Kosovo, en su condición de provincia de la exYugoslavia, que siempre tuvo un estatus especial favorable a la coexistencia pacífica entre los componentes étnicos que allí viven –principalmente serbios y albaneses– fue el escenario escogido por Estados Unidos para, bajo el montaje mediático de «limpieza étnica», emprender el 24 de marzo de 1999 los bombardeos contra la nación.
La ofensiva se prolongó por 78 días, hasta el 10 de junio, y dejó más de 3 000 civiles muertos, otros tantos heridos y la destrucción de hospitales, guarderías infantiles, viviendas, industrias, embajadas, canales de televisión, entre otros.
El mundo debe recordar que aquella criminal acción ni siquiera fue consultada –y mucho menos aprobada– al Consejo de Seguridad de la onu, pero se hizo. Se desintegró a Yugoslavia y todavía hoy mueren personas afectadas por el uranio empobrecido de las bombas lanzadas contra la población.
Kosovo, que quedó desde ese entonces con una «independencia» mutilada y llena de militares estadounidenses y de la OTAN, vuelve a ser escenario del clima bélico preferido por Estados Unidos para desestabilizar al planeta y ser favorecido con la producción y venta de armas. Otra vez desvía la atención sobre la situación interna, azuzando conflictos allende los mares.
La OTAN, ese mismo engendro belicista que ahora declara «estar listo para intervenir» ante cualquier pedido de Prístina, aunque no ha logrado aún que ese territorio serbio sea parte de su membresía, acompañó a la aviación estadounidense cuando los bombardeos genocidas contra Belgrado y otras ciudades de la exYugoslavia.
Estados Unidos, que en 1999 estaba gobernado por el demócrata Bill Clinton, ahora con otro mandatario del mismo partido, Joe Biden, no ha dudado en dar continuidad a la filosofía belicista propia de su sistema, y actuando como «dueño del mundo», no titubea al fomentar las tensiones en Kosovo y, con ello, recordar a la actual dirección serbia lo sucedido 23 años antes.
Otra cosa es cuánto Washington ha fomentado en Kosovo el odio y la represión contra los serbios.
Estados Unidos construyó allí su mayor base militar en Europa, conocida como Camp Bondsteeles, que sirve como cuartel general de la Brigada Multinacional Este, bajo el mando estadounidense, y su verdadero significado sobrepasa, por mucho, los límites de las tareas de las fuerzas de mantenimiento de paz de las KFOR.
Incluso, se conoce por informes que allí existe un centro de prisioneros donde se aplicaron torturas que llegaron a compararse con las usadas en la cárcel de la ilegal base en Guantánamo.
Los trabajos de construcción se llevaron a cabo en secreto por ingenieros militares de Estados Unidos, así como por empleados de la compañía privada Kellogg, Brown and Root Corporation (KB).
Con el dominio de Kosovo, no solo se ha mutilado a Serbia, sino que Estados Unidos ha logrado hacerse de una privilegiada posición de control geoestratégico que incluye parte del Mediterráneo, el Mar Negro y las rutas que conducen a Oriente Medio, Norte de África y el Cáucaso, incluyendo los trayectos de los oleoductos existentes y futuros del mar Caspio y Asia Central.
Es Kosovo, en este contexto, la semilla que plantó Estados Unidos en su afán por la conducción de un mundo unipolar a cualquier precio.
Elson Concepción Pérez
3 de agosto de 2022