En su último libro, el antiguo director de Diario 16 y El Mundo, y en la actualidad de El Español, Pedro J. Ramírez, menciona una conversación que tuvo a finales de 1978 con el entonces ministro Rodolfo Martín Villa, protagonista en aquella época de una famosa canción cuyo estribillo decía: «Atención, atención Martín Villa es un cabrón-on-on…».
Acababan de asesinar al dirigente de ETA Jose Miguel Beñaran «Argala» en Iparralde y Pedro J. le preguntó «¿Qué crees que ha sucedido?» a lo que Martín Villa respondió: «La versión que conviene dar es la de las disensiones en el seno de ETA». La misma versión que se esforzaron siempre por difundir; a veces, con manifiesto éxito, como en el caso de «Pertur».
Pedro J. le preguntó entonces sobre los autores del atentado y la respuesta de Martín Villa tampoco tuvo desperdicio alguno: «Eso no te lo voy a decir. Pero sí te voy a dar una clave: nuestras relaciones con la Policía francesa son magníficas. Mucho mejores que con su Gobierno». Lo que, a mi entender, equivale a reconocer la ayuda que recibieron de la Policía francesa para llevar a cabo aquel atentado. Y otros muchos.
En cuanto a las consecuencias del atentado, Martín Villa también habló bien claro: «Sabes que soy contrario a la negociación con ETA. El atentado ha venido bien desde ese punto de vista. Y esto no está bien decirlo, pero ya podrían acompañarlo tres o cuatro más».
Los anunciados atentados llegaron bien pronto. Tres semanas después de asesinar a «Argala» intentaron hacer otro tanto con otro dirigente de ETA, Jose Manuel Pagoaga «Peixoto». No lo consiguieron pero quedó prácticamente ciego y con gravísimas secuelas.
Además, tras el atentado quedó de manifiesto que las autoridades españolas no solo tenían unas excelentes relaciones con la Policía francesa. También las tenían con las autoridades de dicho país que se encargaron de dejar bien claro hasta donde estaban dispuestas a llegar en su colaboración con los torturadores españoles: el 30 de enero de 1979 pusieron a disposición de éstos a siete militantes recién refugiados en Iparralde. El infierno que padecieron durante los siguientes diez interminables días fue inenarrable.
El cometido contra «Peixoto» fue el primer atentado de 1979, un año en el que otros cuatro refugiados fueron asesinados en Iparralde donde los muertos a causa de la guerra sucia fueron muy numerosos: más de una veintena de refugiados políticos vascos y también más de una decena de personas que nada tenían que ver con el colectivo de refugiados. En cuanto a los desparecidos, los familiares de Lasa y Zabala, pudieron al menos recuperar sus cadáveres 22 años después de que desaparecieran. Otros no han podido tener ni siquiera ese consuelo. Pertur, Naparra, Popo… continúan desaparecidos.
Los ejecutores de las acciones de guerra sucia cometidas en Iparralde perpetraron otras muchas acciones terroristas en los más diversos lugares. No sólo en Hegoalde, sino también en París, Caracas… En todos esos lugares asesinaron y provocaron graves heridas a numerosas personas.
Hasta que, a finales de 1983, empezaron a utilizar la sigla GAL para reivindicar las acciones de guerra sucia, se sirvieron de otras muchas; en especial, la del Batallón Vasco-Español, BVE. Siempre les ha interesado muchísimo que la responsabilidad de todas aquellas acciones recaiga en «organizaciones terroristas», como los GAL y el BVE. Organizaciones que nunca existieron sino como pantallas para ocultar el terrorismo de Estado.
En todo caso, cada vez que salían a relucir pruebas irrefutables de la implicación de significados miembros de las Fuerzas de Seguridad, los Servicios Secretos o el Ejército, las autoridades españolas pretendían que se trataba de agentes que actuaban por su cuenta, sin respaldo alguno de sus superiores, y mucho menos de las propias autoridades.
Otro tanto hicieron cada vez que se pudo demostrar que las armas y municiones empleadas en las acciones de guerra sucia habían sido compradas por las Fuerzas de Seguridad españolas. También entonces negaron toda responsabilidad, aduciendo una supuesta imposibilidad de controlar a ciertos elementos franquistas que intentaban depurar. Una excusa que caía por su propio peso desde el momento en que nunca tomaron medida alguna contra los agentes descubiertos organizando o ejecutando acciones de guerra sucia.
Tampoco las autoridades francesas se mostraron nada diligentes a la hora de tomar medidas contra ellos. Desde el inicio, tuvieron pruebas irrefutables de quién se encontraba tras aquellas acciones terroristas, pero no tomaron medidas contra los organizadores de las mismas sino contra quienes las sufrieron: los refugiados vascos. Por eso los considero cómplices necesarios de dichas acciones de guerra sucia.
En cuanto a las autoridades españolas, tanto fue el cántaro a la fuente que terminó por romperse. Lo hizo debido a las increíbles chapuzas que cometió, usando la sigla GAL, el inspector de policía José Amedo. Entonces, quedó bien claro hasta que punto era directamente responsable de la guerra sucia el Presidente Felipe González, el señor X que se encontraba en el vértice de la cadena de mando.
No existen pruebas tan contundentes sobre la directa responsabilidad de sus antecesores en el cargo, pero lo que sí se puede probar es que algunos de los mercenarios que ejecutaron todas aquellas acciones de guerra sucia participaron en ellas primero en pleno franquismo, más tarde cuando Adolfo Suárez presidía el Gobierno español, usando sobre todo la sigla BVE, y también cuando lo presidía Felipe González, usando la sigla GAL.
En cuanto a Martín Villa, podemos estar seguros de que no solo fue el responsable de la matanza de cinco obreros en Gasteiz, de lo sucedido en los Sanfermines de 1978… Todo indica que también fue directamente responsable de numerosas acciones de guerra sucia. Lo que le dijo a Pedro J. Ramírez tras el atentado contra Argala, lo delata.
Xabier Makazaga, investigador del terrorismo de Estado
20 de junio de 2022