blockquote>
«El capitalismo es el negocio más respetado del mundo.» (Ernesto che Guevara)
La «economía de guerra permanente» significa que después de la Segunda Guerra Mundial, el ejército de Estados Unidos pasó a estar profundamente integrado con las fuerzas industriales y financieras. Una puerta giratoria que permite pulir el libre flujo entre las élites y la formación de alianzas de interés que generen negocios, sin importar qué tan agresivas sean, pero cuanto más bélicas, mejor.
El ejército de Estados Unidos no es un sistema aislado, sino una gran organización altamente entrelazada con los sistemas industrial y financiero, político y judicial, de medios e inteligencia. Con bases militares en todo el mundo, el Departamento de Estado y el pentágono están constantemente amenazando, incitando o promoviendo guerras, por lo que no es de extrañar que las cinco primeras empresas productoras de armas del mundo, por sus ventas, sean todas estadounidenses: Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, Northrop Grumman y General Dynamics.
Las empresas venden armas, por lo general, no las regalan. Los cinco miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU –Estados Unidos, Rusia, Francia, China y Reino Unido– exportaron casi el 80% de todas las armas vendidas en el mundo, junto con Alemania. Pero hay un país que sobresale por encima de todos los demás en lo que respecta a la exportación de armas y tecnología militar: Estados Unidos. La idea del complejo militar es absurdamente sencilla: “La principal misión de nuestra industria es ayudar a proteger la paz y la estabilidad. La libertad y la democracia no pueden darse por un hecho. Tienen enemigos y, como ha demostrado la historia, estos enemigos a veces no tienen escrúpulos para hacer uso de la fuerza«, según la Asociación de Industrias Aeroespaciales y de Defensa de Europa (ASD)1. Compre armas para defenderse.
Por este motivo, y en base al negocio de mantener la paz y el flujo presupuestario para defensa, deshacerse de las armas obsoletas con el pretexto de la guerra en Ucrania es una buena idea. El Pentágono recibió a los líderes de los ocho principales fabricantes de armas de Estados Unidos para discutir la capacidad de la industria de satisfacer las necesidades de armas de esta nación si la guerra con Rusia dura años. Su demanda se disparó después de que la invasión de Rusia, el 24 de febrero, estimuló las transferencias de armas de Estados Unidos y sus aliados a Ucrania.
La oficina de Adquisición y Mantenimiento del Pentágono, el comprador de armas para el Departamento de Defensa, ha dicho que las armas más útiles son los sistemas más pequeños, como los misiles antitanque Javelin y los misiles antiaéreos Stinger, que Washington y sus aliados han estado enviando a Ucrania casi a diario. ¿A qué no saben quién lo produce? Raytheon Technologies y Lockheed Martin Corp producen conjuntamente Javelins, mientras que Raytheon fabrica Stingers, en comunión con Alemania.
La Casa Blanca dijo haber proporcionado más de 1.700 millones de dólares en asistencia de seguridad a Ucrania desde la invasión, incluidos más de 5.000 Javelins y más de 1.400 Stingers que nadie sabe a ciencia cierta quién los pagará o de qué se apropiará los defensores de la libertad a cambio.
Hay, según Michael Hudson, exprofesor investigador de Economía en la Universidad de Missouri, tres grupos oligárquicos principales que han comprado el control del Congreso para poner a sus propios formuladores de políticas en el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa con el fin de mantener y multiplicar los negocios. De acuerdo a la tesis de economía de guerra permanente, sus batallas en el siglo XXI son de naturaleza económica, y reflejan una tendencia peligrosa de las relaciones político-militares estadounidenses, a saber, el «pretorianismo dominado por la oligarquía», según Samuel Huntington.
Los complejos son el militar-industrial, el del petróleo, gas y minería, y el bancario, de seguros y bienes raíces. Sin entrar en detalles, los dos primeros obtuvieron ganancias extraordinarias gracias a la guerra de Ucrania. Y, como dijimos en escritos anteriores, cada uno de los complejos de poder ha diversificado ampliamente sus fábricas y empleos en casi todos los estados, especialmente en los distritos donde se eligen los jefes de los comités clave del Congreso. Los electores son 538, y se ve cómo están distribuidos con minuciosidad en el país.
Un estudio, para nada reciente, ya que data del 2014, realizado por los profesores Martin Gilens, de la Universidad de Princeton, y el profesor Benjamin I Page, de la Universidad Northwestern, llegaron a la conclusión que Estados Unidos es una oligarquía, no una democracia, por lo que en la mayoría de las veces, el pueblo tiene poco o nada que ver con la toma de decisiones. Unos pocos ricos promueven políticas, mientras que el estadounidense promedio tiene poco conocimiento y poder. Las conclusiones son parecidas al libro de C. Wright Mills, La élite del poder, que ofrece una descripción bastante matizada de cómo las élites sociales, económicas, políticas y militares de los Estados Unidos se han alternado históricamente en diferentes configuraciones de dominio. El problema es conocer qué desean ahora, porque han activado solo una fragmentación geoeconómica o una potencial confluencia de calamidades para el mundo.
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, estuvo en Japón, finalizando el primer viaje a Asia de su presidencia, luego de tres días en Corea del Sur. En Japón, Biden dio a conocer el nuevo Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF), liderado por Estados Unidos, se reunió con los líderes del bloque de diálogo de seguridad, The Quadrilateral Security Dialogue ‑QUAD- (integrado por Australia, India, Japón y Estados Unidos) y el bloque AUKUS (del acrónimo, en inglés, de Australia, Reino Unido y Estados Unidos), pacto estratégico que tiene en la mira defender los intereses compartidos en el Indo pacífico. Japón, Corea del Sur, AUKUS y QUAD son las principales «torres de vigilancia» de la Gran Muralla anti China en construcción. La nueva iniciativa estadounidense, IPEF, tiene el mismo objetivo: excluir a China de los intercambios comerciales y económicos, así como contener su creciente papel en organismos multilaterales regionales.
Mientras esto sucedía, aviones de combate rusos y chinos sobrevolaron Corea del Sur el martes 24 de mayo por la noche, luego la mañana del 25 de mayo, Corea del Norte probó tres misiles balísticos. Los incidentes tendrán a los planificadores de defensa japoneses, surcoreanos y estadounidenses preocupados porque esta convergencia de sucesos tiene un precedente inconfundible: la secuencia refleja exactamente una serie de vuelos conjuntos de China y Rusia que precedieron a una prueba misil balístico intercontinental –ICBM– de Corea del Norte.
Mientras los interrogantes se ciernen sobre la coordinación entre Beijing, Moscú y Pyongyang, o la falta de ella, dado que ninguna arquitectura de seguridad oficial vincula a las tres naciones, como el QUAD y el AUKUS, el momento de los eventos, parece estar lejos de ser una coincidencia. Y si bien Biden dio la impresión de alentar acuerdos económicos, solo se restringió al área de defensa, como un CEO del complejo militar-industrial.
La iniciativa económica se promociona por parte de Estados Unidos como su «giro hacia Asia», y un intento de poner algo de «peso económico» en su presencia en el Indo-Pacífico, que ha estado en declive después de su decisión de abandonar el Tratado de Libre Comercio Transpacífico, en 2017. Los funcionarios dicen que el Marco Económico del Indo-Pacífico(IPEF) tiene cuatro «pilares»: fortalecer la cadena de suministro; energía limpia, descarbonización e inversión en infraestructura; fiscalidad y anticorrupción, y un comercio justo. Sin embargo, a pesar de las fuertes señales de todos los lados, hay muchos aspectos de la IPEF que merecen un mayor escrutinio.
El lanzamiento solo indica la voluntad de los 13 países de comenzar las discusiones sobre los contornos. Pero los funcionarios estadounidenses han dejado claro que no se trata de un acuerdo de libre comercio, ni discutirá reducciones arancelarias o aumento del acceso al mercado, planteando dudas sobre su utilidad. Cada uno de los países IPEF tiene intereses comerciales considerables en China, y la mayoría tiene grandes déficits comerciales con el gigante asiático. Entonces, queda por ver cuánto estarán dispuestos a firmar con el IPEF. Ya tres países de la ASEAN, Camboya, Laos y Myanmar, han decidido mantenerse al margen del lanzamiento del marco.
La administración Biden se centra en confrontar a China mientras lucha con la crisis de Ucrania, porque el «Estado profundo» considera que Beijing, y no Moscú, es la mayor amenaza para la hegemonía mundial de Washington. La crisis de Ucrania ha cumplido en parte sus objetivos principales: debilitar tanto a Rusia como a Europa. Ahora es el momento de empezar a sangrar a China y Asia por medios militares y económicos.
Casi el 90% de la población mundial no se quiere embarcar en la cruzada para salvar «el estilo americano», porque los resultados no son halagadores. Pero incluso en Europa, los «aliados» tienen límites claros en cuanto a lo lejos que están dispuestos a viajar con este Don Quijote, en su inútil misión de derribar «molinos de viento» que sólo les generan beneficios a ellos. La estrategia del Indo-Pacífico de Estados Unidos aún se encuentra en la etapa de diseño. Ciertamente, se ira ajustando a medida que avance la competencia con China. Pero si la maniobra sigue siendo cerrada y conflictiva, dirigida solo al complejo militar-industrial y energético está condenada al fracaso.
Tampoco se ve qué ventaja tendrán las medidas de política exterior de Biden en las elecciones de mitad de período. Para noviembre, la gente se levantará en armas por el precio de los alimentos y el gas que han generado las políticas de Biden. Si la economía se hunde, buscarán a alguien para crucificar, y no será Vladimir Putin.
Lic. Alejandro Marcó del Pont
29 de mayo de 2022