«Las ideas dominantes de una época siempre han sido las ideas de la clase dominante.»
Los medios de comunicación, los programas escolares y universitarios, las instituciones religiosas, las industrias culturales, las técnicas publicitarias…, la ideología dominante está en todas partes. Invasiva, satura el espacio público y privado. Forma y condiciona nuestra manera de pensar y actuar. Conscientemente o no, esta dominación es aceptada e interiorizada por la mayoría de los ciudadanos, a menudo en nombre del interés general. La sumisión se considera incluso democrática. La oposición está integrada, domesticada o marginada. Los dominados participan, sin quererlo realmente, en el mantenimiento de su propia servidumbre. Cualquier deseo de transformación radical y cualitativa de la sociedad parece anacrónico, anticuado y pasado de moda.
Sin embargo, a pesar de su fuerza y su poder social, la ideología de la clase dominante se ve contradicha cada día por la realidad. El capitalismo se encuentra en una profunda crisis que amenaza la existencia misma de la humanidad: miseria social exacerbada, explotación cada vez más violenta de la fuerza de trabajo, amenaza constante de guerra nuclear, epidemias repetidas, privatización de los recursos naturales, destrucción sistemática de nuestro planeta, mercantilización y deshumanización de las relaciones sociales, etc. Todas estas observaciones y muchas otras demuestran que la revolución social, en contra de las afirmaciones de la ideología burguesa, no solo es necesaria, sino urgente. Pero «sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario».
Todos los hechos apoyan la teoría revolucionaria de Marx. Todo su trabajo sigue siendo más que nunca indispensable para despertar y organizar las fuerzas capaces de romper esta sociedad y liberar a los pueblos de todos los defectos y la fealdad del capitalismo. La lucha por la emancipación pasa, paralelamente a la lucha económica y política, por la lucha contra esta ideología burguesa.
El pensamiento de Marx no es un dogma, ni mucho menos, sino una formidable herramienta de lucha.
La lectura o relectura de Marx es indispensable no solo para luchar contra esta ideología totalitaria sino también y sobre todo para «derrocar todas las condiciones sociales en las que el hombre es un ser rebajado, esclavizado, abandonado, despreciable».
Comenzamos hoy publicando una parte de la Crítica de la Economía Política de 1859 y continuaremos más adelante con la publicación de otros textos:
[…] En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas y necesarias, independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base concreta sobre la que se construye una superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; es, a la inversa, su ser social el que determina su conciencia. En una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en las que se habían movido hasta entonces. Estas relaciones se convierten en obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas. Comienza entonces una época de revolución social. El cambio en la base económica da la vuelta más o menos rápidamente a toda la enorme superestructura. Al considerar tales trastornos, siempre hay que distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción, que se puede constatar científicamente, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en definitiva, las formas ideológicas en las que el pueblo toma conciencia de este conflicto y lo lleva a término. Al igual que no se juzga a un individuo por su imagen de sí mismo, no se puede juzgar una época de agitación como esta por su conciencia de sí misma; por el contrario, esta conciencia debe explicarse por las contradicciones de la vida material, por el conflicto entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Una formación social nunca desaparece antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que puede contener, y nunca se sustituyen por nuevas y superiores relaciones de producción antes de que se hayan incubado las condiciones de existencia material de estas relaciones en el seno mismo de la antigua sociedad. Por eso, la humanidad solo se plantea problemas que puede resolver, porque, si se observa con detenimiento, siempre se dará el caso de que el problema en sí solo se plantea cuando las condiciones materiales para resolverlo ya existen o, al menos, están en proceso de hacerlo. En términos generales, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos pueden describirse como épocas progresivas de formación social económica. Las relaciones de producción burguesas son la última forma contradictoria del proceso de producción social, contradictoria no en el sentido de una contradicción individual, sino una contradicción que surge de las condiciones de existencia social de los individuos; sin embargo, las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver esta contradicción. Por lo tanto, con esta formación social, la prehistoria de la sociedad humana llega a su fin.
Mohamed Belaali
26 de mayo de 2022