obrero y ha aumentado su dependencia de la elite financiera, tales vínculos siguen teniendo un efecto neutralizador sobre la mayor parte del liderazgo sindical.
Los resultados no han sido muy alentadores. El movimiento obrero se ha visto bloqueado e incapaz de obtener victorias significativas bien sea como resultado de la labor organizativa y de negociaciones con la patronal o mediante la búsqueda de estrategias electorales y legislativas. Por lo cual algunos sectores del movimiento laboral y sus organizaciones han recurrido o pretender impulsar un enfoque más unificado, vinculando la negociación con las empresas de conjunto con la acción política.
Es claro que están en desventaja. Considérese además como la Cámara de Comercio y otras entidades patronales han multiplicado sus recursos para influir sobre el gobierno y el Congreso, de aquellos tiempos en que tenía a su servicio unas 175 firmas de cabildeo registradas, a varias miles en la actualidad. En lo fundamental cuentan con el control de las decisiones reguladoras del gobierno y una gestión ofensiva legal contra las normativas del mundo del trabajo.
Se calcula que el dinero que dan las nueve empresas más importantes de Estados Unidos a las campañas electorales es cincuenta veces mayor que las aportaciones del conjunto de todos los sindicatos.
Por otra parte, en cuestiones de política exterior ha sido notoria la casi completa alineación de la AFL-CIO con la proyección imperial. Durante la Guerra Fría los niveles altos de la dirigencia sindical devinieron firmemente entrelazados con la política internacional del país. Supuestamente preocupados con la protección de puestos de trabajo que genera la industria bélica, diversos sindicatos han apoyado fervientemente el empleo de fondos públicos para nuevos sistemas de armas y presupuestos militares.
Durante años el AIFLD (Instituto Nacional para el Desarrollo del Sindicalismo Libre) de la AFL-CIO prestaba servicio para la CIA y otras agencias del gobierno. Para lavar un poco la imagen, el AIFLD junto a otras tres dependencias de la federación sindical se fundieron en 1997 en el «Solidarity Center» (American Center for International Labor Solidarity), lo cual alimentó en algunos la esperanza de que el accionar internacional se distanciaría de su anterior política.
Sin embargo, esa entidad sigue acompañando los objetivos del gobierno estadounidense, en el marco de su misión que enmascara en el supuesto propósito de «ayudar al crecimiento del movimiento obrero global y el poder de los trabajadores en todo del mundo a través de sindicatos democráticos, independientes y efectivos».
El Solidarity Center sigue dependiendo de fondos del gobierno, que incluso le llegan a través de la NED y la USAID, lo cual ha sesgado y comprometido su actuar hacia lugares donde el gobierno norteamericano promueve una agenda que privilegia la reforma neoliberal y la cooperación con sindicatos conservadores y grupos de la sociedad civil afines a las metas de la política exterior de Estados Unidos.
Dilemas y oportunidades del movimiento obrero organizado
La globalización y el ambiente intelectual y político a partir de los últimos decenios del siglo XX ha favorecido el arraigo de la fe en los mercados, la aceptación creciente de las demandas patronales de flexibilidad laboral, desregulación y libre competencia, como ocurrió en sectores tales como las líneas aéreas, transporte por carreteras, ferrocarriles, la telefonía, etc., por sobre las objeciones de los sindicatos.
Por si fuera poco, existe una cobertura desfavorable por la casi totalidad de los medios de difusión, tanto respecto a los sindicatos (a los cuales califican como entes corruptos y con intereses especiales), como de los conflictos laborales. El enfoque predominante es que las huelgas causan molestias a la población, con lo que, en no pocas ocasiones, logran generar rechazo de la opinión pública ante algunas protestas legítimas del movimiento obrero.
El número de huelgas y paros laborales es aun limitado (aunque la percepción se ve más quebrantada aun dado que la mayoría de las protestas y paros siguen siendo ignorados por los medios).
Por otro lado, mientras el empleo en la agricultura y la manufactura han estado declinando, el número de empleados públicos en los gobiernos estatales y locales se ha más que triplicado desde 1950.
Han sido sindicatos surgidos después de la post guerra, tales con los de trabajadores agrícolas, de empleados públicos y de trabajadores de servicios, generalmente de sectores con bajos salarios, los que en cierto grado y en los últimos años revivieron la combatividad y las luchas obreras, y son de los pocos que han logrado ampliar sus filas.
El movimiento ha adquirido un mayor dinamismo y vigor en los últimos años, como se ha manifestado en combativas huelgas de maestros en varios estados, en la huelga en la General Motors y en el empuje de la campaña para que el salario mínimo sea aumentado a 15 dólares la hora, según se ha logrado con éxito y ha sido establecido hasta el momento en varias ciudades el país.
Bajo el impulso de grupos de trabajadores jóvenes se han concretado esfuerzos que han redundado en la organización de sindicatos en sectores con poca o ninguna tradición gremial, tales como en compañías de alta tecnología, empresas de medios de comunicación digitales y otros.
Y a pesar de la prolongada declinación del número de trabajadores protegidos por contratos laborales, los sindicatos estadounidenses cuentan con más de 16 millones de afiliados y todavía son una fuerza social muy capaz de enfrentar el asalto sobre los ingresos y los derechos laborales y movilizarse en pro de una mayor igualdad.
Tienen lugar luchas significativas, en condiciones adversas, de las que poco se conoce pues, como ya mencionamos, son intencionalmente ignoradas por los medios de difusión. El movimiento obrero (o parte de él) ha dado signos recientes de vuelta a la vida. Una ola creciente de militancia en varios sectores laborales. Destaquemos que una militancia activa que estos últimos años, al grito de «Fight for 15», ha logrado elevar el salario mínimo en 30 estados. Y por estos días decenas de miles de trabajadores están oponiéndose a las reducciones salariales o demandando mejores condiciones de trabajo y de seguridad1, y algunos prevén que está por concretarse en la ocurrencia de la mayor ola de huelgas desde los podeross paros laborales de maestros que en 2018 y 2019 redundaron en victorias que le dieron un significativo impulso al movimiento laboral.
Entre 25.000 y 100.000 trabajadores se declararon en huelga en octubre de 2021. Los trabajadores de cuatro plantas de cereales Kellogg pusieron fin a una huelga de once semanas después de anunciar que se había llegado a un acuerdo con la empresa. El primer Starbucks votó para sindicalizar una sucursal en Buffalo, Nueva York, y posteriormente lo siguieron otras sucursales en todo el país, muchas de las cuales votaron por unanimidad. A finales del año pasado, más de 10.000 trabajadores de John Deere pusieron fin a una huelga de cinco semanas tras obtener un aumento del 20% en los salarios y mejoras sustanciales en sus condiciones de trabajo. Más recientemente, un almacén de Amazon en Staten Island se convirtió en el primer centro de Amazon en sindicalizarse, contra los esfuerzos para impedirlo por parte de esa poderosísima corporación.
Ciertos logros puntuales en la sindicalización de segmentos de trabajadores y otros alentadores hechos recientes deben ser tomados con cautela. Como ya apuntamos, solo uno de cada diez trabajadores está organizado en sindicatos. Las patronales siguen campeando por sus respetos. Los miedos son muchos. Hay colectivos obreros, por ejemplo en plantas de ensamblaje en el sur del país, los cuales en los últimos años han votado en contra de la opción de sindicalizarse.
Por otra parte, las mismas presiones de la competencia y del mercado que llevaron a las empresas manufactureras a escapar de las zonas del norte industrial y de sus altos costos laborales, y reubicar sus plantas en el exterior, ha conllevado a que la producción de bienes y servicios haya sido reestructurada, concentrada y entrelazada en modos que –se considera– podrían ser ventajosas para la organización y acciones efectivas de la clase trabajadora.
Kim Moody, un veterano sindicalista de izquierda y analista de los temas laborales, está entre quienes llaman la atención sobre la importancia y potencial ese hecho.
En particular, Moody alude a «la reorganización de cadenas de suministros basadas en entregas puntuales y cronometradas, con un número reducido de suministradores y con un sistema de movimiento de las mercancías tecnológicamente guiado y entrelazado, todo organizado en torno a gigantescos «racimos» logísticos que emplean a decenas de miles de trabajadores en áreas geográficas relativamente delimitadas»2
Es decir, de la «desintegración espacial de la producción» ha surgido una reintegración temporal de la misma, entrelazada electrónicamente y cronometrada, y con ella un estrechamiento de los vínculos entre las concentraciones de trabajadores.
Las empresarios y magnates, en su búsqueda de incrementar ganancias vía tragarse a los competidores y obtener una tajada más amplia del mercado, en estos decenios produjeron el mayor movimiento de fusiones corporativas de la historia del país. Las adquisiciones y fusiones corporativas en 1980 por un valor de 32.900 millones de dólares; en 1990 subieron a 4.39 fusiones con un valor de 205.600 millones de dólares. Ya para el 2000 fueron más de 11 mil fusiones y adquisiciones por casi 3,5 billones de dólares (millones de millones)…3
Más y más trabajadores están empleados por firmas relativamente mayores y según líneas ramales, en empresas y centros de trabajo con 500 o más trabajadores; en hospitales, hoteles, call centers, cadenas de comida rápida, servicios constructivos y de mantenimiento, en grandes tiendas al detalle y en funciones logísticas de la producción y la distribución crecientemente cronometradas.
Moody ve en todo eso un potencial organizativo. Adelanta la opinión de que: «Los sistemas de suministros de entrega inmediata o programada con precisión que entrelazan hoy la producción de la mayoría de los bienes y servicios hace más vulnerable el conjunto del sistema a la acción de los trabajadores. La enorme concentración de los trabajadores en “nudos” y enlaces logísticos dentro o cerca de las grandes áreas metropolitanas provee un blanco organizativo a una escala que podría revertir a mediano plazo el decline de los sindicatos».
De momento, la mayoría de las huelgas exitosas han sido ganadas realmente por el pequeño porcentaje de trabajadores que ya están sindicalizados. Algunos en el movimiento llaman a la cautela y advierten que los recientes éxitos en el logro de la sindicalización en algunas esferas no son suficientes para revertir la larga caída de décadas en el sindicalismo.
Fernando M. García Bielsa
2 de mayo de 2022
Fuente: https://lapupilainsomne.wordpress.com/2022/05/02/78084/
- Las condiciones de trabajo en algunos sectores han sido siempre bastante frágiles si las comparamos con otros países industrializados. En la década previa, en los años sesenta, habían muerto en accidentes de trabajo bastante más del doble de personas que todos los caídos en combate en Vietnam
- Kim Moody: U.S. Labor: What’s New, What’s Not?, Against the Current, mayo 1, 2016,
- Diez suministradores controlan un tercio del mercado de piezas de repuestos de autos; cuatro firmas empacadoras controlan más del 75% de la producción de carnes; cuatro compañías controlan el 90% del mercado de telecomunicaciones; cinco empresas de ferrocarril emplean el 80% de los trabajadores de carga ferroviaria; entre UPS y FedEx emplean un 40% de todos los camioneros y trabajadores de los servicios expresos de entrega; de diez que eran en el 2000, las más grandes y principales líneas aéreas han pasado a ser solo cuatro…